El sentido del Humor.
«Así que lo que sigue a continuación no es ningún tratado sistemático,
analítico y metódico de la inutilidad y sus múltiples variantes, sino
más bien un compendio caótico, desordenado y torrencial de personajes
y situaciones de los que, si yo fuera crítico especializado de tebeos
en alguna revista y me encargaran la tarea de reseñar este libro,
diría que son absolutamente inútiles» (Enrique Bonet, Sólo para
inútiles, Prólogo)
El cómic
siempre ha guardado una estrecha relación con el humor. Mientras otras
artes en sus orígenes estilísticos se decantaban por la exaltación de
gestas o sentimientos o por la representación fiel de imágenes o
sonidos, la historieta, ocupados estos campos, vino a nacer para dar
cuenta de aquellos contenidos que como el humor poseían un carácter
marcadamente marginal dentro de las ramas anteriores. En las páginas del
nuevo medio la sátira, la ironía, la parodia... encontraban por fin el
espacio necesario donde cobrar la vigencia y el protagonismo negado
hasta entonces. Ya podíamos decir que la comedia nació en la Grecia
Antigua, que la música festiva había sido una manifestación presente en
toda sociedad humana, que no habían sido pocos los cuadros creados a
partir de una firme intención paródica, que daba igual. Lo cómico era un
estadio menor del arte porque sí y sanseacabó.
Con los tebeos no es
que cambiara mucho el panorama. Aún hoy pervive esta falacia que se
empeña en desmerecer y relegar cualquier obra que intente provocar la
jocunda en beneficio de una idiosincrasia trágica supuestamente más
acorde con el canon de perfección. Y además por extensión (algo que no
sería extraño si tenemos en cuenta que tanto lo cómico como el cómic
guardan una estrecha vinculación) la historieta no ha pasado del estatus
de género menor para menores. Así que partiendo de estas premisas
desalentadoras, no creo que las palabras de Bonet acerca de la
inutilidad de su obra desentonen en absoluto. ¿O acaso no es el cómic
para la gran mayoría de la masa social el último pintamonas de la
tierra? Y eso que paradójicamente el humorístico es el género más
vendido porque vamos a ver quién no he tenido en sus manos un
Mortadelo, una Mafalda, un Astérix... Muchos de estos
personajes han acabado por convertirse en verdaderos iconos de la
cultura popular pero aún así se siguen tomando a guasa por la simpleza
de que es mucha la gente que los empieza a leer pero poca la que los
llega a considerar un vehículo idóneo para transmitir ideas (supongo
que este debe ser el camino de lo artísticamente útil). Y es aquí donde
se ve este problema de convención. Para una obra de corte “serio”, si a
un lector le gusta, normalmente asegura que el autor le ha despertado
sentimientos. En cambio con un chiste o un gag sólo se ríe. Y,
¿no es el mismo planteamiento? Todo humor, al igual que toda tristeza,
parte de un hecho vital: reflejar una forma de ver y entender el mundo y
esto sí que es una verdad como un templo sea quién sea el creador o se
exprese como se exprese. Entonces, ¿por qué esta diferencia de trato?
¿Por qué, si sobre el papel hay que hacer el mismo esfuerzo de
destripamiento? Y además, ¿no es también una convención que hacer reír
es mucho más difícil que hacer llorar? En fin, que ante tal cacao tal
vez analizar una obra como la de Bonet que hace alarde y gala de la
inutilidad sea el mejor medio para dar fe de todo lo contrario.
El sentido de la
vida.
Bonet, como
todo humorista que se precie, parte del desarrollo de sus propias
experiencias. Y no quiero decir con esto que su vida sea un chiste, ni
la de ningún otro por esta regla de tres, ni nada parecido. Lo
cotidiano, con sus alegrías y tristezas, con sus fortunas y
adversidades, es la base de toda creación humorística; el punto de
partida desde el que explorar el mundo en alas de la carcajada
inteligente y convertir la realidad en objeto de la parodia, la ironía o
la sátira.
Desde sus
inicios, bajo la forma primigenia de la comedia teatral griega, el humor
se ha caracterizado por la puesta en escena de un espíritu rebelde y
desenfadado capaz de sacarle los colores hasta al más pintado. Y la
historieta, claro esta, no iba a ser menos. A bote pronto dos son las
actitudes, los formatos en cambio son infinitos, que mejor sintetizan el
amplio caudal de modos y modas en los que esta se ha recogido. Por un
lado, el humor tajante del movimiento underground. Por otro, el
soterrado de las tiras de prensa. Ambos se sitúan en una disposición
enfrentada a la gris realidad establecida pero su método de lucha es
bien diferente: uno opta más por el golpe contundente; y la otra por la
creación de pequeños caballos de Troya que descubrirán su mensaje en el
momento oportuno.
Entre ambos parece
moverse Bonet. Sólo así, con esta amplitud de miras, se consigue ganar
alguna batalla a la cotidianidad apática. Sólo así se consigue
sobrevivir entre tanto dolor insano. Y es por eso que la estructura de
este libro puede resultar dispersa, pues con cada nuevo personaje se
trata el quehacer de un enfrentamiento particular, pero en este combate
cuerpo a cuerpo no hay caos ni desorden, contradecimos otra vez así al
creador, sino movimientos cuidadosamente estudiados de un victorioso
plan de batalla. Veámoslo con detalle.
Los cabos sueltos.
A lo largo de este
libro son varias las páginas que responden a un aislado estado de
opinión o de ánimo. Cubren desde la enérgica reacción contra los
devaneos sociales cercana a la historieta comprometida (en este sentido
la primera y la última tira que abren este libro me parecen soberbias,
vivo reflejo de nuestra falsa sociedad del «España va bien») hasta
distintas estampas sociales sobre las que se aplica una atenta mirada.
Estas últimas son el grupo de mayor extensión, que van variando de
formato. Así, por un lado tenemos los breves y frescos brochazos
encargados de parodiar los tipos cotidianos: desde la malafollá
de los móviles y demás inventos supuestamente creados para hacer la vida
más fácil, a profesores de filosofías matutinas o nazarenos deformes
(¡cuanta carga simbólica...!) Y por otro, toda una fábula como es
Foto de novios, un cuento patético. Ojito. No digo que lo sea por su
número de páginas (cuatro, en principio, no es que sean tampoco muchas)
o porque así haya sido recogido en el título. Aquí lo interesante es la
actitud, la voluntad de contar una historia intensa que se deja intuir
como una necesidad catártica. En ella cierto resabio patético se
convierte en el elemento nuclear de ciertos modelos narrativos cercanos
a Bagge o más con alguna reminiscencia del primer Crumb: un personaje
gris y desalentado capaz de provocar en nosotros la duda de si no será
un fiel reflejo de nuestras miserias. Algo, a lo que habitualmente
preferimos no dar respuesta...
Castillos en el aire.-
Este grupo temático
viene a recoger a un nuevo tipo de frustrado: el del complejo de
inferioridad. Esta serie narra mediante el formato de página / viñeta
autoconclusiva los devaneos de un padre de familia de vacaciones en la
playa incapaz de hacer frente a un tipo superior a él en todo. O eso
cree él cegado por un arrebato verdaderamente infantil que le impulsara
a cometer empresas innecesarias para las que no está capacitado ni reúne
el talento preciso. A sus ojos se convierte en un rey sin corona que no
sabe como recuperar su trono por mucho que lo intente. A los nuestros,
sólo un pobre tipo lleno de cómicas inseguridades. Como más de uno.
El vaso medio vacío.-
Aunque sólo se trata
de un conjunto aislado de seis tiras unidas temáticamente en la misma
página no podíamos pasarlas por alto. Nos referimos a aquellas que bajo
el título de Reciclómic hacen crítica mordaz del medio. A través
de la parodia sarcástica de personajes iconos, Bonet da en el clavo: el
medio de nuestros amores esta obsoleto y necesita un lavado de cara con
urgencia; para ello con imaginación y porque no decirlo, también con
unas buenas dosis de mala leche, nuestro autor encuentra una nueva
ocupación para tan noble arte más acorde con los nuevos tiempos. Eso sí
no seremos nosotros quienes se encarguen de desvelar la sorpresa máxime
cuando el hecho puntual sobre el que tenemos que incidir no lo precisa.
Haciendo de tripas corazón, para tratar de no ser demasiado
“localistas”, la cuestión en juego es que aquello que es nuestro sueño
(para nosotros los tebeos para otros será otra cosa sobre cuestión de
gustos, entendidos como paradójicos sustentos de la realidad, no hay
nada escrito) se va al garete (esta perdiendo su posición como medio
artístico y social) y nosotros no podemos hacer nada para evitarlo. Y
bueno, de la impotencia a la inutilidad sólo hay un paso.
La soledad.-
El cuerpo central del
libro esta formado por una libre versión de un clásico literario por
excelencia, Robinson Crusoe, bautizado por Bonet como López. El
minimalismo es aquí la expresión: el mismo escenario (el minúsculo
islote), los mismos personajes (aparte de López, una gaviota y un
pez)... Así que es más que meritorio que con tan escasos elementos sea
capaz de reflejar de un modo tan preciso, y me atrevería a decir
completo, los defectos de toda una sociedad como la nuestra. La
incomprensión, la tiranía de los que se sienten superiores, la
incomunicación... son algunos de los temas tratados por Bonet, y todos y
cada uno de ellos vienen a sumarse para dar el mismo resultado
desalentador y evidente: la soledad aplastante que nos agobia y que
hemos acabado por aceptar como el común denominador de nuestras
existencias.
El amo y señor.-
Toca el turno ahora
de mostrar el lado “relajado” de la cabeza visible de la institución
social por excelencia: el hombre. Desde luego este señor aquí pintado no
es el espejo en el que nos gustaría mirarnos (vago, egoísta, pasota,
apático) pero aquí hay que hacer un ejercicio de sinceridad. A quién no
le gustaría ser un espíritu libre, todo el día tirado a la bartola, sin
más preocupaciones que el Marca... No es que sea el sueño de todo
hombre... es que, variando un par de cosas, es el sueño de cualquiera.
Esta apreciación de la inutilidad idílica es la que Bonet trata de dejar
clara a lo largo de todo el libro, bromas aparte. Un sujeto llamémosle
“tranquilote”, puede que sea pasivo socialmente pero desde luego no es
el enemigo público número uno. De quién tendríamos que preocuparnos, y
en estas tiras del Señor de la casa así lo hace, son de otros
entes, al igual que el señor responden a un arquetipo, especialmente
activos pero activos en joder al personal: el “euro”, el “Apocalipsis”,
la “Operación Fracaso”, el “apagón”...Igual que al personaje
protagonista, que siempre le vienen a molestar en medio de una “faena”,
un día de estos van a acabar por tomar, sino lo han hecho ya, nuestro
último refugio, nuestro hogar y sólo vamos a ser capaces de lamentarnos
con un tácito “¡vaya hombre!”, en el mejor de los casos...
Con
estilo.-
El conjunto de tiras
más antiguo se corresponden al grupo genérico de Cuestión de clase
(publicado en el periódico universitario Campus y también
reunido en un librito por Ediciones Veleta en 1999). Si bien los
formatos en los que han sido recogidas estas historietas han variado con
el tiempo, el espíritu que mueve la serie, en cambio, es el mismo: la
despreocupación. A este respecto el titulo parece ofrecernos alguna
pista. Teniendo en cuenta que la tira hace referencia a la vida en común
de unos estudiantes universitarios podemos pensar que trata sobre la
clase como espacio de encuentro o de la “clase” estudiantil. Sin embargo
no creo que vayan por ahí los tiros. El protagonista principal de las
mismas es, una vez más, un vago redomado o un pícaro que da palos al
agua si se lo prefiere. Alguien con estilo, con clase, que al final
siempre consigue lo que quiere y que también a su modo es un rebelde sin
causa. Su actitud, la ley del mínimo esfuerzo, se convierte en un modo
de protesta enmarcado dentro de su contexto, el de una Universidad y el
universo que la rodea convertidos en arquetipos de la problemática
educacional. El piernas, simplemente es el reflejo de una situación: él,
por ejemplo, es uno más de esos miles de tipos brillantes a los que sólo
les ha faltado estimulación y opta por mostrarlo abiertamente. El 0, 7
que no encuentra ni su sitio ni su acomodo. Y el Oliver que es la viva
imagen del esfuerzo inútil: «llevó más de tres años en la Universidad y
sigo sin tener nada claro...» Los tres responden desde distintas
perspectivas a lo que cualquiera con un mínimo de aptitud se encuentra
en una universidad española: desatención, desorientación y
desesperación.
La fruta madura.-
Treinta y tantos
es el último grupo de historias presentes en la obra. Y quizás el más
singular. Una pareja, la edad es obvia, asentada y con un par de niñas
que se encuentra a medio camino entre la juventud y la madurez forzosa
fruto de la asunción paulatina de responsabilidades. ¡Nuestros Adán y
Eva particulares son miembros provechosos de la sociedad por una vez y
sin que sirva de precedente! No es la reivindicación el camino que se
explora en estas tiras sino la intimidad, la introspección; la mirada
atrás de quienes hacen balance de lo vivido, de quienes a veces sienten
que el tiempo pasa muy deprisa mientras sus sueños se van esfumando, de
quienes simplemente se levantan cada mañana con la esperanza de
encontrar un mundo mejor. Una razón más que suficiente.
La escena de los
idiotas.
Después del
desfile de personalidades al que hemos asistido, no vamos a recuperar el
debate sobre la utilidad o inutilidad de esta obra y por ende de la
historieta. ¿Para qué? Aún así antes de echar el cierre podemos dejar la
duda abierta tomando de nuevo otra frase de Bonet con respecto a esta
pequeña (por formato y extensión) gran obra (y que también cerraba
casualmente el prólogo a la edición de su libro): «Ya sabéis lo que
dirían los críticos: la lectura de este tebeo no sirve absolutamente
para nada».
Por mi parte, no
puedo estar más en desacuerdo. |