PUNISHER WAR ZONE. LOCOS POR MATAR
MANUEL BARRERO

PUNISHER WAR ZONE. LOCOS POR MATAR.

Ray Stevenson / Frank Castle tiene un arsenal en casa y no hay quien le grite. Damos gracias a que el objetivo de sus disparos y puñetazos es la mafia, o los gángsteres, porque de volver su ira contra los inocentes (que más de una vez somos culpables de algo) todo acto humano reprochable se volvería carnicería.

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Ray Stevenson interpreta a Punisher en su última y fallida adaptación al cine.

 La película Punisher War Zone, tercera adaptación al cine del personaje de Marvel Comics 'The Punisher', tiene una producción en principio aceptable. Buen sonido, adecuada puesta en escena, malos muy malos, gran aparato pirotécnico. Y acción. Su director, para sorpresa de propios y extraños, es una directora, Lexi Alexander, una chica rusa que ha tenido una vida parecida a la de forzudos afortunados como Van Damme o Schwarzenegger (infancia y adolescencia dedicada al culto al cuerpo con posterior emigración a Hollywood y desarrollo de una carrera cinematográfica). Lions Gate, empresa productora especializada en los últimos años en el cine de acción y de terror a raiz del éxito de SAW, la eligió porque la chica había logrado un premio de los buenos con una película sobre la violencia desatada de los ultras de fútbol.
Si ella entendía la violencia, entendería a Punisher.
Al personaje de Marvel, The Punisher, ya no le quedan caras que mostrar. Sólo tiene una, la del vengador impenitente e inmisericorde. Si en un principio, cuando apareció para encañonar a Spider-Man convencido por el Chacal, creímos que era un tipo del lado de los buenos, hoy su lado más favorable ha dejado de existir. Es un asesino. Y punto.

Y es un desafortunado. 


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Dolph Lundgren encarnó al primer Punisher de celuloide. Thomas Jane, arriba, al segundo.

Mira que se hacen películas de acción con tipos vengativos, ejecutores con nocturnidad, psicópatas respaldados por ciertas facciones de la sociedad. Pues a Punisher no le ha tocado ninguno de los directores capaces de hacer bien esos filmes. Por ejemplo, un Dave Meyers. Por ejemplo, un James Wan. David Fincher lo hubiera bordado, no obstante nos hubiéramos conformado con Mark Neveldine. Pero no, a The Punisher de 1989 le tocó en suerte Mark Goldblatt, que tras esta película se retiró de la dirección y volvió a sus labores como montador de películas. The Punisher de 2004 fue destrozada por Jonathan Hensleigh, un tipo dedicado al guión que, al igual que Goldblatt, tras esta película no volvió a dirigir (salvo un producto para el mercado de video). Ahora nos ha tocado en suerte la Alexander, que tiene en su haber dos cortos y dos largos, y uno de los largos lo han reeditado convenientemente tras el estreno de Punisher War Zone.

www.tebeosfera.comSu película, con todo, es la más apetecible en su arranque de las tres versiones del justiciero de la calavera. En las anteriores el Punisher de Marvel se asomaba a la gran pantalla para protagonizar una parodia en carne y hueso; aquí al menos disfrutamos de una película de matones, de criminales, de matones de los criminales, y de policías que respaldan a los matones de los criminales. Dolph Lundgren, en la primera, hacía el papel de Dolph Lundgren, un pedazo de carne rubia socarrón y con la escopeta sobre la cadera. Thomas Jane daba el papel de Frank Castle en 2004, pero sólo de Castle, no de Punisher: daba el tipo e interpretaba coherentemente bien al hombre atormentado por la venganza, pero cuando se le coló un marinerito en casa ya no podía seguir ejerciendo seriamente de justiciero superheroico. El actor que encarna ahora a Frank Castle / The Punisher es Ray Stevenson. Un tipo con entradas, hierático, sin expresión. Nada galán. Es el perfecto intérprete para el personaje dibujado por Steve Dillon, pero no se trata de un buen actor, desgraciadamente.

A la sospecha de que se había querido ser respetuoso con el Punisher de los tebeos se sumaba la certeza de que a esta película se habían incorporado algunos personajes procedentes de la serie original: el ayudante Microchip, un policía que le sigue los pasos al Castigador y que le admira tanto como se puede admirar al reflejo del mal; otro policía íntegro que le quiere dar caza; y el enemigo a abatir, apodado Jigsaw. El villano principal, de entrada, ya no interesa al público, porque el espectador lo ha visto ya en Batman o Iron Man. Todos los héroes tienen su Alfred (aquí 'Micro') y su Némesis de cara o alma desfigurada. De hecho, el origen de Jigsaw es llamativo en su plasmación cinematográfica, sumergiéndose en un torbellino de cristales rotos que cortan como hojas afiladas, pero no deja de ser un calco de otras conversiones a la villanía.

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Jigsaw, otro villano de los tebeos, a la derecha. Al fondo, su loco hermano. 

Naturalmente la película exige su monstruo y Jigsaw nos lo provee con creces gracias a la figura de su hermano, un lunático antropófago que da verdadero miedo y que marca la frontera a partir de la cual un criminal ‘merece’ el justo castigo. Lamentablemente, la pareja no funciona. Una vez que está a lado de su hermano, Jigsaw deja de dar la talla. Está a mitad de camino del cyborg patético de Jigsaw (Don Adams, 2002) y el espeluznante enfermo de Saw (James Wan, 2004 y ss.). El bailecito de la rotura de espejos en su cuartel general es una bobada, y su pacto con los dueños criminales de la ciudad no resulta en absoluto creíble. Como tampoco lo es que Punisher decida abandonar la carrera de ‘ajusticiador de criminales’ (no me atrevo a calificar su actitud de heroica) para, pasados varios segundos, declarar algo así como: “Bueno, mataré al último y lo dejo”.
Resulta frívolo.

El punto de partida de esta película, como la serie de cómics en la que se basa, promueve una vez más un debate que no ha dejado de ser huero pese a que los setenta y la era Reagan ya pasaron. Cuando se producen crímenes execrables en el seno de nuestra sociedad todos reaccionamos con asco, repudiando al criminal y, si somos afines a la víctima, nos conjuramos para otorgar el mayor de los castigos para él o sus cómplices. No quedan lejos los ejemplos de este afán posmoderno por el linchamiento en nuestra realidad cotidiana. Existen plataformas que, de vez en cuando, promueven entre la población dar marcha atrás hacia un estado más policial, hacia un sistema penitenciario más riguroso, aconsejando la cadena perpetua y, por qué no, la pena capital. Si el criminal lo merece, claro.


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Por primera vez se incorporan personajes secundarios del cómic al cine.

Punisher no lo duda. Y como el cine selecciona los fragmentos de realidad que se muestran al público (y que aquí actúa como jurado popular) no hay posibilidad de duda sobre quién es el culpable. En la realidad hay que jugar con otras evidencias y probaturas, porque un error puede mandar a un chiquillo a la cárcel de por vida, y eso ya no será ‘vida’. En la película los crímenes repugnantes son obvios, los vemos. La directora aquí se obstina en que los veamos bien, nos sirve buenas raciones de carnaza y generosas dosis de sangre. Las demostraciones de fuerza de Jigsaw y de su hermano o sus sicarios son feroces y sanguinolentas siempre. Y algunas muertes resultan demasiado gratuitas (las de los policías que entran en la casa) y van restando verosimilitud al relato.
www.tebeosfera.comEs a partir de aquí que el filme se pierde. Jigsaw y su demente hermano no dejan de actuar como payasos alocados. Los secundarios no dan la talla y las situaciones son un surtido de despropósitos de montaje y secuenciación. Punisher aplica a cada criminal un castigo más espantoso, absolutamente gore, absurdo, y ya no dejan de tabletear las automáticas y de retumbar la molesta banda sonora. El protagonista se hace cargo de otra mujer y de otra niña a las que no querrá perder –como a su familia- y por supuesto no va a ocurrir. Ni con Jigsaw ni sin Jigsaw. Lo demás es pólvora, miradas de odio y violencia. Y alguna escenita en sitio sagrado para justificar el castigo de los justos, o viceversa. Resulta curioso que la irrisoria escena de Jigsaw y su hermano dando mítines entre el hampa y con la bandera al fondo se parezca tanto a la que rodó Frank Miller con escenografía nazi en The Spirit.
Ambas dan la medida de dos bodrios.
A nadie debe extrañar que esta película se estrellara en el cartel estadounidense y su entrada en Europa haya sido mediante DVD exclusivamente: No alcanza las cotas de un telefilme de tercera para la sobremesa de los jueves, bien que su factura sea cinematográfica y la plétora de sangre excesiva. Un episodio de Bones tiene más tensión emocional entre los intérpretes y mejor realización. Una de Charles Bronson en plan justiciero, Death Wish por ejemplo, emite el mismo discurso.
TEBEOAFINES
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Creación de la ficha (2009): M. Barrero
CITA DE ESTE DOCUMENTO / CITATION:
Manuel Barrero (2009): "Punisher War Zone. Locos por matar", en Tebeosfera, segunda época , 2 (27-II-2009). Asociación Cultural Tebeosfera, Sevilla. Disponible en línea el 01/XI/2024 en: https://www.tebeosfera.com/documentos/punisher_war_zone._locos_por_matar.html