Muchos de los críticos de la historieta señalan como obra fundacional de la novela gráfica Contrato con Dios, de Will Eisner, de 1978. Es, sin duda, una buena elección. Sin embargo, el que esto escribe no sería capaz de sostener esa fecha por muchas razones, pero expondrá solo dos. La primera es que al crear la catalogación de novela gráfica se crea una categoría para incluir la historieta y el tebeo dentro del arte serio, algo que es genial, pero que deja fuera de la categoría artística e intelectual a todo lo anterior a 1978 y a todo lo que no tiene la consideración de novela gráfica. La segunda razón es Rusia en llamas: su creación en 1977 también, como otras obras, podría servir para datar el año cero de ese cómic que llaman adulto.
En 1980 se distribuyó por un precio de 250 pesetas. El ejemplar que yo tengo estuvo expuesto varias semanas en el kiosco donde lo adquirí, me costó ese tiempo ahorrar el dinero que costaba. Y su adquisición no estuvo exenta de polémica familiar por el despilfarro, ni de crítica destructiva porque ni tan siquiera eran buenos los dibujos (sic). Así que leerlo se convirtió en un ejercicio de culpabilidad que mutó en placer culpable y, con los años, solo en placer. Y frente a las sesudas explicaciones seudopsicológicas de los superhéroes de aquella época, ¡tan atormentados!, descubrir realmente un mundo para adultos en este cómic, descubrir en la caras de Tania y María el terror, me hizo sentir que estaba leyendo algo nuevo, algo que me ayudó a decantar mi espíritu político para un flanco y para siempre.
Guido Crepax había nacido en 1933 y vivido, sin duda, los avatares políticos y sociales de la Italia del siglo XX. Fue, como lo llamó un diario italiano, un trotskista de palacio y admirador de Eisenstein. El libro L'uomo di Pskov narra un episodio centrado en la guerra civil rusa que se produjo tras el final de la I Guerra Mundial, en los tiempos en los que aún se intentaban consolidar en el poder los bolcheviques. Es la época en la que la revolución rusa se constituye en una esperanza internacionalista entre las clases obreras, y algunas potencias europeas y Japón, temerosas del avance de estas ideas, apoyan a los contrarrevolucionarios, los rusos blancos levantados en varias zonas del país.
En este contexto, una patrulla de avanzadilla, al estilo de los comandos, o de los saboteadores, se enfrenta a la primera línea del ejército blanco. De su huida y captura trata este libro. Del oficial blanco, lleno de dudas, lleno de remordimientos, abrumado por el horror y el terror que provoca su ejército, proviene el nombre original del cómic, también uno de los mayores alegatos, como en Senderos de gloria, de Kubrick, contra la obediencia debida. La lucha interior de este personaje, el teniente Orlov, no requiere de bocadillos, de textos, de explicaciones dirigidas. El lector ya ha visto los cuerpos desfigurados de campesinos alrededor de una dacha, ya ha visto el temor y el honor en los miembros de la patrulla acorralada, solo necesita de un duelo de miradas para saber, y conocer, qué piensa y siente el teniente blanco.
Para muchos, Guido Crepax es tan solo el creador de Valentina, el mito erótico del fumetto italiano. Y para muchos, el erotismo, el erotómano, son sinónimos de vileza, insultos que se usan ahora; al igual que comunista. Cuando se inició Valentina, el erotismo constituía una forma contestataria a las formas dominantes, una transgresión de una moral capitalista y opresora, una forma de recuperar la libertad perdida. Muchos de los que iniciaron este camino han sido tachados de machistas, aunque en ese dibujo, parte de la propia reivindicación de la libertad sexual, hubo una no desdeñable parte igualitaria, se defendía la libertad de la mujer para decidir sobre su sexualidad, y su imagen no era cosificada. En la reivindicación de la revolución rusa como fenómeno de rebelión y esperanza existe tal vez la misma ingenuidad. Lo que se reivindica en Rusia en llamas no es la malversación estalinista del espíritu revolucionario, sino la lucha por la propia libertad, la lucha del oprimido contra el opresor, el convencimiento de que una clase social unida, completa, puede alzarse contra el mundo y levantar su voz. Todos sabemos que el cómic erótico ha sufrido una degeneración brutal de tintes onanistas; todos sabemos que la voz de la Revolución de Octubre quedó acallada en la Lubianka.
El debate sobre lo que significa obedecer, sobre lo que es traición, sobre qué actos son nobles aunque desacaten los juramentos y promesas formulados, es uno de los temas de esta historia. Y Crepax lo personifica en la actuación del teniente Orlov y en la del miembro del comando, Osip. Ambos recorren caminos paralelos, ambos traicionan a sus compañeros, ambos mueren. Pero mientras la muerte de Osip tiene tintes de justicia poética, la de Orlov no deja de ser, aunque poética, poesía de la fatalidad.
Las imágenes de Rusia en llamas son poderosas, la languidez que caracteriza el dibujo de Crepax, sus caras, aparentemente no agraciadas pero llenas de poesía, la utilización de símbolos comunistas, su decantación, sin ningún género de dudas, por los bolcheviques, constituyen una obra maestra, capaz de convulsionar cualquier conciencia. Conciencia despierta, se entiende, a las opacas no las mueve nada.