| |
TEBEOSFERA
\ TEBEOTECA
\ COLABORACIÓN ESPECIAL
|
|
LÁPICES
DEL OTRO SIGLO. Una evocación, somera, de la actividad
historietística en Montevideo, Uruguay, durante el último tercio
de la pasada centuria (parte dos) |
por Carlos M. Federici
[
viene de una página
anterior ] |
|
Conservo
gratísimas memorias de aquellos chicos que disfrutaron conmigo de
las aventuras interplanetarias de mi pelirrojo héroe, solicitándome
incluso, a mi sugerencia, determinados cuadritos con escenas específicas,
que debí esforzarme por hacer coincidir con el desarrollo de la
trama... Algunos de esos muchachos, supe luego con gran
complacencia, perseveraron en la senda de la narrativa secuencial y
llegaron a ocupar un destacado sitial entre la nueva hornada de
hacedores de “muñequitos con alma”. De manera que puede
finalizarse esta evocación con una nota de optimismo.
Por
mi parte, cumplido el ciclo de “Jet” Gálvez, y no encontrando
terreno propicio para otras aventuras, me hice discretamente a un
lado. En 1982 vendí Barry
Coal a una editorial mexicana; pero ya en formato de novela, sin
dibujos. Escribí relatos de fantasía científica y de misterio
para revistas extranjeras, se me invitó a representar a Uruguay en
diversas antologías internacionales. No tenía mucho tiempo para el
cómic, pero en manera alguna me aparté por completo de su
influencia.
En
1982, 1985 y 1986 expuse mis originales en muestras individuales.
Siempre había sido de la opinión de que la historieta no pertenece
al quietismo de las galerías sino a la dinámica de las prensas. No
es, en mi concepto, un apéndice de la plástica que se apoya en
textos escritos; constituye, por el contrario, un derivado de la
narrativa que emplea el dibujo como lenguaje para relatar una
historia. Sin embargo, entiendo que resulta saludable que en
determinadas ocasiones el público tenga oportunidad de
compenetrarse con el fervor y la pasión, por no hablar del fatigoso
trabajo, que respira la obra de los historietistas. Los originales,
en su tamaño real, mayor que el que luego sale impreso, permiten
apreciar debidamente las enmiendas y los retoques, la morosidad de
los detalles de segundo plano, el amor con que el pincel o la pluma
circundan y definen las figuras soñadas.
Volviendo
a la evolución operada en nuestro ámbito a fines de siglo: desde
que a principios de los noventa el precoz Roberto Poy, todavía
adolescente, comenzara a destacarse como impulsor de nuevas
tendencias en el (inexistente) cómic nacional, los adeptos a su
movimiento proliferaron de modo espectacular. Surgió la revista Vagón,
que nucleó a los más notorios, como Daniel y Pablo Turcatti,
Horacio Casinelli y Daniel
González, entre otros, todos muy jóvenes y muy
entusiastas, además de poseedores de singulares aptitudes para el
dibujo de cómic moderno. Pudo,
pues, abrigarse esperanzas de un futuro promisor, pese a la
“crisis perpetua” en que desde casi su nacimiento en 1896 viene
debatiéndose el Noveno Arte.
Sin
embargo, fuerza es admitirlo, ese cúmulo de ardor por parte de los
jóvenes creadores corría serio riesgo de naufragar en aguas
cenagosas, de no obtenerse una adecuada respuesta del público
lector. Porque la historieta es, a mi modesto entender, un medio
interactivo, que requiere, para subsistir, la reciprocidad del
destinatario. En tal sentido siempre se me antojó peligrosa cierta
tendencia general de los “innovadores” hacia concepciones
marcadamente elitistas en los guiones y hacia criterios curiosamente
repulsivos en lo visual.
En
el extremo opuesto, se ubicaba (y se ubica) el historietista Enrique
Ardito, huésped “mayoritario” de la página de cómics de un
rotativo que —cíclicamente— edita el mismo Fasano a quien se
mencionaba al comienzo de estas líneas. Con sus tiras (Viviana
y Yamandú, Los recién cansados y Montevideo cambalache)
Ardito propone una narración fluida y accesible, en relatos policíacos
o de aventuras, no exentos de un humor muy a la uruguaya, donde los
“tics” nacionales están notablemente reflejados. Aunque
desprovisto de las excelencias de dibujo con que engalanan su
producción algunos de los “vanguardistas”, quizás su estilo
“llano” esté llamado a calar más hondo en la sensibilidad
popular.
Corresponderá
al tiempo, como es habitual, dictar el veredicto final. |
|
Nota
del autor: Este artículo se ha realizado a partir de la refundición ad
hoc de un texto publicado en el número 2 de la Revista
Latinoamericana de Estudios sobre la Historieta, editada en Cuba
(junio de 2001), y propone una evocación de determinado período
vivido por el autor, sin intentar por ahora una “puesta al día”
sobre el tema, la cual bien podría ser motivo de alguna próxima
colaboración para la presente publicación.
|
|
Nota
del editor: Carlos
María Federici (Montevideo, 1941) es autor de seis novelas, un par
de colecciones de relatos de ciencia ficción y ficción
detectivesca, también de diversos cuentos, artículos y trabajos
periodísticos. Su obra ha sido traducida a varias lenguas y se han
sido otorgados galardones en certámenes literarios nacionales e
internacionales. Puede
leerse otro trabajo suyo, relativo a Bob Kane, en http://www.jornada.unam.mx/1997/ene97/970126/sem-federici.html
Más sobre la historiea en
Uruguay:
http://www.revistabalazo.com/
y comigrafica.cjb.net |
|
Galería:
|
|
|
|
Don Tranquilo y Flia., de “Fola” (Geoffrey Foladori, nacido en
Inglaterra en 1908 y naturalizado uruguayo) se publicó
durante años en la revista Mundo Uruguayo, sin
mayores variaciones en un estilo que, pese a su simplicidad
casi naif, suscitó una considerable aceptación de
parte del público (El ejemplo es de 1964). |
Aunque el personaje titular de la clásica tira de
“Jess” (Julio Suárez), nacido en Salto en 1909, era “Peloduro”,
futbolista estrella de humilde origen, los lectores se
sintieron más identificados con la patente humanidad de
“El Pulga”, un vendedor de diarios callejero que
participaba de todas las angustias de la clase depauperada. |
Barry Coal, las aventuras de un detective negro,
asistido por un par de ayudantes caucásicos, fue la primera
incursión de Federici en el género de la tira de diario, y
apareció en Extra, uno de los pioneros en el formato
tabloide nacional (1968). Como pretendía mimetizarse con
las comic strips internacionales, iba firmada Charles Fedson. |
José Rivera (Montevideo, 1930) se granjeó el
respeto y la admiración de público y colegas con su
historieta Ismael, que salía en el rotativo El Día
a fines de los cincuenta. El refinado arte que caracterizaba
sus cuadritos lo colocó a la cabeza de la producción local
durante un extendido lapso. |
|
|
|
|
Los temas gauchescos abarcaron sólo una de las
muchas facetas en que se prodigó el profesionalismo de
Williams Ge(nina)zzio, un dibujante de amplia versatilidad y
notable competencia en distintas especialidades. La imagen
pertenece a Santos Cruz, una de sus tiras “nativistas”,
que obtuvo muy buena repercusión (1978). |
Eduardo Barreto, ya consagrado en el exigente
mercado internacional por sus trabajos para DC, Dark Horse y
otros célebres sellos estadounidenses, no tuvo reparos en
colaborar con un modesto emprendimiento nacional: Disparo
Virtual apareció en el # 6 de Balazo, una de las
escasas revistas que, en su medio, sobrevivió al tercer número. |
Dinkenstein, suerte de compendio de varios tópicos
del género de horror, iba destinada a los EE UU, pero no
llegó tan lejos, al menos en un principio. En 1973 la
publicó la revista Noches de Horror, de Buenos
Aires. Sin embargo, como buen monstruo, el protagonista habría
de retornar, de acuerdo a lo que prometía el último cuadro
del primer episodio. |
En 1980 Federico interesó a la revista Patatín
y Patatán, una publicación destinada al público
juvenil, en su personaje “Jet” Gálvez; terminó
resultando su propuesta más duradera. |
|
|
|
Daniel González (Montevideo, 1963), reconocido
artista gráfico, suele retomar su pasión por la narrativa
secuencial cada vez que encuentra una oportunidad propicia.
La ilustración corresponde a Negrier, historieta policíaca
de cuidada realización. |
Fermín Hontou ("Ombú"), nacido en 1956,
brilla sobre todo en su faceta de caricaturista e
ilustrador, aunque sus trabajos historietísticos han sido
también muy celebrados. El ejemplo pertenece a su tira
"El Manicero" [vendedor callejero de maníes], con
cuyo personaje central, al decir de la crítica de la época
(años 80), "Ombú" se instala definitivamente en
la mejor historia del humorismo gráfico nacional,
desplegando una estética poco común para el medio, aparte
de un guión que, dentro de su clave satírica, se comprometía
decididamente con los sucesos políticos y sociales del
momento (la imagen ha sido extraída de Attach, # 1) |
Daniel Turcatti, nacido en Montevideo en 1965,
distinguido desde muy joven en varios certámenes, publicó
en las revistas Vagón y Blung 2 y en el
suplemento D+ del diario El País. Se desempeñó
también en medios publicitarios y realizó, al tiempo,
ambientaciones y decoraciones (Attach, 2) |
|
|
[ © 2002 C.M.
Federici.
Publicada en Tebeosfera 020430 ] |
|
▲ | |