PERSÉPOLIS, O CUANDO EL CÓMIC NO ES CINE
No quiere el autor de esta reseña aburrir al lector con una disertación sobre los distintos lenguajes, los vehículos para transmitir una historia o sobre si la traducción de un lenguaje a otro debe ser una reinterpretación, conservando la esencia, o una transposición, elemento a elemento. Persépolis, tanto la historieta como la película, ha gozado del reconocimiento de la crítica en sus dos expresiones, el autor de esta reseña se atreve, sin embargo, a plantear que el valor cinematográfico de esta película es menor que el valor literario del original.
En 2007 la película obtuvo el Premio del Jurado en el Festival de Cannes, de esta manera siguió la estela de premios de la obra gráfica que, desde su publicación en 2000, fue merecedora del Premio al mejor guion en el Festival Internacional de Angulema, y de premios en Bélgica, España y Estados Unidos. Y Marjane Satrapi fue galardonada por ambas obras, como autora de la historieta y codirectora de la película.
Fue en ese año cuando se proyectó en España, en salas de cine con vocación independiente y que proyectaban cintas como esta, con el aval de la crítica y de certámenes de cine, sin necesidad de contar con el respaldo de la taquilla. En una de esas salas, hoy desaparecida, acudí a la proyección en una sesión con solo dos espectadores: un diplomático que había trabajado en Irán y el que escribe esta reseña. Aunque habíamos acudido por separado, nos conocíamos y charlamos, tomamos después una cerveza y comentamos la película; a él le encantó, decía que le había proporcionado una visión desconocida de la sociedad de aquel país; a mí me gustó, pero con cierta decepción, yo buscaba una reinterpretación del libro que no encontré, y una película que se separara de manera acentuada del cómic, que tampoco supe encontrar.
Los cuatro tomos que Marjane Satrapi publicó contando su visión de los acontecimientos transcurridos en Irán desde el inicio de la revolución islámica en 1979, su primer exilio y su regreso en 1988, una vez había ya finalizado la guerra con Irak, y su exilio definitivo en Francia, constituyen una obra muy personal, enmarcada en el conjunto de las denominadas novelas gráficas de memorias. En El ascenso del Gran Mal, David B. nos sobrecogió narrando su convivencia junto a la enfermedad de su hermano que acaba por invadir a toda la familia, cada espacio, cada recuerdo. Esa obra tiene una vocación catártica, el autor a través de la plantación de sus recuerdos en dibujos, de verbalizar su sufrimiento, acaba por superar una etapa, o, al menos, de cerrarla. Satrapi ha explicado que David B. constituyó una gran influencia para realizar Persépolis; esta influencia la pueden encontrar los lectores en muchos aspectos del libro de la iraní, desde cierto parecido en la estructura, a la que hay en el dibujo y en el uso del blanco y negro. Quizás el mayor influjo de una obra en otra está en su concepción, en el atrevimiento a mostrar, como David B., por parte de Marjane Satrapi, cómo ha sido su vida, qué pueden tener de interesante para otros sus memorias y tener la valentía de hacer arte con ellas y destinarlas a su publicación.
Las memorias de Satrapi cuentan la pequeña historia que es su historia y la de su familia, frente a la gran historia que constituye la revolución que derrocó al Sha de Persia, y el efecto que produjeron estos acontecimientos en el desarrollo de la historia moderna del mundo. Que la autora sea una niña cuando se inicia la tan deseada revolución, que las grandes esperanzas que nacen con el inicio de toda revolución llenen el corazón de esta niña y obnubilen sus sueños con Dios y con Marx, y que el desarrollo y conversión del estado que nace tras el derrocamiento de Palhevi en un kafkiano sistema opresivo coincida con la forja de la conciencia crítica del adolescente, se trata de coincidencias temporales que vive la autora, pero podrían haber sido alegóricas. Por fortuna, Marjane Satrapi no esconde que ha nacido en el seno de una familia acomodada, lo que le permite gozar de algunos privilegios como viajar; de costumbres y mentalidad occidentalizadas, lo que se refleja en la educación de Marjane y en su formación en el Liceo Francés de Teherán que facilitarán su posterior integración en la cultura francesa; que está, de alguna manera, bien relacionada con los estratos gobernantes; una familia, en suma, dentro de la que puede desarrollarse como persona y con acceso a determinados lujos como unas zapatillas de deporte que sus padres le traen de un viaje a Turquía.
La pertenencia de Satrapi a una familia acomodada, y bien relacionada, le permitió una primera estancia en Europa, en Viena. Esta estancia le evita vivir de manera directa los años más crudos de la guerra contra Irak, pero hace nacer en ella dos rasgos que marcan a los exiliados: la nostalgia y la desubicación. Su vuelta a Irán en 1988, tras el final de la guerra, le hace ser consciente de esas características, porque como narra en el libro, al volver a su país intenta encontrar sus raíces, mirarlo de una manera indulgente, pero ella ya no es la misma, ni es considerada por los iraníes como plenamente iraní sino como extranjera, y tampoco puede ver a Irán con los ojos con los que lo contemplaba en 1984. Esa desubicación provoca conflictos, en una sociedad con mayores libertades estos conflictos de adaptación suelen quedarse en el ámbito íntimo, en un país con un régimen teocrático tan atenazador como nos cuenta, estos conflictos han de derivar, sin duda, en un castigo. La única forma de encontrar una salida está en evitar el conflicto, se puede hacer mediante el sometimiento o mediante la huida, que es el camino que encuentran la autora y su familia para ella.
Satrapi se ubicó en Francia, el lugar donde ha escrito y publicado sus obras, Persépolis, Pollo con ciruelas o Bordados, con una permanente referencia a Irán, a su niñez. Como David B., paralelismo entre el exilio en Francia de ella y el traslado a París de él, antes de la catarsis aparece la separación del núcleo del problema, la reelaboración de los recuerdos, su plasmación en un libro y, luego, la sanación. A diferencia de la voz amarga de David B., en el negro predominante en Persépolis la voz es la de la ternura, la de la comprensión. Esta visión delicada atrapa al lector y le sumerge en la familia iraní de la autora, olvidando las diferencias entre una sociedad, de antemano, tan distinta a la del lector, y centrándose en que el cariño y el amor hacia el resto de familiares y los amigos es, inevitablemente, idéntico al que él, lector occidental, mantiene por su familia y amigos. Y así, las relaciones de familia, los anhelos, el miedo, el disfrute y los conflictos iraníes son ya los del lector.
Marjane Satrapi es mujer, cuestión importante que influye en la forma en la que narra sus historias, desde un lado y desde una óptica a menudo silenciados por las voces predominantes, masculinas, recias, que han escrito y forjado la historia. Marjane nos cuenta qué sienten los que no participan en las guerras, sino lo que sienten quienes esperan que vuelvan de ella los soldados, los manifestantes, los revolucionarios. Nos muestra la sociedad que subsiste por debajo de la sociedad oficial, de cómo por debajo de las normas que constriñen la libertad, hay quienes se aferran a la vida, quienes disfrutan, y resisten contra el terror. Marjane personifica esta resistencia a través de lo cotidiano, sus armas son un pintalabios, un disco, una receta; los grandes sucesos, las grandes batallas, se muestran de manera indirecta, a través de los efectos que provocan en el mundo en el que vive Satrapi.
Cuando leí Persépolis, sentí que la autora había proporcionado la voz femenina a la historia iraní; luego comprendí que, como hombre, estaba empequeñeciendo una voz, estaba únicamente valorando el género de la autora, su rebelión como mujer que se enfrenta a la religión y a la sociedad que la consideran inferior, a utilizar un relato gráfico frente a la prohibición coránica de representar seres vivos… Comprendí que esos hechos son solo condicionantes que permiten contextualizar la obra, y que el verdadero valor añadido de esta es reflejar la ternura de una manera tan perfecta a través del dibujo y de las expresiones de los personajes, y que la descripción de Irán se convierte en el escenario en el que se enmarca esta historia personal que, por su carácter pequeño y personal, se convierte en universal, en una gran obra del noveno arte.
La película Persépolis mantiene el estilo gráfico de la historieta, un dibujo naíf, un acusado contraste entre el banco y el negro, figuras casi hieráticas, y es que, como ya ha sido mencionado, la cinta parece haberse elaborado trasladando al celuloide las viñetas de la historieta una por una y completando los espacios con más viñetas. El proceso de la animación cinematográfica es ese, pero mientras que en otros casos existe una reelaboración del dibujo, cambios en la estructura y configuraciones de planos y perspectivas diferentes, Persépolis, la película, es, fotograma a fotograma, viñeta a viñeta, Persépolis, el cómic. Esto es lo que yo argumentaba, que la perfecta fidelidad de la película al libro, le restaba valor cinematográfico; el diplomático, encantado con la película, me contó todo por lo que le había gustado, punto por punto lo mismo que a mí me había cautivado del libro. Y es que Persépolis es una obra importante cuya fortaleza y universalidad trascienden el medio, y que, aun no siendo cine, como yo entiendo el cine, la cinta trasmina los sentimientos originales del cómic y se convierte en un puente abierto al espectador que quiera convertirse en lector.
No sé si una reseña puede convertirse en una recomendación para la lectura, si es así, esta reseña quiere invitar a ello, a leer Persépolis, a indicar, incluso a quien no ha leído nunca una historieta, que se inicie con esta obra, que se deje atrapar por los recuerdos de la autora y que viaje a través de su memoria a la tierra de Babaï y de los pistachos gigantes.