HAXTUR. ENTRE LA MÍTICA GRÁFICA Y LA PARÁBOLA IDEOLÓGICA
MANUEL BARRERO

Notas:
Prólogo al libro Haxtur editado por Glénat en 2008. En la imagen, primera página de este prólogo tal y como apareció editado. El prólogo apareció fragentado en dos partes, con la última en las páginas 91 a 94.
HAXTUR. ENTRE LA MÍTICA GRÁFICA Y LA PARÁBOLA IDEOLÓGICA

Cuando Víctor de la Fuente creó el personaje Haxtur para la revista Trinca era un autor admirado por sus iguales pero aún poco conocido por los aficionados a los tebeos españoles. Muchos de los habituales lectores de la revista lo recibieron como un autor que proponía una aventura de fantasía insólita, y coincidieron en ensalzar su obraen función del género que cultivaba, gratamente sorprendidos por su grafismo y su propuesta narrativa. Debido a lo críptico del relato, unos ensalzaron la obra como de ruptura, experimental; otros, unos pocos, entendieron aquellas páginas como un discurso ideológico, como un puente metafórico entre el relato bíblico y la denuncia soterrada de la dictadura franquista. Era 1971.
 
El silencio y la esperanza en el erial del anonimato
 
       Desde luego Haxtur supuso un revulsivo para los contados críticos de cómic de entonces. Es de suponer que lo vieron como un nexo entre el modo convencional de hacer historietas y el prometedor futuro que para el medio se adivinaba en una sociedad que desde la mitad de los sesenta veía como se hinchaba la iconosfera y el poder de los medios de comunicación de masas. La guerra de Vietnam se contemplaba a diario en todos los televisores, incesantemente se reproducían imágenes dignificando a Mao o al ‘Ché’ y caricaturizando a Breznev o a De Gaulle. Desde diferentes partes del mundo se hacían llamadas a la revolución, muchas veces con el concurso de imágenes.
       En España, un puñado de entusiastas interpretó la obra Haxtur como una de aquellas llamadas a la contestación, como una denuncia velada de los mecanismos represores del Estado y del poder subterráneo de la Iglesia. Era fácil identificar a Haxtur con una imagen del ‘Ché’, por su rostro, su uniforme y el emplazamiento primero de la acción. Es innegable que en Haxtur se muestra preocupación por los conflictos bélicos, lo absurdo de los dogmas religiosos arcaicos o la alienación, y sesgamente por el racismo y la igualdad de la mujer. Una formulación bastante habitual en las historietas de héroes y villanos. Mas aquí el héroe no resuelve los problemas, simplemente los cuestiona. Y los “¿por qué?” que el personaje vocea en medio de un paisaje cárstico y selvático podrían interpretarse hoy como invocación de una España aún falta de libertades de finales o simplemente como una alternativa atractiva a la historieta que se publicaba en los tebeos españoles de finales de los sesenta.
       En los años justamente anteriores a la aparición de la serie “Haxtur” la industria española de tebeos era un latifundio de reaprovechamiento constante de historietas del pasado (tanto por Bruguera como por Valenciana), y una jungla de remontajes que mutilaban la obra original y eclipsaban al autor de la misma. El mayor interés y atractivo lo despertaron varios sellos que a finales de la década se animaron a editar obras de la historieta francobelga en formatos que respetaban las ediciones originales: Oikos-Tau, l’Abadía de Montserrat, Grijalbo, Plan, Argos, Gaisa, Edisven o Bruguera.        Bruguera, además, lanzó en 1969 álbumes al estilo francés, como los Ases del Humor, y llenó de traducciones galas las páginas de Gran Pulgarcito, Mortadelo o Din Dan. Pero lo hizo a la par que, entre 1968 y 1971, anegaba el mercado con tebeos remontados, recoloreados y “recensurados”, como los populares Trueno Color y Jabato Color, y con enésimas reediciones de historietas de antaño.
       Los editores restantes sacaron a la luz malas traducciones del francés o del inglés, mal montadas y censuradas en los formatos que permitía el Ministerio (los tebeos etiquetados como “novelas gráficas” entonces eran algo muy distinto a lo que se consideran hoy). Ibero Mundial de Ediciones lanzó títulos plagados de historietas oscuras, rebotadas por las agencias desde su edición en el extranjero y con autoría anónima. Los sellos Presidente, Dydgraf, Vilmar y Boixher dieron una ración de mediocridad semejante: tebeos de acción, de vaqueros, bélicos y de espionaje, en miles de páginas sin acreditar, áridas, sin alma. En el mismo saco podríamos meter los tebeos históricos de Galaor o los infantiles de ERSA, y los superhéroes británicos o estadounidenses que Ediciones Vértice comenzó a remontar al poco fueron verdaderos crímenes contra las obras originales.
       Como muestra de tebeos más inteligentes, con alguna historieta española novedosa, quedaron Bravo y Strong (que esencialmente ofrecían traducciones de series frangobelgas), los ingenuos Gringo o Delta 99 de IMDE o el Gaceta Junior de Unisa. Entre los autores que por entonces comenzaron a generar propuestas más personales y a reformular las posibilidades expresivas del cómic se encontraban Enric Sió, Carlos Giménez, Alfonso López, Ventura y Nieto, El Cubri… alguno de los cuales recaló en la publicación afín al Régimen Trinca, donde nació Haxtur. Esta revista fue lanzada en 1970 por Doncel, editorial que pertenecía a la Secretaría del Movimiento y que venía editando muchos textos de la entonces denominada Asignatura de Formación Política. Pero Trinca, más que un relevo de las anteriores publicaciones de la Secretaría, fue un intento de ponerse a la altura de Europa en cuestión de publicaciones juveniles, creando un Pilote a la española y siguiendo el modelo francobelga de edición como intentaban hacer también Bruguera, Argos o Unisa.
       La fortuna no sonrió a la publicación. Pese a costear su edición e impresión con fondos del erario público, con impresión mediante offset, y pese a los 70.000 ejemplares de tirada y las suscripciones pactadas con centros educativos y bibliotecas, la revista fue pésimamente distribuida y resultaba muy cara para el lector medio. Entrado el año 1971, además, tuvo que competir con las ofertas más atractivas de Buru Lan (Drácula) o las publicaciones de horror de IMDE (Vampus, Rufus), y con las traducciones de otras historietas italianas o norteamericanas por sellos como Susaeta, Petronio, Vilmar o Argos. Y en 1972 (tras casi una década prohibidos), irrumpieron los superhéroes de DC de nuevo en España editados en color por el sello mejicano Novaro. 
 
El guerrero en los dominios del tirano
 
   Hasta aquí se ha descrito un panorama de historietas sometidas a censura previa, un “desierto comunicacional” donde las posibilidades creativas eran en gran parte sofocadas o no hallaban cabida, salvo contadas excepciones. Por ello no deja de ser singular que el denominado “límite del posibilismo crítico” contra el gobierno franquista se alcanzase (siempre supuestamente) en una prepotente revista del Movimiento, en Trinca. Quizá debamos matizar hoy nuestra apreciación de aquel tebeo. Trinca se diferenciaba de anteriores publicaciones del Régimen por su apertura de miras en los contenidos. Ciertos editoriales o comentarios en secciones de entretenimiento y concursos se dirigían a una juventud disconforme con la tradición, moderna, la viva imagen del desarrollismo que se vivía y se deseaba impulsar en España. Esto no quedaba patente en todas las historietas (las de la pandilla Trinca eran las que más velaban por los valores tradicionales) pero sí en secciones escritas como “Trinca diccionario” o “Dirigentes de hoy”. En la primera, con una redacción muy medida se exponían definiciones sobre conceptos hasta aquel momento controvertidos (aislacionismo, antisemitismo, capitalismo, comunismo, colectivismo), manifestándose el redactor claramente a favor de la lucha contra el racismo y en ayuda de los pueblos oprimidos; dejando claro de paso que la fórmula de gobierno de Franco era la “democracia”. Las biografías también basculaban siempre hacia la defensa de ciertos valores, y se dedicó a menudo ese espacio a representantes de un mundo en transformación: Bernadette Devlin, Golda Meir, Indira Ghandi, Salvador Allende, sin dejar de advertir del peligro que suponía la expansión del socialismo.
       Esta fue la revista en la que apareció la serie titulada “Haxtur”, entre otras historietas mediocres, de colores chillones o de humor adocenado. Su sola presencia significaba algo nuevo, ya por su puesta en escena en un marco genérico desconocido, ya por su grafismo poderoso y atrayente. La obra surgió del deseo de Víctor de la Fuente de hacer algo propio y con marca de autor. Haxtur era un proyecto de 1969 que había pergeñado como producto para su difusión a través de agencias y que presentó al director de Trinca atraído por las posibilidades técnicas de la revista y, también, por lo bien que pagaba Doncel. Su intención no iba más allá de publicar tres o cuatro historietas, pero le espolearon para seguir produciendo más aventuras del personaje hasta completar catorce capítulos.
       La obra fue muy bien recibida en la Feria de Frankfurt de 1972, fue premiada en la Eurocon de Trieste aquel año y adquirida por doce países europeos para su reproducción, siendo Francia la primera en lanzar dos álbumes con toda la serie. En España Haxtur gozó también de una edición en dos libros en cartoné y en color (Colección “Trinca” núms. 5 y 12, en 1972) pero estos libros no fueron reeditados jamás, ni sus historietas por separado, que sólo asomaron en algunas publicaciones teóricas o locales muy posteriores y de manera testimonial.
Es paradójico comprobar hoy cómo el primer y casi único trabajo “netamente español” de Víctor de la Fuente,el que marcó un punto de inflexión en la historieta española para algunos, haya permanecido sin reeditar hasta hoy. Acaso fue así por quedar anclada en aquella consideración de “manifiesto político”, recogida en varios textos españoles y en obras de referencia internacional, desde The World Encyclopedia of Comics de Horn, ya en 1976, hasta la edición de 1997 del Dictionnaire mundial de La Bande Dessinée de Gaumer y Moliterni. Mucho se ha especulado con las consecuencias que al parecer produjo una reseña publicada en Triunfo, llegando a edificarse toda una teoría de conspiración política que habría tratado de impedir al autor dibujar historietas en y desde España. A fecha de hoy carecemos de datos comprobados que avalen esa teoría. A pesar de que existen entrevistas en las que el mismo De la Fuente reconoce esta posibilidad, lo más plausible es creer que al autor le interesó en cierto momento mudarse a Francia en busca de un futuro más confortable como autor. De hecho, los álbumes de Haxtur y otras obras de De la Fuente fueron publicados por Doncel durante esa supuesta persecución, y después él siguió trabajando con otros editores. Hasta en la propia revista Trinca acentuaron la parábola ideológica que constituía aquella serie con un texto en un póster del núm. 25 y en la presentación de la obra en la primera recopilación en álbum, donde se leía: «[Haxtur] Se presenta como un guerrero actual, símbolo del idealismo humanizado para el hombre de hoy (…) [, de] la ausencia de libertad. (…) En esta hora que se quiere juvenil, ante una sociedad que padece presiones de todo tipo, incluso hasta el abuso».
       Pasados casi cuarenta años, cabe plantearse si aquel esfuerzo por demostrar las posibilidades de un autor en libertad quedó lastrado más por la estigmatización ideológica a la que fue sometido que por su carácter parabólico susceptible de varias lecturas. Lo innegable es que la obra supuso un oasis en el panorama desértico de mediocridad e incomprensión que era la industria editorial de tebeos entonces, y que su categoría de mítica la obtuvo gracias a sus cualidades gráfico narrativas.
 
 
El baile genérico y narrativo
 
       La serie “Haxtur” fue en principio una serie de ciencia ficcion. Trinca la anunció precisamente con la etiqueta “aventura de ciencia-ficcion” en la cubierta del número 14, donde se estrenó en mayo de 1971, y así siguió constando en los sumarios de números siguientes. La propuesta de De la Fuente se inscribía claramente en este marco genérico en su segunda aventura, en la que los villanos a batir eran unos robots malévolos. Pero luego adoptó un tono y siguió unos esquemas más afines al subgénero llamado viking fantasy.
       Las aventuras del guerrero discurrían en un mundo pintoresco y salvaje en el que los villanos eran poderosos gobernantes con pintas medievales, sacerdotes de larga túnica o endriagos fantásticos, a los que el héroe hacía frente con su espada. Para un país en el que la espada y brujería había sido hasta el momento un esqueje en los cuadernos de aventuras de espadachines (El hijo del Capitán Coraje, obra creada y escrita por Fernando M. Sesén) o un desarrollo muy fantaseado de las historietas de vikingos (Katán, creado por Sesén y luego continuado por Mariano Hispano) esto suponía algo realmente nuevo. Pero no era una obra de fantasía heroica genuina aún: Haxtur se movía por un paisaje más metafísico que fantástico; no le motivaba luchar contra la injusticia sino conocer el porqué de las injusticias; sus evoluciones, aparentes alegatos contra la violencia, el fanatismo o la esclavitud, iban orientadas a encajar lo humano antes que a desplegar lo fantástico.
       En el apartado formal, el relato fue esculpido con austeridad. El autor comentaba a Heri Filippini, en una entrevista concedida a la revista teórica Schtroumpf en 1978, que los silencios o vacíos en las aventuras de Haxtur, o su rebuscado lirismo, eran producto de su intención de construir una historieta que implicase más al lector. De la Fuente se propuso algo inaudito hasta entonces en los tebeos españoles, narrar a secas, sólo con la imagen, sin textos de apoyo, escasamente en los globos y brevemente con el color, para así forzar al lector a reflexionar mecido por el silencio. A este empeño se unió el hecho de que debía producir seis páginas con color en apenas quince días debido a la periodicidad de la revista, lo cual le impulsó a confeccionar relatos vertiginosos con sencillos argumentos. Su poética puesta en escena, plagada de composiciones verticales y espacios en blanco, “silencios” en el relato, fueron en parte resultado de las prisas y de las exigencias editoriales.
       De la Fuente arriesgó mucho en la primera entrega, una historieta de ruptura presentada con páginas sin calles entre sus viñetas, con viñetas sin recuadros, con espacios abiertos dentro de las viñetas; luego añadía estructuras verticales y acuciantes, usando los primeros planos como nexo o sostén. En siguientes entregas, en las que sí recuadraba las viñetas y contenía los planos, ya nos había introducido en una arquitectura de terraplenes y seres erguidos que conferían viveza al relato, por débil que fuera el argumento. Al excelente grafismo del autor había que sumar su sabia planificación de la acción y su maestría para dibujar al ser humano en movimiento. Haxtur podía resultar poco atractivo como emblema heroico (obsérvese la escasez de primeros planos de su rostro, lo poco que habla y lo poco que se cita su nombre) pero se mostraba constantemente en acción, y ese fue uno de sus principales reclamos para el lector juvenil al que se dirigió entonces. Como valor añadido estaba el escenario, mezcla de horizontes conocidos con paisajes oníricos.
       El mundo de ensoñación de Haxtur resultaba llamativo por extraño. Era indudablemente hijo de la estética del pop, alimentado esto por el uso del color. Haxtur luchaba y vencía en un escenario plagado de rocas floreadas, atuendos vistosos, reptiles coloristas y chicas en bikini peinadas a lo Sofía Loren o a lo Raquel Welch, dos musas del momento. Además, mostraba a un personaje que reproducía elementos de la iconografía bélica (Cuba, Vietnam) que aún flotaba en el ambiente. Y por último se “atrevía” a tocar temas tangentes con la religión, pero sólo en apariencia (la crucifixión inicial, los cuatro supuestos jinetes apocalípticos o la cruz de tipo Ankh que el protagonista se colgó al cuello).
       Haxtur, antes que un héroe político o religioso fue un héroe dubitativo. No sabe por qué debe buscar su destino, no sabe dónde está ni hacia dónde se dirige. Haxtur protagoniza una suerte de relato épico onírico vadeando humedales, bosques o roquedales sin mostrar nunca un carácter fuerte, al contrario que ocurre con los personajes de la fantasía heroica, de convicciones férreas y determinación indomable. Él es un tipo flaco e inseguro que obedece las indicaciones de hechiceras o brujos sin planteárselo siquiera, o que atiende órdenes o es objeto de engaño o apoya al villano antes que al explotado. Haxtur es la incertidumbre.
      El tiempo y la afición colocaron a Haxtur donde no le correspondía temáticamente, como intentona pionera de la fantasía heroica española. En su edición posterior en Europa y en EE UU también recibió este tratamiento, lejos aquellos lectores de comprender la idiosincrasia del país en el que la obra había sido gestada. En la edición francesa le definieron como una suerte de Quijote sin Sancho y como un Lancelot en busca del Grial. La edición americana, que se produjo en 1980 y en blanco y negro, fue más allá: Will Richardson manipuló la obra original añadiendo un sobreabundante discurso épico que terminó por convertir Haxtur en algo ciertamente distinto de lo que había sido en origen. Esta edición, publicada en las revistas americanas 1984, 1994 y Eerie nunca llegó a ser traducida en nuestro país.
 
 
El mensaje y la muerte. 
 
      Haxtur sigue siendo hoy una obra magnética, gozne de la creatividad de la historieta española en su momento, cuando pudo ser la avanzadilla de un nuevo cómic, más afianzado con la realidad estética y social, y que replanteaba las estructuras lingüísticas y narrativas del medio. Aparte de las interpretaciones evidentes que se extraen de estas aventuras (repudio de la tecnocracia, la manipulación, la explotación, los sacrificios, la tiranía, la ciencia devoradora) De la Fuente estableció un leve discurso que parecía apuntar más alto, sobre un tejido metafísico y buscando el sentido de la vida en el tránsito hacia la muerte. Hasta podría decirse que Haxtur, hoy,sirve de testigo y puente entre la en su día forzada interpretación de los mensajes en clave ideológica (hasta convertirlos en asunto político) y el actual relativismo moral e intelectual que denuncian ciertos sociólogos y filósofos.
       Lo que es incontestable es su calidad gráfica y de obra trascendental de la historia de la historieta española, que ha superado las barreras artísticas, temáticas y temporales para instalarse cómodamente en el panteón de las producciones emblemáticas de nuestra cultura tebeística. Haxtur, además, concretaba ya al personaje central de la obra de Víctor de la Fuente como autor: el luchador nervudo de mirada franca que es aventurero obligado.

       Esta nueva edición, recoloreada digitalmente bajo la supervisión de su creador, nos brinda la oportunidad de leer una historieta de las que ya no se hacen, por su complejidad narrativa, por ser un relato construido desde el delirio de un moribundo y por servir como una alegoría de la libertad ante un destino que parecía inamovible.

TEBEOAFINES
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Creación de la ficha (2010): Manuel Barrero
CITA DE ESTE DOCUMENTO / CITATION:
Manuel Barrero (2008): "Haxtur. Entre la mítica gráfica y la parábola ideológica", en HAXTUR, 1 (V-2008). Asociación Cultural Tebeosfera, Barcelona. Disponible en línea el 24/XI/2024 en: https://www.tebeosfera.com/documentos/haxtur._entre_la_mitica_grafica_y_la_parabola_ideologica.html