SERGIO ARAGONÉS, DIBUJANTE EN “LA CODORNIZ”
Esta es una historia de vuelta a los orígenes. Un relato de cómo el autor Sergio Aragonés llegó a colaborar durante los años sesenta en la legendaria revista española de humor satírico La Codorniz, mientras se encontraba de visita por nuestro país. Es un episodio que evoca, ante todo, el retorno de un exiliado cuya familia se había visto obligada a abandonar su país justo treinta años antes durante la Guerra Civil.
Conocido es ya el relato del nacimiento de Sergio Aragonés Domenech el 6 de septiembre de 1937 en la localidad de Sant Mateu, provincia de Castellón. Con tan solo unos meses de edad, se trasladó con su familia (que se había significado abiertamente a favor de la República) al sur de Francia huyendo de la conflagración en la península. Más tarde, en 1942, el niño Sergio acompañó a sus padres desde allí hasta México, D.F., en un barco, el NYASSA, fletado por la Junta de Auxilio a los Republicanos Españoles (JARE). En Ciudad de México Aragonés se crio manteniendo siempre unos vínculos permanentes con la comunidad de refugiados republicanos que se habían instalado en la capital azteca. Desafortunadamente, los nostálgicos padres de Sergio nunca volverían a España. En cambio, su hijo sí que lo hizo, cerrando el círculo que alejó a sus progenitores de la madre patria, a la que volvería Aragonés en busca de sus orígenes.
CONTACTO DE SERGIO ARAGONÉS CON LA CODORNIZ
¿Cómo llegó Sergio Aragonés a entrar en contacto con la redacción de La Codorniz, cuando no conocía de forma personal a ninguno de sus dibujantes? A decir verdad, Sergio Aragonés no mantenía amistad con ningún dibujante profesional español de la época, por lo cual su aspiración de colaborar en la conocida revista de humor era complicada. Sin embargo, el azar se alió con el autor procedente de la región valenciana. Una serie de circunstancias facilitaron el acceso de Aragonés a la afamada publicación. Éste ha sido un episodio desconocido hasta ahora. Nosotros lo narramos a continuación a partir del recuerdo de sus protagonistas.
Tras abandonar los estudios de arquitectura en la UNAM y decidir que quería perseguir su verdadera vocación de convertirse en humorista gráfico, Sergio viaja desde México a Nueva York en 1962. Tenía entonces unos veinticinco años de edad. Tras unos dubitativos comienzos en la gran manzana, Aragonés consiguió incorporarse al grupo de colaboradores de la revista MAD, la publicación de humor más conocida de los EEUU y uno de los magacines satíricos más señeros del siglo XX en Norteamérica.
Después de consolidarse como autor en MAD (y otras publicaciones de NY) durante unos cuatro o cinco años, Sergio decidió emprender un viaje de dos años por Europa: una especie de “Grand Tour” para conocer sus raíces. Sergio había ganado suficiente dinero como para vivir sin problemas económicos, y además podía seguir trabajando para MAD mientras viajaba, tal y como lo hacía desde su casa de la calle 83 del Upper West Side neoyorquino. Tan solo necesitaba hacer llegar por correo periódicamente sus chistes a tiempo al editor de la publicación estrella de EC Comics, Al Feldstein.
Así que el año 1966, Aragonés puso primero rumbo a España junto a la que era su esposa entonces, Lilio Chomette (una conocida esperantista estadounidense). El objetivo era conocer a su familia castellonense, viajar por su país natal (Sergio siempre se ha sentido español además de mexicano) y colaborar en publicaciones españolas al tiempo que cumplía mientras viajaba con sus deberes como dibujante en EEUU.
El bohemio caricaturista y dibujante Jack McDonagh y su novia, Paula, en Torremolinos en los años 1967-68 (cortesía de Arturo Pardos). |
Al principio su entrada en España había creado en Sergio cierto recelo. Entraba en un país aún gobernado por Francisco Franco, del que su familia se había visto obligada a escapar unas décadas antes por motivos ideológicos (su padre, Pascual, afiliado al PSOE y UGT, se mantuvo activo en política durante la Guerra Civil; su tío, Manolo, muy unido a Sergio, se convirtió en alcalde de Castellón en 1936). ¿Afectaría su estatus de refugiado político republicano de izquierdas a su estancia en España? Pronto comprendió Sergio que no. Así que se dedicó a viajar plácidamente, absorbiendo toda la cultura e información posible de aquel país donde había nacido y que tantas veces había imaginado antes.
Entre otros lugares, Aragonés paseó por el sur de España. A mediados de los años sesenta, la Costa del Sol malagueña se había hecho mundialmente famosa. Por Torremolinos, por ejemplo, pasaron en aquella época, Frank Sinatra, el escritor James A. Michener, John Lennon y muchos otros, en un lugar que se había convertido en punto de referencia de las contraculturas de la época. No es extraño que Sergio Aragonés desembocara en esta localidad. Fue allí también donde al parecer conoció a un pintoresco personaje que tiene mucho que ver con la historia que estamos contando: Jack McDonagh.
Jack McDonagh era un músico y dibujante estadounidense, nacido en Montreal, que, acorde con el espíritu liberal de aquellos tiempos y sus inclinaciones marcadamente bohemias, desembarcó en Torremolinos, procedente de San Miguel de Allende, México, a mediados de los sesenta. McDonagh tenía gran don de gentes. Tocaba el piano y cantaba. Y en muchas ocasiones se ganaba la vida haciendo caricaturas al instante. Así que McDonagh encajó muy bien en el ambiente alegre y despreocupado de Torremolinos, en el que muchos jóvenes disfrutaban día y noche de largas jornadas de fiesta.
Fue en esta localidad costera malagueña donde nos cuentan que Sergio Aragonés coincidió con Jack McDonagh. Tenían varios puntos en común: los dos eran de trato fácil y amigable, venían de EEUU y, sobre todo, eran dibujantes. Trabaron amistad casi de inmediato. Aragonés recuerda cómo McDonagh lo puso en contacto con publicaciones locales en las que pudo vender su trabajo[1]. Sin embargo, la consecuencia más trascendental de la relación entre ambos fue que el norteamericano proporcionó al español el conducto para que sus dibujos y chistes pudieran aparecer en La Codorniz.
Pero para llegar a este punto deberíamos retrotraernos un poco en el tiempo y trasladarnos a la ciudad de Madrid. En la capital de España residía en los sesenta otro joven, estudiante de arquitectura y cuatro años más joven que Sergio Aragonés, que había empezado a colaborar en la decana de la prensa humorística española. Su nombre, Arturo Pardos Batiste. “Arturo”, como firmaba en sus trabajos en La Codorniz, había empezado a dibujar vocacionalmente y obtenido ciertos éxitos artísticos en el campo del humor gráfico a temprana edad. En 1966 recibió, por ejemplo, el prestigioso premio Paleta Agromán al mejor chiste nacional. Éste era un galardón premiado con 50.000 pesetas de entonces y en cuyo jurado se encontraban aquel año personas como Mingote (el año anterior, 1965, se había hecho con el premio el dibujante Máximo; dos años después, en 1968, lo conseguiría Julio Cebrián; Chumy Chumez lo ganó en 1977).
Como joven veinteañero, Arturo también gozaba de salidas nocturnas por los alrededores de la plaza de Santa Ana, donde residía entonces (concretamente, en calle San Agustín). Fue en una de esas noches cuando Arturo conoció a Jack McDonagh en Las Cuevas de Sésamo, garito del que era asiduo, situado en la madrileña calle Príncipe. A decir de Arturo[2], McDonagh apareció una noche, se puso al piano y empezó a tocar y a cantar. Montó una especie de show que le valió para conseguir “cervezas gratis toda la noche”. Arturo y Jack, ambos dibujantes, congeniaron y trabaron amistad.
Un joven Arturo Pardos gana la prestigiosa Paleta Agroman 1966 (cortesía de Arturo Pardos). |
Así que cuando Sergio Aragonés decidió visitar Madrid en 1967 ya llevaba el contacto de Arturo anotado. Se lo había suministrado Jack McDonagh (al que ambos perdieron después la pista). Cuando llegó a la capital, Aragonés fue en busca de Arturo y le presentó sus credenciales: era dibujante de MAD y le encantaría poder publicar en La Codorniz. Los dos empezaron a verse entonces con cierta frecuencia. Coincidían también en otros puntos: por ejemplo, ambos habían iniciado la carrera de arquitectura. Solían quedar en la conocida Cervecería Alemana de la plaza de Santa Ana. Aragonés cuenta que incluso fue a la boda de Arturo con su novia francesa, Stéphane. Arturo, a su vez, recuerda la siguiente anécdota: «Stéphane y yo nos íbamos a casar en breve, y Sergio accedió a “avalarnos” [trámite requerido, entonces] como personas de bien ante el párroco de la iglesia de Saint Louis des Français de Madrid [hoy, desaparecida]. Juró Sergio que nos conocía de “toda la vida” (hacía tres días que nos conocíamos) y que éramos unas personas irreprochables. Aquel trámite le bastó a Monsieur le Curé, y accedió a casarnos»” (Pardos Batiste, 2022a).
Hicieron bastantes cosas juntos. Dibujaron con rotuladores sobre anuncios escritos por el centro de Madrid, bebieron cerveza, visitaron familiares... «Uno de los mayores deseos de Sergio era comer ostras gallegas, de la cuales había oído contar maravillas a su padre en México. Compramos un porrón de ostras en Las Coruñesas y nos las llevamos Stéphane y yo a casa de mis padres. Ahí las compartimos con Sergio» (Pardos Batiste, 2022a).
Portada dibujada por Arturo en La Codorniz 1318 (II-1967). |
Obviamente, Sergio seguía trabajando y enviando sus dibujos a MAD. Según Arturo, recogía pagas periódicas por American Express en la calle Marqués de Cubas. Un buen día Arturo Pardos llevó a Sergio a las oficinas de La Codorniz, que se localizaban por aquel entonces en el edificio de la Asociación de la Prensa de la plaza del Callao, 4. Los compañeros de la publicación satírica (Fernando Perdiguero, Máximo, etc.) quedaron boquiabiertos cuando Arturo les explicó que el colega alto y con acento mexicano que iba con él era Sergio Aragonés, ¡colaborador de MAD Magazine, la revista de humor más importante del mundo! El director de La Codorniz, Álvaro de Laiglesia, lo recibió encantado. Ambos acordaron que Aragonés publicaría algunos chistes en un próximo número.
Como nota curiosa, la visita de Aragonés a La Codorniz también reportó ciertos beneficios económicos colaterales a Arturo:
Creo recordar que fue Pablo San José (el gran ‘Pablo’, de la serie La oficina siniestra) quien le preguntó a Sergio cuánto le pagaba MAD por cada chiste. Cuando Sergio dijo la cantidad, casi se desmayaron todos, Álvaro incluido. Estamos en 1967 y La Codorniz nos pagaba 60 pesetas por chiste (una miseria, pero seríamos “inmortales”, como nos lo aseguraba Álvaro). Un dólar americano equivalía a 60 pesetas. Sergio dijo, de la manera más natural del mundo, que cada dibujo se lo pagaban a 1.000 dólares. Por la expresión de pasmo profundo de los grandes del humor español, colegí que acababan de hacer mentalmente la multiplicación: 60 x 1.000 = 60.000 pesetas. Desde el mes siguiente, y no recuerdo la razón aducida, se nos pagaron los dibujos a 150 pesetas la unidad (Pardos Batiste, 2022a).
Aragonés pudo inspirarse en la foto de un desconocido pueblo andaluz para componer el dibujo anterior. En la foto, la localidad de Olvera, Cádiz. |
A partir de ahí el contacto de Arturo con Sergio Aragonés se fue desvaneciendo con el paso del tiempo. No obstante, esta relación le sirvió al artista madrileño para hacer un intento de contacto directo con la revista MAD, que, de haber fructificado, habría supuesto la incorporación de Arturo a la publicación estadounidense y, probablemente, su consagración internacional como autor de humor gráfico: «Tres años después [de 1967] fui a Nueva York, y Sergio (él estaba de viaje por otro continente) me dijo de ir a MAD para hablar con el art editor de su parte. Me recibió el jefe como si yo fuera un enviado de Dios y se interesó mucho por los dibujos míos que le enseñé. Los miró con suma atención, se rio en cada uno de ellos pero…» (Pardos Batiste, 2022a). A posteriori, Arturo se dio cuenta que habían estado viendo sus trabajos ¡al revés! Se despidieron de él amablemente dejándole ver que no les interesaba su trabajo.
Esta última anécdota muestra el grado de dificultad que suponía entrar en el estrecho círculo de colaboradores de MAD en los sesenta/setenta. Y ayuda a valorar en su justa medida el mérito de Aragonés de haber sido uno de los pocos artistas en haberlo conseguido.
COLABORACIÓN DE SERGIO ARAGONÉS EN LA CODORNIZ
¿Por qué tenía tanto interés Sergio Aragonés en publicar en La Codorniz? No se trataba, claro, de una cuestión monetaria. El artista recibía un cuantioso salario por sus trabajos para la revista MAD, que por aquel entonces estaba en los momentos de máximo esplendor de su trayectoria, con ventas de millones de ejemplares en Estados Unidos.
Portada y contraportada del número 1.352 de La Codorniz en el que Sergio Aragonés colaboró en octubre de 1967. La revista se vendía a 10 pesetas. |
Se puede decir que en este caso confluían varios motivos. En primer lugar, las principales fuentes de inspiración del humor de Sergio Aragonés son europeas (francesas, españolas…). Aragonés se planteó su estancia en Europa no solo como un viaje de placer, sino que también quería aprovechar para reencontrarse con esa tradición europea del cómic, contactar con colegas del Viejo Continente y trabajar en las principales revistas de allí[3]. Por otra parte, La Codorniz se conocía bien en la comunidad de españoles exiliados en México (a la que pertenecía Sergio Aragonés), entre los que tenía cierto prestigio. Gozaba de la pátina de ser de las pocas publicaciones que se atrevían a empezar a realizar una denuncia social más o menos abierta en la España de Franco (algo que fue a más a partir de 1966 gracias a la Ley de Prensa, impulsada por Fraga, y los deseos de transición de la sociedad española en los setenta)[4]. En algunos sectores, La Codorniz se había incluso ganado la fama algo exagerada de ser una publicación “crítica” o hasta de oposición (incluso se creó la leyenda urbana de ser una revista “perseguida”)[5].
Para Aragonés era un placer y un honor publicar en la revista de humor más prestigiosa de España. Y más con esa vertiente satírica, que era además, en definitiva, la que imperaba en la revista estadounidense donde publicaba Sergio entonces, MAD Magazine.
Pero había un motivo personal aún más importante. Arturo Pardos insiste en que por aquel entonces Sergio Aragonés le contaba que tenía muchos deseos de mostrarle a su padre que había publicado en La Codorniz. El padre del autor hispano-mexicano, Pascual Aragonés Cucala, también originario de la provincia de Castellón, se había convertido en México en un importante productor cinematográfico. Y había sufrido una gran decepción cuando su hijo decidió abandonar sus estudios de arquitectura para convertirse en un dibujante profesional, una ocupación que consideraba no tenía gran reputación o porvenir.[6] ¿Qué mejor sorpresa podía Sergio ofrecerle a su padre que mostrarle chistes suyos incluidos en la revista de humor de moda en España? Aún más en una publicación que hacía las delicias de sus colegas republicanos exiliados en México.
Álvaro de Laiglesia, director de La Codorniz, en una foto publicada en los años sesenta. |
El caso es que Álvaro de Laiglesia convino con Sergio Aragonés que los chistes de este aparecerían en un número extraordinario de La Codorniz que estaban preparando. A partir del furor que estaba causando la minifalda en España en la década de los sesenta, los directivos de la revista decidieron lanzar un especial cuyas colaboraciones humorísticas giraran en torno al concepto “mini”: desde los “minis-terios” a los “mini-coches” (recordemos que fue la época de la entronización del seiscientos entre los españoles de clase media), los “minisueldos” o incluso los “minifundios” versus los “latifundios”[7].
Páginas 2 y 3 del número 1.352 de La Codorniz. En la página 2, abajo a la izquierda, se incluye la primera colaboración de Sergio Aragonés en la cabecera. |
Así pues, Aragonés publica en 1967 en una revista que no solamente está cosechando gran éxito de ventas, sino que se trata de un medio cuyas páginas reflejan los cambios manifiestos que se están produciendo en la sociedad de nuestro país. Nos referimos a la “España yeyé”, que registra un moderno “boom turístico” y que se está empezando a desarrollar económicamente. Las costumbres de los españoles están empezando a cambiar, como indica la aparición de la minifalda como moda en una sociedad todavía regentada por la iglesia católica como rectora de normas éticas.
Al mismo tiempo, la clase media española aún está sometida a una serie de restricciones económicas y sociales de las que es consciente y que son denunciadas de manera humorística en las páginas de este número “Mini-Extraordinario”. Se ironiza, por ejemplo, sobre los “mini-pisos” en los que muchos ciudadanos se ven obligados a vivir, o se habla de la “mini-televisión” (en la que no termina de llegar la tercera cadena, o “Tercer Programa”, como se decía entonces). También se reflexiona sobre los precarios “mini-sueldos” de millones de españoles. O incluso se trata de pasada asuntos más peliagudos como la naciente “mini-libertad” (“Por algo se empieza”, se dice en la contraportada de este número).
Este es el país con el que se encuentra y al que se incorpora Aragonés temporalmente en su visita. Y es en una esquina de la página dos de este número 1.352 de La Codorniz del 15 de octubre de 1967 donde aparece su primer chiste. Este primer trabajo muestra una joven muy sesentera que aprovecha la pantalla de una lámpara de pie de su casa para calzarse una minifalda. La chica observa, coqueta y sonriente, qué bien le queda la nueva prenda en un alto espejo (el chiste puede presentar los dos aspectos apuntados arriba: los deseos de cambio social en la moda y la precariedad de los sueldos).
Primer chiste de Sergio Aragonés publicado en La Codorniz. |
El dibujo está precisamente rodeado de los textos de una sección clásica de la publicación humorística, “Crítica de la vida”, en la que se denuncian o alaban aspectos de la sociedad, cultura o administraciones de la época. La viñeta de Aragonés se sitúa junto a otra de Serafín Rojo, notable autor de La Codorniz, que se hizo famoso, entre otras cosas, por sus caricaturas de voluptuosas marquesas amantes del vino. En la página siguiente (3) hay chistes del conocido Chumy Chumez, que todavía publicaba en la revista antes de convertirse en el impulsor de Hermano Lobo, a partir de 1972.
Aragonés no cambia para La Codorniz el registro que estaba usando en MAD. Este chiste sobre la minifalda, junto con los dos que comentamos a continuación, podrían perfectamente formar parte de un conjunto de gags de la sección “A Mad Look At…” [“Mini-Skirts”, sería en este caso] que Sergio comenzó a dibujar de manera periódica en la revista estadounidense (aunque, obviamente, por razones históricas el impacto socio-cultural que significó la aparición de la minifalda en España fue diferente al que causó en EEUU). Por lo demás, Aragonés se mantiene fiel al humor sin palabras, blanco, y apolítico que siempre le ha sido característico, con un dibujo de caricatura sencillo pero efectivo.
Los otros dos chistes que Sergio Aragonés publica en este número de La Codorniz se encuentran en la página 20, cerca del final de la revista de 24 páginas. Estos dos chistes están situados también en los márgenes, alrededor de un texto del escritor italiano, Pitigrilli, titulado “Las mágicas tonterías”, que en realidad no tiene que ver con el tema central del número "mini extraordinario" de La Codorniz. Pitigrilli, cuyo nombre real era Dino Segre (1893-1975), fue autor de novelas como Cocaina, y uno de los autores extranjeros que esta publicación incorporó a su lista de colaboradores. Quizá el que mejor recuerdo dejó. Sus artículos solían ocupar una de las páginas finales de cada Codorniz.
Páginas 20 y 21 del número 1.352 de La Codorniz. En la p. 20 aparecen dos chistes de Sergio Aragonés: en las esquinas de la derecha, arriba y abajo. |
En torno al artículo escrito de Pitigrilli, además de las creaciones de Aragonés, hay otros chistes sin palabras de autores que no frecuentaban tan regularmente las páginas de la publicación de humor madrileña. Son cuatro viñetas del polifacético autor y humorista gráfico sevillano José Antonio Garmendia, quien enlaza el “leitmotiv” de la minifalda con castizas imágenes españolas. Y un dibujo de Strüwer, en el que un ratón parece aconsejar a un león mucho más voluminoso que él que se alise la melena al estilo del cabello moreno de un hombre europeo. Sobre estos autores que no tuvieron tanto protagonismo constante en La Codorniz bien podrían también realizarse estudios académicos de su trayectoria en la revista.
Entre los dos dibujos de Aragonés que se muestran en la página, sí figura en una columna vertical un minimalista “Mini-Diálogo” de un autor clásico de la revista durante los años sesenta, PGarcía, humorista valenciano hoy día bastante olvidado, que, entre otras cosas, ayudó a refundar la Academia de Humor a finales de los ochenta.
Más conocidos son los dibujantes y autores que acompañan a Sergio Aragonés en la página siguiente. Allí se pueden contemplar características imágenes de un joven de entonces veinticinco años, Antonio Fraguas “Forges”, que había comenzado su carrera como humorista tan solo tres años antes en el diario Pueblo (de la mano de Jesús Hermida).
Los chistes de Forges arropan, a su vez, un texto central de Ángel Palomino, titulado “La miniguerra”, que recuerda de manera crítica la actuación israelí en la por aquel entonces muy reciente Guerra de los Seis Días, de junio de 1967. Ángel Palomino había entrado a colaborar en La Codorniz en 1947 y continuó escribiendo para esta publicación durante más de treinta años (en ocasiones con el seudónimo “Ulises”). A su vez, fue un novelista de gran éxito en la España de los setenta, con libros como Madrid, Costa Fleming (1973) y Torremolinos Gran Hotel, con el que obtuvo el Premio Nacional de Literatura en 1971.
El último tercio de la página 21 lo ocupa otra sección típica de La Codorniz, el pasatiempo “El Damero Maldito”, confeccionado periódicamente por la multifacética Conchita Montes. Esta abogada, actriz de teatro y cine, presentadora de televisión y pareja de Edgar Neville se convirtió también, con estos juegos, en una de las pocas mujeres que colaboraron en la “revista decana” del humor española.
Es decir, el joven Aragonés, que acababa de aterrizar en España, ve incluidas sus viñetas en la revista satírica más famosa de entonces, codo con codo con nombres legendarios de la escena cultural del país como los de Forges, Ángel Palomino y Conchita Montes.
Los dos últimos chistes de Aragonés en La Codorniz. |
Los dos últimos chistes incluidos en la página 20 de este número de La Codorniz muestran a un escocés poniéndose a la moda y recortando con tijeras su folclórica falda kilt y a una modista pidiéndole a un operario que sierre la parte inferior del tronco de un maniquí para que así pueda ser utilizable para probar sus nuevos modelos de minifalda.
Estos dibujos, realizados con el habitual trazo sencillo y resolutivo de Aragonés, completan el trío de chistes con los que el autor de origen español consiguió trabajar para la revista de humor española más legendaria del siglo XX en nuestro país[8].
En definitiva, Sergio Aragonés lo había conseguido.
Publicó sólo un puñado de chistes en un número de La Codorniz en 1967. Curiosamente estaban distribuidos en los márgenes de las páginas. Pero así como el género de los “marginals” que Aragonés había introducido en MAD Magazine terminó convirtiéndose en un elemento central de esta publicación, la inclusión del trabajo de Sergio Aragonés en la célebre revista española en los sesenta guardaba un significado histórico y familiar mucho más profundo.
El hijo de un republicano exiliado obligado a abandonar su tierra durante la Guerra Civil española y a comenzar una nueva vida en México había vuelto a los orígenes. Y lo había hecho después de triunfar en Nueva York, EEUU, para publicar en una revista que, no olvidemos, a pesar de su carácter crítico y alternativo en los sesenta y setenta, había sido fundada e impulsada por humoristas del bando nacionalista sublevado, como Miguel Mihura o Tono. Se cerraba el círculo. Sergio, el hijo de Pascual Aragonés, regresaba triunfante para colaborar en una publicación creada por los vencedores de la Guerra Civil[9].
Después de su visita a España, Sergio continuó su viaje por tierras francesas y alemanas y volvió después a Estados Unidos en 1968 para seguir cosechando éxitos durante décadas y convertirse finalmente, entre otras cosas, en el único autor de cómics español en conseguir un Premio Reuben (1996) o en ingresar en el prestigioso Will Eisner Hall of Fame (2002).
BIBLIOGRAFÍA
ARAGONÉS, Sergio (2022): Entrevista personal con el autor del artículo, realizada telefónicamente el 8 de julio de 2022.
DE AZÚA, Félix (2012): “La Codorniz, según Félix de Azúa”. El País, 27-I-2012. Disponible en elpais.com/cultura/2012/01/26/actualidad/1327610303_655739.html. Consultado 18-VII-2022.
LLERA, José Antonio (2003): El humor verbal y visual de “La Codorniz”. Madrid, CSIC, 2003.
PARDOS BATISTE, Arturo (2022a): Conversación con el autor del artículo en Facebook, 10-VI-2022.
PARDOS BATISTE, Arturo (2022b): Entrevista personal con el autor del artículo por vía telefónica, realizada el 11-VII-2022.
PRIETO, Melquíades y MOREIRO, Julián (1998): La Codorniz: Antología 1941-1978. Madrid, EDAF, 1998.
REIDELBACH, Maria (1991): Completely Mad. Boston, Little, Brown and Company, 1991.
NOTAS
[1] Información recogida por el autor de este artículo (Aragonés, 2022). Una parte importante de los datos que figuran en la primera sección de este texto proceden de los recuerdos de Aragonés y otras personas que conocieron personalmente a Jack McDonagh y pasaron durante los años sesenta por Torremolinos o Madrid.
[2] (Pardos Batiste, 2022b).
[3] Tras pasar por España y trabajar, entre otras publicaciones, en La Codorniz, Aragonés pasó a Francia, contactó con Goscinny (que hablaba un español perfecto debido a que se crio en Argentina), y colaboró en Pilote, revista fundada por el autor francés junto a otros artistas.
[4] El 5 de diciembre de 1965, La Codorniz se atrevió a sacar una portada con la imagen de Fraga. Era la primera caricatura del franquismo de un político en ejercicio. La portada del 27 de octubre de 1968 reproduce la mesa del Consejo de Ministros… sin Franco.
[5] Se le llegaron a atribuir incluso textos falsos, como el de la conocida frase: “Reina en España un fresco general procedente de Galicia que tiende a dominar toda la Península”.
[6] Según nos ha contado el propio Sergio Aragonés, su padre ejerció labores de producción en el mediometraje de Luis Buñuel Simón del desierto. Este film se estrenó en 1965, cuando Aragonés ya llevaba unos años trabajando para MAD y empezaba a ser conocido por el público. No hemos podido encontrar documentación que demuestre la vinculación de Pascual Aragonés con la película del director de Calanda, pero tampoco dudamos de la palabra de Sergio. El caso es que, según el dibujante, cuando su padre, Pascual, se reunió con Luis Buñuel para hablar de Simón del desierto, Buñuel le preguntó: “Oiga, ¿tiene usted algo que ver con el autor de chistes de humor?”. A partir de ahí, según Sergio, su padre empezó a respetar más la labor que estaba desarrollando como humorista gráfico…
[7] «Durante los años sesenta, el lanzamiento de números extraordinarios [de La Codorniz] se revela como un interesante modo de aumentar las ventas: tienen más páginas, incluyen cuatricromía y se dedican a asuntos llamativos, que deben crear expectativas en un público deseoso de emociones fuertes. Cada año se publican cinco o seis extraordinarios […], que, a medida que avance la década, se dedicarán a temas más sugestivos: la inmoralidad, la vida sexual, la crítica municipal, la píldora… Buena prueba de su éxito comercial está en el hecho de que las tiradas alcanzan los 115.000 ejemplares en mayo de 1964 (extra sobre “La democracia”), 195.000 en febrero de 1966 (extra sobre “Los problemas de la juventud”) y 205.000 en octubre de 1968 (número dedicado al “Gobierno”), según informa la propia revista en sus portadas» (Prieto y Moreiro, 1998: 31).
[8] El escritor Félix de Azúa rinde homenaje a La Codorniz en un artículo que escribió en 2012, año en el que el Museo de la Ciudad de Madrid organizó una exhibición sobre la revista: «Muchos lectores pensarán que exagero, pero yo diría que los dos fenómenos periodísticos del inacabable periodo franquista fueron: en sus inicios, La Codorniz, y en su acabamiento, El País. Ambos tienen más de una raíz común» (De Azúa, 2012).
[9] Miguel Mihura dirigió durante la contienda civil la revista de humor franquista La Ametralladora, en la que colaboró activamente Tono (de hecho, el nombre de La Codorniz fue adoptado por Mihura en contraposición al nombre bélico, La Ametralladora, ya que tras la Guerra Civil, buscaba un título de cabecera que evocara “inocencia y buena intención”). Incluso Álvaro de Laiglesia cesó en su puesto de redactor jefe de La Codorniz en 1942 para alistarse en la División Azul.