Autorretratos de Debbie Drechsler y Phoebe Gloeckner.
Debbie Drechsler (1953) y Phoebe Gloeckner (1960) son herederas de la estética underground de la Costa Oeste de los años sesenta-setenta, de la época de la liberación sexual, de los comix de Crumb y Aline Kominsky, de Trina Robbins y de Diane Noomin, y de revistas como Zap o Wimmen’s Comix (1970-1977), en la que Gloeckner comenzó a publicar. En sus trabajos no hay escenas eróticas complacientes ni cuerpos femeninos que fomenten la escopofilia o las miradas de voyeur.
Phoebe Gloeckner, A child’s life, Vida de una niña, La Cúpula, 2005, p. 75. Minnie y las muñecas. Phoebe Gloeckner, Vida de una niña, La Cúpula, 2005, p. 17.
Hay sexo explícito, ni erótico ni pornográfico, ni servicial, ni seductor, ni necesariamente placentero, ni pretendidamente obsceno, ob-caenum, esto es ofensivo, pero sí abiertamente impúdico u ob-scenus, mostrando aquello que no se suele representar en la escena.
Hay cuerpos desnudos, con miembros exagerados, expresionistas, o mostrados con un estilo naturalista, casi quirúrgico, observados en detalle con atenta curiosidad, como en los dibujos de anatomía de Gloeckner. Estas autoras abordan, en sus cómics de los años noventa, una sexualidad en construcción en un momento de tránsito, de metamorfosis existencial, en ocasiones sentida como una experiencia traumática. Ambas perfilan, en autoficciones o ficciones biográficas, sus frustraciones de infancia y de adolescencia, y gritan y dibujan las violencias calladas que sufrieron en el ámbito familiar, por la acción de sus padres o padrastros y la inoperancia de sus madres, que se proyectaban en ellas. Las dos crean personajes femeninos protagonistas que funcionan como alter ego; en el caso de Drechsler, se trata de Lily, y en el de Gloeckner, de Minnie. Personajes perdidos en el limbo del hogar, que no se sienten protegidos ni amados y que, por su condición femenina, sienten que desde la infancia han sido tratadas como mujeres en miniatura, como muñecas sexuadas.
El fardo de ese peso sexual es considerado negativo por los adultos que las rodean, especialmente por las madres, que se muestran indiferentes, celosas y ausentes. Madres sacralizadas e hijas estigmatizadas porque son depositarias de una carga erótica no controlada. Ellas parecen heredar los pecados de sus madres, podrían ser la Dolores Haze de Nabokov en potencia, y se desvelan como víctimas de la apatía e indiferencia social del microcosmos de la casa y el colegio, del barrio o de las calles.
Portada de Daddy’s Girl, de Debbie Drechsler. Phoebe Gloeckner en foto y en dibujo.
Se trata, en los dos tipos de publicaciones, ya sean los diarios o las antologías de historietas breves, de “relatos de familia” que podrían ser objeto de estudio de la “psicogenealogía”. Retazos o fragmentos de sus historias en los que ellas se interrogan sobre la peliaguda cuestión de las relaciones humanas, bien en un tono confesional o bien, y ésta es su originalidad, haciendo uso de la expresión de lo cotidiano y de los diálogos significativos y anodinos de sus personajes, marcando o diluyendo a placer la frontera entre lo normal y lo anormal, y especialmente en lo que a materia sexual se refiere.
Un deuil blanc (1987). Lámina en la que Montellier denuncia la mirada incómoda y acusadora de la gente de un autobús que no reacciona ante uno de los ataques de su madre. |
My New York diary, de Julie Doucet. |
“Be sure to wear flowers in your hair”... así llegó Phoebe Gloeckner a San Francisco a los doce años desde Filadelfia –Debbie Drechsler se mudó a Santa Rosa, California, siendo originaria de Illinois–. Viaje iniciático de la Costa Este a la Costa Oeste por la Route 66 hacia la mítica San Francisco, la cuna del underground a partir de 1966. La ciudad soñada del flower power, el paraíso hippy del amor libre y de la droga, de la prostitución en Polk Street, del movimiento activista gay en Castro, y de la oposición a la intervención armada en Vietnam... Ellas son deudoras de ese contexto, de ese escenario provocador, especialmente en lo que a reivindicación de libertad sexual se refiere, frente a las costumbres culturales y los principios morales tradicionales de la sociedad de clase media, pequeñoburguesa, norteamericana. Droga y sexo, música de Queen, de Bowie y de Janis Joplin, escatología y denuncia política… Todo ello bajo la sombra de la producción autobiográfica de Robert Crumb, de sus obsesiones y sus mujeres de protuberantes glúteos.
Plancha de The Bunch. Dibujo de Aline Kominsky-Crumb
Citas de Phoebe Gloeckner, extraídas de su Diario de una adolescente:
–Tenemos todos los números nuevos cuando salen. Mierda, he conocido a la mitad de los dibujantes de este libro... con los años, todos han pasado por aquí.–¿En serio? ¿Aline Kominsky?–¿Kominsky... te refieres a The Bunch? Claro que la he conocido. Es una tía muy legal. Bueno, ya sabes, todos esos dibujantes viven en San Francisco en algún momento... ¡Es la capital del cómic underground de los Estados Unidos![...]¡Ya tengo cuatro números de Zap! y un par de números de Wimmin’s Comix y Cheech Wizard, que lo odio (p. 87).(…) Artista favorito: R. Crumb o Hieronimus Bosch o Aline Kominsky (The Bunch) o Diane Noomin (Didi Glitz) o Justin Green (Binky Brown) o Van Eyck o Pedro Pablo Rubens (...) (p. 122).
Su primera historieta se publicó en 1992, en la revista que editaba Drawn and Quaterly. Allí sí hubo pacto autobiográfico, pues el nombre de la heroína coincidía con el de la autora. Diez años más tarde publicaba su segunda obra, una novela gráfica titulada The Summer of Love (2002), dedicada a las verdes experiencias de la adolescencia y al mundo recóndito de una Lily en pubertad.
Ilustraciones naturalistas de pájaros y vegetales, y composición con las tarjetas de Debbie Drechsler.
La obra que le dio a conocer, Daddy’s Girl o La muñequita de papá, es un compendio de historietas breves, de pocas páginas y en blanco y negro. En la edición de La Cúpula las cubiertas son en color; en la portada vemos la imagen de una niña leyendo en la cama con un gato enroscado a sus pies. Esta escena hogareña, íntima, de colores amarillos y anaranjados, se trunca por el oblicuo de la mirada de reojo que la niña dirige a la puerta de su habitación, que se abre y descubre en la penumbra la figura en pijama de un hombre fumando dispuesto a entrar, con un pie dentro y otro fuera. El contraste de colores, cálidos en el interior de la habitación, y fríos, de oscuridad azulada, en el pasillo, marcan desde el inicio la desazón. En la contraportada, el gato se pasea indolente por el pasillo azul. Con un formato cuadrado, subrayado por planchas que se estructuran a menudo en cuatro viñetas, Debbie Drechsler hace contrastar los tamaños de las figuras del adulto, del padre, y de la niña. Los rasgos se exageran en un dibujo no realista, expresionista, de trazos nerviosos, muy rayados, a plumilla, en el que se imita, como en el rotulado , un cierto estilo infantil. El inicio in media res es abrupto y violento. De una violencia que sería insostenible en otro medio visual que no fuera el cómic (como se señaló en el artículo de Tebeosfera[3] dedicado a este cómic).
El primer relato, “Visitors in the nigth”, marca el tono fuerte de los siguientes. La habitación de Lily y su hermana Pearl, que debería transmitir seguridad, se convierte en una especie de trampa oscura, y en la segunda lámina vemos cómo el padre se cuela, muestra el pene erecto a su hija y lo introduce en su boca. El sexo aquí es un acto de violación en un entorno que contrasta por su aparente tranquilidad. Se debe leer entre líneas y descifrar las pistas, a través de coloquios insulsos, pues todo se puede deducir por los gestos, por los ojos desorbitados, que resultan ser más elocuentes. Lily, a su vez, ejercerá su rabia, su violencia contenida, contra su hermana pequeña, Pearl. Rasgo que caracteriza también a Minnie, el personaje principal de Phoebe Gloeckner, que no deja de agredir a su hermana pequeña, Gretel, en una especie de mise en abyme del maltrato. La niña se refugia de esas experiencias traumáticas en la comida, en engullir sola, a escondidas, galletas en la cocina para quitarse el sabor del semen de la boca. E intenta crear a su alrededor una muralla de defensa, gracias a un mundo imaginario en el que habitan fantasmas protectores con los que se comunica. Como la niña de Chantal Montellier en Un deuil blanc, se refugia, en el dibujo final, en la lectura, en el libro abierto del que surgen miles de personajes de cuento que la rodean como una aureola. Debbie Drechsler, La muñequita de papá, La Cúpula, 2004, p. 12.
No hay erotismo ni excitación en los dibujos de Drechsler, sólo hay denuncia contundente, sin discursos vacuos, a través de la imagen. La niña vive esa situación anormal con dolor, ante el silencio y el desinterés de una madre que parece no estar al corriente de nada, pero ella se esfuerza en que esa situación compleja entre dentro de los parámetros de la normalidad. Portada de Daddy’s Girl en la que Lily engulle las galletas del señor búho en la oscuridad de la cocina.
Debbie Drechsler, La muñequita de papá, La Cúpula, 2004, pp. 21-22.
Otro procedimiento es el de la repetición de imágenes tópicas o estereotipadas que encierran una crítica latente a la incomprensión y a la división entre el mundo de los adultos y el de los niños en el seno mismo de la familia. Resulta como el juego de buscar las diferencias entre dos dibujos casi idénticos; así, tenemos la reiteración de viñetas con dibujos de todos en torno a la mesa, el padre y la madre enfrentados, o bien en el interior del coche, con los padres delante y las tres niñas detrás, señalando gráficamente dos planos distintos. Debbie Drechsler, La muñequita de papá, La Cúpula, 2004, p. 27 y 41.
En “The big news” (1992) se pone de manifiesto la mala relación de los padres, el carácter itinerante de la familia y el desequilibrio emocional que se palpa cuando, por ejemplo, Pearl borra su imagen de las fotos del álbum familiar. La madre de Lily se burla de sus primeros amores, y ella reacciona cambiando las galletas por la ingesta descontrolada de cheetos. La deglución compulsiva, así como la saturación gráfica y el horror vacui de las viñetas, parecen indicar la necesidad de un exceso que borre o camufle un defecto. En “Daddy Knows Best” (1992), el padre irrumpe de nuevo en su espacio y la sorprende desnuda en la ducha.
«Estaba a mi rollo cuando de pronto papá vino a joder. Actuó como si fuera un accidente, pero yo sabía que no lo era. Dijo que iba a contarle a mamá lo mucho que yo coqueteaba con él si no le dejaba mirar» (p. 41). El adulto es el que agrede, el que fuerza, pero consigue hacerle sentirse culpable a ella, le llama “guarra” y le dice que la culpa de que él actúe así es de ella. Por ello, Lily está siempre de mal humor, lo paga con sus hermanas, y rechaza su feminidad, no quiere vestirse como una chica ni mostrar su cuerpo. Y todas esas señales o reacciones son incomprendidas por su madre. «Si supiera lo de papá conmigo». «¿Y si lo supiera y fuera ésa la razón por la que siempre está tan enfadada conmigo?» (p. 45). Cuando llega a la adolescencia empieza una relación con un chico, en “Drummer boy”, pero en cuanto descubre su mirada de deseo ella le deja porque le da asco. Las situaciones embarazosas no dejan de sucederse, como cuando se queda a solas con su padre, en “Too late” (1993). «Recuerdo que juré no volver a quedarme sola en ningún sitio estando mi padre en casa» (p. 59). Lily llega a pensar en el suicidio como solución, como la Minnie de Gloeckner, porque tiene miedo de pertenecer siempre a su padre, «Vamos, Lily, ven con papá» (p. 64), pero no quiere hacer sufrir a su madre, y sobre todo no quiere que se entere de lo suyo con su padre. Lily adquiere en su infancia, por culpa del descubrimiento de una sexualidad extraña o desvirtuada, la conciencia de ser diferente, de ser rara, de no ser normal. Por eso se hará amiga de Claudia, una chica tímida e inteligente de su colegio con la que Lily se pregunta cómo sería ser raro sin tratar de ocultarlo. La manera de superar esa desagradable iniciación al sexo, dentro de casa, es refugiándose en sus dotes de dibujante.
Portadas de Verano de amor y Nowhere, de Drechler. | |
La cuestión omnipresente de la “normalidad” respecto a la sexualidad ligada a la construcción identitaria se dibuja de nuevo en Summer of Love (Drawn & Quarterly, 2002).
Como si se tratara de un cuaderno escolar o un diario, en formato libro y en un estilo más depurado, bicolor verde y marrón, con un dibujo más sencillo, vemos en la cubierta la figura central de una adolescente, Lily de nuevo, y en la contraportada encontramos a la misma chica, de espaldas, besada por un chico en un bosque. Ese topos simbólico está presente como un personaje más en los tres primeros capítulos; es el lugar del largo y cálido verano, del esplendor en la hierba. «En la adolescencia siempre es verano, aunque a veces por dentro haga frío», dice Drechsler, y en el cuarto y quinto capítulos, como los actos de una tragedia clásica, llega el otoño, la vuelta al instituto y a los problemas de la aceptación de los demás, sin llegar a convertirse en la Carrie de Stephen King –recordemos Black Hole (1995), de Charles Burns (Agujero Negro, La Cúpula, 2001), o I never liked you (1994), de Chester Brown (Nunca me has gustado, Astiberri 2007)–. Ya en “Sixteen” la autora cambiaba de personaje protagonista y presentaba a una chica de dieciséis años que llegaba a un instituto nuevo –tópico donde los haya en los filmes y series estadounidenses de teenagers– y tenía dificultades para integrarse, entre las que se encontraba sufrir una violación a la que no se había resistido. Los capítulos de Verano de amor fueron publicados con antelación en una serie de cinco volúmenes, Nowhere, que concluyó en 1999.
En Verano de amor hallamos la misma composición familiar que en La muñequita de papá: la madre, las tres niñas (Lily, Pearl y Kay) y un bebé, Roy. Los nombres coinciden, pero esta vez el padre calvo, Albert, está prácticamente fuera de escena y la historia del incesto se desvanece.
Aquí la problemática que se despliega es más sutil a la vez que estereotipada: Lily se enamora ese verano de un chico mayor, diferente, de un lobo / príncipe que encuentra en el bosque, pero acaba con otro chico del barrio, Dunham, que la manipula y le crea mala fama.
Lily descubre la homosexualidad de su hermana Pearl y, ambas, al final de la historia, se lamen las heridas de sus amores desgraciados y se ve un atisbo de luz en su relación fraternal, que hasta entonces ha sido insufrible. Como las dos desean irse de ese lugar estúpido, deciden no desearlo, puesto que son unas gafes y de ese modo verán cumplidos sus deseos. Las figuras, un tanto estáticas, destacan sobre fondos sin perspectiva, de decoración muy profusa, con ladrillos, hojas o motivos, en los que los personajes se pierden como en el bosque, ese lugar común de la deambulación y de la vuelta a una sensualidad atávica. La sexualidad está latente en la cotidianidad de la adolescente, pero la autora no insiste en ello, sólo transmite un ambiente que se respira, como en las pinturas de Balthus, y unos estados de ánimo de búsqueda de regularidad. Parece que quisiera borrar aquello que la ha perturbado: “[…] si tout a l’air normal, si tout le monde se conduit comme si tout était normal, si personne ne veut parler de ce qui semble anormal... peut-être n’est-ce qu’un rêve”[4]. Diálogo de Lily con el chico que le busca en la casita del bosque, en Verano de amor.
Un desamor y un desarraigo que se encuentran en la base de la problemática desarrollada por Phoebe Gloeckner con su transposición en la ficción, su alter ego y su autografema, Minnie Goetze –nótese la similitud de los apellidos, “Se pronuncia Getz, igual que el caramelo”, avisa la narradora–. La constatación de vidas sin sentido, de matrimonios obsoletos, de madres y padres que descargan sus frustraciones en sus hijos, de relaciones cainitas, de odio y celos entre hermanas, de incomunicación. La búsqueda de salidas rápidas y fáciles, mediante la creación de paraísos artificiales, gracias al refugio en las drogas o en una sexualidad exacerbada en la que Minnie cae, como en un embudo, con la relación que establece con una lesbiana yonqui y proxeneta. En definitiva, la alerta ante una agresión consumista, de carácter sexual, como moneda de cambio en la cultura reinante de la sociedad occidental.
Portadas de Weirdo y de Diario de una adolescente.
En Diary of a Teenage Girl (2002) (Diario de una adolescente, La Cúpula, 2007) sitúa la historia en San Francisco, y comienza el diario en la primavera de 1976. Siendo una adolescente de quince años, Minnie contará su iniciación sexual con uno de los novios de su madre y su educación sentimental, en la que ella expresa sin tapujos una sexualidad que pretende colmar vacíos, pero también un deseo físico que funciona como pulsión de vida. Phoebe Gloeckner, con esa intensa mirada azul que “parece que está a punto de estallar”, como asegura en el prólogo Crumb, no firma el pacto autobiográfico, pero se hace evidente que la protagonista es ella: de hecho, la dibuja con sus rasgos. En su diario combina la prosa con el cómic, con ilustraciones, cartas, letras de canciones y algunos poemas. Es un auténtico híbrido existencial en el que se combinan distintos medios de expresión. Hay fundamentalmente texto, pero algunas escenas, más dramáticas, son contadas con páginas de cómic, como si la única manera posible para ella de expresar esa sensación o situación fuera a través del cómic. Minnie Goetze es el elemento central, y su materia nos es contada en forma de diario íntimo durante un periodo de tres años, dividido en tres partes: “Primavera”; “Vacaciones de verano”; “Mi tercer año”, más un epílogo. A los quince años está enamorada del novio de su madre –que tiene veinte años más que ella–, con el que mantiene relaciones sexuales, y en la última parte se introduce en espiral en el mundo de las drogas y en el sexo con desconocidos. Estamos ante una ficción biográfica, en la que la protagonista es una transposición de la autora. Minnie habla de su sexualidad con una gran frescura y con franqueza. A ella le gusta el sexo, y es la sensación de incomprensión y de desamor por parte de Monroe, el novio que comparte con su madre, lo que le lleva a buscar emociones más intensas junto a Tabatha, a tener esa experiencia homosexual y a dejarse convertir, de la mano de esa chica difícil, en una yonqui que pierde el autodominio.
Diario de una adolescente es otra lectura, más lógica o menos caótica y expresiva, de su obra anterior A Child’s Life (1998) (Vida de una niña, La Cúpula, 2005). Como hace Debbie Drechsler con La muñequita de papá, Gloeckner recopila una serie de historietas que se publicaron en los noventa en revistas como Weirdo, Twisted Sisters o Wimmin’s Comix, con un vínculo temático, e incluye, al final, grabados e ilustraciones médicas con un claro mensaje sexual, de reducir el cuerpo a su funcionalidad. En esta primera obra se nos cuenta la infancia de Minnie Goetze, una niña de ocho años que vive con su madre, su hermana y su padrastro Pascal, y cuya madre, muy joven y guapa, es medio alcohólica, mientras su padrastro escocés se masturba en el baño y sexualiza las relaciones con las hijas de su mujer. También abarca su adolescencia, que es contada al detalle en el diario. La recopilación tuvo problemas con la censura en Francia e Inglaterra, y su trabajo fue tachado de “obsceno”, con escenas demasiado “explícitas”. Gloeckner siempre afirma en las entrevistas que su obra gráfica no es pornográfica, porque no pretende serlo. «Soy objetivista. Nada de lo que hago puede decirse que sea pornográfico». Es sexo explícito, cierto, pero no es provocador ni de mal gusto. Portada de A child's life, de Gloekner.
Gloeckner se atreve a hablar de la situación en Ciudad Juárez, sin haberla vivido en primera persona, autorrepresentándose en forma de muñeca. Otra construcción en eco.
Él es el causante, en “Honni soit qui mal y pense”, de que su madre deje de ser cariñosa y de tener contacto físico con ella, porque Pascal le advierte del carácter sexual e incestuoso de la relación con su hija. En “Hommage à Duchamp”, Minnie y su hermana Gretel sorprenden a su perfecto padrastro masturbándose, lo observan a través del cristal de la puerta del baño y piensan, ante esa imagen chocante, que se está lavando el pene. Phoebe Gloeckner, Vida de una niña, La Cúpula, 2005, p. 30.
Su verdadero padre, John, nunca está presente en sus vidas y el padrastro escocés, maniático e insufrible, le dice a Minnie que le gustan las niñas de trece años y que las mujeres de treinta, como su madre, le dan asco. Les anuncia que va a adoptarlas y después se retracta. Gloeckner, como Drechsler, hace uso del marco cotidiano de la familia, las conversaciones en torno a la mesa, en el coche, o en el sofá del salón, precisamente para desvirtuar la situación y hacer hincapié en lo insólito de las circunstancias. Minnie acumula experiencias negativas respecto al sexo y la agresión familiar. En “Desarrollos del desarrollo”, Minnie, que está en casa de sus abuelos, cuenta cómo la vecina de diez años le anuncia a bombo y platillo que le ha bajado la regla para, acto seguido, y escondida bajo su cama, oír cómo su padre la castiga pegándole con la correa del perro. Estímulo - respuesta. Desde la niñez y la pubertad, la sexualidad se liga a una especie de agresión del universo de la infancia. En la siguiente historia, “Una lección objetiva sobre cítricos”, con un enlace sincopado con la precedente, Minnie está en su habitación, leyendo “casualmente” Lolita, de Nabokov. Su madre la llama a gritos para tener esa “charla de mujer a mujer” que la niña de la anterior historia le había anunciado. Al final, esa “charla” importante en el proceso de transformación se convierte en una intromisión del padrastro, que le interroga sobre el tamaño de los pechos de las niñas de su clase, para saber si son como naranjas, como limones o como pomelos. La reacción de rabia y de odio hacia los suyos, Minnie la refleja, como Lily, en su mala relación con la hermana pequeña, a la que acaba golpeando. Pascal, el padrastro, contribuye en su infancia a generar su inseguridad y su complejo de inferioridad.
Phoebe Gloeckner, Vida de una niña, La Cúpula, 2005, pp. 69-70.
Las situaciones que se suceden son de una gran violencia, pero se expresan como si fueran parte de algo normal y aceptado como tal. La recopilación acaba con “Historias adolescentes”, en las que Minnie cuenta que su primera experiencia sexual fue con un novio de su madre, Monroe. Y en “El tercer amor de Minnie o pesadilla en la calle Polk” se narra en cómic la tercera parte del Diario de una adolescente, es decir, cómo Minnie conoce y tiene una relación con la hermosa Tabatha, cuya madre, adicta a la heroína, le había hecho actuar de niña en películas porno. Tabatha es yonqui desde los doce años, se la chupa a los travestis que le dan la droga y ejerce de proxeneta para camellos de poca monta, a los que ofrece niños a cambio de drogas y alcohol. Vamos, un primor. Su primera cita, una Nochevieja, se convirtió en una pesadilla que duró una semana, en la que Tabatha pinchó y prostituyó a Minnie.
Dieciocho años más tarde, cuando Minnie ya trabaja, dibuja y tiene una hija de dos años, se encuentra con una Tabatha enferma pidiendo en la calle. Minnie Goetze demuestra así que estuvo en el lado salvaje pero juró que nunca iba a volver. Así acaba Vida de una niña. Encuentro final de Minnie y Tabatha.
Notas.-