HISTORIETA Y LITERATURA
Dice Pablo de Santis: «En el pasado la adaptación de cuentos y novelas a la historieta servía de invitación a la literatura. Hoy casi no hay diálogo entre un género y otro. La historieta argentina, sin embargo, tiene una larga tradición en este campo, encarnada en dos formas antagónicas de recrear la literatura: José Luis Salinas y Alberto Breccia».
Los traté a ambos pero, mi relación fue más estrecha con Alberto Breccia. Lo conocí en el año 1967 cuando él era socio, profesor y ejecutivo de IDA (Instituto de Directores de Artes). Un centro multicultural ubicado en la calle Florida casi esquina Córdoba.
Alberto fue primero mi amigo y después, mi suegro. Era un lector omnívoro, si se me permite el término. Yo, un ensoberbecido joven, estudiante de letras.
Por supuesto, la química funcionó y hablamos durante largas horas, y días, sobre un tema que nos preocupaba: las necesidades comerciales de un género que había sido bastardeado por un fin comercial. Curiosamente, o no, y siendo uno de los mejores dibujantes del mundo, Alberto no tenía trabajo en Argentina. A pesar del paso del tiempo, las cosas no han cambiado. Es más, tal vez hayan empeorado.
Figura 1: «El corazón delator». Cuento de Edgar A. Poe, adaptación y dibujos de Alberto Breccia. |
Agrega Pablo de Santis:
«En las historietas argentinas de los años treinta y cuarenta, aún en los cincuenta, las adaptaciones literarias abundaban. Hoy son una rareza. ¿Qué tenían para compartir historieta y literatura, y qué es lo que las separa hoy?
»Tenían el mar, las selvas, las islas misteriosas, el centro de la tierra, la luna y Marte: es decir, un imaginario en común. La historieta era la forma dibujada de la aventura, y no se le hubiera ocurrido otro destino. En las obras de Emilio Salgari, de Julio Verne, de Edgar Rice Burroughs, el relato gráfico había aprendido a huir del peligro mayor: la vida cotidiana.
»Este lazo tan fuerte permitió que la historieta fuera una puerta de entrada a la lectura literaria. Los mundos de un género y de otro eran espacios contiguos. Hoy sería difícil imaginar qué clase de literatura podría estar en armonía con las aventuras más extremas de los superhéroes o con las historietas japonesas. Tienen su propio escenario, sus propias leyes, y nos conducen a un mundo de pura imagen: las palabras son apenas la sombra del dibujo».
Queríamos, como bien dice de Santis, que la historieta cumpliera ese rol que él expone más arriba que «la historieta fuera una puerta de entrada a la lectura literaria». No sabíamos si lo lograríamos. Sí, veíamos –más Breccia que yo, obviamente– que en la literatura había, y hay, temas y valores estético-éticos que era importante rescatar y transmitir masivamente. Coincidíamos, sin conocerlo en aquel momento, con el pensamiento de Pablo de Santis.
Empezamos a trabajar con el «Informe sobre ciegos» de Sábato. Pero a don Ernesto no le gustó mi versión. Esto que suena como una dificultad desalentadora fue todo lo contrario porque nos llevó a ocuparnos de otro autor: Howard Phillips Lovecraft (1890-1937). Un escritor que poca gente conocía.
Nos decidimos por «Los mitos de Chtulhu». No teníamos editor. Ni aquí ni en Europa. A Breccia no le importaba. Dibujaba igual. Me costaba entender eso. Pero era invertir en el futuro y es una costumbre que continúa en sus hijos y sus nietos. Siempre dibujan.
Figura 2: «La gallina degollada». Cuento de Horacio Quiroga, adaptación de Carlos Trillo, dibujos de A. Breccia. |
Yo no era un guionista. Además, Alberto no quería para esto a un profesional de la historieta. Deseaba a alguien que no estuviese contaminado por las necesidades propias del género y de las exigencias editorialistas. De todas formas yo ni soñaba con la trascendencia ni con las críticas actuales. Breccia creo que sí, porque estaba muy consciente de sus valores como dibujante y de su capacidad creadora y docente. Lo cual, permítaseme la digresión, tomaba en broma. Cierta vez, durante una entrevista televisiva, le preguntaron:
–Breccia, su padre dibujaba, usted dibuja, sus hijos dibujan, sus nietos dibujan... ¿Qué es el dibujo para usted?
–Y... ¡qué sé yo...! Tal vez una tara familiar...
Tenía un magnífico sentido del humor... Fue un gran artista...
Y aquí, una cosa extraña. Si Alberto dibujó los inquietantes cuentos de Lovecrat transcurridos, ya, más de treinta años, Enrique debió realizar, también en historieta, la vida del escritor de Providence para la colección Vertigo de DC comics. Un trabajo monumental en el cual, este verdadero monstruo, empleó cinco técnicas ilustrativas diferentes.
Volviendo a «Los mitos de Cthulhu» creo conveniente destacar lo que opinan hoy los críticos. Afirma, por ejemplo, Rafael Marín, en España:
«...cada viñeta de Breccia, en esta adaptación que es sin duda la mejor adaptación de Lovecraft a la historieta (y, si me apuran ustedes, la única posible) es un terremoto. Breccia rompe el papel, lo rasga, lo mancha, usa collages y bloques de fotografías, raya las sombras, ilumina los rincones, talla rostros imposibles y repite imágenes que provocan un pesadillesco efecto estroboscópico en la mente del lector.
»No hay anclaje en lo real, los pliegues de esos mundos que acechan desde más allá y desde más atrás del mundo apenas sirven para revelarnos, de cuando en cuando, la debilidad de eso que consideramos la realidad, y entonces el autor usa fotografías decididamente blandas, el contraste plácido que intuimos, que sabemos ficticio...».
Pero, nuestra intención de unir dos universos expresivos y artísticos, diferentes, no se limitó solamente a la obra de Lovecraft. Luego continuamos con «La última visita del caballero enfermo» de Giovanni Papini, «El anciano terrible» de Howard P. Lovecraft, «La noche de Camberwell» de Jean Ray y «Mujima» de Lafcadio Hearn.
Pero este hábito de trabajo se extendió a sus hijos. Con Enrique abordamos «La leyenda de Thyl Ulenspiegel» de Charles de Coster y «Mustafá» de Armando Discépolo.
Con Cristina, mi esposa, encaramos a Shakespeare y en la década del ochenta publicamos en Italia «Macbeth», «Sueño de una noche de verano», «La tempestad» y «Las alegres comadres de Windsor».
Para terminar, vuelvo a citar a De Santis:
«Otro hito de la adaptación literaria fue la aparición de la sección “La argentina en pedazos” en el primer número de la revista Fierro (1984). En sus páginas, un fragmento o un cuento de nuestra literatura era llevado a la historieta, acompañado por una introducción de Ricardo Piglia. Así, Enrique Breccia dibujó a Esteban Echeverría (“El matadero”), Francisco Solano López a Germán Rozenmacher (“Cabecita negra”) y a Rodolfo Walsh (“Operación masacre”), José Muñoz a Roberto Arlt (un fragmento de “Los siete locos”). La lucidez y contundencia de Piglia, sumadas a la calidad gráfica de los relatos, acabaron por conformar un libro ejemplar en el campo de la historieta y la crítica argentinas. La aparición de esta sección en una revista de historietas (que era además un producto comercial, con buenas ventas) nos resulta impensable en el presente. Sin embargo, en la efusión cultural de mediados de la década del ochenta podían mezclarse en las páginas de una misma revista notas sobre cine de culto, literatura policial, ciencia ficción, historia de la historieta. Esa crítica no académica que circulaba en publicaciones como Fierro, Superhumor o El Péndulo llegó a notables niveles de precisión e inteligencia».
Como puede apreciarse, no hay un divorcio inapelable, entre historieta y literatura.
Sólo hace falta que los distintos niveles estatales y que los grandes grupos editoriales lo comprendan. Fundamentalmente, los argentinos. Porque en otros países hay un concepto diferente aunque tengan los mismos inconvenientes.
A veces me pregunto si no se tratará de un problema cultural y educativo que condiciona las inversiones y los proyectos. O bien los supeditan a las necesidades que, –por infinitas razones no compartidas– ellos mismos crean y mantienen sin solución de continuidad desde hace mucho tiempo. Muy a mi pesar, me inclino a creer que es así.