RECORDANDO A UN AMIGO (UNA SEMBLANZA DE FAUSTINO RODRÍGUEZ ARBESÚ)
RAMÓN F. PÉREZ

Title:
Remembering a Friend
Resumen / Abstract:
In memoriam, Faustino R. Arbesú. / Obituary for the memory of Faustino R. Arbesú.
Palabras clave / Keywords:
Faustino R. Arbesú/ Faustino R. Arbesú

RECORDANDO A UN AMIGO

Una semblanza de Faustino Rodríguez Arbesú

 

Me pide Tebeosfera un artículo o semblanza sobre Faustino Rodríguez Arbesú, trataré de complacerles. Mi artículo tiene dos partes: una, los datos biográficos objetivos —extraídos, obviamente, de internet: Wikipedia y similares—, y otra, mis impresiones personales. Allá vamos.

Conocí a Faustino en los primeros setenta. Yo era un chavalejo que había terminado el COU, y él, junto otras muchas cosas, todo un profesor en la gijonesa Escuela de Peritos; de todas formas, si a mí me sonaba su nombre era porque desde hacía unos años llevaba en el diario local El Comercio una sección dedicada al estudio del tebeo, cosa poco frecuente en aquellos años… De hecho, junto a Manuel Darias, en Tenerife, sería el pionero de estas actividades en España.

Claro que Faustino no nació en los setenta, sino en los mucho más duros años de la posguerra y en una situación familiar complicada, pues toda su infancia y su juventud estuvieron marcadas por continuos enfrentamientos con su padre. Cuando Faustino recordaba aquellos tiempos siempre evocaba la terrible violencia que lo envolvía todo; en la calle, en la familia y en las instituciones. Él no fue ajeno, por supuesto, a esta violencia, y pronto llegó a dos conclusiones. Una, que si no querías que te pisasen tenías que hacerte respetar, y otra que, al margen de este mundo tan poco grato, existía otro en el que los fuertes no abusaban de los débiles, sino que los defendían, y la bondad, aunque costase trabajo, acababa ganando. A ese mundo se llegaba por dos puertas: el cine y los tebeos. Faustino, naturalmente, era consciente de que estos mundos no eran “reales”, pero eso no les quitaba importancia ni atractivo.

Faustino conoció muy pronto a una muchachita rubia y menuda que en muchos aspectos estaba en sus antípodas. Para empezar, pertenecía a una clase social bastante más elevada, pero con la que congenió desde el primer momento. Unos años después aquella amistad acabaría en matrimonio, y Faustino siempre consideró que el conocer a Eulalia Eguren, Pochola, fue lo mejor que le había ocurrido en esta vida. Ella le mostró mundos que hasta entonces desconocía, como el de la literatura, y sobre todo endulzó y encauzó en un sentido positivo aquella violencia que él también llevaba dentro. Muchos años después, Faustino viviría como su gran tragedia la relativamente pronta muerte de su esposa.

Faustino comenzó a colaborar con El Comercio en el año 1973, con la sección “El cómic, un medio de expresión pop”, en la que se comentaban novedades y se estudiaban los grandes clásicos del cómic norteamericano. Allí publicó un artículo sobre un autor que atraería su atención durante toda su vida: Winsor McCay, el creador no solo de Little Nemo, sino, a su entender, del mismo lenguaje del cómic y en buena medida del cinematográfico. Faustino demostró, con pruebas, como a él le gustaba —quizá por su formación matemática—, que muchas “innovaciones” presentadas como el no va más estaban ya, y generalmente mejor utilizadas, en McCay. Faustino volvería varias veces sobre este tema a lo largo de su vida, y, ya en su etapa final, publicaría un libro sobre el mismo.

Por aquel entonces —1976— el festival de cine de Gijón, destinado al público juvenil —y centrado en unas películas generalmente provenientes del otro lado del “telón de acero”, en las antípodas de lo que podía atraer a un joven de la época—, estaba entrando en su etapa final, mientras que el tebeo parecía ser el tema de moda. Como consecuencia de todo esto el cómic se convirtió durante los últimos años en el elemento central de dicho festival. Ignoro la situación de Faustino en el organigrama, pero es indudable que él fue el coordinador y potenciador de dicho aspecto.

En ese ámbito fue donde lo conocí. Por aquellos años, un servidor y otro estudiante de COU llamado Ignacio Sánchez Vicente soñábamos con sacar una revista o fanzine de los que tanto abundaban en aquellos tiempos y que solían tener una vida tan efímera como minimalista. Esa revista fue El Wendigo, y aunque Faustino no fuese en sentido estricto su creador, es indudable que esa fue, junto el Salón Internacional del Cómic del Principado de Asturias, la obra de su vida. Ambas le darían un sinfín de satisfacciones… y de disgustos.

Lo cierto es que por aquellos años se había roto su relación con El Comercio, y Faustino pensó que precisaba una tribuna desde la que exponer sin cortapisas sus ideas y teorías, frecuentemente opuestas a las dominantes en el medio. Comenzó así a implicarse cada vez más en El Wendigo hasta convertirse en su editor y el hombre que lo mantuvo vivo durante décadas.

Faustino publicó y alentó la publicación de toda una serie de artículos que en su momento levantaron ampollas —y crearon una fama de publicación terrible alrededor de El Wendigo— en tanto dejaban al descubierto las “vergüenzas” de más de un autor nacional que, por lo visto, iba a revolucionar el cómic. Pero con el transcurso del tiempo Faustino acabó llegando a la conclusión de que no era eso lo más interesante de El Wendigo, sino todos los artículos que sobre el lenguaje del cómic se publicaron en el mismo, pues ese era un tema fundamental del que —al contrario que en el cine— nadie se había ocupado o lo había hecho a un nivel casi metafísico.

Hasta ese momento Faustino había sentido por el cine tanto o más interés que por el cómic, y, como tantos otros aficionados, había hecho sus pinitos realizando diversas películas en súper 8. Aunque siempre se sintió muy orgulloso de las mismas, pronto, como tantos otros, llegó a la conclusión de que el cine exigía unos medios, tanto técnicos como económicos, muy por encima de sus posibilidades. Por el contrario, en el tebeo la situación era muy distinta, bastaba con tener algo que contar y, por supuesto, saber hacerlo. Lo demás, papel, lápices, tinta, estaba al alcance de cualquiera.

Comenzó así su labor como guionista de cómics, escribiendo una serie de historias que, bajo el ropaje clásico de la aventura —Oeste, ciencia ficción, etc.—, exponían sus ideas más personales. Realizó historietas de diferentes temáticas y estilos y con diversos dibujantes, pero siempre se mostró especialmente orgulloso de las realizadas junto a Isaac Miguel del Rivero, por aquel entonces un principiante realmente prometedor.  Nacen así Sureño, Los Omnipotentes y alguna más, hasta que llega un momento en que la relación se rompe y Faustino abandona casi por completo esta faceta.

A mediados de los ochenta, la Televisión del Principado contacta con él para que realice los guiones de una serie dedicada a la historieta en Asturias. Nace así Asturias y la historieta, serie de dieciséis capítulos que obtendría una indudable repercusión, siendo repetida varias veces y dando lugar a un nuevo programa que llegaría a la televisión estatal e incluso representaría al Principado en un certamen europeo dedicado a las producciones televisivas regionales. Una de las consecuencias de este programa fue la creación de una exposición itinerante que, con una abundante selección de originales, recorrería durante más de un año la geografía asturiana. Como complemento se elaboraría un extenso libro-catálogo del mismo título que con los años acabaría dando lugar a un voluminoso tomo que recoge prácticamente todo lo ocurrido en el cómic asturiano: La historieta asturiana, con dos ediciones, la última actualizada del año 2013. En dicha exposición —y serie televisiva— se reivindica el concepto de cómic asturiano (algo inexistente hasta el momento) en tanto existen una serie de autores que no solo nacen aquí, sino que tienen unos rasgos comunes. Se destaca el origen asturiano de grandes figuras del momento, como los hermanos De la Fuente —estamos en los años de mayor prestigio de Víctor de la Fuente—, y se descubre la temprana relación con el cómic de clásicos de la ilustración y la pintura asturiana como pueden ser Alfredo Truan y Evaristo Valle.

En esa misma década es llamado para colaborar y más tarde dirigir un salón del cómic que se celebra en la vecina ciudad de Oviedo con patrocinio municipal. Teóricamente, y en tanto no se salga del presupuesto, tendrá carta blanca para hacer lo que quiera. Dicho salón contó con el decidido apoyo del Ayuntamiento ovetense —entonces del PSOE—, y Faustino siempre lo recordó como una etapa feliz y fecunda… en la que, como siempre en estos casos, la política acabó por meter su fea zarpa llevándoselo por delante.

El salón duró de 1984 a 1989 y trajo a Oviedo a un gran número de celebridades del cómic: entre otros Lee Falk, el creador del Hombre Enmascarado y el más célebre guionista de la “edad de oro”, una época en la que raramente se reconocía la labor de estos (los tebeos, por lo visto, se escribían solos). Podría citar muchos más nombres: Carlos Sampayo, Moebius, Brian Bolland, Víctor de la Fuente, Alberto Breccia, Max, Beroy y un larguísimo etcétera de clásicos y modernos. Pero yo creo, y es una opinión personal, que lo fundamental del salón es que comenzó a prestar atención en igualdad de condiciones a una serie de autores que, idolatrados por el aficionado, eran ignorados —o directamente vilipendiados— por la mayor parte de la crítica: los dibujantes y guionistas de superhéroes. Cuando trajimos a Walter Simonson, el genial renovador de Thor, a Oviedo en 1986 la reacción general a estos niveles fue de rechazo e incomprensión. Alguno hubo —este país no cambiará nunca— que nos acusó no solo de mal gusto, sino de “hacer el juego al fascismo”. Hace mucho que este tipo de autores son la espina dorsal de toda actividad relacionada con el cómic, pero parece que se ha olvidado que no siempre fue así y que hubo una época en la que incluso estaban muy mal vistos. También se olvidó, por supuesto, quién dio el primer paso.

En 1989, a pesar de su indudable éxito y aceptación, los condicionantes políticos hacen su aparición, y el salón ovetense desaparece, pero a Faustino, que ha visto las enormes posibilidades de un evento de este tipo, le ha entrado el gusanillo y trata, sin resultado, de “vender” la idea al Ayuntamiento gijonés. Claro que Faustino, cuando quiere algo, se mete por una pared si hace falta, así que en el año 1990 organiza por su cuenta y riesgo en Gijón, tomando como sede unos locales de la Escuela de Peritos, donde da clase, un modesto salón que financia casi íntegramente de su bolsillo. A pesar de sus escasos medios, se hicieron diversas exposiciones y vinieron como invitados, entre otros, Chiqui de la Fuente, Alfonso Font y Buylla. Se concedieron también los Premios Haxtur, creados por El Wendigo en el salón ovetense en el año 1985. No conozco, ni creo que exista, ningún otro caso de una persona que se arriesgue, sin financiación externa, a montar un evento de este tipo (a título informativo, el salón costó unas quinientas mil pesetas de la época).

En este salón se tomó una decisión fundamental, la de tratar de darle continuidad por todos los medios, y se decide “bautizarlo” como XIV Salón Internacional del Cómic del Principado de Asturias, destacando así su relación y continuidad con los eventos de este género anteriormente realizados en Asturias y también su aspiración de implicar no solo a Gijón, sino a todo el Principado.

La continuidad estaba decidida, pero faltaba lo principal: el dinero; sin él, todo esto no pasaba de la categoría de entelequia.

Así que al año siguiente hubo que volver a negociar con el Ayuntamiento gijonés. El éxito de nuestro pequeño salón había creado un clima favorable, y el Ayuntamiento accedió a colaborar económicamente con nosotros. No era una situación como la de Oviedo, en la que el salón era “del” consistorio, sino que ahora era una actividad realizada por Gairni-El Wendigo, y ellos lo apoyaban desde fuera. Tal cosa tenía sus inconvenientes, sobre todo desde el punto de vista económico —nosotros siempre estábamos en la categoría de los “recortables”—, pero nos permitió una independencia muy superior, y eso, conociendo a Faustino, fue muy importante.

Resumiendo, a partir de ese momento y hasta su fin en 2014, el Ayuntamiento gijonés sería el principal financiador del Salón del Cómic del Principado. No el único, pues también se buscó y se logró involucrar, durante periodos más o menos largos, a otras entidades públicas y privadas, como la Consejería de Cultura del Principado, la Universidad o la Caja de Ahorros de Asturias. También se intentó, sin éxito, la colaboración de empresas como El Corte Inglés o Central Lechera Asturiana. A pesar de todo esto, el dinero, por escaso, por el cúmulo de requisitos —cada vez más y a veces absurdos— para cobrarlo, fue siempre el talón de Aquiles del Salón.

El Salón del Cómic del Principado de Asturias existió desde aquel año hasta 2014, todo un récord de permanencia, debido sin duda a la peculiar cabezonería de Faustino. Tuvo momentos de gloria y también de decadencia, grandes hitos y considerables disgustos, pero en conjunto —y más si pensamos en las condiciones materiales en que se desarrolló— fue un logro casi asombroso.

En cuanto a invitados, por aquí estuvieron figuras de la categoría de Will Eisner, Jean-Claude Mezières, Quino o Moebius, la práctica totalidad de los autores norteamericanos de actualidad por aquel entonces  —Mazzuchelli, Mignola, Gulacy, Golden, Adams y un larguísimo etcétera— y más de un clásico, como Russ Heat, Sergio Aragonés o el mismísimo John Buscema (entonces la cima del tebeo de superhéroes). También vinieron figuras del cómic europeo como Berardi, Hermann o Rosinski y personajes tan grandes e inclasificables como Alejandro Jodorowski, que acabó convirtiéndose en un gran amigo del salón. En cuanto al panorama hispano, por aquí estuvieron casi todas las figuras del momento y muchos de sus clásicos: Vázquez, Sanchis, Purita Campos, Ortiz, Bernet, Iranzo… y aquí paro porque podría estar citando nombres hasta mañana (y que me perdonen aquellos que no he nombrado, alguno fundamental).

Otro elemento a destacar fueron sus exposiciones, de las que, para no pecar de pelma, me limitaré a algunas realmente impresionantes. Una, la dedicada a los hermanos De la Fuente, que, por su extensión, ocupó todas las salas del Antiguo Instituto Jovellanos —nuestra sede habitual—,  y otra, dentro de esta etapa, la dedicada a las mujeres y el cómic. Esta última, basada en una exposición sobre las mujeres en el cómic norteamericano cedida amable y desinteresadamente por Trina Robbins y completada por Faustino con un amplísimo anexo dedicado a las creadoras españolas, desde las pioneras a las autoras de actualidad en aquel momento, como Ana Miralles o Mariel. Esta exposición no solo fue la primera, al menos de tal entidad, dedicada a este tema, sino que no creo que a día de hoy haya sido superada. Una de sus consecuencias fue la recuperación de Purita Campos, olvidada del gran público pero con un núcleo de seguidoras tan fiel como activo, y su personaje Esther, que ha venido editándose y reeditándose desde entonces.

Ya en las etapas finales podemos destacar la gran y colorista exposición que Jean-Claude Mezières nos trajo de su personaje Valerian (... y Laureline) y la dedicada a la monumental obra de Gaspar Meana La Crónica de Leodegundo (una extraordinaria visión del reino de Asturias que ha tenido que ser editada…. por la universidad mallorquina).

Hay que aclarar que las exposiciones no se limitaron a Gijón, sino que, cuando el presupuesto lo permitió, también se hicieron en otras ciudades. Recuerdo algunas antológicas en la ovetense Sala Borrón y otras no menos interesantes en Avilés o Villaviciosa. También se dieron charlas y se presentaron autores.

Una tercera pata del Salón del Cómic, de la que Faustino se mostraba especialmente orgulloso, fueron los Premios Haxtur, galardones otorgados por los miembros de El Wendigo en el marco del salón a aquellos autores y tebeos que consideraban como los más interesantes del año. Con el tiempo, la nómina de los premios se fue ampliando, y así surgieron otros, como el dedicado “Al autor que amamos”, que premia toda una trayectoria, o el concedido por los aficionados. Faustino siempre pensó que dichos premios —impresionantes físicamente— eran uno de los grandes atractivos del salón, sobre todo de cara a los autores extranjeros. Su lista es impresionante… en calidad y en cantidad.

Es de justicia reconocer que sin la contribución económica del Ayuntamiento gijonés la vida del salón habría sido mucho más corta (de hecho, habría sido inviable), pero también es cierto que la casi generalizada falta de sintonía entre este y la dirección del salón supuso un serio hándicap que cercenó muchas de sus posibilidades. Al fin, en el año 2014 y tras una serie de encontronazos con el Ayuntamiento por el tema económico (el dinero no solo es escaso, sino que el cobrarlo es una odisea que me rio yo de la homérica) se llega a la conclusión de que no es posible continuar en esas condiciones, y en una rueda de prensa se comunica el fin del Salón del Cómic del Principado de Asturias.

Creo que ya dije por alguna parte que el Salón del Cómic del Principado de Asturias y El Wendigo fueron las grandes obras de Faustino, sus mayores aportaciones al mundo del cómic y de la cultura en general, pero no las únicas. Antes de volcarse casi por completo en el denominado noveno arte Faustino prestó gran atención al cine, un medio de expresión que siempre consideró hermano, en igualdad de condiciones, del cómic. No solo realizó diversas películas que llegaron a ser proyectadas públicamente, sino que durante muchos años dirigió dos cineclubes, el Ensidesa  —relacionado con la empresa en la que trabajaba— y el Jovellanos, y tuvo también una página de análisis y divulgación en El Comercio. Curiosamente, se esperaba que al llegar la democracia este tipo de asociaciones relacionadas con la cultura cobrarían un gran desarrollo, cuando lo que ocurrió fue su casi total desaparición. También escribió libros, unos relacionados con el cómic y otros de ficción (unos logró publicarlos y otros no); impartió cursos sobre el lenguaje de la imagen y fue invitado a diversos simposios; colaboró con estudios y exposiciones con las más variadas instituciones, por ejemplo el Museo de Bellas Artes de Asturias, y, en resumen, trató de apoyar y participar en cuantas actividades de estos temas tuvo ocasión. Tampoco se privó nunca de manifestar su desdén por aquellas que le parecían simplemente un camelo, actitud esta que le creó más de un enemigo. Creo sinceramente que sus amigos fueron más.

 

NOTA.  Obviamente, Faustino no realizó solo la mayor parte de estas actividades, tuvo amigos y colaboradores. A algunos los conocí y muchos fuimos también amigos, con otros la relación fue más distante, y también los hubo, por supuesto, a los que conocí tan solo de oídas. De todas formas, es este un tema que pienso que tratar con un mínimo de ecuanimidad y rigor exigiría abrir un nuevo apartado y alargaría significativamente el artículo, así que he preferido ignorarlo. Si alguien se siente postergado le ruego me perdone.

Quien quiera un enfoque más objetivo —y completo— de la biografía de Faustino Rodríguez Arbesú encontrará amplio material en internet. Encuentro especialmente interesante la visión de Tebeosfera y la de la Wikipedia, pero si se busca un poco se encontrarán muchas más cosas.

TEBEOAFINES
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Creación de la ficha (2022): Félix López y Manuel Barrero.
CITA DE ESTE DOCUMENTO / CITATION:
RAMÓN F. PÉREZ (2021): "Recordando a un amigo (una semblanza de Faustino Rodríguez Arbesú)", en Tebeosfera, tercera época, 18 (27-XII-2021). Asociación Cultural Tebeosfera, Sevilla. Disponible en línea el 02/XI/2024 en: https://www.tebeosfera.com/documentos/recordando_a_un_amigo_una_semblanza_de_faustino_rodriguez_arbesu.html