La historia de las publicaciones teóricas en España ha de
ser analizada desde la década de los noventa con otra óptica. Al
igual que la posmodernidad produce híbridos y pastiches, y
desfigura conceptos, mercados, espectáculos, ciencia, periodismo y
gratuidad, los fanzines, prozines y revistas de estudio de la
historieta (y, muy excepcionalmente, del humor gráfico) han
atravesado un período tan ambiguo como fértil durante la última década
del siglo XX.
Tras aquellos años setenta de compromiso y energía fundacional (Cuto, Bang!, El Wendigo, Sunday, Cómics
Camp Cómics In y otros...), se pasó a unos ochenta más
contestatarios y desbaratados (Viñetas, Tribulete, Grafito, Cómics
Fanzine, El Maquinista Mensual...) que fueron virando, en interés,
hacia los comic books protagonistas del mercado (Urich, Dolmen, Krazy Comics,
Slumberland), hasta que finalmente todo acabó diluyéndose con
el mercado mismo, con la marginalidad, con el espíritu
editorialista o el promocional. En los noventa asistimos,
indiferentes a la par que embobados por el papel cuché y los
milagros de la ofimática y la infografía, a fórmulas de presunta
comprometida independencia entre una cada vez más acusada masa en
crecimiento de opinantes frente a una cada vez menor cantidad de
consumidores de tebeos.
No se puede decir que la crítica de historieta,
considerada como profesión, lo haya tenido fácil para consolidarse
en nuestro país; incluso no puede afirmarse que haya existido
(salvo, quizá, el caso de Javier Coma). Lo cierto es que de las
publicaciones habidas en nuestro terruño en la última década,
solamente podrían haberse tenido por independientes cabeceras como El
Boletín, La revista del CAT, Comic Guía, Noveno Arte, El Wendigo (y,
ésta, salvo en lo relativo a sus propias ediciones de Mazzuchelli y
a la nada creíble sinergia coincidente de loas y estudios sobre los
autores invitados y premiados en el salón que el colectivo
organiza). En cualquier caso, las últimas citadas y muchos otros
fanzines teóricos, sí que gozaron de redactores que ni siquiera
estuvieron ligados, como profesionales de la traducción, de la redacción
y de la corresponsalía con lectores, con editorial alguna. En este ámbito de compleja, o al menos difícil,
independencia crítica ¿qué papel ha desempeñado la publicación
U, antes U, el hijo de Urich, y antes Urich...?
La respuesta se resume en dos palabras: Coherencia, solidez. Y en
dos nombres fundamentalmente: Méndez, García.
Los «úricos».
El nacimiento de la publicación Urich tuvo lugar en
un momento concreto en el que el mercado español cambia y en el que
cambia la crítica de la historieta, si es que así se puede denominar al conjunto de opinantes y sus actividades.
El mercado de los cómics de una España encarrilada en la
democracia experimentó una modificación importante debido a la
gestión editorial de Comics Forum y Ediciones Zinco, que revitalizaron el gusto
mayoritario por los superhéroes, a lo cual contribuyó, también,
una gran cantidad de nuevas propuestas muy estimulantes procedentes
de EE UU (Bolland, Simonson, Sienkiewicz, Miller, Moore y otros).
Esto propició que las librerías especializadas en cómics se
interesasen en apoyar la edición de publicaciones teóricas que
avivaran la fogata de aquel mercado fascinante, fresco y provechoso.
Por ende, como boletines promocionales pueden tenerse, entonces: Stock, con
la librería Arte-9 como promotora, Pogo, auspiciada por EleKtra
Comics, o Urich, editada por Madrid Cómics, con Mario
Ayuso a la cabeza.
El tono de esta publicación, desde la perspectiva del
ejercicio de la crítica, nada tenía que ver con lo habido hasta
entonces en principio: nada que ver con ¡Bang! y su dosis de
profunda documentación, nada que ver con la levemente sectaria y
poco ecuánime El Wendigo, o la arribista Sunday, o la
reaccionaria Tribulete o la farragosa Neuróptica (por
citar tan sólo sus defectos, que virtudes también tuvieron, y
tienen). El caso de Urich es otro muy diferente, pues el
objeto del producto de Madrid Cómics es promocionar los comic books.
Por lo cual es encargada la dirección al simpatizante (y eventual
trabajador) en la librería Lorenzo Félix Díaz, surgiendo así un
flaco boletín que muestra cierta asepsia opinante, pero también
cariño por los tebeos tratados (Carlos Portela, en Urich Vol.
II, # 1 llegó a calificar el tono de Díaz de «didáctico»). El
mismo cariño que les profesaba José María Méndez, segundo
director de la publicación, desde su número 11, quien impuso de
inmediato su fuerte carácter saltando del tono «didáctico» al
directamente «chulesco», también en palabras de Portela. Chulesco
pero sagaz, inteligentemente sarcástico y demostrando un sentido
del riesgo que Lorenzo no tuvo y un compromiso más claro con la
historieta española. O con una parte de la historieta española, la
madrileña concretamente, usando así el boletín para destacar
valores locales, algo que fue criticado pero que con el tiempo se ha
demostrado un acierto, por cuanto ese “ombliguismo” apuntó
hacia algunas firmas que con han demostrado ser valores a
escala nacional.
Méndez no sólo significó un relevo carismático, también
fue dibujando una filosofía editorial concreta que quería alejarse
de desgranar vacuidades para regocijo de adolescentes y evolucionar
hacia la publicación más sesuda, analítica, integrada por largas
entrevistas y dossieres. Lo consiguió, rodeado de un plantel de
colaboradores muy estimable, donde despuntaban Antonio Trashorras,
eternamente certero, Francisco Naranjo, excepcional analista
–cuando no ejercía la digresión amanerada, sobre todo por
caminos conquenses–, Cuadrado, incisivo y aguijoneante, o Díaz,
siempre eficaz bajo diferentes seudónimos. Se fue forjando así una
férrea voluntad, la del editor, de ejercitar la crítica
inteligente en un soporte con cuya estética también se obsesionó.
Así lo declaró Méndez, en el número 1 de Urich Vol. II (página
15), donde expuso sus objetivos de modo aplastante y con declarado
espíritu independiente, pero también combativo, y que tuvo como
fusilero con galones a Jesús Cuadrado. En efecto, acabada la aventura del primer boletín Urich, tras
23 números, Méndez volvió a la carga con una publicación
renovada en apariencia y que detonó entre el ya entonces incipiente
“mundillo” como una traca de feria: aquel especial “Una
merienda de negros” lanzó la primera mirada hacia sí mismos,
hacia los críticos, y resultó un documento de relevancia oportuna,
acaso lastrado por la bilis que acogía en el encarte central (una
suerte de libelo a modo de diccionario sardónico escrito por
Cuadrado y que a muchos aludidos no hizo gracia). Pero la publicación,
ahora con aspecto profesional, continuó su andadura con firmas sólidamente
asentadas (David Muñoz, Gonzalo Quesada, S. García, los aludidos anteriormente) y con temas de gran
interés, tratados con rigor siempre y con ese toque ácido que tan
bien supo sintetizar Cuadrado cuando aludía al equipo redactor de
la publicación como “los úricos”.
En el apartado de los defectos de la etapa Méndez podría
caber la de acusar a su director de prepotente, y desde luego de irreverente, si bien eso
no oscureció su brillantez. Resplandor que se fue apagando al ritmo
que Méndez acusó el hastío de mantener la postura adquirida, a lo
que probablemente contribuyó la reacción casi unánime de una masa
ignara que no supo leer o entender un célebre texto suyo publicado
en Krazy Comics donde ponía en solfa los cómics de superhéroes.
Algo que aprovechó el turbio fenómeno Piñol, con el sentido del
humor cruel y populista que le caracteriza, para sacar partido
(aquel alegato “¡Todos contra Méndez!”, insultante y falto de
gracia incluso en su reedición años después en el volumen Fan
con nata).
Los «ágrafos».
Por fortuna, el desaliento de Méndez no sería patente
hasta después de consolidarse un segundo rescate del boletín,
ahora bajo el título U, el hijo de Urich, que apareció en
agosto de 1996 con el formato de un fanzine de un centenar de
ejemplares de tirada, el cual entronca con una nueva etapa de la
publicación teórica en nuestro país, la del patrocinio no ya de
tiendas interesadas en promover ventas, sino de editoriales
interesadas en promover ventas. Para un debate posterior dejo la
idea de si las publicaciones teóricas, de divulgación, información,
comentario y recensión de esta época, pudieran o podrían
desvincularse de presupuestos subjetivos y de apoyo a sus
respectivas entidades editoras nodrizas, en tanto que si bien los
editores declaraban dejar independencia a sus redactores, el hecho
es que Slumberland perteneció al sello editor Camaleón,
como Dolmen y U, el hijo de Urich; Nemo fue
editada por La Factoría de Ideas; Volumen lo ha sido por
Under Cómic, al igual que su sucesora La Guía del Cómic; dentro
de LA VIÑETA, perteneció a Dude Cómics durante una docena de
números; Ultimate Reports, y la reciente Wizard, a la
editorial Mega Multimedia; Trama a Astiberri Ediciones... Y
siendo como eran pocos los estudiosos del cómic en España, no
extraña ahora que los opinantes más capacitados estuviesen
trabajando al tiempo como redactores, traductores, asesores y
corresponsales de Forum o de Zinco. Ello no implica que debieran
rendir cuentas a sus patrocinadores y anunciantes, pero el hecho es
que la renombrada con escasa originalidad U, el hijo de Urich se
supeditó a Camaleón ediciones (desde XI-96 a XI-98), sello que
también editaba Dolmen.
Con presencia profesional gracias a ese mecenazgo, la
publicación fue pasando poco a poco de las manos de un cada vez más
cansado Méndez a un cada vez más responsable Santiago García, quien
actuó con ayuda de David Muñoz en labores de coordinación y
dirección (sobre todo en referencia a la etapa con edición y distribuido de La Factoría
de Ideas, entre I-99 y IX-00). García, de
correctas mirada y pluma, traductor y prologuista
omnívoro, y gris correero, alternó su nombre real con el de
Trajano Bermúdez en sus labores para la editorial Planeta-DeAgostini,
y jamás se mostró tan temerario como Méndez. A García no le guiaba
el afán polemista, era más ecuánime pero también más aburrido.
Igualmente se mostraba coherente, lo cual benefició a
la publicación, que dirigió en todo momento junto a David Muñoz. Con ellos, impetuosos y vivaces, seguros, U, el hijo
de Urich convino en parecer aún más sólido (pese a que la crítica
ácrata, ignoramos si por satisfacer cierto espíritu vengativo, los
calificó de ágrafos), con una filosofía editorial muy clara: la
de tratar sobre historieta evitando el editorialismo. Ejercitaron
ese deber volcándose
sobre tebeos del gusto de los redactores, algunos de ellos embelesados
por la publicación de Gary Groth The Comics Journal, modelo
de referencia tanto en lo referido al enfoque monográfico que pronto
adquiere la
publicación como en lo relativo a los autores que eran reseñados (sin olvidar el modelo de su maqueta,
que también debe algo al de Les
Cahiers de la Bande Dessinnée).
Esforzado por mantener una periodicidad bimestral durante
17 números, la labor del director, García / Bermúdez (junto a Muñoz), no admite
tacha. Pese a ser trabajador de una editorial, el porcentaje de
textos y páginas dedicadas al comentario fue repartido de un modo
equitativo casi matemático (con algún desliz perdonable). Con
todo, el modo de acercarse a las reseñas jamás cayó en la
chabacanería, en la mordacidad hiriente, en la ironía sardónica o
en la respuesta airada, siendo muchos de los
trabajos publicados allí modelo de conducta para futuros teóricos.
El extenso análisis sobre los superhéroes de García, las
entrevistas de Trashorras y Muñoz a Carlos Giménez y Francisco Ibáñez,
la practicada por García Sánchez a Miguelanxo Prado (que el mismo
Prado luego indicó como audaz y certera en El Semanal), la
de Guiral a Mora, las entrevistas a Altuna, Muñoz, Torres, el
número dedicado a Alan Moore, o las reseñas de Naranjo, Guiral,
García Sánchez, P. Pérez, Bonet... todo en conjunto, supera con creces el
rasero de la alta calidad, y resulta un fondo documental de
imprescindible consulta para cualquier interesado en analizar la el
mercado de la historieta en España durante los años ochenta y
noventa. Si bien no todo fueron parabienes: El equipo redactor fue
tildado de pedante por quienes solamente querían reseñas livianas
a salvo de vocabulario florido y complejo (¿?) y fue tachado de
cruel por aquellos opinantes que también habían sido creadores
vapuleados por los críticos madrileños. Nunca llueve a gusto de
todos.
O U.
Alejado Muñoz en parte por su dedicación a elaborar guiones
cinematográficos y con García también
implicado en otras direcciones (el Volumen de Under Cómic,
que aparece en un mercado saturado de publicaciones teóricas
“subvencionadas”), el impulso inicial se desinfló entre los números
18 y 21, que se vuelve trimestral, habiendo entre los números que
van del 21 al 22 un paréntesis
de cinco meses que se convierte en anualidad entre los números 22 y
23, y que concluye con la marcha de García de la dirección, siendo
éste sustituido por teórico y traductor decimonónico Óscar Palmer.
La publicación, en general, ha sido alabada hasta aquí
casi con unanimidad. Pero esa unánime impresión proviene de una
minoría, de nuevo, de la minoría interesada en el acercamiento teórico
de la historieta desde la inteligencia y el buen gusto, lo cual
demuestran las cifras de ventas: U, el hijo de Urich, luego
simplemente U, distribuía entre 1000 y 1200 ejemplares,
cifra baja frente a los 3500 ó 4000 de tirada de Dolmen, o
los actuales 8000 que pone Astiberri en circulación de su publicación
Trama.
Acaso se deba este aprecio a que la renombrada U se
mantuvo firme en sus convicciones de lo que era calidad en
historieta. Sí, demostró algo de acritud hacia ciertos géneros
(fantasía heroica ) y sellos (MegaMultimedia), e hizo
arropo hacia ciertos sectores de la creación (los indies yanquis)
y de la edición (Fantagraphics), mas, nunca pecó de contradictorio
su director García, salvo a la hora de su marcha, también desasida
de ilusión, que casi coincidió con la desalentadora visión del cómic
que su contacto en EE UU hizo pública en el número 23 de U.
Indicaba el editorial de U # 22 (II-2001, p. 2), que
para los que hacían U el cómic había perdido cierta
importancia, lamentándose en estos términos: «a medida que nos
hacemos mayores, cada vez nos cuesta más encontrar tiempo para
jugar». Ley de vida y metafórica alusión a su despedida de la
dirección de U, la cual dejó en manos de un Palmer que se
benefició de la inercia del anterior equipo, pero que se ha visto
perjudicado por la contradicción en que entra el editorial citado:
«desengañémonos, el lugar de una revista de crítica
independiente no está dentro de una editorial del ramo. Lo natural
es no rendir cuentas a nadie.» Este cambio de rumbo fue tomado en
el número 22, editado ahora por Asociación Cultural U; cabe
preguntarse por qué no fue tomado en 1996, para editar U, el
hijo de Urich # 1.
Leve defecto este de la contradicción si admitimos que no
existe la crítica independiente en España, y más tratándose una
publicación caracterizada por la maqueta esmerada (un aplauso para
Méndez, pero otro mayor para Luis Bustos), conducida por
cerebros privilegiados (Díaz, Méndez, Muñoz, García, Palmer), plural,
selecta y, considerada en un solo bloque, una de las cinco mejores
publicaciones seriadas sobre historieta españolas.
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