Parece notorio que Historias de Taberna
Galáctica es la obra más conocida y reconocida del barcelonés
Josep Maria Beà i Font, así como uno de los títulos mejor
recordados y mitificados de nuestra reciente historia de los
cómics en España. Han pasado más de veinte años desde el inicio de
su publicación en las páginas de la no menos mítica revista
1984, el estandarte de una época –los años ochenta– que vivió
un boom electrizante en lo que a revistas de cómics se
refiere. De aquel boom fue uno de sus máximos exponentes el
editor Josep Toutain, no siempre alabado, muchas veces
cuestionado, pero en definitiva impulsor de una forma diferente de
entender el cómic, queriendo elevarlo a unos niveles anteriormente
jamás conseguidos en España, aunque sí en otros países más
culturizados como podrían ser Francia, Italia o los mismos Estados
Unidos. Si él consiguió alcanzar esos niveles mediante la apuesta
de sus diversas publicaciones en el mercado (1984, Creepy,
Ilustración + Comix Internacional...) es algo que podríamos
discutir, pero en todo caso, no se puede negar que, como poco,
estuvo muy cerca de ello.
Uno de los autores que fue capaz de aprovechar este
tirón artístico uniéndolo a su propio momento de efervescencia
creativa fue Josep M. Beà, que con las insólitas y bizarras
desventuras narradas por los parroquianos habituales de una
fantástica taberna espacial sita en un meteorito horadado a tal
efecto, logró su mayor índice de popularidad, su mayor empatía con
los lectores habituales del género. Y hablando de géneros,
corrientes o movimientos: me desagrada utilizar algunos términos
tales como surrealismo u onirismo; querría ser lo más original
posible al escribir, y no repetir innecesariamente palabras que se
asocian la mayoría de las veces con la obra de Beà, pero me va a
resultar del todo imposible. El surrealismo se halla tan pegado a
las fantásticas historietas de Beà como la piel a su propio
cuerpo. En cuanto a lo onírico (que parece recurso fácil en la
argumentación de cualquier reseña) el mismo autor nos despeja el
camino al revelarnos que su contacto con el hombre gato Blyxton,
uno de los fundadores de la plural Taberna Galáctica, «se produjo
en un plano existencial de carácter onírico».
De esta manera, con un prólogo de cinco páginas no
del todo necesario, pero maravilloso, se nos da entrada a la obra
en sí. No es nada nuevo, ni mucho menos original, el soporte
escogido por Beà para narrarnos estas historias: un personaje, o
personajes en este caso que, por turnos, van exponiendo sus
cuentos ante la audiencia correspondiente. Si no es original, al
menos resulta muy efectivo, y no hace falta que nos remontemos a
los archiconocidos Cuentos de las Mil y Una Noches para
comprobar que el efecto funciona. Cada unidad de historieta, de
hecho, se abre y se cierra con unas pocas viñetas (cinco o seis, a
lo sumo) que, sin llegar a ser plenamente argumentales, contienen
el germen de alguna buena historia propiciada por la multitud y
diversidad de tipos que acuden a la Taberna Galáctica en busca de
sexo, drogas, rock and roll... o la experiencia de escuchar una
buena historia; dicho sea esto de paso, las narraciones casi nunca
son celebradas sino, muy al contrario, criticadas ferozmente por
los multiformes oyentes... Así, casi tan interesantes nos parecen
las situaciones provocadas por la particular idiosincrasia de los
habituales de la tasca, como las propias historias narradas.
Y en cuanto a éstas... ¿qué decir de la apabullante
imaginería de la que el autor hace gala? ¿Qué decir de la riqueza
de espacios imposibles y de situaciones bizarras que se despliegan
ante nuestros ojos? Si hay un común denominador en este conjunto
de historias, este debe ser el del surrealismo y aún el absurdo.
Pero dicho así, esto resulta engañoso; hay que leer y disfrutar,
realmente, estas historias para darse cuenta de que ese común
denominador tan sólo es el primer peldaño desde el que auparse;
cada una de ellas es tan independiente y unívoca como podríamos
desear, en bien de la originalidad y el disfrute del lector. Así,
“Unidad de Servicio 3M”, el relato que abre la obra (y que parece
un tanto desgajado del resto; quizás Beà no tenía todavía del todo
claro hacia dónde iba realmente esta Taberna Galáctica, que aquí
es simplemente mencionada como un «bar de una estación de recreo
en el espacio») es un cuento de ciencia ficción pesadillesca, al
estilo de los viejos relatos de Twilight Zone o inventos
similares, lo que se puede aplicar igualmente a “Relato de
Khantrax”, “Relato de Syanock” o “Relato de Kiramow”, en los que
robots y alienígenas son los principales instigadores de
situaciones de espanto y horror espacial.
Otras piezas: “Relato de Toksath”, “Relato de
Ondrakor”, “Relato de Okaris”... remiten directamente a ideas o
situaciones que bien podrían haber surgido en las obras de
clásicos escritores de ciencia ficción; por dar algunos nombres:
Ray Bradbury, Richard Matheson o Brian Aldiss; sin que las
diferencias con el grupo anterior sean más que muy tenues. Y
luego, podemos disfrutar de los relatos en los que Beà se suelta
el pelo y deja que su gusto por las extravagancias barrocas y por
el absurdo, a veces incoherente, lo llene todo: “Relato de
Hycrotan” (onirismo filosófico), “Relato de Wanshott” (surrealismo
evidente, al menos en las imágenes), “Relato de Plektron” (que Beà
utiliza para dar sobrada muestra de su habilidad creando seres
imposibles en una humorada de dos páginas), “Relato de Nacrapt”
(uno de los menos conseguidos de la obra), o “Relato de Clakster”
(que cierra el volumen y es ya, directamente, auténtico desvarío:
el propio Beà reconoce que ni él mismo entiende lo que ha
escrito).
Quedan, todavía, por comentar cuatro aventuras de
las narradas en esta taberna, que George Lucas jamás podría haber
imaginado tan plena de peculiaridades y tan desmesurada para sus
Guerras Estelares: “Relato de Tenyktar”, que aun poseyendo un
argumento un tanto convencional, nos ha dejado el legado de esos
maravillosas naipes ideados por Beà, derroche puro de imaginación
daliniana en una sola imagen congelada, la de La mujer que mata la
mano del caracol, La niña jugando con los pulmones, o La Muerte a
los cuatro años tocando el tambor con dos espermatozoides, entre
otros. Delirio magnífico. “Relato de Blydahn” es una buena mezcla
de ciencia ficción y cuento infantil triste; mientras que “Relato
de Zherbis” es apenas un chiste trasplantado al terreno de la
ciencia ficción más sencilla. “Relato de Romagosa”, por último, es
una pieza difícil de catalogar en algún apartado; no es
exactamente ciencia ficción; se mueve a medio gas, sin la chispa
de ingenio o de rareza de otros relatos.
Dejando atrás el terreno argumental, me gustaría
hablar un poco del arte de Beà, de su dibujo, de su fantástica
manera de encarar las viñetas, sin buscar nunca soluciones fáciles
(como podrían ser el uso reiterado de primeros planos, o la
repetición de fisonomías o, incluso escenarios); ni tampoco
detalles gratuitos o artificiosos que busquen la belleza del
dibujo, sin más. Beà no es un dibujante que busque el lucimiento
personal, pero se luce, de todas formas, tal es su habilidad y su
calidad incuestionable. En esta obra despliega un riquísimo
catálogo de técnicas: tramas mecánicas y manuales, aguadas,
manchas de negro... que sabe ensamblar perfectamente, resultando
un todo fluido, flexible y de una naturalidad especial. Sus manos
son capaces de ofrecernos un academicismo perfecto, su arte es
realista en grado sumo, en todo tipo de gestos y detalles; un
realismo que merece admiración. Pero Beà pervierte este realismo
del que es capaz, porque sabe dar muchísimo más y no podría
quedarse en el realismo desnudo. Su exuberante imaginación y su
extraordinario sentido para lo absurdo convierten esos dibujos en
una sensación gráfica a la que desearemos volver una y otra vez.
Podríamos decir que sus manos, con una maestría envidiable, se
ponen al servicio de todo aquello que su imaginación sea capaz de
crear, que no es poco. Ese grafismo con la realidad como
referencia, unido a la fantasía más que generosa, hace que estas
Historias de Taberna Galáctica nos sean deliciosamente
cercanas. Querremos creer en ellas, en su veracidad cósmica, a
pesar de lo incongruente de muchas de las situaciones, a pesar de
la alteración de nuestro sentido de lo que es o no es.
De lo que no cabe duda es que, a poco que amemos la
fantasía, los cuentos y el arte, esta obra de Josep Maria Beà debe
resultarnos un título imprescindible al que volver de cuando en
cuando. Más de veinte años de edad lo avalan. Y no ha perdido ni
una pizca de su interés. |