Primer nivel de
lectura
La obra se estructura en tres líneas narrativas con
argumentos complejos que nos cuentan las vicisitudes de su
encantadora protagonista en tres momentos importantes de la reciente
historia de EE UU. El primer hilo arco argumental tiene como
escenario la guerra del Pacífico y la posterior posguerra, y engloba
los álbumes titulados Remember Pearl Harbour (1994),
Poison Ivy (1995) y Flying Dottie (1995). Están
publicados en España por Norma Editorial, con los títulos Pin-Up
1, 2 y 3. La siguiente serie está integrada por las entregas
tituladas Blackbird (1998), Colonel Abel (1999) y
Gladis (2000). Rememora un suceso real de espionaje acontecido
durante la Guerra Fría, entre los años 1960 y 1962. También tiene su
correspondiente edición española en números correlativos. Finalmente
hay un tercer arco argumental ambientado en Las Vegas, en una fecha
todavía indeterminada entre finales de los años cincuenta y
principios de los sesenta, con, de momento, dos volúmenes. Las
Vegas (2001) y Big Bunny (2002). Norma ha editado el
primero de ellos con el número 7.
Lo primero que llama la atención en la obra es su
compacidad estética, presumible en las magníficas y unitarias
portadas que decoran la edición española. Las imágenes cargadas de
sensualidad de la protagonista aportan una admirable tensión erótica
cargada de fetichismo. Las cubiertas de la edición original no
mantienen esa unidad estética tan elocuente, adoptando más bien una
forma de splash page, o si se quiere de gran viñeta.
Los guiones de Yann Le Peletier son concisos, de
diálogos ágiles, cargados de aforismos y sin textos de apoyo. Pese a
las magníficas referencias literarias, el contacto de la obra con el
lector es acentuadamente visual, por lo que gran parte de su
narrativa se sustenta en una vertiginosa sucesión de pictogramas,
desde panorámicas mudas con las que comienzan las escenas, hasta
primeros planos que centran los mensajes o expresan sentimientos.
Entre ambos extremos, se sitúan todo tipo de viñetas que limitan por
planos una secuencia, y secuencias que acotan las escenas, empezando estas al
iniciarse una página. La estructura narrativa se hace pues muy
cinematográfica, siendo la escena, que ocupa varias páginas enteras,
la unidad funcional y estructural del relato. Cada escena lleva una
o varias secuencias que inciden en el momento dramático de la
acción, sostenidas fundamentalmente por la sucesión de todo tipo de
planos en los que la labor del dibujante Berthet brilla de modo
admirable. Sobre Yann cae la responsabilidad de la concatenación de
las escenas / secuencias, mientras Berthet sujeta con la figuración
de los planos el aspecto plástico de la obra. Manteniendo este símil
cinematográfico, se puede afirmar que la obra tiene un gran director
artístico que decora interiores y elige exteriores con un marcado
sentido ornamental. Y además tiene un director de escena muy
pendiente de poblar el plató con la cantidad de personajes adecuada,
sin faltar ni sobrar ninguno. Yann se nos muestra como un guionista
muy preciso, y pendiente de todos los aspectos formales de la obra,
incluidos lógicamente su cuidada estructura y su ritmo vertiginoso,
que pese a ser de tendencia geométrica, y poco dado a la
flexibilidad, es el más adecuado para que los lectores fijemos, y
memoricemos, la abultada nómina de personajes, de referencias
históricas y de variados escenarios, que incluyen tanto interiores
como exteriores, urbanos y paisajísticos.
La maestría de Berthet es palmaria en la composición
y variedad de las viñetas, o planos, por seguir con el símil
cinematográfico. Se acoge como alumno aventajado a la escuela franco
belga, de trazo simple, poco volumétrico y expresivo de la figura
humana, y un detallismo, perspectiva y angulación milimétricos en
los objetos y ambientes que respaldan el relato. Domina a la
perfección cualquier encuadre, desde el primer plano al medio,
pasando del americano a los planos generales, los picados y
contrapicados, y hasta las grandes panorámicas. Su veneración por el
detalle alcanza también a todo tipo de objetos y aparatos, muy de
culto: aviones (B-29 y U-2), coches (el Porsche 356 Speedster que
luce la protagonista en la séptima entrega), cigarrillos americanos
(Camel y Marlboro), licores (Four Roses) o sopas Campbell. Las
influencias de Edgar P. Jacobs,
dibujante de fondos no acreditado de
Tintin y autor de la magnífica serie Blake et Mortimer,
están presentes en toda la obra y son responsables de la detallada
figuración estética que luce cada entrega. Todas las series recogen
paisajes geográficos muy variados que incluyen ciudades de EE UU
tales como Nueva York, Washington, o Las Vegas, el campo y sus
carreteras, las junglas tropicales y las ciudades rusas como Moscú,
que implica una constante documentación para hacer de estos
escenarios lugares fácilmente identificables.
Pero si en los aspectos formales, tales como la
figuración, el escenario la ambientación, e incluso el diálogo,
resultan un prodigio de cuidado y buen gusto, la concepción,
definición y desarrollo de los personajes sitúan al cómic en una
elevada cota de eficacia. Una miscelánea de almas reales y ficticias
se mueve por la obra con una enorme direccionalidad y
multidimensionalidad. De esta manera, aparecen personas reales con
biografías apócrifas, individuos reales posicionados en su tiempo y
situación histórica, y personajes ficticios originales o no que se
pasean juntando sus vidas y pasiones a lo largo del relato. Las
referencias a épocas concretas están marcadas con precisión, por lo
que la utilización de la historia como disciplina académica decora e
interacciona con la historia en el sentido de relato, dando un gran
continente a una obra que avanza sola. Los guiños a situaciones
históricas se suceden a lo largo de la narración, manifestándose con
total evidencia en las magníficas secuencias que muestran a soldados
que marchan al frente despidiéndose de sus novias o esposas, los
garitos de copas y chicas fáciles repletos de oficiales de la USAF,
las fábricas de armamento que emplean obreras WOW, (“women on
war”), los campos de prisioneros en Tailandia, la explosión de la
bomba atómica en Hiroshima, o la descripción rigurosa de un ambiente
de posguerra, constituyen entre otras, las acertadas remembranzas
históricas que despliega el primer arco argumental. La captación
perfecta del sentido de la Guerra Fría, la captura del avión
invisible “Blackbird”, el rodaje de un film de Howard Hughes,
los
espías, el FBI y la descripción de un local de baile para lesbianas,
se hallan entre las incluidas en el segundo arco argumental. El
tercero, todavía incompleto, traza las relaciones del clan Sinatra
con la mafia, los casinos de Las Vegas y los comienzos de la mítica
Playboy de Hugh Hefner.
Toda la obra gira en torno a la presunta biografía de
la modelo Bettie Page, personaje real, y su alter ego, Dottie
Partington. La primera trilogía, situada en la guerra y en la
subsiguiente posguerra, sitúa a una jovencísima e ingenua Dottie,
(acomodadora de un cine) en un vórtice pasional, al hacerla objeto
del deseo más o menos morboso de tres hombres. Por un lado su novio
Joe, combatiente en el Pacífico, y obsesionado por el personaje de
papel Poison Ivy, con los rasgos y el tatuaje de su novia Dottie.
Por otro lado, sufre la tórrida pasión del dibujante creador de
Poison Ivy, Milton (Milton Caniff) más interesado en la posesión
sexual de Dottie, que en cualquier otro fetichismo más o menos
elaborado. Un tercer y enfermizo enamorado surge en la figura del
obsesivo Earl, oficial de aviación y piloto de un bombardero,
“Virgin Dottie”, llamado así por llevar la efigie o Pin-Up de
nuestra protagonista. Earl terminará de volverse loco, cuando su
avión sea derribado, y toda su tripulación muerta. Reaparecerá, ya
desmovilizado, como un asesino en serie, que va acabando con todas
las chicas que junto con Dottie trabajaron en el “Yo-Yo Club”, y que
posaron como Pin-Ups para Milton, con el objeto de decorar
los fuselajes de sus bombarderos.
Pero el mayor acierto narrativo del primer arco
argumental estriba en la inclusión a modo de inserto de la strip
Poison Ivy. El dibujante Milton, con la ayuda de sus
contactos en el Pentágono, (genial creación del coronel Engrautel de
propaganda) crea la figura de una especie de novia sexy de los
soldados, llamada Poison Ivy, que refleja el deseo inherente de los
combatientes de dejar la guerra, volver al hogar y practicar sexo en
su propio país, y además sirve de ayuda para mantener la moral alta.
Yann y Berthet rinden un irónico y desmitificador homenaje a una de
las figuras máximas del cómic de todos los tiempos, Milton Caniff,
creador, de entre otras grandes series, de la strip Miss Lace
(originalmente Male Call), obra que se comenta más adelante.
Las tiras se entienden en la obra como un objeto físico, retratado
en todo su detallismo, razón por la cual se pueden leer y apreciar
su forma, en lo relativo a textos, dibujos, entramados y firma.
Además de ser un objeto físico, es también una parte de la historia,
que se desarrolla en paralelo con el argumento principal, enmarcando
la aparición de algún rostro histórico como el del emperador de
Japón Hiro Hito, y dando pábulo a la obsesión de Joe por Poison
Ivy.
Esta obsesión también la comparte Talulah, esposa de Milton
(evocador y mitómano nombre de la actriz Talulah Bankhead, estrella
del escenario, cuyo gran momento cinematográfico se corresponde con
el film Náufragos de 1943, obra de Alfred Hitchcock). Esta
primera serie de tres álbumes se completa con los atinadísimos
cameos de personajes reales, que ponen sus palmitos para redondear
la perfección de la obra. John F. Kennedy, Joseph McArthur, Irving
Klaw, y Weegee enmarcan la obra en unas coordenadas espacio
temporales que navegan entre lo ficticio y lo real. También se
comentarán estas apariciones en párrafos posteriores.
La segunda trilogía está ambientada en un caso real
de la guerra fría, entre los años 1960 y 1962. Han pasado entre 18 y
20 desde que comenzó la primera serie. Dottie aparece más madura y a
la vez mucho menos ingenua. Los acontecimientos acaecidos son
fácilmente resumidos en destellantes y secos diálogos que trascurren
ya avanzado el argumento. El relato principal, versa sobre la
captura de un avión espía estadounidense en el espacio aéreo de la
URSS. Un U-2 de nombre Blackbird, pilotado por el piloto Gary
Powers, personaje real, casado en la ficción con una bellísima
Dottie. La trama se va completando con el desmantelamiento de una
célula de espionaje soviética en territorio yanqui, para finalizar
con un canje de espías. Por un lado Gary Powers y por el otro el
también real coronel Rudolph Abel. La segunda línea argumental, que
confluirá finalmente con la primera historia, vuelve a ser un alarde
de originalidad por lo que tiene de desmitificador. Está salpicada
de abundantes complicidades con los lectores. Yann y Berthet nos
relatan la obsesión morbosa que Poison Ivy despierta en el
excéntrico magnate Howard Hughes,
conocido como El Fantasma. Posiblemente los autores quieran
presentarnos esta obsesión como un homenaje de sus amores
fetichistas con la actriz Jane Russell, espectacular y
macromamaria morena, objeto de deseo de buena parte de la
población masculina de mediados del pasado siglo. El Fantasma quiere
volver a dirigir cine, por lo que necesita a Dottie Powers para que
protagonice el papel principal de su cinta, Poison Ivy (claro
homenaje referido al film The Outlaw de 1943, empezado
por el maestro Howard Hawks y terminado, y así consta en los
créditos, por Howard Hughes). Para presionar a Dottie le propone
utilizar su gigantesca influencia en la liberación de su marido,
acusado de espionaje por la URSS. El Fantasma, además de su
película, quiere los favores sexuales de Dottie, que finalmente
consistirán en una lluvia dorada. En esta serie reaparece Milton,
así como su celosa esposa Talulah, y la hija de ambos, también
llamada Dottie. La presencia de secundarios vuelve a ser
insuperable: un esbirro de Hughes, Chouinard, fascinado por la strip
Poison Ivy; una asesina negra y lesbiana llamada Gladis, que cierra
pistas en la célula de espionaje soviética liquidando (saludando) a
los enlaces al envenenarlos con gas cianuro emitido por un falso
paquete de Marlboro. Una oficial del KGB, tan bella como
maquinadora, y un delator que termina de ligar la trama de espías
con la protagonizada por la de Howard Hughes.
La ambientación de las escenas está tan conseguida
como en el primer arco argumental en lo referido a bases americanas
ultrasecretas, calles de Moscú, ejecución de delatores en ceremonias
(casi ritos) oficiadas por el KGB, cárceles soviéticas y el rodaje
de un film. Los personajes históricos vuelven a estar invitados,
aparecen Gary Powers, Kennedy,
Eisenhower y Nixon, una estatua de Trotsky
y la inquietante figura de Lee Harvey Oswald, que responde al nombre
de Likhoi,
trascripción fonética cirílica de sus iniciales latinas.
Probablemente el mejor de todos los cameos, sea la presencia del
actor Robert Mitchum con su eterna cara de ulceroso gástrico,
partenaire de Dottie en el film de Hughes, en el que interpreta al
capitán de marines Lovehate (guiño al lector sobre el mejor film de
“Mitch”, La noche del cazador, de 1955, dirigida por Charles
Laughton, en el que el actor da vida a un predicador psicópata y
asesino de viudas que lleva tatuadas en las falanges de los dedos
las palabras “LOVE” y “HATE”, amor y odio).
Los autores se apoyan en avances mediáticos para la
narración. Así por ejemplo, se muestra la caja catódica que da
noticias del juicio de Powers, y en ella aparecen retratados
personajes reales como Nixon, Eisenhower, Kennedy y algunos sucesos
históricos. Sustituye al informativo cinematográfico del primer arco
argumental. Otro soporte fabulosamente aprovechado es la pantalla de
cine, en donde se proyecta la película de Poison Ivy basada en los
cómics de Milton, que lógicamente a él no le gusta. La presencia del
cómic Steve Canyon, obra de Milton (Caniff), aporta al
conjunto otro distanciamiento desmitificador al plantear las
historias de la strip los mismos hechos que la trama de los
espías, incluido el canje. En un homenaje tan socarrón como canalla,
la tan aludida relación de Milton Caniff con el Pentágono vuelve a
aparecer en esta segunda serie, tan divertida, desmitificadora y
culta como la primera, pese a haber perdido algo del factor sorpresa
que emanaba la anterior trilogía.
Finalmente, el tercer arco argumental, con dos
entregas publicadas (en España, la primera) vuelve a deleitarnos con
más de lo mismo. Las Vegas y el casino “Flamingo”, el Porsche 356A
Speedster (el mismo con el que se mató James Dean) Frank Sinatra,
Sammy Davis Jr. Hugh Hefner y las playmates, decoran con sus
apariciones la siempre original historia que proponen sus autores.
Esta es un puro guiño. Heffner, editor de Playboy, quiere
comprar un casino en Las Vegas que sea atendido por “conejitas”,
algo que lógicamente se opone la Mafia. El segundo gran guiño lo
supone el encuentro y conocimiento de Dottie con el editor de
Playboy en la época en que trascurre la acción del relato
(finales de los cincuenta o principios de los sesenta).
La época en que se ambienta este tercer arco
argumental, todavía no aparece clara, apuntándose varias pistas. La
primera es la aparición de Sinatra y su pandilla de amigos (Sammy
Davis Jr. Peter Lawford, Angie Dickinson y Dean Martin) en Las Vegas
en los años sesenta. Entre 1960 y 1963, el clan rodó cuatro
películas. La segunda pista propone al lector un total ejercicio de
fisonomía. Dottie reconoce en una playmate morena, la chica
Playboy de julio del año anterior. Las modelos morenas del
mes de julio de aquella época fueron: Jean Janni de 1957, con lo que
la acción de la serie trascurriría en 1958, Teddi Smith de 1960, con
lo que la acción trascurriría en 1961 –del todo imposible por ser
ese el tempus de la segunda serie–, o Carrie Enright de 1963,
sucediendo los hechos del relato en 1964. Pudiera ser que en un
guiño retorcido Dottie se refiriese a la mismísima Bettie Page,
chica Playboy en enero y junio de 1955. Falta mucha obra por
salir al mercado, por lo que estas afirmaciones no van más allá de
la mera especulación. Los autores, tanto en ésta como en las
anteriores trilogías obvian citarnos el año de los acontecimientos
narrados, quedando esta circunscripción temporal en manos de los
lectores.
Concluimos tras esta exposición en calificar la obra
como excepcional. Si posteriormente le añadimos la manipulación
(manejo, más bien) de la historia y la exhibición cultural exhibida,
alcanza sin dificultad el calificativo de obra maestra. Apreciémoslo
con algo más de detalle y perspectiva en un segundo nivel de
lectura. |