El nombre de
Toutain está ligado al llamado boom del cómic de los años 80,
un fenómeno que hizo que el formato de revista de cómic “para adultos”
proliferara y predominara durante los primeros años de esa década.
Dentro de la verdadera oleada de revistas que se editaron destacaron
las que el propio Toutain publicó, las míticas 1984 (más tarde
Zona 84), Ilustración + Comix Internacional y, por
supuesto, Creepy, que durante varios años fue
(casi) la única exponente en España del cómic de horror, abarcando el
periodo que iba del esplendor de las revistas de género de los 70 a la
revitalización de los personajes terroríficos de DC en la línea
Vértigo. Su éxito se basó en una fórmula que ya había demostrado su
validez primero en EE UU y después en las primeras revistas de terror
en España.
Predecesores
hispanos de lo arcano
Salvo breves y
esporádicas apariciones de elementos terroríficos en las publicaciones
infantiles, el tema del horror no había sido tratado con asiduidad en
los primeros setenta años del siglo XX en España. En contra de lo que
había ocurrido en EE UU, donde la industria había sufrido una
sobreexplotación del género a raíz del favor popular disfrutado por
las publicaciones de EC Comics y otras editoriales, los
tebeos españoles no se apercibieron del uso del miedo como elemento
preponderante en sus narraciones. No podía ser de otra forma, en una
época en la que el mensaje transmitido a través de las historietas
trataba de ser lo más adecuado a la mente infantil, según el concepto
de mente infantil que poseían los próceres editoriales del momento y,
más que ellos, los (obligatorios) supervisores de cualquier producto
que pudiera transmitir un mensaje. Fue en el año 1969, cercano ya el
fin de la larga posguerra, cuando apareció la primera publicación
española dedicada en exclusiva al terror. La editó Ibero Mundial de
Ediciones, y su nombre era Dossier Negro. No solo fue la
primera, sino que fue la que, con cambios de formato, de concepto y de
editor, alcanzó mayor numeración (217 números). El éxito de esta
publicación y el resurgir del género de terror en el cine tanto en el
extranjero (con las producciones de Hammer Films triunfando a todo
color) como en España (con el impagable Jacinto Molina / Paul Naschy a
la cabeza), hizo que aparecieran toda una pléyade de imitadores /
seguidores. Así, además de la traducción por parte de Vértice de los
tebeos terroríficos de Marvel, Skywald y otros sellos yanquis (Dracula
Lives!, Tales of the Zombie, Monsters Unleashed, Tomb of Dracula...
en Escalofrío, Relatos Salvajes, Fantom, Espectros), varias
editoriales y títulos se subieron al carro y lanzaron nuevas
cabeceras: Escorpión y Pánico de Vilmar, S. O. S.
de Edival, Delta de Ediciones Delta y otras muchas. Pero fue
Ibero Mundial la que supo sacar partido del éxito, editando las
versiones en español de las revistas de Warren Publishing, magazines
en blanco y negro dedicados íntegramente al terror y que llevaban
varios años triunfando en EE UU. Así, las revistas Creepy,
Eerie y Vampirella tuvieron representación en Vampus,
Rufus y Vampirella, verdaderas instituciones en la historia
del cómic de terror patrio. Sería básicamente en este modelo de
publicación donde Toutain se fijaría para su lanzamiento como editor,
después de años como director de la agencia que suministraba material
precisamente para estas revistas de Warren: Selecciones Ilustradas.
Yo fui una
agencia adolescente (y después una editorial)
Josep Toutain
(1932-1997) comenzó como dibujante en la España de los años cincuenta. No llegó a
afianzarse como tal, y decidió embarcarse en el proyecto de dirigir
una agencia de artistas que suministrara material tanto para España
como para el resto del mundo, centrando su producción en historietas
para Inglaterra, Francia y EE UU. La agencia Selecciones Ilustradas
(SI) fue la responsable de que las revistas de Warren sufrieran en los
años 70 lo que algunos teóricos han denominado la “invasión hispana”,
lanzando al estrellato nombres como los de Esteban Maroto, Pepe
González, José Maria Beà, Rafael Auraleón, José Ortiz y prácticamente
la totalidad de los autores que significaron algo en la industria
española del cómic de los 70. A finales de esa década decidió probar
suerte con la labor editorial, sacando al mercado la revista 1984,
versión españolizada de la del mismo título publicada en EE UU por
Warren, y dedicada al género de ciencia ficción. Visto el éxito de
ésta, su segundo lanzamiento fue la ya mencionada Creepy, en
marzo de 1979, respetando en esta ocasión el título original y
presentando tanto material originalmente publicado en EE UU como
material producido expresamente para la ocasión. Se ha comentado más
de una vez el curioso hecho de que autores españoles, contratados en
la agencia para producir historietas para EE UU y famosos en el
extranjero, vieran finalmente publicado este material en su país
pasando entonces a ser conocidos por sus compatriotas. La revista se
caracterizó por el proceso de “recuperación” de autores españoles que,
a pesar de ser reconocidos y publicados con asiduidad en todo el
mundo, eran completamente desconocidos en España. Podríamos decir que
Creepy llegó, vio y triunfó. Inmediatamente centró las
expectativas de los aficionados españoles, que, si no estaban
interesados en las producciones infantiles de la omnipresente Bruguera
y afines, tenía que subsistir con las cada vez más escasas
traducciones de superhéroes de DC y Marvel, los todavía más escasos
comics que llegaban de México a través de Novaro y las reediciones de
clásicos estadounidenses.
Como ya se
dijo, la fórmula de Creepy se basaba en la de Vampus y
Rufus, que a su vez tenían su origen en las Creepy y
Eerie americanas: historias en blanco y negro, autoconclusivas, de
unas 8 o 9 páginas de extensión, que solían introducir el elemento
terrorífico en un ambiente cotidiano sorprendiendo al lector en la
última página. Warren también se caracterizó por mostrar cierto
componente sangriento y sexual en sus historietas, aumentando así el
interés del potencial lector. Estas historias se embutían en un
producto de 70-80 páginas, presentado por una espectacular portada a
todo color que inmediatamente destacaba en el puesto de venta.
De esta forma,
el Creepy español, denominada en sus comienzos “La primera
publicación mundial de terror”, ofreció en un principio material
procedente únicamente de Warren casi en su totalidad inédito, aunque
también se caracterizó por mostrar en cada número una historieta ya
publicada en España pero interesante desde el punto de vista
artístico. Y si algo hay que destacar de los productos que Creepy
ofrecía es que, aparte de que tuvieran o no originalidad y coherencia,
la gran mayoría eran historias de gran calidad plástica, muchas
producto de la experimentación que los artistas españoles habían
llevado a cabo en el cómic durante la década anterior. Las historias
más absurdas y previsibles podían esconderse bajo una pátina de
calidad gráfica indiscutible, lo que sin duda fue una de las bazas del
éxito de la publicación.
Poco a poco la
revista fue introduciendo material producido expresamente para ella y
otras historietas que, aunque en principio no fueron publicadas por
Warren estaban realizadas por autores de
reconocido prestigio (y como ejemplos más significativos podrían
citarse a Richard Corben y Berni Wrightson). Cambió su subtítulo por
el de “El comic del terror y lo fantástico”, y comenzó a introducir
historietas que no sólo estaban en el límite del amplio concepto de lo
“fantástico”, sino que claramente se salían fuera del mismo. Casos
como el “Axa” de Avenell y Badía Romero, “Mundo de ritos” de Martín
Demingo o “Sigur el vikingo” de José Ortiz, enmarcados en un ambiente
más fantástico que terrorífico; “Vida en otro planeta”, de Will Eisner,
un serial de política ficción; “Viaje al infierno”, de Echevarría y
Auraleón, con tintes de ciencia ficción; y uno de los grandes éxitos
de la revista, “Torpedo 1936”, de Sánchez Abulí y Jordi Bernet, una
historia de gángsters de los años 30 cuya popularidad trascendió
títulos, editoriales y fronteras.
Tras el cierre
de Warren en 1983, dejó de existir una de las principales fuentes que
suministraba material a Creepy. El material llegó desde
entonces de publicaciones argentinas, autores reconocidos y escaso
producto autóctono, encargado a guionistas y dibujantes españoles de
probado prestigio (como el ya citado “Torpedo” o “Las mil caras de
Jack el Destripador” de Antonio Segura y José Ortiz). El final se
acercaba poco a poco...
Probando
sangre nueva
Una de las
cualidades que caracterizó a Toutain fue la promoción de nuevos
valores. Ya fuera a través de concursos nacionales (varias ediciones
en la revista 1984, dos ediciones en Creepy) o a partir
de las muestras que le enviaban los propios autores noveles, Toutain
intentó sacar a la palestra jóvenes dibujantes que significaran el
reemplazo de los ya consagrados artistas de SI. De la cantidad de
nombres que publicaron en Creepy por primera vez (Rafael
Negrete, Raúl Martín Demingo, Jordi Díaz Castrillo, Santiago Pérez,
Javier Santonja) habría que destacar tres: Miguelanxo Prado (que
curiosamente debutó en Creepy con una errata en la portada,
como Miguel Ángel Pardo), José María Beroy y Enrique Jiménez Corominas.
Miguelanxo Prado publicó por primera vez en Creepy núm. 30, con
“Mar de tinieblas”, y siguió publicando en 1984 (“Fragmentos de
la Enciclopedia Délfica” y “Stratos”) y Comix Internacional
(“Crónicas incongruentes”), más tarde recopilados en álbumes. José M.
Beroy, tras algunas historietas cortas, publicó la serie “Dr. Mabuse”
en la última etapa del primer volumen de Creepy. Y Enrique
Jiménez Corominas vio su serie “Tragaldabas” publicada en la segunda
época de Creepy. Como comentaba Prado en una entrevista,
Toutain tenía buen ojo para descubrir nuevos talentos, pero no tenía
capacidad para retenerlos en sus revistas; después no sabía que hacer
con ellos. Esto no quita mérito al editor, que proporcionaba un lugar
para que los “novatos” publicaran de forma profesional (¡cobrando!),
sirviéndoles en muchas ocasiones de rampa de lanzamiento para su
carrera. Hoy día, años después del cierre de las revistas de Toutain y
de la muerte del editor, muchos añoran esa época en la que, al menos,
había posibilidades de que un amplio sector del público lector leyese
tu obra.
Muerte (y
resurrección)
Creepy
cerró en su núm. 79 con 80 números a sus espaldas, junto a seis
almanaques y un Especial Concurso. Más de seis años en el mercado. Y,
según el editor, cerró vendiendo más de 14.000 ejemplares. Entonces,
¿cuál fue el motivo del cierre? ¿Desgana, cansancio, aburrimiento?
Leamos la explicación del editor: «Una revista de comics con la
calidad técnica de CREEPY, solamente es posible combinando la
producción de series e historias propias con buen material extranjero
(...) Y no hay producción extranjera (...) Solo nosotros y arrojamos
la toalla.» Algo de razón debía de tener, puesto que las renovadas
Zona 84 (sucesora de 1984) y Comix Internacional
siguieron publicándose, los álbumes recopilatorios continuaron en el
mercado durante varios años, y Creepy disfrutó de una segunda
edición de sus 79 números. Y volvió de la tumba...
En 1990 Toutain
se lanzó de nuevo a la publicación de revistas, con Creepy y
Comix Internacional (bajo el sello Zinco). El Creepy de esta ocasión siguió
prácticamente el mismo esquema que el anterior, pero publicando de
entrada autores noveles (Corominas, Pérez, Santonja), e introduciendo
mayor número de series y secciones ajenas al cómic. Una sección de la
revista, “Los archivos de Creepy”, estaba dedicada a recuperar
material clásico de Warren, lo que junto a la presencia del inefable
Santiago Martín Salvador, la esporádica intervención de José Ortiz y
la serie “Las crónicas del Diablo” de Esteban Maroto, daban a la
publicación un regusto de “clásico” y un motivo de acercamiento para
los lectores más veteranos. Pero la nueva etapa ni se acercó al éxito
de su predecesora. Acabó cerrando tras solo 19 números en la calle, en
un momento en que el concepto de revista tal y como se entendía en los
80 ya no era viable en el mercado. De ellas, junto con El
Víbora y El Jueves en sus respectivos géneros, sólo sobrevivió Cimoc,
que también hubo de cerrar a mediados de los años noventa, y los
intentos por parte de otras editoriales de recuperar el concepto de
revista de cómics.
Finiquitando
Creepy
fue, sin duda, importante para el mercado editorial español. Admitido
su lucimiento gráfico, aunque ha habido estudiosos que criticaron la
falta de contenidos de aquella época de la publicación, hay que reconocer que tanto Creepy como el
resto de tebeos de Toutain significaron un revulsivo para la entonces anquilosada industria del cómic español. Y su muerte también
fue parte del fin de la industria como tal.
No todas las
historias publicadas en Creepy fueron buenas obras, incluso
muchas de ellas no alcanzaban un grado aceptable de calidad. Algunas
eran basura. Pero rara era la ocasión en la que no se encontraba, tras
dejar atrás esas maravillosas portadas de Sanjulián o Enrich, algo
valioso ya fuera desde el punto de vista artístico o documental,
hallando en ocasiones verdaderas joyas de lo que, a pesar de
todo, nos sigue gustando: el cómic de terror. |