SENDEROS DE GUERRA. EL CÓMIC COMO INSTRUMENTO DE DENUNCIA DE LA BARBARIE HUMANA
Cuadernos ucranianos y rusos. Vida y muerte bajo el régimen soviético es una obra que recopila los dos reportajes en forma de novela gráfica que realizó el autor italiano de orígenes rusos Igort, seudónimo de Igor Tuveri (1958). Como dice el mismo Igort en las primeras páginas, supone convertir la nube que era Ucrania en el firmamento soviético en un paisaje concreto en el espacio, y también, no lo olvidemos, en el tiempo, ya que las dos partes se sitúan en épocas diferentes aunque haya en ellas una serie de circunstancias comunes. Los dos periodos de tiempo son la hambruna en Ucrania, sobre todo, en el año 1932 y el asesinato de la periodista rusa Anna Politkóvskava en 2006. Las circunstancias comunes son las siguientes: las atrocidades cometidas por el ser humano, en este caso, los funcionarios y soldados rusos o los terroristas chechenos, la crueldad, la miseria, la lucha por la supervivencia en entornos terriblemente hostiles, el deseo de encontrar sentido en una vida que no ofrece salida alguna, los diferentes instrumentos de control que lleva a cabo el poder y las consecuencias a las que se enfrentan los que están sometidos al yugo de dicho poder. Es una obra de denuncia social y política, siendo, asimismo, de extraordinaria actualidad a causa de la guerra que ahora mismo está asolando Ucrania, una guerra en la que los contendientes son otra vez, como en la década de 1930, Ucrania y Rusia, países que vuelven a jugar los mismos papeles que entonces, el de víctima y verdugo.
Ambas partes se construyen en base a los testimonios que Igort recopiló mediante entrevistas que cuentan las historias personales de cuatro ucranianos, Serafima Andréyenevna, Nicolái Vasílievich, María Ivánovna, Nicolái Ivánovich, sin realizar ningún tipo de valoración subjetiva de los hechos que estos cuentan. Cuatro ucranianos anónimos, que son parte de la intrahistoria, a los que Igort da voz para designar los relatos de la gente que no permanece en el recuerdo oficial de los pueblos. Son, sencillamente, fragmentos de vidas que se van contando y registrando a lo largo de una serie de viñetas y páginas tremendamente pesimistas sobre la maldad y el dolor que los seres humanos pueden llegar a sufrir o provocar. Se trata, entonces, de un mero reportaje periodístico, de tono objetivo, en el que se recogen los testimonios, a menudo brutalmente dolorosos por desgarradores, de una serie de personas cuyo sufrimiento y miseria está causado por regímenes políticos totalitarios que hace tiempo han olvidado la importancia de las vidas humanas que dicen proteger. En contraste con estas historias personales, el autor enumera una serie de informes, absolutamente asépticos, de funcionarios rusos, para los que las muertes, expulsiones, separaciones, hambre, canibalismo, no son más que estadísticas con las que ir informando a Rusia de los avances que se van logrando. Las dos tramas se diferencian por un estilo gráfico y narrativo distinto, ya que, mientras las entrevistas se asemejan a un cómic clásico, también en la distribución de viñetas, Igort nos muestra los informes de una forma similar a un libro ilustrado donde las imágenes del hambre y miseria son en un blanco y negro tan sobrio y frío como el lenguaje que emplean los funcionarios, predominando aquí la palabra sobre la imagen.
Lo verdaderamente acertado es que, a través de estas breves escenas ancladas en un tiempo y lugar sumamente concretos, el autor logra resumir, de forma muy acertada, la historia de un país, Ucrania, sometido por otro, Rusia. A esto se añade otro elemento realmente actual: el de los bulos, con la aparición de un periodista americano, Walter Duranty, que dice que nada de lo que pasó en estos años en Ucrania se acerca a la realidad, es decir, un periodismo al servicio del poder, por lo que también se confronta esta forma de propaganda con una forma de información mucho más crítica e incisiva, como es el de la periodista asesinada en 2006.
En la segunda parte, Cuadernos rusos, la novela gráfica comienza, como señala Diego García Rouco en Zona Negativa, con el recuerdo del asesinato de la periodista Anna Politkóvskaya, «con la visita que el autor hizo al lugar de los hechos, para posteriormente abandonar cualquier protagonismo y centrarse en la vida e investigaciones de la periodista y las atrocidades cometidas durante la Guerra de Chechenia contra la población civil por ambos bandos». Es decir, otra vez la intrahistoria, alejada en muchísimas ocasiones de la verdad oficial y, como dice el mismo autor, prefabricada. Aquí también Igort entremezcla testimonios de los afectados por esos abusos (desapariciones, secuestros, torturas, asesinatos de civiles, saqueos, violaciones) que llegaban a la periodista con escenas de la vida de algunas de las personas que la conocieron o, en las últimas páginas, la misma Anna, que acaban creando un perfil acertado de la misma, el de una periodista en busca de la verdad aunque esta le cueste la vida, como, tristemente, acabó ocurriendo. Igort usa los mismos documentos, informes y partes médicos que empleó Anna Politkóvskaya para denunciar los excesos que Rusia cometió en la guerra de Chechenia y realiza una continuación de su trabajo, con lo cual la denuncia es doble: denuncia del asesinato de la periodista y de las atrocidades cometidas por Rusia en la guerra chechena. Son viñetas, tramas, que sirven para mostrar que hace tiempo que la búsqueda de la verdad se pude pagar de la forma más cruel en Rusia, un país en el que, en muchas ocasiones, la vida no vale nada, un país inmerso, indica el autor, en una “democradura”.
Una historia de denuncia en la que se señala la corrupción de los hombres de poder, entonces y ahora, hombres para los que conceptos como dictadura o democracia son meras palabras que se desdibujan a su antojo en un mundo de grises en que la única verdad es su voluntad, hombres que presentan y describen una moral difusa en la que militares asesinos sin escrúpulos son supuestos héroes, y los verdaderos héroes, capaces de evitar asesinatos de civiles, para dicho poder no son más que cobardes que merecen el peor de los castigos, como es el caso del teniente Bagreev. Un mundo de moral ambigua que se muestra también en la distancia que existe entre la palabra, que presenta una realidad idílica, y la imagen, que nos ofrece una realidad demoledora, donde los soldados son verdugos y a la vez víctimas de una situación social en la que no hay lugar alguno para la empatía o la compasión.
Una novela gráfica, en suma, intensa, durísima, repleta de imágenes dantescas, que se repiten hoy en día en los medios de comunicación, con la aparición de cadáveres de civiles en algunas de las ciudades de Ucrania, devastadas por las tropas rusas. Un cómic lleno de escenas y personajes que dibujan de forma esquemática una historia que se presenta de la forma más cruel y terrible en dos periodos históricos bien diferentes, y que cumple una de las premisas básicas del periodismo: dar a conocer la verdad, por dolorosa que resulte, por alejada que esté de la versión oficial de alguno de los bandos.