TRIBULETE, PERIODISTA EN LA POSGUERRA ESPAÑOLA
Portada de un número de la revista Pulgarcito con protagonismo de este reportero. |
Cuando, en 1989, se planteó dedicar una exposición a los periodistas que aparecen en las historietas, coincidiendo con la séptima edición del Salón del Cómic de Barcelona, sus responsables otorgaron al repórter Tribulete todo el protagonismo en el cartel anunciador. Parece una decisión lógica, ya que ese personaje representó durante muchos años al conjunto de la profesión periodística para buena parte de la sociedad española, y su nombre se utilizó habitualmente en ese sentido. Esa identificación, sin embargo, revela que el concepto que se tenía del oficio de informador no era demasiado positivo, puesto que en ningún caso Tribulete puede ponerse como modelo del buen hacer periodístico.
El personaje y la serie que protagoniza —inicialmente titulada “El repórter Tribulete, que en todas partes se mete”, con uno de esos pareados característicos de Bruguera— surgieron en 1947 en las páginas de la recién renacida revista Pulgarcito. Rafael González, director de la publicación y principal ideólogo de la característica línea editorial que la empresa adoptó en esos años, aseguraba que él mismo, periodista represaliado por el franquismo, fue el guionista de las primeras páginas, aunque normalmente la creación se atribuye al dibujante y humorista Cifré, que estampaba su firma en cada entrega.
Por tratarse de una serie de humor, y por haber sido concebida en el contexto de lo que más tarde se conocería como Escuela Bruguera, resulta fácil deducir que su protagonista no podía ser precisamente un ejemplo de integridad y profesionalidad, y que sus andanzas tendrían con frecuencia desenlaces no deseados. En efecto, Tribulete se caracteriza por su pésima ortografía y por su falta de escrúpulos periodísticos. No duda en inventarse entrevistas y reportajes, sobre todo si el trabajo coincide con otras actividades que le parecen más interesantes, en especial citas amorosas. Y tampoco suele acertar en la interpretación de conversaciones ajenas, lo que da pie a estrepitosos equívocos. La credibilidad, en la que debe basarse el trabajo de un buen periodista, no es su fuerte.
Pero es que, además, el olfato periodístico tampoco se encuentra entre sus virtudes. En una de las historietas de la serie, Tribulete sale a la calle en busca de un gran reportaje y, mientras camina pensando en qué historia podría contar, suceden a su alrededor hechos como la colisión de un coche y un tranvía, la caída de un avión cargado de bombas e incluso la irrupción de un diplodocus en la ciudad, sin que se dé cuenta de nada y vuelva a la redacción con las manos vacías. En otra ocasión, contempla accidentes de tráfico y de aviación, incendios o atracos a mano armada sin inmutarse porque coinciden con su día de fiesta.
En lo que sí se asemeja Tribulete a buena parte de sus colegas es en la precariedad económica en la que vive. Eso le empuja a buscar con afán alguna exclusiva sensacionalista que le permita medrar en la profesión, empeño en el que, por supuesto, fracasa sistemáticamente. Por si eso fuese poco, debe plegarse a los deseos y exigencias de su tiránico jefe, el director del periódico El Chafardero Indomable, del que nunca llegamos a conocer el nombre. El conflicto entre ambos personajes se presenta desde el marco del humor disparatado y cáustico de Bruguera en esos años, pues desemboca en violentas palizas físicas que el jefe propina a su subordinado.
No debe olvidarse que la serie se desarrolla en plena dictadura franquista, con una legislación restrictiva en la que las libertades de expresión e información están bajo mínimos. Como no puede ser de otra manera, los temas que aborda Tribulete en sus artículos y reportajes suelen ser poco comprometidos y totalmente alejados de la realidad sociopolítica del momento.
Así, y a pesar de que en España apenas ha habido periódicos sensacionalistas en sentido estricto —quizás El Caso pueda considerarse una de las pocas excepciones en este aspecto—, el rotativo en el que trabaja Tribulete parece adherirse a esta línea editorial ya desde su cabecera. La palabra “chafardero”, que figura en el Diccionario de la Real Academia con el significado de “chismoso” o “cotilla”, viene del catalán “xafarder” y es un derivado del verbo “xafardejar”, que significa “hacer objeto de conversación, más o menos malévolamente, lo que se sabe o se cree saber, lo que se piensa o lo que se ha oído de la vida o los hechos de los demás”. Es decir, que El Chafardero Indomable, al igual que su reportero “que en todas partes se mete”, es en realidad un entrometido, un periódico que no sirve tanto al legítimo derecho de los ciudadanos de estar informados de hechos trascendentes como a su avidez por conocer las intimidades de otras personas.
Dos historietas del personaje. |
Esa cabecera, claro está, es también una parodia de las de muchos rotativos decimonónicos, que se caracterizaban por su pomposidad. En la misma línea se sitúan las de sus supuestos competidores, El Chismoso Insumergible y El Berrido Urbano, y también las de otros diarios que aparecen en distintas series de Bruguera, como El Aullido Vespertino, en cuya redacción trabajaba el botones Sacarino antes de pasar a DDT.
Por su parte, el apellido del personaje, Tribulete —desconocemos su nombre de pila, aunque ocasionalmente firmó sus artículos como J. Tribulete—, parece corresponder a un antiguo juego de bolos que se disputaba al aire libre en un solar del madrileño barrio de Lavapiés, lo que propició que una de las calles de la zona recibiese esa denominación. Si no fuese porque en el rótulo de cerámica que indica el nombre de esa vía se reproduce una escena del mencionado juego, probablemente muchas de las personas que en la actualidad pasan por allí podrían pensar que hace referencia al imaginario periodista de las revistas de Bruguera.
Rótulo de cerámica de la Calle de Tribulete, en Madrid. |
Como es sabido, Cifré abandonó Bruguera en 1957 para fundar la revista Tío Vivo junto a Escobar, Peñarroya, Conti y Giner. Ante la popularidad adquirida por “El repórter Tribulete”, se recurrió a la reedición de antiguas páginas para mantener su presencia en Pulgarcito. Tras el fracaso de la aventura de Tío Vivo, Cifré retomó la serie hasta su fallecimiento en 1962. A partir de ese momento, Bruguera la confió a otros autores, empezando por Enrich, cuñado de Cifré, que escribió y dibujó muchas páginas de la misma hasta principios de la década de 1970. Le sucedieron como dibujantes Antoni Bancells y Ayné, probablemente sobre guiones ajenos.
En el ejercicio de su profesión, Tribulete firmó una sección de entrevistas imaginarias titulada “A boca de jarro” que se publicó en el semanario El DDT a partir de 1953 y que en realidad escribía Armando Matías Guiu. Tres décadas más tarde, dio nombre al boletín mensual sobre tebeos Tribulete dirigido por Jesús Cuadrado.
Varios ejemplos de esta sección de la revista DDT. |
Suele considerarse que Perico Carambola, el periodista de la prensa rosa creado en 1995 por el guionista Ignacio Vidal-Folch y el dibujante Miguel Gallardo, es una parodia de Tribulete. En cualquier caso, es un digno sucesor del personaje de Cifré.
La popularidad alcanzada por la serie fue tal que ocupó frecuentemente la portada de Pulgarcito y se le dedicaron varios números de las colecciones Magos del lápiz y Magos de la risa. Sin embargo, en tiempos recientes ha sido objeto de escasas reediciones, entre las que merecen mencionarse uno de los cuadernos de la colección Genios de la historieta de Bruguera en 1985 y uno de los volúmenes del coleccionable Clásicos del humor de RBA en 2009.