Primera Parte: de la Industria al Mecenazgo:
En
los últimos diez años, en todo evento, reunión o cúmulo de
historietistas hay un tópico que no por relamido ha perdido su
morboso encanto: la crisis terminal de la historieta argentina.
Dentro de este gran tópico, un conversador experimentado podrá
advertir subtemas que ya son tópicos en sí: la incidencia de los
videojuegos / internet / videocable, la falta de editores
profesionales, la invasión de los superhéroes / manga, la supuesta
tendencia mundial a la desaparición del lenguaje de la historieta,
etcétera. El anquilosamiento de los argumentos suele mezclarse con
la frescura de alguna frase inteligente pero, en general, todo el
palabrerío se confunde en una masa informe que divierte más de lo
que amarga. Lo cierto es que las causas de esta lenta agonía son
escurridizas a las charlas informales, es mucha la información que
falta, y poco el tiempo que se dedica a pensar cada factor en su
verdadera dimensión. Dentro de la confusión general, hay algunos
faros que son tomados por todos los interlocutores como postas
de un consenso básico.
El
fin de Fierro:
Uno
de estos puntos de referencia indiscutibles es la desaparición de la
revista antológica Fierro (Ediciones de La Urraca), ocurrida
en noviembre 1992. Si bien otras importantes revistas de
historietas, como las de las editoriales Récord y Columba,
continuaron publicándose, la desaparición de Fierro significó
el sinceramiento final de que la buena historieta argentina no era
comercialmente viable en su propio país. Proliferaron una gran
cantidad de sucedáneas que fueron realizadas por algunos de sus
colaboradores, así como por otros que no habían podido aparecer en
sus páginas. Algunas de estas publicaciones fueron: La Parda,
Cóctel, El Tajo
y Planeta Canibal. En ellas, con diferentes matices y
calidades, se continuaba el criterio amplio experimentado por
Fierro en sus últimos años: historietas diversas, jóvenes,
libres, espontáneas y descuidadas en muchos casos. La genética era
reconocible: experimentación gráfica, estética underground,
una preferencia por Herriman y Crumb antes que por historietistas
argentinos de la generación próxima anterior como Oscar Mandrafina u
Horacio Altuna. La gran movida under de finales de los
ochenta tenía su cuarto de hora, y no duraría mucho más que eso.
La
historieta argentina se internaba en una desaceleración inevitable,
tanto económica como artística. El país recién estaba saliendo de
una grave crisis económica, que si bien no había sido tan definitiva
como la actual, si bastó para terminar con muchos buenos proyectos
de la época. Era necesaria una lectura de las extinciones que se
estaban acumulando y la crisis general era casi suficiente para
explicarlas. Casi. La desaceleración sufrida era sólo una
consecuencia natural; hacía varios años que la historieta argentina
seguía avanzando a fuerza de inercia. Su motor se había detenido
tiempo antes, en algún momento impreciso de mediados de los ochenta.
La
revista Fierro había sido un proyecto impulsado por el
director de Ediciones de La Urraca, Andrés Cascioli, pero organizado
según el criterio del que luego sería su Jefe de Redacción, Juan
Sasturain. Fierro era una revista nacida para ser excelente y
poco redituable. Si bien probablemente nunca dio graves pérdidas,
excepcionalmente pudo haber dado graves ganancias. Fierro dio
todo lo que debía dar a sus editores: reconocimiento, premios,
respeto. Hoy por hoy, Ediciones de La Urraca, despierta no pocos
juicios feroces. Por el contrario, para la gran mayoría, Fierro
es una de las mejores revistas de historietas que se editó
alguna vez en estas latitudes. Pero ganarse semejante consenso no
fue obra de la casualidad: cualquier otra publicación con el mismo
desempeño en el mercado, se hubiera extinguido mucho antes. Existió
un mecenazgo que permitió el despliegue de una bella ilusión que
duró siete años. Cuando ya no hubo más resto para seguir con la
ortopedia comercial, se buscó un final dignificante: su última
edición, el número 100, es su gran número despedida.
El
comienzo de El Globo Editor y Doedytores:
Ya a
principios de los ochenta, Carlos Trillo así como otros autores
profesionales argentinos eran mundialmente reconocidos por sus
trabajos para el exterior. Fue a finales de esa década cuando el
mismo Carlos Trillo se embarcará en su única experiencia como
editor: El Globo Editor. Fue bajo ese sello que se comenzó con la
edición de la revista Puertitas, en la cual se rescataba
mucho del material realizado por los mejores historietistas
argentinos para el exterior, tarea que años antes había comenzado la
misma Fierro cuando todavía era capitaneada por Sasturain.
También se pudo ver en sus páginas ediciones de algunos autores
extranjeros como Jordi Bernet y Miguelanxo Prado. En paralelo a
Puertitas se publicó Puertitas Supersexy dedicada
enteramente al género erótico. Ambas publicaciones extenderían su
continuidad hasta superar la media centena de ediciones, luego su
periodicidad se vio discontinuada hacia finales de 1993. Los últimos
números de Puertitas Supersexy fueron editados por Javier
Doeyo, quien poco tiempo después fundaría la editorial Doedytores,
editorial que sería responsable de la publicación de varios libros
de autores argentinos como Enrique Alcatena, El Tomi, Oscar
Mandrafina, Carlos Trillo y Carlos Meglia, entre otros. Las
experiencias del Globo Editor primero y de Doedytores
después son las más prolíficas de los primeros años de la década,
aunque lamentablemente luego no pudieran extenderse en los años
siguientes. Ambas iniciativas, si bien fueron importantes en su
momento, no lograron erigirse como las continuadoras de la tradición
editorial historietística argentina. A diferencia de El Globo
Editor, Doedytores continúa hasta hoy en día editando libros
en forma intermitente, experimentado con diferentes formatos y
productos.
La
Colección Narrativa Dibujada de Editorial Colihue:
Coincidiendo con la desaparición de Fierro, se inicia otra
gran obra de mecenazgo, esta vez a cargo de la Editorial Colihue. El
gestor inicial de la nueva aventura, es otra vez, Juan Sasturain. En
esta ocasión la meta es diferente. Muchas de las más grandes
historietas argentinas de todos los tiempos permanecían inéditas, o
bien sin volver a reeditarse desde su aparición original, décadas
atrás. Así es como Colihue comienza su colección de libros
(álbumes) de historieta llamada Narrativa Dibujada (una
variación apenas más ajustada de la utilizada por Oscar Massotta en
los sesenta para su propia revista: Literatura Dibujada).
Esta colección, con no más de treinta libros editados, representa la
labor editorial más importante dedicada a la historieta argentina en
los últimos diez años. Entre otras, se editaron obras inéditas u
olvidadas de Alberto Breccia, Oesterheld, Carlos Nine, Solano López,
Carlos Sampayo, Patricia Breccia, El Tomi, Max Cachimba, Horacio
Lalia,
Osky, Ricardo Barreiro y Pablo de Santis. La única otra editorial
que superaría a Colihue en cantidad de ediciones de libros de
historieta es Ediciones de La Flor, la cual tiene en su catálogo
toda la obra de historietistas y humoristas gráficos como Quino,
Fontanarrosa, Caloi o Sendra. Es durante esta década que Ediciones
de La Flor edita una serie de libros de gran manufactura, y
de considerable extensión (entre 400 y 600 páginas). Cada libro
recopila todas las historietas de Mafalda (Quino), Boggie el
Aceitoso (Fontanarrosa), Inodoro Pereyra (Fontanarrosa), entre
otros. Dentro de esta colección Ediciones de La Flor ha
editado uno de los libros más importantes dedicados a la historieta
argentina: Historia de la historieta argentina, de Judith
Gociol y Diego Rosemberg.
Editorial Colihue y Ediciones de La Flor son las dos
únicas editoriales que publicaron profesionalmente historieta
argentina durante los últimos diez años en forma continua. Hubo
otros intentos encomiables (como el de Editorial Imaginador) pero
ninguno duraría lo suficiente como para representar un cambio en la
tendencia a la desaparición de la industria editorial profesional.
No es
casual que estas dos firmas sean dos importantes editoriales
nacionales de literatura. Los libros de historieta editados
constituyen, en ambos casos, una colección más dentro de un amplio
catálogo de libros de todo género.
La
tarea editorial dedicada a la historieta argentina de Editorial
Colihue y Ediciones de La Flor continúa hasta hoy en
día, aunque no es improbable que tengan que discontinuar o reducir
su producción debido a la crisis económica actual, la cual ha
transformado al mecenazgo en algo más parecido a la inconsciencia.
Segunda Parte: un fenómeno más en la feria.
Cazador:
El único hito comercial que brindó la primer parte de
la década fue un personaje surgido del under que luego
encontraría un apoyo desde una editorial profesional: Ediciones de
La Urraca. Así como esta editorial había definido el color de la
historieta de los ochenta con una revista que era puro prestigio
como Fierro, también marcó a los noventa con una historieta
que fue puro negocio: Cazador, una creación de Jorge Lucas,
dibujada por él y por Mauro Cascioli (hijo del director de Ediciones
de La Urraca, Andrés Cascioli), Claudio Ramírez y Ariel Olivetti.
El Cazador era un personaje claramente inspirado en las ironías
musculosas de Simon Bisley, pero vivificado por un tono claramente
argentino. Cazador fue una historieta sin demasiadas
pretensiones artísticas, cuyo mérito mayor era el de ser creíble (al
menos en un principio) en su insolencia adolescente a base de
insultos, violencia y excelentes dibujos de hipertrofias anatómicas.
Antes que provocadora, Cazador era impertinente; cínica e
infantil a la vez.
La asociación es inevitable y triste: ya no había
lugar para la irreverencia intelectual de Fierro, pero
sobraba espacio para la rebeldía escatológica del Cazador.
El Cazador pudo contar con no pocos años de
bonanza, en los que llegó a vender más de veinte mil ejemplares (una
excelente cifra para toda la década).
Pero las grandes
ventas y las mejoras editoriales fueron acompañadas con un
empobracimiento paulatino de sus argumentos y la deserción de
algunos de sus mejores dibujantes. Su agonía se prolongó por varios
años, sumando más de sesenta números. Casi no existieron ediciones
de historieta argentina que acompañaran al Cazador en los quioscos
en sus primeras épocas.
Tan sólo las
revistas de la octogenaria editorial Columba y las de la
editorial Record seguían apareciendo, aunque su letargo era
ya evidente.
La
historieta adolescente:
Es en
esta instancia que la historieta argentina sufre una
adolescentización, en todos sus frentes. Los factores que confluyen
en este fenómeno van desde la invasión de superhéroes facilitada por
la convertibilidad de la moneda y la edición nacional de gran parte
del catálogo de DC Comics por parte de la editorial Perfil,
hasta la aparición de los nuevos historietistas under que
apenas superan, por aquellos años, los veinte años de edad.
Estos
nuevos historietistas eran la punta del iceberg de la que sería la
segunda oleada de revistas under. Fanzines y revistas
independientes como Catzole, El Tripero,
Megaultra, Maldita Garcha o El Abismo eran los
primeros brotes de lo que años más tarde se conocería como el “Boom
de los Fanzines”. Pero todavía faltaba tiempo, y por aquellas épocas
sin demasiado que reseñar, eran otras las novedades: las comiquerías
y los eventos.
Las
comiquerías:
La
paridad cambiaria decretada por la Ley de Convertibilidad [del peso
al dólar], resultó beneficiosa para los importadores de cómics. Así
fue como poco a poco, los principales barrios de Buenos Aires fueron
poblándose de nuevas comiquerías. Hasta ese entonces, los canales de
distribución eran el tradicional circuito de kioscos callejeros y
unas pocas librerías especializadas en las que se podía acceder a
material publicado en otros países. La cadena de “comiquerías” de El
Club del Comic fue el ejemplo más claro del fenómeno. En poco tiempo
logró convertirse en la cadena más importante. Sus locales estaban
dedicados en su mayor parte a las ediciones en castellano e inglés
de las editoriales americanas más reconocidas. Si bien los
superhéroes tenían una clara preferencia sobre los otros géneros, en
estos locales también existían sectores más apartados donde podían
encontrarse los álbumes europeos editados en España, algo de
material de editoriales independientes norteamericanas y las escasas
ediciones argentinas de aquellos años.
Comiqueando:
Acompañando el fenómeno del surgimiento de las comiquerías, también
apareció la revista de información pensada a la medida de los nuevos
lectores de historieta: Comiqueando, dirigida por Andrés
Accorsi. En esta revista se podía encontrar una distribución
temática análoga al material hallable en las comiquerías, una mayor
parte de información sobre historieta norteamericana (tanto de
superhéroes como de temática adulta) y una menor proporción
enteramente dedicada al cómic europeo y nacional. Comiqueando
superaría los cincuenta números, convirtiéndose por mérito propio en
la revista de información sobre historietas más importante de la
década. Toda la historia de la historieta argentina de la segunda
mitad de la década puede encontrarse dispersa a lo largo de sus
páginas.
Fantabaires:
Es
así como, hacia el año 1996, la comiquería El Club del Comic, la
revista Comiqueando, la revista de cine bizarro La Cosa,
junto a otros socios, crean el evento anual Fantabaires. El
lema de la organización dejaba en claro cuál era la propuesta:
Comic, Ciencia Ficción, Terror y Fantasía. Un lenguaje / arte como
el cómic, estaba considerado en términos similares a tres géneros
marginales tanto de la literatura como del cine. Lo que hace lógica
a esta categorización arbitraria es el menosprecio compartido de los
cuatro “géneros” por parte de la alta cultura. En los cuatro casos
se estaba haciendo referencia a cuestiones pertenecientes al
entretenimiento antes que al arte. Ya en su primera edición,
Fantabaires dejó en claro que el cómic sería tratado como una
mercancía más a vender, y que todo tipo de actividad cultural sería
subsidiaria del objetivo principal. Fantabaires logró
convocar a grandes figuras extranjeras como Neil Gaiman, Alan Grant,
Jordi Bernet, Humberto Ramos, Eduardo Barreto, entre otros a los que
se sumaron grandes historietistas argentinos residentes en el país y
en el exterior como Horacio Altuna, José Muñoz, Juan Giménez, Carlos
Trillo, Enrique Alcatena, Horacio Lalia, Ricardo Barreiro, Ariel
Olivetti, Solano López, Eugenio Zoppi, Juan Zanoto, etcétera.
Fantabaires duró hasta ya entrada la nueva década, para cuando
su propia desorganización y sus desinteligencias internas la
llevarían a un final previsible.
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