TÚ ME HAS MATADO. LA CARRETERA INFINITA |
Tú me has matado. Tú. Me has matado. David Sánchez utiliza la primera página de su cómic, la portada, para establecer el tono del discurso que presentará a continuación. Porque, enfrentado a la cubierta, sin haber leído aún las páginas interiores, ¿con quién identifica el público ese “tú”? Solo hay una respuesta posible: el autor se está dirigiendo a cada uno de sus lectores. La publicidad conoce bien el poder de la invocación directa, el eslogan implicador al estilo “Mata a tus ídolos”, “Conoce a tu enemigo” o “Busque, compare…”, y Sánchez, pluriempleado en el diseño de camisetas y de portadas para los libros de Errata Naturae, utiliza esta argucia para iniciar el diálogo con el público, llama su atención sobre la superficie de su primer libro para sugerir una posterior inmersión en el mismo. Es más, la frase “tú me has matado” habría tenido el mismo sentido elidiendo ese “tú”… pero no el mismo significado en términos de impacto emocional. Carlos Areces ya te avisó de que lo suyo “ocurrió cerca de tu casa”, Neil Gaiman y Chris Bachalo te instaron a fijar la vista en “lo mejor de tu vidas”, y Grant Morrison y Phillip Bond te ordenaron “matar a tu novio”. Hay, sin embargo, en todos estos casos una diferencia clara con la obra de David Sánchez, y es que sólo en esta última la alusión directa al lector actúa, por una parte, como acicate de la curiosidad, y por otra, como declaración de principios expresa. Es decir, Tú me has matado, la obra, necesita de ese “tú” para ser completada.
El inicio del libro, evoca los universos de Tarantino y Mezzo y Pirus. |
La implicación del lector es buscada desde el mismo comienzo, y es ese mismo lector quien debe descifrar algunos de los códigos y significados del cómic. En realidad, todos los personajes son absolutamente esquemáticos, sombras de personajes preexistentes que el propio lector completa en su cabeza. No sabemos de dónde vienen, qué les mueve ni adónde van. El relato comienza in media res, y casi parece necesario el conocimiento previo del cine de Quentin Tarantino o de los cómics noir de Mezzo y Pirus para extraer todo el jugo a la situación y conversación con que se abre Tú me has matado. En la escena de la muchacha mutante en la gasolinera, sólo la referencia a la obra de Charles Burns puede rellenar convenientemente la elipsis con que se resuelve. Alfred Hitchcock y Jim Thompson sirven para materializar el contenido de un maletín cuyo interior nunca vemos pero que abre puertas. Ese macho cabrío que preside un misterioso culto satánico parece salido directamente de las páginas de Pereza, de Gilbert Hernandez.
Situaciones que recuerdan obras de Gilbert Hernández y Charles Burns. |
Así, como la fábula amoral posmoderna que es, Tú me has matado es una obra que se construye no tanto en el papel como en el terreno del ideario colectivo, demarcando como suyo el género indeterminado de la americanidad, una amalgama de western, road movie y David Lynch (género en sí mismo). Por supuesto, no es ajeno a esta adscripción el estilo de dibujo de Sánchez, que si bien oculta en su base esa línea clara francobelga, se ha transmutado –casi podríamos decir pervertido– en otra cosa de evidente raíz norteamericana, muy posiblemente debido a su cualidad de inquietante, desasosegante, adúltera, que incide con fuerza en la ambientación. Entronca el tema de la ambientación con el segundo punto del título de la obra que nos parece reseñable y revelador de su naturaleza. “Me has matado”. La muerte como elemento ineludible en este tipo de relato, puesta de manifiesto desde la misma portada. Y tanto, porque en el interior asistiremos a la muerte, siempre violenta, siempre innecesaria, como mandan los cánones, de prácticamente todos los protagonistas de la historia. Pero más importante aún que la propia muerte es la imposibilidad cifrada en la frase “me has matado”. Porque todos sabemos que los muertos ni hablan ni acusan… hasta que descubrimos durante la lectura del libro que el personaje que pronuncia estas palabras es ni más ni menos que Dios. Un Dios enano, verdoso, y salido de la mente de un trastornado, tan creíble como cualquier otro. De hecho, podemos encontrar en Tú me has matado personajes en busca de Dios y personajes al encuentro del diablo, lo que, sumado a la simetría propuesta ya en las cubiertas anterior y posterior, nos sitúa en una tierra de nadie metafórica que bien podría ser el mismísimo limbo en sentido religioso, y en menor medida, una actualización fronteriza de la ciudad fantasma del Ghost World de Daniel Clowes, autor con el que Sánchez comparte otras similitudes gráficas y temáticas. Alonzo se reencuentra con su compañero muerto en un club de carretera.
Desde la asunción del territorio de Tú me has matado como un limbo de desierto y motel de carretera, de cielos anaranjados y de una carretera infinita, los hechos y personajes presentados adquieren una nueva dimensión. Su falta de dirección se explica perfectamente, así como su accidentado final. La mayor parte de personajes son ciegos a su propia situación, como indican esas gafas tras las que nunca vemos sus ojos; algunos incluso dejan los ojos en la mesilla de noche a la hora de dormir. Sólo Alonzo, tuerto, es capaz en cierto momento, una vez asexuado, de vislumbrar la farsa en la que se halla inmerso, con trágicos resultados. Todos tratan de escapar de ese limbo, de encontrar a Dios a través de un ubicuo panfleto que indica que “sigan en el camino”, un camino de redención plagado de pruebas que conduce a la falsa promesa del perdón milagroso que les permitirá acceder al reino de los cielos. En este sentido, los dos bad lieutenants, policías corruptos, actúan como ángeles-demonio guardianes de ese limbo con decorado de baratillo, y son los únicos personajes que no necesitan cuestionarse su papel. Y tiene mucho sentido hablar de “papel”, ya que todo remite en Tú me has matado a un decorado teatral, a unos actores incapaces de salirse del libreto que les han escrito y a un público consciente de la falsedad de lo representado: nosotros. Sánchez prácticamente evita la utilización de la viñeta como unidad temporal al uso, ciñéndose a una retícula de dos por tres viñetas que, en lugar de llamar la atención sobre sí misma, homogeneiza el contenido de las páginas y secuencias. Basta con ver, un ejemplo entre muchos otros, la “conversación” entre Alonzo y el doctor entre las páginas 24 y 27, con una disposición y número de viñetas semejantes y un mismo encuadre. Nada más parecido, en sentido metafórico, a observar desde el patio de butacas una conversación entre actores de teatro, sensación que se acrecienta con los someros decorados de aspecto postizo que dibuja el autor y con la iluminación de interiores, donde se simula a menudo el haz de un foco sobre los personajes.
"Conversación" de Alonzo con el doctor. | Contraportada del libro, cerrando el bucle. |
Repitiendo la representación de una misma función, sesión tras sesión, los personajes de Tú me has matado hipnotizan al lector y acaban confundiendo su percepción del tiempo y el espacio. Él, que con su participación ha completado el significado de Tú me has matado, queda encerrado en ese bucle, esa cinta de Moebius en forma de carretera infinita.