El
último ¡Huija!,
por Fernando García
Dante Raúl Quinterno, creador del cacique Patoruzú y fundador del
primer sindicato argentino de distribución de historietas,
falleció en Buenos Aires durante la madrugada del 14 de mayo, a
los 93 años. Fiel a su bajo perfil mediático, sus restos fueron
inhumados horas después en el cementerio de la Recoleta, sin dar
aviso a los medios periodísticos. El deceso fue comunicado por un
vocero de la Secretaría de Cultura de la ciudad de Buenos Aires y
confirmado luego por personal de la Editorial Universo, empresa
que en la actualidad se encarga de la producción y
comercialización de las revistas Andanzas de Patoruzú,
Correrías de Patoruzito y Locuras de Isidoro. Al
sepelio sólo concurrieron su esposa Rosa Schiaffino de Sica, sus
hijos Dante, Walter y Mónica, sus nietos, un puñado de
colaboradores y amigos.
Descendiente de inmigrantes piamonteses asentados en la zona rural
de San Vicente, Quinterno había nacido el 26 de octubre de 1909
con un prodigioso don para el trazo caricaturesco. «Primero
ensuciaba con grafito cuanta superficie pulida se presentara a mi
vista. Después, en los recreos de la (escuela) primaria,
garabateaba retratos de próceres argentinos en los pizarrones»,
contó a la revista Mundo Argentino en 1932.
A
los catorce años publicó sus primeros tres dibujos en la sección
de lectores de Páginas de Columba. Con el germen de su
trazo dinámico y costumbrista, las ilustraciones enfocaban la
hazaña boxística del argentino Luis Angel Firpo (“El Toro Salvaje
de las Pampas”), que con una trompada había logrado tirar a su
contrincante, el norteamericano Jack Dempsey, fuera del ring. Al
año siguiente, mientras cursaba estudios secundarios en el colegio
nacional Bernardino Rivadavia de Buenos Aires, Quinterno se inició
como ayudante de uno de los más grandes y famosos dibujantes
humorísticos del momento, Diógenes “Mono” Taborda; y poco más
tarde empezó a colaborar con Arturo Lanteri, pionero de la
historieta local.
El
29 de julio de 1925 debutó profesionalmente con el personaje
Panitruco, guionizado por Carlos Leroy, en las páginas de El
Suplemento. Casi inmediatamente, le siguieron Andanzas y
desventuras de Manolo Quaranta (1926) para La Novela
Semanal; Don Fermín (que más tarde pasaría a llamarse
Don Fierro, 1926) en Mundo Argentino; y Un
porteño optimista (que sería rebautizada Las aventuras de
Don Gil Contento, 1927) para el popularísimo diario Crítica.
Durante el primer año, la tira de Gilito (así llamaban al
personaje) fue pródiga en pasos clásicos de la comedia de enredos,
hasta que en octubre de 1928 ingresó en la historieta un nuevo
personaje: Curugua-Curiguagüigua, un millonario “joven indio,
último vástago de los ‘tehuelches gigantes’ que habitaban la
Patagonia”. Al verlo llegar a bordo de un tren carguero, Don Gil
Contento le grita: «¡Por fin llegaste, Patoruzú! Te bautizo con
ese nombre por que el tuyo me descoyunta las mandíbulas». La
leyenda se ha encargado de aclarar que el gestor del nombre
definitivo del máximo icono historietístico de la Argentina fue
Muzio Sáenz Peña, amigo de Quinterno que le recomendó el cambio
inspirándose en una famosa golosina de la época, la Pasta de Oruzú.
Lo
que sigue, como suele decirse, es historia. De oscuro segundón a
cabeza de un imperio editorial pionero en la diversificación
mediática y la explotación del mercadeo. Fenómeno social que
trasciende los parámetros de la historieta, Patoruzú ha llegado a
simbolizar muchos de los valores morales atribuidos al “ser
argentino”.
Con
el éxito popular, el universo patoruziano creció con la
incorporación de Isidoro Cañones y la aparición de emblemáticos
personajes secundarios, como la Chacha
(la nodriza de Patoruzú); Upa y Patora (hermanos de
Patoruzú); el caballo Pampero; el Coronel Cañones (tío de Isidoro)
y la versión infantil del héroe, Patoruzito. En 1936, el cacique
ganó una página semanal a todo color en Mundo Argentino,
infinidad de diarios del interior de la Argentina comenzaron a
serializar sus hazañas; y apareció el primer número del semanario
de humor político Patoruzú, que en sus mejores momentos
llegó a agotar 300.000 ejemplares en pocas horas. Con el correr de
los años la línea editorial se ampliaría con Andanzas de
Patoruzú (1956), Patoruzito (1945, semanario de
aventuras en el que colaboraron Eduardo Ferro, José Luis Salinas y
Alberto Breccia entre otras figuras), Correrías de Patoruzito
(1958) y Locuras de Isidoro (1968). Entre 1937 y 1984 se
publicó el Libro de Oro Patoruzú, anuario que durante las
décadas de los años 1940 a 1970 fue lectura obligada en más de
un millón de hogares latinoamericanos.
Inspirado en los grandes sindicatos distribuidores de cómics de
los Estados Unidos, Quinterno fundó el Sindicato Dante Quinterno
en 1935, a través del cual distribuyó la historieta en
Norteamérica. Como tira, Patoruzú se publicó en el diario
liberal P.M. de Nueva York, entre 1941 y 1948. Apoyada en
este pequeño suceso local, la editorial Green Publishing presentó
los dos únicos números de la revista The adventures of Patoruzú
en 1946.
Completamente diversificado, el Sindicato Dante Quinterno licenció
la figura de Patoruzú con fines publicitarios: muñecos de tela,
almanaques, dijes, jabones, carameleras, juguetes, prendedores,
rompecabezas, discos, un serial de radio y un cortometraje animado
(Upa en apuros, 1942), que sorprendió al propio Walt Disney
con la calidad de su animación y el empleo del color.
Multimillonario, Quinterno se alejó del dibujo aunque siempre
controló con mano de hierro la producción de las historietas y sus
contenidos. A partir de los años cincuenta, empezó a adquirir
campos en las zonas de Cañuelas y Coronel Brandsen, convirtiéndose
paulatinamente en productor ganadero y forestal, razón por la cual
fundó la revista especializada Dinámica Rural. En la
actualidad, la empresa familiar abarca, además del terreno
editorial y la explotación comercial de la marca Patoruzú en
nuevos soportes tecnológicos, las telecomunicaciones y el comercio
exterior.
Figura indiscutida de la historieta argentina, Quinterno (y en
consecuencia Patoruzú) divide sin embargo las aguas en el terreno
ideológico. Hombre de derecha y empedernido conservador, Dante
Quinterno volcó en el cacique tehuelche la idealización de valores
muy concretos: la nobleza, la abnegación, la generosidad; una
amplia dosis de inocencia; el patriotismo extremo. En un reportaje
a la revista Aconcagua en 1931, el autor confesó haber
delineado a Patoruzú «después de haber estudiado la psicología de
los indios que sobreviven en el país, y me interesó especialmente
el más bonachón e ingenuo. Pero es la auténtica personificación
del valor, simboliza cuanto de excelso puede contener el alma
humana, y en él se conjugan todas las virtudes inalcanzables para
el común de los mortales. Es el hombre perfecto dentro de la
imperfección humana».
No
es tan así. De los tehuelches, Patoruzú se apropió de símbolos
externos como el poncho, la vincha y las boleadoras; de algunos
vocablos de resonancia telúrica como “¡huija!” o “canejo”; poco
más. De hecho, según lo especifica el propio Quinterno en la
aventura “El águila de oro”, Patoruzú es descendiente de faraones
egipcios (dinastía Patoruzek) y no de los nativos de estas tierras
del Sur. Nunca quedó debidamente aclarada la notable contradicción
de un indio terrateniente, propietario de una enorme estancia en
la zona patagónica donde las matanzas de indios fueron moneda
corriente durante la conquista del desierto. La contraparte del
cacique es Isidoro, supuesta caricatura del argentino medio. Vago,
interesado, inteligente, vividor. Su vida está controlada y
organizada por el poder económico concentrado (Patoruzú) y los
mandos militares (el Coronel Cañones).
El
universo Quinterno está estructurado socialmente a través de
conductas paternalistas que se presentan como solidarias y
desinteresadas en la superficie. Profundizando en los niveles de
lectura, son evidentes las características xenófobas presentes
tanto en las historietas como en notas editoriales o secciones de
humor. Los judíos, con quienes más se ensañó Quinterno, son
siempre despreciables, avaros y malvados; los chinos son
traidores; prácticamente no existen negros y las mujeres son
tratadas como seres intelectualmente inferiores o perversos.
El
ideario político exhibido en Patoruzú privilegia los intereses
sectoriales del capital concentrado por sobre los derechos del
trabajador. Y en ese sentido, son notables los apoyos explícitos e
implícitos a las dictaduras militares que administraron los
destinos de la Argentina. En una tira del 12 de octubre de 1930,
Julián de Monte Pío (arquetipo predecesor de Isidoro) apoya y
festeja el golpe de estado efectuado por José Félix Uriburu el 6
de septiembre de ese año, diciendo: «Es por eso que todo argentino
que lleve sangre de patriotismo en las venas, no debe faltar a la
magna cita; hoy todo argentino debe concurrir a presenciar el
desfile de los ínclitos milicos que nos salvaron de la tiranía
oficialista».
Este desvirtuado nacionalismo a ultranza llevaría a que Quinterno
no autorizara la utilización de la imagen de Patoruzú para
ilustrar los afiches de la 1º Bienal Mundial de la Historieta
de Buenos Aires, en 1968. Lógico, ya que la muestra se
realizaba con la colaboración del Instituto Torcuato Di Tella,
centro neurálgico de las distintas vanguardias artístico /
políticas de izquierda.
Sin
oponer ningún tipo de resistencia, la figura del cacique fue
apropiada por la Junta Militar de la última dictadura militar
(1976-1983); y se lució como mascota oficial de la muestra
homenaje al quinto centenario del descubrimiento de América, uno
de los logros de la política neoliberal implementada por el
presidente constitucional Carlos Menem, continuación programática
del modelo de vaciamiento impulsado por Alfredo Martínez de Hoz,
ministro de Economía del autodenominado Proceso de Reorganización
Nacional.
Medalla de oro de la Cámara de Diputados de la Nación por su
trayectoria (1996), distinguido por la Legislatura de la Ciudad de
Buenos Aires (1999), Dante Quinterno deja tras de sí un legado
artístico de incalculable valor; el volumen de una obra que merece
divulgarse y debatirse; y la figura más reconocida de la
historieta nacional. Quiso el destino (que a veces
se disfraza de
casualidad) que su muerte ocurriera el mismo día en que Carlos Menem renunciara a su candidatura presidencial, consciente de su
aplastante derrota en el balotaje que debía llevarse a cabo el 18
de mayo de 2003. Dándose la mano, la historia y la historieta
cerraron un capítulo de la Argentina contemporánea. |