UNA INTRODUCCIÓN ILUSTRADA AL BLUES
Decía Francis Davis en la introducción a la reedición de The History of the Blues. The Roots, the Music, the People (Da Capo Press, 2003) que, dejando a un lado el enfoque escogido, si algo se espera de cualquiera que afronte la magna tarea de escribir un libro sobre blues es que, «cuanto antes mejor», lo defina musical y líricamente «y que especule sobre su posible origen africano y su matriz social estadounidense». Manuel López Poy ya demostró tenerlo perfectamente claro al señalar en Camino a la libertad: historia social del blues (Bad Music Blues, 2009) que «la historia del blues es también la historia de la realidad social, económica y política de lo que hoy se llama la población afroamericana», y por ese motivo, estaba claro que no podía faltar en Blues. La novela gráfica —magníficamente ilustrada por Pau Marfà en sobrio blanco y negro— la oportuna referencia histórica a la primera llegada y posterior evolución de la gran masa de población esclava que, de acuerdo con Joe R. Feagin (How Blacks Built America: Labor, Culture, Freedom, and Democracy [Routledge, 2016]), tanto contribuyó a cimentar económica y culturalmente los Estados Unidos de América a lo largo de un proceso lleno de sangre, sudor y lágrimas que comenzó antes, incluso, del propio surgimiento como nación de esa supuesta «tierra de la libertad y hogar de los valientes» que proclama con orgullo su falaz himno patrio.
Partiendo de una base tan consensuada, Blues. La novela gráfica trata de sintetizar en poco más de ochenta páginas la historia de un género musical tan fundamental en el desarrollo de la música popular del siglo XX como es el blues. Adopta, para ello, un acertado formato cuadrado de tapa dura que, salvando las lógicas distancias, guarda cierta semblanza con la carpeta de un disco de vinilo, al que se adapta a la perfección un esquema gráfico simple, común y seguro en el que las ilustraciones de Marfà se distribuyen a razón de entre uno y cinco paneles por página y son acompañadas por cajas que encierran los textos explicativos de Manuel López Poy. Ocasionalmente, bocadillos de diálogo emergen de protagonistas concretos, bien con cortos fragmentos de la letra de clásicos tan imprescindibles como el Poor Me de Charlie Patton, el Crossroad Blues de Robert Johnson o el Crazy Blues de Mamie Smith, bien con citas textuales, caso del relato del primer encuentro de W. C. Handy con lo que él mismo definiría como «la música más extraña que jamás había escuchado» (nótese aquí que, quizá por una mala traducción o por recurrir a una fuente secundaria, la cita presentada por los autores difiere ligeramente de la recogida por el propio Handy en la edición que conservo de Father of the Blues. An autobiography [Da Capo Press, 1991]). Artistas, lugares, subgéneros y eventos van, así, desfilando ante nuestros ojos en una sucesión constante de nombres y situaciones que, sin profundizar demasiado, sí permiten ir dando forma a un esquema contextual en el que el proceso evolutivo del blues aparece indisolublemente unido al de la situación del negro como individuo en el seno de la sociedad estadounidense, confirmando la consideración del estilo como «una historia global compuesta por cientos de miles de historias personales unidas por un nexo común, la negritud, recorriendo un camino común, el viaje a la libertad, con un anhelo común, el respeto a su dignidad».
Surgido en el sur de los Estados Unidos —Lawrence Cohn apunta en el indispensable Solamente blues. La música y sus músicos (Odín Ediciones, 1994) a «algún lugar del vasto territorio que se extiende desde el interior de Georgia y el norte de Florida hasta Texas»—, el blues hunde sus raíces en las distintas formas musicales de expresión de los esclavos negros que trabajaban en las plantaciones; entre ellas, los cantos de trabajo o aquellos que interpretaban en sus servicios religiosos. Tras el fin de la guerra civil (1861-1865), y una vez alcanzada una teórica libertad que pronto quedaría sometida a las leyes segregacionistas conocidas como Jim Crow y, poco más tarde, a las consecuencias del lema «iguales, pero separados», el blues irá poco a poco consolidándose como un estilo de folk rural asociado a músicos ambulantes que darán forma y expandirán el género, creando al tiempo algunas de sus más perdurables leyendas, como aquella que da cuenta del pacto con el diablo en un cruce de caminos para adquirir maestría a la guitarra. Cuando, a partir de 1912, empiecen a publicarse melodías con el término blues en su título, el éxito comercial contribuirá a ampliar tanto sus márgenes como su presentación formal, lo que influirá también en su creciente capacidad de influencia incluso entre el público blanco, plenamente manifestada con el estallido del rock’n’roll a mediados de los años cincuenta.
López Poy y Marfà describen todo esto paso a paso, reflejando la transición del blues rural al blues urbano, las numerosas trabas impuestas por el racismo imperante, las diferencias entre los principales centros neurálgicos, la lenta aceptación y hasta la llegada del blues a Europa y su reinterpretación a manos de las bandas británicas que, ya en los sesenta, lo llevarían de vuelta a Estados Unidos, ejemplificándolo todo a través de algunos de los más destacados cantantes, compositores e instrumentistas de cada momento y lugar.
Con todo, el principal hándicap de Blues. La novela gráfica es, precisamente, su pretensión imposible de condensar en un número tan reducido de páginas más de un siglo de música (llega a introducirse en el siglo XXI, aunque solo sea para nombrar de pasada a artistas como el recomendable Jontavious Willis). Es cierto, en cualquier caso, que los propios autores demuestran ser conscientes de las posibles carencias de su trabajo, explicando en el prólogo el gran esfuerzo realizado para incluir únicamente a intérpretes ineludibles, «aunque eso significase que se iban a quedar fuera otros ineludibles». Con buen criterio, esto aleja de la obra cualquier interpretación completista y reafirma su condición de introducción a la historia del blues, aun cuando resulte inevitable degustar algunas viñetas o pasajes con la agridulce sensación de que se intenta abarcar demasiado.
Finalmente, no podía faltar en una obra de estas características la correspondiente playlist, accesible en este caso a través de un código QR que remite a una interesante selección alojada en Spotify y que, por tanto, requiere para su escucha del registro gratuito del usuario. Entre los treinta y siete cortes seleccionados por Manuel López Poy —aparentemente para su libro Todo Blues (Ma Non Troppo, 2018)— destacan nombres tan legendarios como Robert Johnson, Howlin’ Wolf, Big Joe Turner, Big Bill Broonzy, B. B. King, Bessie Smith, Elmore James o Muddy Waters, conformando una variada recopilación que cumple el propósito de recoger algunas muestras de los distintos estilos que habitualmente se engloban bajo la amplia etiqueta del blues y contribuyendo en su conjunto a poner el colchón sonoro ideal para disfrutar apropiadamente de esta fascinante y atípica aproximación al género.