WONDER WOMAN. LA REIVINDICACIÓN DE LA IDENTIDAD
Algunos lectores, a fuer de críticos, nos obsesionamos con las anotaciones. Yo me niego a hacer apuntes directamente en los libros por no querer mancillarlos, pero sí que añado notitas sueltas entre páginas, o inserto pegatinas con algún apunte o llamada de atención o, en el colmo de los colmos, comienzo a rellenar hojas con comentarios y reflexiones extraídos durante la lectura. Esto último me ha ocurrido con el libro de Elisa McCausland Wonder Woman. El feminismo como superpoder, un trabajo oportuno (que no oportunista) lanzado poco antes del estreno en España de la producción cinematográfica protagonizada por Gal Gadot. Está bien editado por Errata Naturae, con escasas ilustraciones de Carla Berrocal y Natacha Bustos y, claro está, versa sobre la trayectoria de la heroína de DC a la luz del feminismo. Advertencia: no se trata de una obra divulgativa al uso, de revisionismo hemerográfico o comentarios destinados al deleite del fan. No. Es una revisión del icono historietístico desde una posición combativa declarada por la autora, acomodada en el feminismo cultural con algunas llamadas puntuales a la teoría queer y la interseccionalidad.
Cuando un texto teórico suscita tanta reflexión como para llenar diez folios con apuntes y discusiones para mí significa que el texto es interesante al menos. Este lo es por demás. La aproximación de la periodista a los cómics de Wonder Woman es sincera, concienzuda y rigurosa, sin que el rigor implique la sumisión al dato o un agotador recorrido por la tebeografía de la amazona del lazo. McCausland es rigurosa en el empleo de las fuentes, citadas académicamente; es sincera en la cita de los referentes y en su postura ideológica, y es concienzuda en la metodología, en la que fusiona lectura e interpretación y lo contrasta todo con opiniones obtenidas mediante entrevistas a algunos de los creadores más relevantes de cómics del personaje: Trina Robbins, Greg Rucka, Phil Jimenez, Renae De Liz, Joanne Edgar, Jill Lepore y Christie Marston, nieta del creador de la heroína. Con este equipaje de lecturas y declaraciones, McCausland divide su repaso en capítulos que se van deteniendo en diferentes etapas de la serie creada por Moulton Marston, concluyendo con una ligera revisión de su vida catódica y una reflexión final sobre su significación icónica y su aportación al empoderamiento feminista más allá de su valor como capital simbólico.
El fajo de apuntes tomados durante la lectura de este libro por el reseñista. |
La autora ha construido un documento que no agota las posibilidades del tema pero que abre muchas puertas y desarrollos. Si hay que poner pegas las hallaríamos en lo formal, porque la organización de bloques separando etapas de comentarios puede despistar (introduce la aportación de George Perez a la serie pero no la comenta hasta un capítulo después, por ejemplo), o porque usa un lenguaje muy joven y trufado de extranjerismos (como hackeo, in your face u otros, y algunas estructuras metafóricas elaboradas) con el que logra un sonoro efecto durante la lectura pero podría dificultar la comprensión. Mas, todo posible defecto que queramos encontrar queda diluido en el inteligente uso de las citas, en el hábil barajado de asertos y presunciones y en la construcción de un discurso reivindicativo bien argumentado. Así, McCausland refiere con claridad la evolución de las diferentes oleadas de feminismo y el women's lib, no olvida repasar los referentes de ficción del personaje ni las peculiaridades vitales de Moulton Marston, sin duda importantes para comprender el arranque de la serie (tengamos presente que ya han hecho el filme dirigido por Angela Robinson: Professor Marston & the Wonder Women).
El relato teórico de McCausland no se detiene en cuestiones sociológicas (quién es el público lector, pasa de puntillas sobre la censura) porque lo que le atrae son los discursos sobre la construcción de la idea de "lo femenino" mediante el personaje Wonder Woman. En este sentido, resultan muy interesantes sus apuntes sobre la idea de "irrealidad" aplicable a la mujer estadounidense durante la posguerra, o la falta de esencia superheroica que se extrae de la lectura de Steinen, también la "humanización" que le impone el guionista O'Neil a la heroína, o ese apunte sobre el "capitalismo mutante" que leemos en página 104, entre otros comentarios sobre la labor de autores como Robert Kanigher o John Byrne, por citar dos casos en los que se extiende. Así, a mitad del libro llega a una primera conclusión: que Wonder Woman genera un arquetipo de mujer consciente de su poder y por ello constituye una opción icónica de empoderamiento femenino, pero que queda sujeta a la posibilidad de convertirse en una "marca de feminismo", en un fetiche masculino, como bien ha demostrado la industria pornográfica estadounidense por ejemplo (son varias las películas XXX en las que Wonder Woman es protagonista, si bien McCausland no entra a comentar esta cuestión). A partir de estas asunciones, la autora reflexiona sobre la dimensión mítica del personaje y cómo esta lleva implícita la muerte metafórica de la heroína si quiere renacer como representante del feminismo contemporáneo (parafraseando a Lynn Schmidt) y se muestra consciente del fracaso de esa premisa, porque la superheroína se revela incapaz de modificar el rumbo de las cosas. No es tan grave admitir esto si reparamos en que tampoco los superhéroes macho han logrado mejorar el mundo desde 1938... No obstante, lo destacable del relato teórico de McCausland no reside en si el personaje alcanza sus objetivos en la ficción sino el análisis del personaje de ficción entendido como mujer, en el sentido de que pueda ser "leída como mujer" (el entrecomillado es de la autora) y en qué medida es importante su defensa del amor y de la verdad, al contrario que otros personajes heroicos con los que a veces vive aventuras.
Haz y envés del libro reseñado. |
Causa sorpresa hacerse este planteamiento sobre la identidad de género de un personaje que no se sabía si era barro, capricho de dioses o humana, y con cuyo origen se ha jugado en unas cuantas ocasiones (los superhombres suelen tener un origen inmutable). Amén de que resulta hasta cómico plantearse la posibilidad de una relación más allá de lo platónico entre este ser ignoto llamado Wonder Woman con un alienígena procedente de Krypton. Por supuesto, los cómics siempre han sido la risa de los genetistas y esta vez no iba a ser menos. No obstante, son verdaderamente atractivos los planteamientos que saca a relucir McCausland analizando estas cuestiones, y más aún cuando repasa la visión del guionista Greg Rucka, el autor que más ha insistido en que Wonder Woman es un personaje con naturaleza esencialmente política, algo en lo que no solemos detenernos. Por ejemplo, se suele decir que ella encarna la tolerancia y una suerte de heroísmo educativo, todo lo cual emana de su defensa del amor y de la verdad. Pero hagamos el experimento de traspasar esos valores (tolerancia, pedagogía, amor y verdad) a un superhéroe masculino. ¡Pasaría a convertirse en un mesías, como Jesucristo! No nos damos cuenta pero habitualmente los superhéroes imponen su propia verdad, raramente hablan del amor, educan con los puños y toleran lo justito. Dígaselo a Batman quien tenga dudas. Con estos mimbres teóricos que cita Rucka habría que remontarse a una figura heroica como la representada por Juana de Arco, guerrera y santa, que curiosamente era la preclara encarnación del feminismo para Hubertine Auclert, la primera mujer feminista militante que usó ese concepto para describir una nueva doctrina. A diferencia de Wonder Woman, Juana de Arco terminó siendo quemada por unos religiosos y usada como símbolo militar.
Quizá perpetuar este esquema, el de pretender la pureza de espíritu de la humanidad, es lo que ha permitido que Wonder Woman superviva en un bucle (en la constante vuelta a los orígenes, en esa necesidad de explicarla como heroína y como mujer incesantemente), algo en lo que incide la autora Gail Simone cuando recuerda que la mujer de ficción juega el papel de víctima eterna; Grant Morrison lo apuntilla con la idea, en principio chocante, de que las amazonas del mundo de Themyscira encarnan una mezcla entre lo lujurioso y lo políticamente correcto. En este lecho de ideas contrapuestas McCausland formula la propuesta más sugerente del libro, la relación de dependencia entre el mito y el producto. La autora describe una evolución para el personaje que va desde la dimensión mítica inicial, la de los primeros cómics, hasta la icónica actual, pasando por su reconocimiento como producto meramente comercial, sobre todo durante los años noventa. Esa trayectoria concuerda con la ontológica que podríamos trazar entre el la entidad informe que era en origen Wonder Woman y la ciudadana de EE UU (o del mundo) en que finalmente la convirtieron. Y todo lo anterior halla su reflejo en la dimensión biológica, siempre presente aunque no la citemos así: su ignota genética que a la postre conlleva una sexualidad, es decir, una orientación sexual que es consecuencia de su fisicidad, de su figura femenina. Ciertamente, lo más llamativo de Wonder Woman para la gran mayoría es que es una mujer vestida de cierta manera (a los de la ONU no se les escapó esto), con marcadas proporciones anatómicas y que con el tiempo se ha convertido en un mito sexual. Naturalmente, todos damos por sentado que es heterosexual y que debe ser la consorte del ser más poderoso del universo, un hombre. ¿No tenemos todos asumido esto como algo natural? Lo es porque jamás hubo un debate sobre la identidad del personaje, sobre su calidad de diversa o sobre su orientación sexual si es que queremos que la tenga. ¿A quién le importaba? A nadie. Y por una razón muy sencilla: porque en esa línea que va del mito al icono y del icono al producto, o que va del gen a lo físico y de lo físico a lo sexual nos hemos olvidado de un componente, el que se halla entre el ser y la ciudadana. Ese del que la sociedad heteronormativa suele olvidarse cuando se habla de mujeres: la persona.
Imágenes del interior del libro, por Carla Berrocal y Natacha Bustos. |
A algunos nos parece sonrojante que una de las reclamaciones hechas en los años sesenta por Betty Friedan, la autora de La mística de la feminidad y una de las máximas influencias de la doctrina feminista, pasaba por reconocer a las mujeres como "seres humanos dotados de razón". Sí, en los años sesenta del siglo XX. Puede parecer simpático que la idea de que no hay disparidad mental ni emocional entre hombre y mujeres fuese proclamada por Kate Millett, en aquella denuncia del sexismo que fue Sexual Politics, ¡en 1970! Pero así es, y es triste. Y nos permite comprender la validez de los guiones de Jill Thompson para la Wonder Woman de hace unos pocos años, planteados desde el sentimiento de culpabilidad, o los de Renae De Liz poniendo la tilde en lo emocional, precavida ante el "nuevo mainstream". Algo digno de temer, porque después de toda la lucha en contra de lo heteronormativo para ir escalando peldaños en la liberación de la mujer y en el reconocimiento de la igualdad ha resultado que el estandarte más visible del feminismo a través del cómic ha sido una película de superhéroes protagonizada por una mis que brota de una trinchera como quien enfila una pasarela. ¿Y que hay más mainstream que un blockbuster?
Hay varios puntos del libro que dan lugar a nuevas ideas, que abren debates dignos de discutir o que directamente admiten discusión. Como el asunto sobre si querer parir excluye la tesis feminista, que exigía más recorrido; o haber profundizado más sobre la implicación patriótica del personaje durante la Segunda Guerra Mundial, o en guerras posteriores; un leve análisis sobre la instrumentalización capitalista del feminismo (la "supermujer" descrita por Nina Power, muy presente en el final de siglo XX), y una discusión más profunda sobre la condena sin juicio del personaje por haber acabado con la vida de Maxwell Lord en el número 219 de la serie regular. ¿Cuántas veces los superhéroes machos han acabado con vidas humanas o alienígenas? ¿Se les juzgó de igual modo? Es inevitable hacerse tantas preguntas si uno es curioso. Ocurre que este libro es muy grande. Aborda un tema que al desarrollarlo se desborda, porque son muchas las opciones de debate que se abren. Lo importante es que la autora centra su interés en la deriva feminista del personaje, lo argumenta con brillantez y concluye sin embarazo que ha sido difusa y hoy sigue siendo solo una promesa. «El poder sigue en el mismo sitio» pese a la enorme dimensión icónica alcanzada por Wonder Woman, de lo que dan fe y en lo que confían todos los guionistas entrevistados oportunamente por McCausland. En las conclusiones, de hecho, se plantea si el potencial del personaje va a estar a la altura de su mito o si se rebajará a nuestro nivel.
Queda mucho por hacer en el estudio y análisis de los mensajes feministas en los cómics y la cuota de poder que tienen los personajes fuera de lo heteronormativo. Este libro de Elisa McCausland es un primer paso muy importante porque descubre resquicios para el debate y muestra heridas que nunca cicatrizaron. Las restañaremos con nuevos trabajos teóricos por llegar, pero difícilmente van a ser tan competentes y potentes como este maravilloso y necesario ensayo.