La
pasada década de los noventa trajo profundos cambios en la convulsionada
Argentina de la hiperinflación de entonces. Por un lado, se iniciaba el
segundo mandato presidencial consecutivo luego de la recuperación de la
tan anhelada democracia. Por otro, al poco tiempo comenzaba una serie de
transformaciones que repercutirían de manera incuestionable en la
realidad de nuestro país: privatización de empresas públicas,
centralización de la economía, alineamiento cada vez mayor con Estados
Unidos, incremento descomunal de los índices de desocupación y de la
deuda externa y un recorte feroz en los fondos del Estado y los sueldos
en general, entre otras cosas.
Pero el humor gráfico local no permaneció ajeno a esto. La legendaria
revista HUM®, que a fines de los años setenta había esquivado
hábilmente el acoso de la dictadura y se consolidó en los ochenta como
el referente del humor escrito y dibujado en la Argentina, continuó
denunciando con su particular sesgo irónico todas las barbaridades
perpetradas por el gobierno de turno. Pero ya no estaba sola en esta
empresa: algunas publicaciones similares e incluso programas radiales y
televisivos se adueñaron del estilo y opacaron su exclusividad. Esto,
sumado a manejos internos poco claros y deudas contraídas con sus
colaboradores, sentenciaron su decadencia y posterior muerte a mediados
de la década.
Por consiguiente, la óptica del humor gráfico mayormente ya estaba
inclinada hacia el lado de lo político, con especial énfasis en la
inefable figura del entonces presidente Carlos Menem y sus aires de
soberbia, frivolidad y sospechadas conexiones con la mafia y la
corrupción. Probablemente Nik (Cristian Dzwonik) a través de sus
colaboraciones y sus fotos humorísticas publicadas en el diario La
Nación haya sido el abanderado de esta causa, con incursiones en la
desventurada vida cotidiana del argentino, y apuntalado en otros medios
por una nueva generación de humoristas que se consolidó en esos años:
Kappel, Marito, El Ruso, Dani The O, Tute, Liniers, Bianfa, Costhanzo,
Legal, Rovella y El Niño Rodríguez, entre otros, aportaron su cuota de
renovación haciendo hincapié en la realidad social.
La
libertad de prensa y el ejercicio del humor no fue el ideal en esa
época. El mismo Nik fue amenazado y secuestrado en una situación muy
confusa, y comediantes de teatro y televisión recibieron llamadas e
intimidaciones. La perspectiva laboral se restringió mucho, y aunque la
tan sobrestimada Convertibilidad lanzada en 1991 ancló el dólar a nivel
del peso y otorgó una cierta estabilidad económica, el trabajo fue
mermando hasta alcanzar niveles insospechados. Los gustos del argentino
medio fueron cambiando también, y el placer semanal de deleitarse con el
humor gráfico y escrito fue dejado de lado para dirigir la atención
hacia nuevas propuestas “humorísticas” de dudoso gusto. «Es inútil
gastar dinero en una revista. Si
mañana puedo encender la TV y escuchar todos los chistes que quiero» Se podría haber escuchado.
Lo
cierto es que con tan delicado panorama, las pocas publicaciones de
humor gráfico fueron heridas de muerte. Uno de los pocos intentos en
revitalizar la industria en 1998 fue La Murga, revista que
evocaba el espíritu de su antecesora HUM®, que también contaba
con algunos directivos y varios colaboradores de ésta entre sus filas,
pero la esperanza se diluyó pronto, durando lo que un suspiro. Sólo
quedó margen para la experimentación a través de fanzines y boletines de
distribución menos masiva (que ya venían fogueándose hace tiempo en el
circuito under), como El Garrotazo, Suélteme, Tirapia y
Lápiz Japonés, con predominio de la historieta humorística; también
aparecieron revistas regionales (como Salta la Risa y El Cata),
que revitalizaron la gráfica del Interior [provincias interiores de
Argentina], en cierta forma recogiendo el guante dejado en los ochenta
por la mítica Hortensia, de la provincia de Córdoba.
El
traspaso de gobierno a fines de 1999 trajo un cambio de partido político
al mando, pero no de medidas. Continuó la misma política económica, y se
profundizaron la desocupación, la inseguridad y la marginación social.
Se
continuó fustigando la figura presidencial, esta vez del presidente
Fernando De la Rúa, con sus desatinos y torpezas, a través de las
secciones de humor de los principales periódicos, como el mencionado
La Nación, Clarín, Página/12 (famoso diario opositor cuya ironía ya
estaba plasmada en el titular de portada y su foto), La Voz del
Interior, La Capital, El Tribuno, etc.
Por otra parte, varios colegas emigraron a países como España, Italia y
Estados Unidos, en busca de la oportunidad laboral y el reconocimiento,
dado que en el país la remuneración, como en todos los puestos de
trabajo, se había tornado irrisoria. Las probabilidades de remitir
colaboraciones a los medios gráficos se tornaron dificultosas, ya que
las editoriales se vieron forzadas a reducir presupuestos y por
consiguiente a prescindir de muchos de sus colaboradores, dibujantes
incluidos, por no mencionar a las que directamente cerraban sus puertas.
Con la escasez de revistas especializadas, el auge de internet comenzó a
expandir los sitios de humor autóctono, y esta nueva herramienta
permitió a muchos dibujantes la posibilidad de mostrar su potencial
creativo y llegar a un buen número de personas, e incluso al exterior.
Con la inminente salida del gobierno delarruista a fines de 2001, los
argentinos nos vimos atrapados por el llamado “corralito” financiero,
confiscándonos todos nuestros ahorros por obra y gracia del ministro
Domingo Cavallo, mentor de la ya mencionada Convertibilidad cambiaria en
la trasnochada etapa menemista. El humor gráfico trató de tirarnos una
tabla salvadora, embistiendo nuevamente sobre nuestra triste política
tercermundista, en medio del justo reclamo popular que se hizo eco en
cacerolazos, marchas a Plaza de Mayo y al Congreso y en convocatorias
barriales.
Además de cultivar la sátira política, el humorista gráfico argentino se
preocupó por retratar con acidez la realidad diaria de la gente, sus
problemas, sus ilusiones, su empleo, su castigada rutina cotidiana,
haciendo énfasis en lo tragicómico de nuestra idiosincrasia, con visos
de humor negro incluidos. Todo esto reforzado con un particular tinte
costumbrista.
Por eso mismo, si uno tuviera que llenar el casillero de ocupación en
una solicitud al final de una nutrida fila de postulantes o si en alguna
charla ocasional le preguntaran por su empleo, uno bien puede responder
(no sin un dejo melancólico):
«¿Yo? Argentino». |