UN NARRADOR LLAMADO CHARLIER
Si tuviese que confeccionar una lista con los autores esenciales de la historia de los cómics, y esa lista tuviese que reducirse a media docena de nombres, me vería en un aprieto, pues estas declaraciones de preferencias son siempre espinosas. Seguramente incluiría los nombres de Milton Caniff, Hal Foster, René Goscinny, Héctor Oesterheld, Stan Lee... autores todos ellos muy diferentes unos de otros pero que, cada uno en su terreno, han llevado el arte de la narrativa gráfica a sus máximos exponentes. Se me dirá probablemente que después de ellos han surgido nuevos autores que acaso han llegado aún más lejos; quizá, y sobre ello habría mucho que matizar, pero en todo caso, en mi modesta opinión, los creadores actuales no han hecho sino coger el testigo y continuar, cada cual a su manera, el camino ya trazado por sus antecesores.
Como decía, es muy probable que incluyese al menos buena parte de los nombres citados, pero no tengo ninguna duda de que entre ellos estaría Jean-Michel Charlier.
El nombre de Charlier es relativamente poco conocido en España, y sin duda no sería apenas recordado de no ser por su obra cumbre, Blueberry, a la que se asocia mucho más con su dibujante y co-creador, Jean Giraud, también conocido como Moebius. El resto de su obra, ingente, por otra parte, ha sido muy parcial y esporádicamente publicada en nuestro país, siendo este western la única serie que ha visto la luz aquí en su totalidad. Por ello, no es sorprendente constatar que, si exceptuamos unos pocos trabajos a propósito de Blueberry, apenas se ha escrito nada sobre nuestro hombre en las revistas especializadas de habla española.
Tratando de cubrir esa laguna, vamos a ver un poco más de cerca quién fue y qué hizo Jean-Michel Charlier.
UN TRABAJADOR INFATIGABLE
Visto desde fuera, resulta curioso que uno de los pilares del tebeo francés, y uno de los más franceses de los autores franceses, valga la redundancia, no fuese francés, sino belga. Jean-Michel Charlier nació en Lieja en octubre de 1924.
Aficionado a los tebeos desde los cinco años, y admirador, cómo no, de Hergé, empezó a trabajar profesionalmente en los cómics a los veinte años, cuando cursaba la carrera de Derecho. Carrera que llegó a acabar e incluso, fugazmente y sin ningún entusiasmo, a practicar. Nuestro hombre, pese a las presiones familiares, tenía muy claro, sin embargo, cómo quería ganarse la vida: dibujando cómics. En efecto, el que llegaría a ser uno de los mejores y más reputados guionistas de todos los tiempos empezó su andadura profesional como dibujante. El autor en su juventud.
Nos encontramos en 1944, y en la Bélgica recién liberada por las tropas americanas se produce un boom de revistas de cómics, con la aparición de nuevos títulos y la reaparición de otros que habían estado condenados durante años al silencio por la penuria de la guerra o por la censura de las fuerzas de ocupación. El joven Jean-Michel, que dedicaba los ratos libres a dibujar cómics para las revistas estudiantiles, llama la atención de Georges Troisfontaines, colaborador de la recién resucitada revista Spirou, quien le propone que ilustre los artículos sobre modelismo que él escribe para la revista. Así, Charlier comienza a dibujar semana a semana un “rincón del modelismo” y a continuación un “curso de aviación”, sin tener ni la más mínima idea sobre el tema. Todo ello sin interrumpir sus estudios, que, como ya he dicho, no le sirvieron al final para nada. El atribulado padre de Jean-Michel tardaría años en confesar a sus amistades que su hijo no se ganaba el pan ejerciendo de abogado, sino dibujando tebeos.
Es en aquella época cuando conoce a Victor Hubinon, recién salido de Bellas Artes, con quien forma equipo y con el que realiza su primera historia: “L´Agonie du Bismarck”, publicada por episodios en Spirou en 1946. El tema, un episodio aeronaval real de la recién acabada guerra mundial, les prepara para la creación, al año siguiente, de la que iba a ser, con el tiempo, una de las más célebres y exitosas series de aventuras del cómic franco-belga, Buck Danny, ideada por Charlier tras la lectura de los reportajes sobre los Tigres Volantes —célebre escuadrilla de cazas norteamericanos que operó en China durante la II Guerra Mundial— que aparecían en las revistas para los soldados estadounidenses destacados en Bélgica. Troisfontaines escribe las primeras once páginas[1], pero a partir de entonces los guiones correrán por cuenta de Charlier; sin embargo, en esos primeros —y primerizos— episodios, referidos a la aún muy reciente guerra del Pacífico, Charlier se ocupa también de dibujar los barcos y los aviones, así como los fondos, encargándose Hubinon de los personajes. Esto es así porque el precio que les pagan en esa época por página es tan miserable que no le permite subsistir sólo escribiendo el guión, de forma que ambos colegas se reparten el trabajo[2]. Plancha de "L"agonie du Bismarck", tal y como se publicó en el semanario Spirou.
Un buen día, Troisfontaines crea la agencia World Press, se traslada a Bruselas, y arrastra consigo a nuestros muchachos y a otros muchos, que habían de convertirse en la “créme de la créme” del cómic belga: Albert Weinberg (a la sazón entintador de Hubinon), Jean Graton, Eddy Paape, Jijé...
Charlier, Hubinon, Weinberg y algunos más comparten un piso que les sirve de estudio y dormitorio, en el que trabajan como forzados desde las nueve de la mañana a las tres de la madrugada. Sus reducidos ingresos apenas les dejan suficiente para pagar a una asistenta. Cocinan por turnos, no hay apenas mobiliario, y Charlier y Hubinon comparten el mismo diván; uno duerme sobre el somier y el otro sobre el colchón. Weinberg padece de insomnio y baja a menudo al jardín por las noches, lo que hace sospechar a los vecinos que se dedica a enterrar los cadáveres de las personas que ellos asesinan; considerados como bichos raros, las denuncias se suceden y reciben continuas visitas de la policía.
Esta vida de locos dura tres años, y en ese tiempo Charlier acaba desengañándose de sus posibilidades como dibujante. Es Jijé quien le convence de consagrarse exclusivamente a los guiones. Ello le obliga, lógicamente, a multiplicar su producción, escribiendo relatos y cómics de diversa extensión, en su mayoría de temática histórica: en 1948, Tarawa, atoll sanglant, con Hubinon y Weinberg, crónica de la célebre batalla de la guerra del Pacífico, para Le Moustique. En 1949, Surcouf, Roi des Corsaires, también con Hubinon, larga biografía del famoso corsario al servicio de Napoleón, publicada en Spirou, luego recopilada en tres álbumes, que prefigura una de las futuras obras maestras del mismo tándem: Barbe-Rouge. En 1950, otra vez con Hubinon, es el turno de Tiger Joe, réplica francófona de Jungle Jim, para la revista La Libre Junior. En 1951, de nuevo para Spirou, escribe Les histoires de l´oncle Paul, una serie de relatos de pocas páginas que recrean acontecimientos reales e históricos, dibujados en su mayoría por Eddie Paape, con quien también realizará, a partir de ese mismo año, varios episodios de Jean Valhardi, detective creado por Jean Doisy y Jijé, único caso en el que retoma una serie creada por otro.
Un golpe de suerte libera al fin a Charlier y a Hubinon de la miseria: Dupuis, editor de Spirou, decide publicar en álbumes las tres primeras historias de Buck Danny[3]. Eso le supone a Charlier suficiente dinero como para pagarse por primera vez un billete de tren a casa, y luego para comprarse un coche, aunque no para echarle gasolina. Su padre, al verle aparecer con tanto dinero encima, le mira asustado, creyendo que ha atracado un banco; al menos, así lo cuenta Charlier en una entrevista realizada muchos años después.
Nuestro hombre llega entonces a la conclusión de que le es imposible continuar escribiendo de forma creíble las aventuras de un piloto como Buck Danny si él mismo no sabe pilotar. Ni corto ni perezoso, se gasta sus escasos ahorros en sacarse el carnet de piloto, y Hubinon le sigue en la aventura. No tienen un franco en el bolsillo, así que deciden convertirse en pilotos profesionales, única manera de poder seguir volando. Compran un viejo avión, desecho de la guerra, en Inglaterra, y con él realizan acrobacias aéreas, arrastran paneles publicitarios y arrojan paquetes de periódicos en paracaídas, todo ello durante tres días a la semana, mientras el resto del tiempo lo dedican a los tebeos. Charlier llega aún más lejos y, aprovechando la escasez de pilotos a causa de la guerra de Corea, en la que Bélgica participa, trabaja un año como piloto comercial para Sabena. Así las cosas, parece indudable que nuestro heroico guionista seguía prefiriendo los cómics, pese al sueldo mucho más saneado que, suponemos, percibía como piloto. Muchos otros ni se lo hubieran pensado; por suerte para nosotros, dejó Sabena y siguió escribiendo cómics. Charlier, piloto.
Charlier es nombrado por Troisfontaines director artístico de World Press, lo que no le impide seguir creando nuevas series año tras año: la policiaca Joe La Tornade, en 1948, y de nuevo con Hubinon, para Bimbo, Kim Devil, en 1953, para Spirou, dibujada por Forton... Toca prácticamente todas las temáticas posibles del género de aventuras. Un año después, en 1954, a petición de Michel Tacq, más conocido como MiTacq, crea para él su primera serie protagonizada por adolescentes, boy scouts además, La Patrouille des Castors, también en Spirou, que ha de convertirse en uno de sus cómics más exitosos y longevos.
Es en esa época cuando conoce a dos de los colegas que más importancia van a tener durante muchos años en su vida profesional: René Goscinny y Albert Uderzo. El primero acude desde Estados Unidos y se presenta en World Press, donde Troisfontaines, de forma irresponsable, le había prometido trabajo; Troisfontaines le pide a Charlier que le reciba y se lo quite de encima, pero nuestro hombre advierte el potencial creativo de Goscinny y consigue que le den trabajo en International Press, la agencia del cuñado de Troisfontaines, con lo que empieza la carrera profesional del futuro creador de Astérix. Página de la primera aventura de Kim Devil, con dibujos de Gérald Forton.
Entretanto, Charlier se ha casado en 1953 con Christine Lagarigue, y al año siguiente nace su hijo Philippe. Cansado de Bruselas, fija su residencia en París, donde habrá de vivir el resto de su vida. Necesita más dinero para sacar adelante a su familia, pero, a pesar del éxito de sus muchas series, sigue estando, como todos los profesionales del sector, espantosamente mal pagado. Los editores siguen siendo los propietarios de los personajes; no existe ni el concepto de los derechos de autor, la página es pagada a precio de risa... De acuerdo con Uderzo y Goscinny, convocan a todos sus colegas a una reunión en una cafetería de Bruselas, donde redactan una carta dirigida a los editores con una veintena de reivindicaciones destinadas a mejorar su situación. El documento es firmado por la totalidad de los autores célebres de la época. A las seis de la tarde concluye la reunión. A las nueve de la mañana del día siguiente, Charlier, Goscinny y Uderzo son despedidos sin contemplaciones[4]. Uno de los firmantes de la carta ha ido con el chivatazo a los editores, y los tres “subversivos” se ven en la calle.
Es una época muy difícil para Charlier, pues lleva su trabajo hasta tal punto adelantado que los editores tienen mucho material suyo acumulado para su publicación y no le necesitan. Los tres autores están en la lista negra; Charlier tiene que dedicarse a diversos oficios para sobrevivir: venta a domicilio, relaciones públicas..
Belloy, una de las escasas incursiones de Charlier en el humor. Media plancha dibujada por Uderzo y publicada en el número 1 de Pistolin. |
Los tres amigos consiguen salir del bache asociándose con Jean Hébrard, antiguo director comercial de World Press, con quien crean Edifrance, una agencia de publicidad, y Edipresse, una agencia de prensa. En 1955, Charlier pasa, con Goscinny, a ser redactor jefe de Pistolin, revista financiada por una marca de chocolatinas, donde crea, con dibujos de Uderzo, uno de sus pocos personajes humorísticos, Belloy, que viene a demostrar que el humor no era exactamente su fuerte, pero que es el origen de una fructífera colaboración que culminará pocos años después con la creación de Michel Tanguy.
En Spirou siguen necesitándole para continuar Buck Danny y Les Castors. Resquemores aparte, Charlier reanuda los guiones de ambas series, que, lejos de caer en la rutina, aumentan de calidad e interés, tanto en guión como en dibujo, episodio tras episodio. En 1958, con Paape, comienza, también en Spirou, las aventuras del joven periodista Marc Dacier, una especie de Tintín puesto al día, serie que se prolongará ininterrumpidamente durante toda una década. Reproducción de un original de Eddy Paape para la serie Marc Dacier.
Edifrance intenta hacer algo nuevo: un suplemento de cómics para los periódicos, Le Supplement Illustré, del que se llega a realizar un número cero, en el que participan autores del peso de Franquin, Morris y Peyo, y en el que Charlier incluye el comienzo de dos series, ambas con dibujo de Uderzo: Clairette, de temática más o menos romántica, su única obra protagonizada por una mujer, y Banjo 3 ne répond plus, antecedente directo de Michel Tanguy. Desgraciadamente, el proyecto no cuaja y Banjo no tiene continuidad; Clairette, mientras, seguirá su andadura, no muy larga por otra parte, en las páginas de Paris-Flirt.
Clairette ha gozado recientemente de una reedición en Francia (2009).
El fracaso no quita a nuestros tres héroes las ganas de seguir intentando realizar algo a su medida. Un tal François Clauteaux contacta con ellos: quiere lanzar al mercado una revista y cuenta con financiación, pero precisa un equipo creativo que saque el proyecto adelante. Clauteaux será el primer redactor jefe de la nueva publicación, aportando personalmente una cuarta parte del capital inicial; unos impresores de Montluçon invierten otro cuarto, la emisora Radio-Luxembourg contribuye con una aportación similar y además lanza una espectacular campaña publicitaria a través de las ondas; Charlier, Goscinny y Uderzo encabezan el elenco artístico, y aportan, con mil sacrificios, el cuarto restante.
Ha nacido una leyenda. El primer número de Pilote sale a la luz el 29 de octubre de 1959, incluyendo en su interior, entre otros contenidos, las primeras páginas de Astérix, de Goscinny y Uderzo, así como las de nada menos que tres nuevas series creadas y escritas por Charlier tras muchos años de perfeccionar su oficio y en plena madurez artística: Jacques Le Gall, con MiTacq, otra serie de boy scouts, en la misma tónica que Les Castors; Michel Tanguy, con Uderzo, adaptación de los parámetros de Buck Danny al Ejército del Aire francés, y por último, Barbe-Rouge, con Hubinon.
La revista es un éxito fulminante y arrollador: del primer número, que apenas cuenta con una docena de páginas de cómics, se venden más de trescientos mil ejemplares; al llegar la noche no queda ni un solo ejemplar en los quioscos. Es el comienzo de una nueva época, no sólo para Charlier y sus camaradas, sino para todo el cómic francófono. Portada del número 1 de la mítica revista.
El arrollador éxito de la pequeña sociedad es la causa de que todos los antiguos editores del trío intenten recuperarles. Al no conseguirlo por las buenas, comienzan las zancadillas y todas las puñaladas traperas imaginables para hundir al pujante Pilote. Una de las peores y más sucias se la propina la propia empresa distribuidora, deseosa de hacerse con una participación en el negocio, que retiene las devoluciones durante varios números, para hacerles creer que no hay tales y obligarles a aumentar la tirada, y que luego las realiza de golpe a partir del número 8. El golpe es brutal, pero Pilote resiste el envite. Desgraciadamente, Clauteaux, y luego los impresores, retiran sus participaciones, y todas las editoriales intentan ocupar su lugar. Georges Dargaud, editor a la sazón de la versión francesa de Tintin, es el que acaba llevándose el gato al agua. Finalmente, una ampliación de capital que el trío fundador no es capaz de igualar les obliga a vender sus participaciones a Dargaud, que a partir de ese momento se convierte en el editor y propietario de la revista, arrebatándosela a sus fundadores.
Dargaud, hábil financiero pero torpe editor, tiene la genial idea de convertir a Pilote en una revista pop, y las ventas de ésta caen en picado, hasta el punto de ponerla al borde del cierre. Por fortuna, tiene un atisbo de sentido común y nombra redactores en jefe a Charlier y Goscinny. Pilote vuelve a salir a flote, aunque no llegará a alcanzar nunca las ventas de aquellos gloriosos primeros números. Son los cómics los que sacan adelante la revista, especialmente Astérix y las series de Charlier, cuya efervescencia creativa no se detiene: en 1961 da a la luz una nueva serie de intriga y aventuras, Guy Lebleu, con dibujos de Poivet. Esto es más meritorio aún si se tiene en cuenta que, mientras tanto, prosigue su producción regular para Spirou.
Charlier viaja a Estados Unidos para reunir documentación para Buck Danny, y descubre el Oeste americano. Deslumbrado, regresa a Europa con el firme propósito de realizar un western. Piensa inicialmente en su viejo amigo Jijé, creador de Jerry Spring, serie del Oeste de singular fuerza y belleza. Jijé tiene mucho trabajo y declina la oferta, pero le recomienda a un joven debutante que le ha ayudado en su último álbum. Así es como Jean Giraud entra en Pilote y comienza, con textos de Charlier, lo que en principio había de ser un western muy clásico, versión gráfica de las películas de John Ford y Raoul Walsh: Fort Navajo, muy pronto reconvertida en Lieutenant Blueberry, serie que en pocos años eclipsará a todas las demás y que, junto con Astérix, se convertirá en el máximo exponente del cómic europeo, sin rival hasta el día de hoy.
Llega Mayo del 68, y la redacción de Pilote se ve sacudida por el mismo vendaval que recorre las calles de París. Goscinny y Charlier se ven poco menos que obligados a comparecer ante un “tribunal popular” —según expresión de Charlier— formado por los dibujantes, entre ellos Gotlib, Mandryka, Giraud…, es decir, la nueva generación de jóvenes autores ansiosos de romper los límites y los corsés a los que hasta el momento han estado ceñidos los tebeos en el ámbito francófono. Se reprocha a ambos estar en el bando de los “patronos”, por ser los representantes de la dirección, y a Goscinny en particular, que gane el dinero que gana con Astérix. Goscinny sale de aquello muy dolido e irritado contra aquellos jóvenes, a los que, en muchos casos, ha dado su primera oportunidad. Pilote está al borde de la desmembración, así que Dargaud nombra director a Goscinny, quedando Charlier como redactor jefe y actuando como intermediario entre los dibujantes y Goscinny, quien, resentido, no quiere ni dirigirles la palabra.
El equipo de Pilote en los años sesenta. Dibujo de Alexis.
Mayo del 68 queda atrás, pero Goscinny queda convencido de la necesidad de renovar Pilote, que, siguiendo el modelo de la americana Mad, intenta convertir en una revista satírica. Da carta blanca a los autores para que hagan lo que quieran, y Pilote se convierte en un laboratorio de experimentación gráfica y de exploración del medio. Nace una nueva forma de entender los cómics, y una nueva generación de autores, hijos del Mayo francés, se unen a los ya citados y reciben su bautismo de fuego: Claire Bretécher, Enki Bilal, Lauzier, Druillet, Lob...
Todo esto, sin embargo, cambia la revista hasta tal punto que el mismo Charlier se ve obligado a reconocer que las series clásicas de aventuras ya no tienen cabida lógica en sus páginas, y así, una tras otra, cancela y despide cada una de las creaciones que han hecho grande a Pilote: en 1968 es Barbe-Rouge la que interrumpe su andadura, en parte también por el cansancio de Hubinon, en mitad de una larga saga que queda sin concluir; en 1971, Tanguy et Laverdure, dibujada durante los últimos años por Jijé, que al menos termina su última historia; en 1973, por fin, es la mismísima Blueberry, a pesar de ser una serie mucho más evolucionada a nivel gráfico, narrativo e ideológico que las anteriores, la que se despide, dejando, también, una saga inacabada.
Todo ello no evitará que el público tradicional, desconcertado, vaya desertando en masa. La misma pervivencia en la revista de contenidos “pasados de moda” frena también al nuevo público potencial, y Pilote sobrevive a pesar de todo, pero a costa de reducir su periodicidad de semanal a mensual a partir de 1974. Pilote, para entonces, y desde ese momento, apenas tiene ya en común con aquellos primeros números de 1959 más que el título[5] .
Como director literario de Dargaud, Charlier se ha ido despreocupando de Pilote y centrándose en la edición de álbumes. En desacuerdo cada vez más profundo con Dargaud a causa de la política de saturación del mercado de álbumes, que está provocando en las filas de la editorial, de rebote, una sangría de dibujantes insatisfechos, y tras un último encontronazo con el editor, que le acusa de querer llevarse a los autores para un proyecto editorial propio, Charlier tira la toalla y abandona el imperio editorial que él mismo había creado de la nada y contribuido como nadie a mantener a lo largo de quince años, los más intensos y fructíferos de su carrera.
Estamos en 1974, y Charlier, lejos de desanimarse, ha encontrado un nuevo medio de expresión que centra a partir de ese momento y durante muchos años toda su atención: la televisión. De hecho, ya en 1966 había hecho su debut en ella al escribir los guiones de la serie Les chevaliers du ciel, trece episodios en que se adaptaban las aventuras de Tanguy et Laverdure, cuyo éxito propició la producción de otras dos tandas más, hasta 1972, sumando un total de 39 episodios de media hora cada uno, protagonizados por Jacques Santi y Christian Marin, interpretando, respectivamente, a Tanguy y Laverdure. Liberado de Dargaud, y a propuesta de Jean-Louis Guillaud, de la cadena FR3, realiza una serie de documentales de una hora con el título genérico de Les dossiers noirs, para los que recorre el mundo realizando una especie de periodismo de investigación, filmando, entrevistando a personajes y testigos de sucesos importantes de nuestra historia reciente, buscando documentos de difícil acceso... Los temas son muy variados: el asesinato de Kennedy, la Mafia, los Tigres Volantes, Pancho Villa, el FBI, la guerra de Katanga, el caso Staviski, Eva Braun... Quizá por primera vez en muchos años, Charlier se siente como pez en el agua, disfrutando intensamente con el trabajo que hace, sin las cortapisas ni los conflictos con los editores. Más tarde seguirá escribiendo guiones para otras series de telefilmes, como Les Diamants du President o Le fou du desert. Tanto en éstos como en sus documentales, no es difícil encontrar elementos temáticos familiares y recurrentes de sus series de cómics[6]. Christian Marin y Jacques Santi, protagonistas de Les chevaliers du ciel.
Con todo, nuestro hombre no abandona por completo su labor de guionista de cómics, aunque la cadencia de aparición de los nuevos episodios de sus series de siempre se hace cada vez más espaciada. En 1975 pasa a convertirse en director de Tintin France, donde publica las nuevas aventuras de Tanguy et Laverdure, así como la esperada continuación y momentáneo desenlace de la saga de Blueberry, “Angel Face”. Sin embargo, se produce un conflicto con el editor belga, Lombard, la casa madre de la genuina revista Tintin, que exige que los dos tercios de la revista se dediquen a la reedición del material belga, lo que, en opinión de Charlier, le impide hacer una revista de tebeos al gusto del público francés, muy diferente del belga; al cabo de sólo dos años, abandona la revista.
En 1976, aparece en el nuevo Pilote Mensuel un nuevo western dibujado por Giraud, Mississipi River, un total de diecisiete páginas que no habrían de ser continuadas hasta 1979, cuando los Humanoïdes Associés publican la historia, ahora ya terminada, en álbum, con el título genérico de Jim Cutlass, una nueva e interesante serie que ya no sería reemprendida en vida de Charlier. También es en ese mismo año cuando la revista de los Humanoïdes, Metal Hurlant, la cabecera que representa todo aquello que, en opinión de Charlier, ha hundido Pilote y su forma clásica de entender los cómics, la que, paradójicamente, publica, por mediación de Giraud-Moebius, “Nez Cassé”, el esperado regreso de Blueberry.
Poco antes, la editorial alemana Koralle, de Hamburgo, ha contactado con él para sacar adelante una nueva revista de ámbito europeo, que tendrá una edición multilingüe. Es decir, se sacará a la calle al mismo tiempo una versión alemana, otra holandesa, francesa... incluso italiana y española. El mismo contenido para toda Europa, pero apareciendo en cada país en su propio idioma. Para este ambicioso proyecto Charlier no sólo continúa con Blueberry, sino que reemprende una vez más Tanguy et Laverdure, de nuevo con Jijé, y resucita, por fin, tras una década de hibernación, a Barbe-Rouge, también con dibujos de Jijé. No contento con desempolvar sus viejos héroes, crea también una nueva serie, la ambiciosa Les Gringos, con el español Víctor de la Fuente, ambientada en la revolución mejicana. Un nuevo y prometedor período parece abrirse ante Charlier...
Charlier presenta los contenidos de Super As en su primer número (sólo alcanzaría los 87 en Francia y 98 en Bélgica, con el nombre de Super J).
La revista Super As, como es bautizada, sale por fin a la calle, en 1979, con un gran número de cómics de diferentes autores, tanto clásicos como modernos... Pero el experimento fracasa; en poco más de un año la nueva revista cierra, dejando un sinfín de historias inacabadas. ¿Qué ha ocurrido? Probablemente, Super As llega tarde, con un contenido quizás un tanto pasado de moda, a un mercado donde empiezan a dominar las revistas mensuales dirigidas al público adulto al estilo de Circus y (À Suivre) y donde el público, que además ya no es el de antes, empieza a preferir los álbumes a las escuetas entregas de dos páginas semanales con la fórmula “continuará”. Semanarios tradicionales como Tintin y Spirou aguantan gracias a su prestigio y a la fidelidad de sus lectores habituales, pero no parece haber lugar para una nueva cabecera que no ofrece apenas ninguna innovación y cuyos responsables, además, no parecen tener del todo claro a qué público se dirigen, al mezclar, en una misma revista, las sagas aventureras de Charlier con la versión en cómic de los personajes antropomórficos de Hanna-Barbera[7].
Esta vez con la editorial Novedi, de Bruselas, Charlier hace un último intento de lanzar a la calle un nuevo suplemento de cómics para los periódicos, del que llega a salir un número cero, incluyendo sus series de siempre. Pero el mercado, decididamente, ha cambiado, y las historias se realizan ya directamente para su publicación en álbum, siendo su prepublicación en revista —no necesariamente de cómics— ocasional y cada vez más infrecuente. Su actividad se reduce, y cada álbum tarda más en salir que el anterior, teniendo que esperar los lectores a veces bastantes años antes de ver la continuación. Les Gringos, tras dos álbumes, queda en dique seco, pero a lo largo de los ochenta aparecen varios álbumes de Blueberry, de Tanguy et Laverdure y, sobre todo, de Barbe-Rouge, dibujados ya por todo un tropel sucesivo de nuevos y viejos dibujantes. Buck Danny continúa publicándose previamente en Spirou, pero ahora dibujado por Francis Bergése.
Y es que sus viejos compañeros de fatigas, Hubinon y Jijé, además de Goscinny, han desaparecido, uno tras otro, entre 1977 y 1980. Con ellos desaparece toda una época y una forma de hacer los cómics. La carrera de Charlier entra en declive, y la mayor parte de sus trabajos pecan de rutinarios y repetitivos. La impresión que da es que prosigue muchas de sus series únicamente por la demanda del mercado, no por el interés que pueda seguir teniendo en ellas.
A pesar de todo, hasta el último momento seguirá trabajando, escribiendo nuevos episodios de Les chevaliers du ciel para televisión y creando nuevos personajes: Chuck Dougherty, le privé, con Alexandre Cutelois, para L´Echo des Savanes, y, ya en 1989, Ron Clarke, con dibujos de Jacques Armand. Spirou se despide de Charlier con un sentido homenaje en su portada.
El 10 de julio de ese mismo año, en la localidad de Saint Cloud, a los 64 años de edad, Jean-Michel Charlier acaba su último guión.
Su hijo Philippe, convertido en albacea literario de su obra, vigila la continuación de la misma a cargo de muchos de sus antiguos compañeros, en muchos casos reemprendiendo los guiones que dejó inacabados tras su muerte. Sus viejos personajes siguen publicándose, con desigual fortuna y resultado, pero el maravilloso fabulador que los creó ya no está entre nosotros.
UNA OBRA INGENTE
La obra completa de Jean-Michel Charlier, realizada a lo largo de cuarenta y cinco años, es inmensa. Estamos hablando de no menos de doscientos álbumes publicados, con una media de cincuenta páginas cada uno, sin incluir historias cortas, libros ni guiones televisivos.
Me extenderé aquí sobre sus series más célebres o significativas, entre ellas las de mayor extensión, siguiendo el orden cronológico de su fecha de creación. Las presentaré, en su caso, con sus títulos en español, ya que casi todas ellas, en algún momento, han sido publicadas en España.
Mal conocido en nuestro país, Buck Danny es, si exceptuamos a Blueberry, la más célebre y popular de las obras de Charlier, y también la más extensa y longeva: cuarenta y cuatro aventuras publicadas en Spirou entre 1947 y 1989, recopiladas en otros tantos álbumes continuamente reeditados hasta el día de hoy.
La serie nos cuenta las peripecias de tres pilotos de caza de la Marina norteamericana: Buck Danny y sus compañeros Sonny Tucson y Jerry Tumbler, desde los tiempos de la II Guerra Mundial, cuando se conocieron, hasta la actualidad.
Los seis primeros episodios transcurren en un tiempo pasado, aunque reciente en el momento de su publicación, el de la campaña del Pacífico. Las dos historias iniciales, protagonizadas por Danny en solitario, “Les japs attaquent” y “Les mystères de Midway”, son muy rudimentarias en guión y dibujo, aunque tienen en su favor la minuciosa descripción de las grandes batallas de portaaviones de la guerra, que ya apunta la que va a ser una constante a lo largo de la carrera de Charlier, el empeño por el realismo y la verosimilitud; a reseñar el furioso racismo con el que son presentados los adversarios japoneses, que se comportan en todo momento con una maldad y una crueldad extremas, dignas de las más beligerantes películas americanas de la época. A partir del tercer álbum, “La revanche des fils du ciel”, la saga cambia de registro: Buck Danny es destinado a la célebre escuadrilla de los Tigres Volantes en China, conoce a sus desde entonces inseparables Tuckson y Tumbler, y la historia opta por aventuras bélico-exóticas muy influenciadas por Milton Caniff; Hubinon trata de imitar el estilo gráfico del maestro americano, y poco a poco su inicial mediocridad va abriendo camino a un notable dibujante, antes de ir formando, con el paso de los años, su propio estilo de dibujo, detallista y sólido, un poco frío, personal e inconfundible, con el que ha pasado a ser conocido. Con el final del sexto álbum, “Attaque en Birmanie”, concluye la guerra[8], los héroes se desmovilizan y regresan a casa. Es un cambio esencial en la serie, pues a partir de ese momento deja de plasmar el pasado inmediato para desarrollarse en la actualidad. Tras un breve interludio de tres álbumes como aventureros civiles, se reincorporan a la US Navy en “Pilotes d´essai”, y la serie adquiere el tono por el que es conocida y que ha mantenido hasta hoy.
Tenemos la historia de tres pilotos, tres amigos indisolublemente unidos por estrechísimos lazos de amistad y camaradería; más que amigos, más que camaradas, son una auténtica familia, y cada uno de ellos es capaz de desafiar la muerte por los otros dos. Son pilotos de aviación, y por ello, más que humanos, porque se elevan por encima del mundo y de los demás, surcan y desafían el cielo en sus aparatos. No son sólo militares, sino modernos caballeros del aire, y, por tanto, los aventureros de los tiempos modernos. Con el trasfondo —inevitable, aunque pocas veces explícito de la guerra fría, la serie nos describirá episodio tras episodio el impresionante desarrollo tecnológico aeronáutico y espacial norteamericano a lo largo de los últimos cincuenta años, proceso en el que nuestros héroes están siempre en primera fila, muchas veces como pilotos de pruebas. Comienzo de la décima aventura de los tres amigos.
Es evidente que la aventura de Charlier y Hubinon al hacerse ellos mismos pilotos dio el resultado esperado: la minuciosa descripción del funcionamiento de los aparatos y de las maniobras de los pilotos se complementa con un apabullante despliegue de explicaciones técnicas, acompañado de gráficos y viñetas al final de la página correspondiente, con planos detallados de aviones, maquinarias, instrumentos y maniobras aéreas diversas[9].Toda esta parafernalia, en ocasiones un poco pesada, consigue transmitir a los lectores una fuerte sensación de autenticidad con relación a lo que están leyendo; ésa es una de las claves de su éxito a lo largo de medio siglo de publicación.
Estamos esencialmente ante un tebeo de aventuras, y aventuras quiere decir acción. Por ello, las maravillosamente bien descritas misiones de vuelo, los entrenamientos, la vida cotidiana de los pilotos y su entorno, con sus dramas y conflictos personales, centrados generalmente en los personajes secundarios que rodean a nuestros tres héroes; los momentos cómicos que sirven de contrapunto, casi siempre a cargo del patoso Sonny Tuckson; la descripción de aparatos ultramodernos y las pruebas de prototipos; todo ello, aunque fundamental, no es sino el decorado y el aderezo sobre los que se sitúa la trama principal. El leitmotiv recurrente de la serie suele ser el espionaje, a cargo de agentes secretos extranjeros y/o a sueldo de importantes consorcios financieros, potencias o poderes en la sombra, siempre dispuestos a apoderarse de los secretos militares americanos o a sabotearlos (como en “X-15” o “Alerte à Cap Kennedy”). En algunos casos, Danny y sus amigos son enviados a misiones especiales y secretas que son el desencadenante de la aventura (“Mission vers la vallée perdue”). En otros, la aventura les sale al encuentro, aventura que pone en acción no sólo a los tres héroes, sino incluso a la mismísima US Navy, con un portaaviones a la cabeza, cuando descubren que los villanos de turno están poniendo en peligro al mundo (o a los Estados Unidos, que para el caso es lo mismo, como ocurre con el gigantesco alijo de droga casualmente descubierto en “La vallée de la mort verte”). Finalmente, hay casos en que el objetivo del enemigo es la agresión directa, bien atacando a algún país amigo (“Le retour des Tigres Volants”) o, ya en tiempos más recientes, en los años sesenta y ochenta, mediante el chantaje o ataque nuclear (“Alerte atomique”, “Mission Apocalypse”).
Pasemos a los personajes. Buck Danny es el héroe perfecto, inteligente, valeroso, audaz, temerario hasta la muerte si llega el caso, oficial recto y comprensivo pero estricto al mismo tiempo, disciplinado y consciente de su deber como oficial y soldado. Sólo en algunos casos extremos se ha atrevido a desobedecer una orden de sus superiores; en otros las ha aceptado a regañadientes y ha obligado a sus compañeros y subordinados Tuckson y Tumbler a obedecerlas. Es el militar intachable, y su conducta fuera del servicio no lo es menos: no bebe, casi no fuma —salvo en momentos particularmente tensos—, y no se le ha conocido jamás ni la sombra de interés por mujer alguna. Una página del episodio "Alerte en Malaisie".
Sonny Tuckson es el bufón del grupo. Bajito y con cara aniñada, es el que da el toque de humor a la serie. Amante de los coches de gran cilindrada, de las chicas guapas y de las ropas estrafalarias, tiene una especial habilidad para atraer toda clase de catástrofes sobre sí y sobre todos los almirantes con los que se tropieza, que acaban sistemáticamente embardunados de tarta de crema o de pintura, así como en buscarse problemas con las mujeres, a menudo espías del enemigo. Por lo demás, aunque impulsivo, es muchas veces el que resuelve las situaciones más desesperadas, sacando a todos del apuro: en “L´escadrille de la mort” consigue desactivar en el último momento una bomba atómica a punto de explotar, montado a horcajadas sobre la misma, en el aire, colgando del avión que la sustenta[10]. Es, qué duda cabe, el personaje más humano y, por tanto, más entrañable de los tres.
Tumbler, por su parte, es el camarada leal, el amigo que nunca te fallará pase lo que pase; al lado de los otros, es un personaje mucho más apagado, menos elaborado, un poco reducido al papel de comparsa[11].
Y luego tenemos a Lady X. Es el único personaje femenino fijo de la serie, aunque de mujer tiene poco, pues no se comporta como tal. Aparecida por primera vez en una época ya un tanto avanzada, en 1957, precisamente en el episodio “Buck Danny contre Lady X”, no ha dejado de reaparecer desde entonces en la mayor parte de las aventuras[12]. Fría, astuta y absolutamente carente de escrúpulos, ni hacia sus adversarios ni siquiera hacia sus compinches de turno, es una mercenaria a sueldo del mejor postor, lo mismo grandes consorcios financieros que potencias extranjeras u organizaciones terroristas decididas a destruir el mundo. Varias veces se la ha dado por muerta después de que Danny y sus muchachos hayan ajustado las cuentas de forma apocalíptica con ella y sus esbirros, y como Fu-Manchú y tantos otros grandes villanos de la literatura popular y el cómic clásico, vuelve a aparecer, rediviva, unos episodios después, eso sí, con un nuevo look y un nuevo tinte de cabello, para seguir amargando la vida a nuestros héroes. Ya he dejado entrever que Buck Danny, como tantas otras del cómic francófono, es una serie especialmente misógina; pocos son, en efecto, los tebeos de esta área lingüística en los que salgan personajes femeninos de peso antes de los años setenta, por razones de tradición cultural, machismo puro y duro y censura oficial[13]; de otra manera, este antagonismo entre el héroe y la villana podría haber dado pie a una interesante relación amor-odio, con una carga sexual nada despreciable.
Aunque se trata, en teoría, de un tebeo de género bélico, la guerra, al menos en forma de conflicto armado en toda regla, apenas aparece a lo largo de estas aventuras, si exceptuamos los mencionados primeros episodios y las historias ambientadas en Corea, “Ciel de Corée”, “Avions sans pilote” y “Un avion n´est pas rentré”. En este último, nuestros héroes tienen un enfrentamiento con un avión no identificado que resulta ser un aparato norcoreano camuflado que les tiende una trampa derribando traicioneramente a varios de sus compañeros antes de escabullirse entre las nubes... Nada más aterrizar de regreso en el portaaviones, el comandante del mismo les comunica que han terminado su misión en esas latitudes, y el barco pone proa abruptamente hacia Pearl Harbour. Ni una sola palabra sobre el país que dejan atrás, Corea, ni sobre el incidente que ha causado la muerte de dos camaradas... El argumento cambia bruscamente, toma otros derroteros, y de la guerra y del maldito avión fantasma no se vuelve a oír hablar jamás. Plancha de "Un avion n"est pas rentré". Después de esta escaramuza el argumento de la historia cambia abruptamente.
¿Qué ha ocurrido? Bueno, estamos en 1954 y la verdadera guerra de Corea acaba de terminar. Charlier había sido convocado ya en numerosas ocasiones al Ministerio de Información francés para llamarle la atención sobre el contenido político de sus historias, que los funcionarios de dicho organismo consideran indecente en una revista juvenil. Finalmente, al poco de comenzar la nueva historia, le vuelven a llamar para presentarle un ultimátum: o modifica completamente el argumento en tres semanas, o Spirou es prohibido en Francia. Charlier replica que en ese mismo momento está siendo publicada en Vaillant la serie Fils de Chine, de Paul Gillon, referida a la guerra civil china, en la que los héroes son partisanos de Mao Zedong y los villanos, los esbirros de Chiang Kai-chek. Le responden que Spirou es una revista belga, y que de ninguna manera se va a permitir a una revista extranjera lo que sí se tolera en una revista francesa. Desde entonces, la censura tiene a Charlier en el punto de mira; se le considera racista y a sueldo del imperialismo norteamericano[14]. Poco después, cuando considera la posibilidad de desarrollar una historia en el conflicto de Indochina, en la que, por cierto, son los mismos franceses los que están enfrentándose a los comunistas, el ministerio se lo prohíbe de forma terminante, justo antes de la debacle de Dien Bien Phu. Años después, cuando sobreviene la guerra de Vietnam, llaman expresamente a Charlier para decirle que ni se le pase por la imaginación hacer intervenir a Buck Danny en el conflicto[15].
En 1960-1962, antes de que empezase la verdadera guerra de Vietnam, Buck Danny y sus compañeros participan en una cruenta guerra civil, ¡que ganan casi ellos solos!, en la historia en tres partes desarrollada en “Le retour des Tigres Volants”, “Les Tigres Volants à la rescousse!” y “Tigres Volants contre Pirates”. El país se encuentra en el sudeste asiático y se llama... Vien-Tan. Para ahorrarse problemas con la censura, el bando enemigo está dirigido por un sobrino del rey Sidong-Sihanoukh, aliado de los americanos, al que intenta derrocar; y en vez de comunistas, Charlier se saca de la manga a un poderoso trust financiero internacional, que apoya al sobrino traidor, y a una banda de pilotos mercenarios a sueldo del primero y dirigidos por la pérfida y sempiterna Lady X. Uno, maliciosamente, apostillaría que, en caso de producirse realmente tal conflicto, el poderoso trust internacional no habría necesitado contratar a ningún mercenario, sino que habría enviado a los marines en vez de luchar contra éstos.
Todo lo anterior explica por qué, pese a ser la guerra fría el verdadero motor de la serie (no podía ser de otra forma, ideologías aparte, teniendo en cuenta la época en que fue realizada), a partir del asunto de Corea nunca se ha mencionado con su nombre al bloque comunista, verdadero y casi único antagonista del poderío norteamericano hasta los años ochenta. El enemigo, en Buck Danny, desde entonces, ha permanecido en la sombra, inidentificable o identificado como improbables grupos financieros sin escrúpulos o dictadores sin ideología demasiado clara para no desatar las iras de la progresía europea y de la censura oficial[16]. Es emblemático el caso del dictador caribeño Ramón (así, tal cual, Ramón de apellido), en “Alerte à Cap Kennedy” (publicada en 1964, y claramente inspirada en el asunto de los misiles cubanos), cuya indumentaria es similar a la de Mao; por otra parte físicamente no se parece nada a Fidel Castro; las calles de su capital son las de cualquier república bananera, más que las de La Habana, y a Castro y a los rusos se les exculpa directamente en el texto. Sólo en los ochenta, en los álbumes dibujados por Francis Bergése, sucesor de Hubinon tras el fallecimiento de éste, se atreve Charlier a llamar las cosas por su nombre: el grupo terrorista claramente marxista-leninista de “Mission Apocalypse” o, por primera vez, los soviéticos en “Les Agresseurs”. Un punto a su favor: las dosis de maniqueísmo habituales hasta ese momento se suavizan, y el enemigo no es ya tan siniestro como antes: está el terrorista que deserta en el primer caso, horrorizado por los planes de sus correligionarios, y por otra parte, los espías rusos del segundo aparecen como gente muy normal y corriente que van a lo suyo, no como sujetos de rostros y ademanes patibularios; el villano oficial, Ouchinsky, nos es presentado como un sujeto agradable y simpático que lucha por su país, por la causa que considera justa, y que sólo emplea métodos expeditivos cuando no le queda más remedio. Página del sucesor de Hubinon en la serie: Francis Bergèse, correspondiente al episodio "Mission Apocalypse".
Buck Danny, no hace falta decirlo, es una gran epopeya aventurera a la mayor gloria de la fuerza aérea norteamericana y de la política exterior de los Estados Unidos de América. Nunca se duda, en momento alguno de la serie, que los norteamericanos defienden y representan el bien, la justicia y la civilización, y que sus adversarios son siempre los sicarios del mal. La vida y el espíritu militares son ensalzados e idealizados, y los altos cargos, aunque estirados y distantes a veces, son siempre personas honorables fieles cumplidoras de su obligación. Más de una vez, en el transcurso de sus aventuras, se comentan con sorna y desprecio las acusaciones de “imperialismo” y “agresión” con que se descalifican sus acciones; aquí no me cabe duda de que es el propio Charlier el que, a su manera, replica a todos los que, a lo largo de su carrera, le han acusado de ser un vulgar esbirro del imperialismo americano.
Resulta cuando menos un tanto irritante ver a dos autores belgas y francófonos alabando de tal forma el poderío militar de una nación que no es la suya. Es más, es tal la perfección y el detallismo con el que se describe, desde el punto de vista gráfico y del narrativo, el mundo de la US Navy, y la pasión con la que se cantan las hazañas de los tres héroes y, por tanto, de la Armada americana, que parecen americanos ellos mismos.
En realidad, esto tiene mucho que ver con la generación a la que pertenecen los autores, tanto Charlier como Hubinon, y con el momento histórico que les tocó vivir. Tenían veinte años cuando fueron liberados de la ocupación nazi por los americanos, y, por tanto, para ellos, éstos eran sus libertadores y los defensores del mundo libre, de ese mundo en el que, por cierto, con tanto trabajo y tantos sinsabores, lograron apañárselas para salir adelante. Si hubieran nacido veinte o veinticinco años después, su generación habría sido la de Mayo del 68, y probablemente su obra muy diferente. Crearon su obra magna volcando en sus páginas la admiración y la fascinación que los Estados Unidos y sus fuerzas armadas, por un lado, y el mundo de la aviación, experimentado de primera mano, por el otro, despertaron en ellos, sumaron el gusto por los relatos de aventuras que han influido en tantos jóvenes, y el resultado fue Buck Danny. El tomo 53 de la saga, publicado en 2013, cuenta con los dibujos de Francis Winis y el guión de otro antiguo piloto aeronáutico: Frédéric Zumbiehl.
Dicho todo lo cual, e independientemente de la ideología de cada cual, estamos, ante todo, frente a una impecable y emocionante saga de aventuras maravillosamente bien narradas, que han hecho disfrutar a generaciones de lectores, y eso es lo que realmente debe importarnos.
A la muerte de Charlier, Francis Bergèse, que ya había tomado el relevo de Hubinon desde 1983, ha continuado la serie, primero con guión de Jacques de Douhet, después en solitario. Sin estar sus guiones a la altura de los de Charlier, su maestría en el dibujo de aviones y todo tipo de artefactos, el apabullante conocimiento que demuestra del tema que está tratando y el cariño y entusiasmo que ha puesto en su trabajo han ayudado a que Buck Danny haya aguantado bastante bien el paso de los años, tras la desaparición de sus creadores. En los últimos tiempos, una nueva generación de autores se ha hecho cargo de la serie, mientras los álbumes de Hubinon, Bergèse y Charlier se reeditan continuamente, confirmando su vigencia hoy en día.
Esta a la que me refiero ahora podría catalogarse de “gran obra menor” dentro de la producción de Jean- Michel Charlier. Menor, quizás, por su temática y sus protagonistas, sin comparación aparente con las grandes epopeyas bélicas o aventureras de sus personajes más célebres, como Buck Danny, con el que compartieron la misma revista durante tantos años. Grande, sin embargo, por su evidente calidad y por su extensión, veintidós álbumes entre 1954 y 1978, lo que da una idea de su aceptación por parte del público.
La Patrouille des Castors fue inicialmente una creación del joven dibujante Michel Tacq, muy aficionado al tema de los boy-scouts, quien, en 1952, realizó para Spirou, a través de World Press, una historia de quince páginas con dicho título. Ésta le fue rechazada, pero MiTacq volvió a la carga dos años más tarde, cuando George Troisfontaines le propuso a Charlier escribir el guión de una nueva versión. Nuestro hombre, que no sentía una especial predilección por el tema, aceptó, y el nuevo cómic se convirtió en un gran éxito.
Les Castors son, ya lo sabemos, un grupo de boy scouts, a los que conocemos únicamente por sus apodos : Poulain (Potro), el mayor y, a la vez, en cierto modo, el jefe del grupo, el más realista y práctico, poco dado a las fantasías, el que toma las decisiones; Faucon (Halcón), el ratón de biblioteca, cerebral y erudito, enciclopedia andante, al que los otros recurren cuando es necesario; Chat (Gato), el chico rubito de rostro angelical, quizás el más decidido y valiente; Tapir, el gordito y tragón, siempre cargando con ingentes cantidades de provisiones y —era de esperar— el bufón del pelotón, siempre metiendo la pata y desencadenando catástrofes, especie de versión juvenil de Sonny Tuckson y seguramente pariente de Ernest Laverdure, a quien me referiré muy pronto; y finalmente Mouche (Mosca), el benjamín del grupo, amante de los animales, un chavalito encantador, probablemente el de mejor corazón de todos.
Charlier declararía posteriormente que esta clase de historias no eran verosímiles, pues los adolescentes no pueden comportarse como lo hacen en sus relatos, con la perspicacia, inteligencia y capacidad de decisión de las que hacen gala los Castores, como si fuesen unos Buck Danny o Blueberry con pantalones cortos. Sin duda, en manos de otros autores, estos personajes podrían resultar cargantes y repelentes, y sus aventuras faltas de interés; pero éste no es el caso de Les Castors. Charlier es, ante todo, un narrador de primer orden, capaz de sacar partido de los materiales menos prometedores, y aquí lo consigue con creces; no en vano la obra está realizada a lo largo de la etapa más fructífera de su vida profesional. Los argumentos de Les Castors nos retrotraen a aquellos libros para jóvenes protagonizados por chicos de la misma edad, desde Emilio y los detectives a, salvando las distancias, los relatos de Enid Blyton. Inicio del octavo episodio de la serie dibujada por MiTacq.
Las aventuras de los Castores son quizá menos espectaculares que las de sus parientes lejanos de mayor edad, pero no por ello menos interesantes: una excursión a tal o cual paraje más o menos agreste, y de pronto un misterio les viene al encuentro, en forma de fantasmas que aúllan en mitad de la noche, una botella con un mensaje que aparece en la playa, una mansión abandonada, una sima que se hunde hasta el fondo de la Tierra y de la que nadie conoce su final... Gánsteres malvados, bandidos y contrabandistas sin escrúpulos se cruzarán en su camino, intentarán asustarlos o eliminarlos para que no metan sus narices en sus turbios asuntos, pero los Castores, aunque jóvenes e impresionables, siempre acaban superando el miedo, sean cuales sean sus circunstancias, porque, además de su innato sentido de la rectitud y de la justicia, son, como el resto de los héroes de Charlier, valerosos y cabezotas, muy cabezotas, y nunca dan media vuelta hasta haber alcanzado el final del camino.
Las historias de los Castores, ya que de boy scouts se trata, se desarrollan generalmente en terrenos familiares para los lectores, es decir, a todo lo ancho y lo largo de la campiña francesa, desde el canal de la Mancha a los Pirineos. Sin embargo, varios de sus episodios, más fantasiosos e improbables, les llevan a otros países y continentes, a deshacer entuertos, como cualquier héroe de aventuras de más edad, lo mismo al otro lado del Telón de Acero como a puntos tan lejanos como el África negra o, ya en historias más recientes, Centroamérica, donde incluso llegan a cobrar conciencia política y tomar partido contra las injusticias en el Tercer Mundo.
Charlier, desbordado por sus proyectos para Super As, abandonó la serie en 1979, a mitad del episodio “Prissioners du large”, y MiTacq continuó la serie en solitario, convertido en guionista y dibujante de la misma. Conviene añadir que una de las razones de la prolongada fidelidad de los lectores hacia la serie está en los dibujos de MiTacq, artista no muy espectacular de estilo próximo a la línea clara y con tendencia a la caricatura, pero muy cuidadoso y esmerado en el acabado, muy adecuado para ilustrar estas historias de adolescentes.
Casi todo lo dicho con relación a Les Castors sirve también para hablar de Jacques Le Gall, una de las tres series creadas por Charlier que debutaron en aquel mítico número 1 de Pilote el 29 de octubre de 1959. También con dibujos de MiTacq, la temática es semejante, con la novedad de que en este caso se trata de un solo muchacho. Todas las virtudes conjuntas de los componentes del grupito de boy scouts se reúnen aquí en el talante de este chico de doce o trece años que va de acampada en solitario y que, al igual que sus colegas los Castores, se encuentra con la aventura en el camino en forma de misterios amenazadores que le salen al paso, tras los que acechan bandidos siniestros dispuestos a todo con tal de salirse con la suya. El hecho de estar solo, y muchas veces en terreno desconocido, le obliga a contar únicamente consigo mismo para salir del apuro y de las trampas que los gánsteres de turno le tienden para acabar con él.
En la primera aventura, la maravillosa “Jacques Le Gall contre l´ombre”, publicada en Pilote al ritmo de una página a la semana durante 61 entregas, una serie de gags humorísticos introductorios da paso a una sucesión de elementos inquietantes y golpes de efecto, sucesos y giros inesperados que hacen avanzar la acción a un ritmo trepidante con un interés y un suspense crecientes, sin detenerse y sin tiempos muertos hasta el apoteósico final. Ya en ese primer episodio el joven protagonista se ve inopinadamente perseguido por la policía y por los lugareños, metido hasta el cuello en un asunto que le sobrepasa y que no entiende, que de alguna manera prefigura la “caza del hombre” a la que, en épocas diferentes, serán sistemáticamente sometidos Eric Lerouge y Blueberry.
Fragmento de plancha publicado en Pilote el 19 de mayo de 1960.
Es de reseñar que aquí el dibujo de MiTacq, eficaz en Les Castors, alcanza cotas de calidad quizás aún mayores. La primera se publicó en Spirou en color, mientras que Jacques Le Gall, por razones de paginación, fue publicada en Pilote en blanco y negro, y en planchas de mayor tamaño, a razón de cinco tiras por página en vez de las cuatro tradicionales. En vez de limitarse a emplear el procedimiento habitual, dibujo en blanco y negro para ser posteriormente coloreado en la revista, MiTacq recurrió a un amplio abanico de grises con la técnica de la aguada, cuidando además el dibujo al máximo y dando así una mayor sensación de vida, de realismo, a la historia, perfectamente en consonancia con el magnífico guión de Charlier.
Jacques Le Gall prolongó su andadura en Pilote durante siete años, a lo largo de seis densas, intensas e intrincadas historias bastante más largas que las 46 páginas habituales de los álbumes de Charlier. Encariñado con la serie, nuestro hombre decidió tomarse el tiempo que le hizo falta para llevar cada historia a buen puerto, ignorando los límites de paginación impuestos por la industria editorial[17]. Finalmente, este estupendo cómic acabó su andadura en 1967, quizá por el exceso de trabajo de Charlier, quizá porque Pilote había cambiado demasiado para seguir manteniendo en sus páginas una serie tan claramente juvenil como ésta.
Al principio, esta serie se llamaba simplemente Michel Tanguy, pero el protagonismo, carisma y simpatía del compañero de fatigas del titular de la misma fueron tales que los dos héroes acabaron compartiendo el título.
Un simple vistazo a las primeras páginas de la primera aventura deja perfectamente claro de qué se trata. Si Jacques Le Gall es la repetición del esquema de Les Castors para Pilote, Michel Tanguy lo es a su vez de Buck Danny. Con una diferencia sustancial más importante de lo que parece a primera vista: Michel Tanguy es un piloto de la aviación francesa, no de la americana, y, por eso mismo, un personaje mucho más próximo, más real, más carnal, para el público francófono y, sobre todo, francés, que lee sus aventuras. El ambiente es francés, la mayoría de las historias se desarrollan en Francia, una Francia, un Dijon, un París, minuciosamente retratados, que hacen que el lector se sienta como en su casa, ya que es su mundo el que de alguna manera se describe en sus páginas, y no otro lejano e inaccesible y por ello mítico e irreal como son los Estados Unidos y los pilotos estadounidenses de Buck Danny. El protagonista, Michel Tanguy, aunque en muchos aspectos sea un doble de su colega americano, el héroe superdotado, inteligente, militar perfecto y demás, es, quizá precisamente por ser francés, más próximo, menos estirado, más amigable, más risueño, más humano, más simpático. Ernest Laverdure, por su parte, aunque alto de estatura, físico un tanto desgarbado y de facciones rayanas en lo caricaturesco, es el equivalente perfecto de Sonny Tuckson, idéntico a él en todo, en su gusto por los coches veloces y las ropas ridículas, en sus líos de faldas y en sus payasadas y catástrofes variadas. No hay aquí un equivalente de Jerry Tumbler, reconociéndose así implícitamente el papel de comparsa que dicho personaje ocupa en su serie. No en vano se puede decir que Michel Tanguy es una versión “perfeccionada” de Buck Danny y en ella se intentan pulir los posibles errores de la segunda.
La temática, el ambiente, los ingredientes y la estructura de los relatos, el desarrollo de la trama, todo es idéntico a Buck Danny: la vida cotidiana y los problemas de los pilotos, la prueba de prototipos, los espías y saboteadores, las hazañas bélicas en países más o menos imaginarios... Hasta el punto de que bastantes argumentos de una serie parecen calcados en los de la otra: “Mission Spéciale”, en la que Laverdure se ve engañado por la encantadora Corine, en realidad una espía, que acaba purgando sus culpas al intentar avisar a nuestros héroes de que el avión ha sido saboteado y ser abatida por sus cómplices, reúne elementos de dos episodios de Buck Danny: “Opération Mercury”, en la que la deslumbrante Lulu Belle engatusa a Sonny con los mismos propósitos, y “X-15”, en la que la hermosa y traidora Pat muere exactamente en las mismas circunstancias. La lista de ejemplos sería muy larga, y es que ésa es otra: Charlier suele repetir, al parecer sin darse cuenta, elementos e incluso argumentos enteros empleados anteriormente en una serie distinta.
Michel Tanguy flanqueado por sus creadores, Charlier (a la izquierda) y Uderzo.
No es de extrañar, tras los problemas que tuvo Charlier con Buck Danny, que en Michel Tanguy, aun arrancando en 1959, y en la base militar de Meknes —en aquella época Marruecos aún era territorio francés—, no se refleje para nada la delicada situación que vivía la sociedad francesa en aquel tiempo, empezando con la guerra de Argelia y acabando con el Mayo del 68. Igual que Buck Danny ha sido acusada de proamericana e imperialista, a Tanguy se le ha reprochado ser una especie de abanderada de la “grandeur” francesa del general De Gaulle, además de hacer propaganda del ejército del aire francés, de la empresa fabricante del mítico caza Mirage —no en vano la serie entera parece dedicada a alabar las maravillosas virtudes del avión, que todos los espías del mundo quieren robar— y, claro está, de la política exterior francesa. Esto último es especialmente evidente en el álbum “Les pirates du ciel”, en el que se loa la presencia de Francia en el África negra y en el que el argumento gira en torno al intento de impedir un atentado nada menos que contra un personaje real de la época, el presidente del Chad, Yamago, buen amigo de los intereses franceses en la zona.
Por lo demás, las aventuras de Tanguy y Laverdure se circunscriben generalmente al área mediterránea: Francia, Oriente Medio... En cierto modo, parece como si Charlier tuviera repartidas las áreas de influencia de sus dos equipos de héroes del aire, de forma que unos no invadieran el territorio de los otros. Aun así, el lector se ve agradablemente sorprendido cuando se encuentran en el transcurso de sus aventuras; eso sí, brevemente, nada de crossovers al estilo americano: “Les Anges Bleus” (Buck Danny) o “Canon Bleu ne répond plus” (Tanguy). En “Le pilote au masque de cuir”, continuación del primero, Sonny y Laverdure hacen buenas migas, compartiendo patinazos y pequeñas catástrofes.
El dibujante de los ocho primeros episodios —habría que hablar en realidad de siete, pues el primero, de 84 páginas, se reeditó en dos álbumes— fue Albert Uderzo, que comenzó la serie al mismo tiempo que Astérix y que durante siete años, hasta 1966, simultaneó su trabajo entre las dos, que se publicaban al ritmo de una página por semana. Su estilo extremadamente minucioso y detallista, y por tanto, bastante lento, y la creciente popularidad del pequeño galo le obligaron a dejar Tanguy en beneficio de aquél, que pasaría a publicarse en entregas de dos páginas. En todo caso, pese a la perfección de su trabajo y de la facilidad con que pasaba de un estilo al otro, nunca se había sentido del todo cómodo realizando dibujo realista; es llamativa a este respecto su tendencia a la caricatura, no sólo en las facciones y expresiones de Laverdure, que realmente, a veces, parece escapado de un cómic humorístico, sino en la a menudo excesiva gesticulación y expresividad de los personajes y el aspecto gorilesco de muchos de éstos, especialmente de los malvados de turno, casi siempre auténticos antropoides. Hay que resaltar, con todo, su maravilloso trabajo dibujando aviones y aparatos de toda clase, cometido en el que no tiene nada que envidiar a un peso pesado como Victor Hubinon. Plancha de Uderzo correspondiente al tercer episodio de la serie: "Danger dans le ciel".
Con la búsqueda de un nuevo dibujante para la serie[18], a Charlier le ocurre con Jijé lo mismo que dos años antes al buscarlo para Blueberry, sólo que al revés: recurre a él para que le recomiende a alguien, y es el mismo Gillain el que se ofrece para el puesto. Dicho y hecho, el ya veterano dibujante se hace cargo de la serie, a partir de 1966, desde el episodio “Mission Spéciale”. Jijé es muy diferente de Uderzo; su estilo es mucho más espontáneo, no tan realista, menos preciso y detallista, más “oscuro” y sombrío, hecho de vigorosos trazos y manchas de pincel, más propio de un western como su Jerry Spring o Blueberry —en el que había participado recientemente— que de una historia de aviación. Y, sin embargo, el resultado es excelente, pues Jijé es un narrador nato y cuida el dibujo de aviones y máquinas al máximo; su trabajo, en ese aspecto, no tiene apenas nada que envidiar al de Uderzo o Hubinon. Si algún reproche hubiese que hacerle, sería precisamente su excesiva tendencia a la caricatura, aún más pronunciada que en el caso de Uderzo cuando se trata de las escenas humorísticas protagonizadas por Laverdure, en que roza lo grotesco.
A mi juicio, esta segunda etapa de Tanguy et Laverdure es, en más de un aspecto, superior a la primera: los argumentos se vuelven más intensos, más dramáticos, más espectaculares. Tras “Les Anges Noirs”, ambientada en América Latina, con su correspondiente conflicto entre dos países ficticios, se suceden una serie de aventuras en dos partes: “Destination Pacifique” y “Menace sur Mururoa” llevan a nuestros héroes a Tahití, donde deshacen un complot para sabotear las pruebas nucleares francesas —los villanos de turno no son Greenpeace, como ocurrió años después en la vida real, sino una fanática organización compuesta por chinos y japoneses ansiosos de expulsar a los europeos de esa parte del mundo—; “Lieutenant Double Bang” y “Baroud sur le désert” les hace participar, saltándose las órdenes recibidas, en una guerra contra una compañía petrolífera sin escrúpulos que ha derrocado a su amigo Azraf, soberano del emirato árabe de Sarrakat; actitud, que, dicho sea de paso, distingue también a nuestros héroes de su modelo americano ... Finalmente, “Les vampires attaquent la nuit” y “Le terreur vient du ciel”, aventura trepidante en la que, rozando casi la ciencia ficción, una misteriosa organización dirigida por un no menos misterioso supervillano al estilo de las películas de James Bond chantajea a Francia entera; esta historia es excelente pero, al mismo tiempo, es en exceso increíble para los parámetros en los que se mueve la serie, y le hace acabar a uno la lectura con un sabor agridulce; con este episodio concluye la segunda etapa de la serie. Detalle divertido, en una escena aparece Laverdure viendo en la televisión nada menos que Les chevaliers du ciel. Paralelamente, en los extras Super Pocket Pilote, se publicarán una serie de historias de 16 páginas a tamaño reducido ambientadas en los años mozos de los dos protagonistas, cuando comenzaban su carrera como pilotos. Página de Jijé en "Le terreur vient du ciel", decimosexto episodio de la serie.
A partir de esa fecha (1971), Tanguy et Laverdure entra en decadencia, como consecuencia de no contar desde entonces con una revista fija donde aparecer, y como de hecho ocurrirá con Barbe-Rouge y Blueberry, publicados desde entonces a salto de mata, dejando pasar muchos años entre una historia y otra y sin saber cuándo, dónde ni quién la va a reemprender. Los dos álbumes siguientes, “Mission Dernière Chance” y “Un DC8 a disparu”, que de nuevo se desarrolla en Sarrakat, se publican en Tintin France a partir de 1975, pero la historia está menos elaborada, tanto a nivel de guión como de dibujo; se nota el cansancio de los autores. En 1979, con “La mystérieuse escadre Delta”, realizada para Super As, la cosa se anima cuando nuestros dos héroes, a causa del lío anterior, son obligados a dimitir provisionalmente del Ejército del Aire, y acaban siendo contratados por una extraña compañía aérea que, sin ellos saberlo, es una tapadera de los servicios secretos franceses, para realizar operaciones clandestinas en África. Fruto de los nuevos tiempos, consciente sin duda de la necesidad de poner al día unos personajes nacidos en otra época, Charlier sustituye la grandeur y las banderas tricolores al viento que habíamos visto en los años sesenta por una imagen menos complaciente, más subterránea y sucia, casi sórdida, de las intervenciones en otros países del mundo.
La saga de Tanguy y Laverdure ha proseguido en varios álbumes más realizados a lo largo de los años ochenta con dibujos de Patrick Serres, que continuó “Opération Tonnerre”, siguiente episodio de la serie, allí donde lo dejó inconcluso Jijé a su muerte, imitando su estilo, aunque luego Serres se ha ido acercando más, quizá demasiado, al de Frank Robbins. El último álbum escrito por Charlier, “Survol Interdit”, está dibujado por Alexandre Coutelis, dibujante correcto pero muy alejado de los logros de Uderzo y Jijé.
Tras el cambio de siglo se han realizado nuevos álbumes de Tanguy et Laverdure, ya en manos distintas de las que les dieron vida a lo largo de tantos años, pero cuya única aportación es la puesta al día de toda la parafernalia tecnológica que rodea a la serie, no logrando apenas captar el interés del lector.
Para muchos, las historias de piratas pueden ser un tema aún más pasado de moda incluso que las de boy scouts. En efecto, hace decenios que la piratería dejó de ser un género recurrente para los relatos de aventuras, tanto en la literatura como en el cómic y en el cine. El problema quizá sea que vivimos en una época demasiado cínica y materialista como para tomarnos en serio narraciones de héroes que recorren el océano a la barra del timón de un bergantín con diez cañones por banda. Los esporádicos casos que se han dado en las últimas décadas, o han sido de calidad dudosa o no han tenido continuidad. Sin embargo, cuando en 1959 Barbe-Rouge salió a la luz, todavía era un género aceptado por el público, y Charlier tuvo la habilidad de convertirlo, al menos durante diez años, en una de sus series más celebradas. Desde mi modesto punto de vista, logró casi una obra maestra, sólo superada por Blueberry.
Diez años antes, Charlier había reunido una copiosísima documentación para la realización, con Hubinon, de Surcouf, incluyendo datos sobre las muchas tretas empleadas realmente por este célebre corsario a lo largo de sus hazañas marítimas. Parece ser que aquella serie le supo a poco, y, de nuevo con Hubinon, apasionado de los buques de vela como lo era de los aviones, emprendió Barbe-Rouge.
La presentación del primer episodio, “Le Démon des Caraïbes”, como también es conocida la serie, tiene garra y ya lo dice todo: «La prodigiosa aventura de un muchacho arrojado en medio de los combates sin cuartel y los abordajes desesperados en los que se enfrentan piratas y marinos del rey en los tiempos prodigiosos de los buques de vela... Con Victor Hubinon y Jean-Michel Charlier, penetraréis en el mundo brutal y colorido de los filibusteros y los hermanos de la costa, cuyos pabellones negros sembraban el terror en los siete mares...»
La historia arranca cuando, una mañana de 1715, el pirata Barbarroja —así lo llamaré a partir de ahora, por ser de esta manera como fue traducido en su edición española— al mando del Halcón Negro (le Faucoin Noir) aborda un galeón español en el mar Caribe. Su sola apariencia es ya poderosa e inquietante: pelirrojo, barbudo, con una casaca del mismo color, un sombrero de tres picos negro como las alas de un cuervo y con un parche en el ojo derecho, espada en mano, lanzando a sus hombres al asalto a voz en grito. Es astuto y audaz, pero al mismo tiempo cruel como el demonio; se apodera a sangre y fuego de la nave y luego, cuando los tripulantes se rinden, se les ríe en la cara diciéndoles que él no hace prisioneros... Pero sin embargo, queda en su corazón duro como la piedra algo de ternura: en un camarote descubre a un niño, apenas un bebé, cuyos padres han muerto durante la batalla. Lejos de matarle, como pretenden sus hombres, decide quedárselo y adoptarlo como hijo suyo. Lo lleva a la isla donde tiene su escondite secreto y confía su educación a sus hombres de confianza, personajes, por otra parte, menos endurecidos que él: el viejo Tres Patas, que además de astuto como un zorro, aunque pirata, está versado en muchos asuntos y conoce el latín y el griego, y el negro Baba, más fuerte de lo que el suave dibujo de Hubinon permite suponer, que siente una devoción total por Barbarroja por haberle rescatado de la esclavitud. A partir de ese momento, los tres hombres serán la familia del pequeño. Eric, como es bautizado, crece y se convierte en un muchacho hecho y derecho. Barbarroja, entonces, lo envía a estudiar a la Academia Naval de Londres, con una identidad falsa, para que se convierta en su sucesor, en el nuevo e implacable Demonio del Caribe. El pirata quiere que él prosiga su lucha sin cuartel contra la sociedad, podrida y corrupta, que ha hecho de él lo que es ahora, y de la que, paradójicamente, Eric procede sin saberlo, ya que su verdadera familia era de sangre noble. Pero entonces, Barbarroja es capturado por los ingleses y llevado cargado de cadenas a Londres para su ejecución. Eric, ayudado por Tres Patas y Baba, se las arregla para rescatar al hombre que él cree su padre del pontón en el que está encerrado. Perseguido por ello, rehúsa sin embargo huir con Barbarroja, al que ama, pero cuyos crímenes le horrorizan, y ha de escapar en solitario, con su cabeza puesta a precio... Arranque de la serie cargado de acción en las primeras planchas de "Le démon des Caraïbes".
Éste es el argumento del primer y espléndido episodio, desarrollado a lo largo de 62 páginas, que establece las bases sobre las que se va a desarrollar la saga en lo sucesivo. En la siguiente aventura, “Le roi des sept mers”, Eric consigue escapar y, tras muchas aventuras, completar sus estudios en Saint Malo, en la Bretaña francesa. Es entonces cuando Barbarroja reaparece repentinamente y le cuenta su verdadero origen. No por ello Eric renegará de su padre adoptivo, máxime cuando, en el episodio siguiente, “Le capitaine sans nom”, a resultas de un complot que intenta impedirle tomar posesión de la hacienda de sus verdaderos padres, acaba dando con sus huesos en la Bastilla, acusado de conspiración contra el rey de Francia; Barbarroja no dudará en poner París patas arriba para sacarle de allí. Eric, pese a todo, trata de abrirse camino en la vida como honrado capitán de buque mercante, en “Défi au Roi”, pero cuando es descubierta su identidad como hijo del sanguinario pirata, es condenado a galeras. En “Le fils de Barbe-Rouge” encabeza un motín que, lejos de convertirle nuevamente en un fugitivo, acaba poniendo fin a sus tribulaciones, pues las hazañas que realiza contra los turcos son tales que consigue el perdón real[19].
Hasta aquí, el resumen de los cinco primeros episodios de la serie, quizá los más emocionantes, que vienen a formar un primer ciclo de aventuras. Tras éste, y durante los años siguientes, se suceden varios episodios agrupados de dos en dos, en los que Eric y Barbarroja, aunque se mueven cada cual por su lado, acuden constantemente el uno al socorro del otro, sean cuales sean las circunstancias. En “Le vaisseau fantôme” y “L´île de l´homme mort”, Barbarroja es traicionado y dejado por muerto por su segundo, Morales, con el objeto de apoderarse del tesoro del pirata Morgan; Eric, Tres Patas y Baba, que a partir de ese momento dejan a Barbarroja y pasan a ser los compañeros inseparables del joven, recorrerán medio mundo en busca del célebre tesoro, perseguidos por Morales, del que serán rescatados finalmente por Barbarroja, que, pese a todo, ha conseguido escapar de sus enemigos para salvar nuevamente a su hijo. En “La fin du Faucon Noir” —primera y segunda parte—, Eric es capturado por los españoles, que lo utilizarán como cebo para atrapar a Barbarroja; Eric consigue fugarse gracias a la ayuda de doña Inés, la prometida de don Enrique, el poco escrupuloso hijo del virrey de Cartagena, y logra rescatar a su vez a su padre adoptivo, que ha sacrificado barco y tripulación por salvarle, y que destruye la ciudad al escapar. Esta catástrofe desencadena una expedición internacional que cerca a Barbarroja en su isla (“Mort ou vif”), de la que Eric, nuevamente, consigue salvarle mientras una erupción volcánica aniquila a los piratas y a las tropas desembarcadas; justo entonces nuestros héroes caen en manos de Stark el Negro, rival de Barbarroja, que les obliga a conducirle al escondite en que el viejo filibustero ha ocultado el producto de sus muchos años de fechorías, en “Le trésor de Barbe-Rouge”; la aventura concluirá con el exterminio de Stark y sus hombres a manos de los indígenas de Florida. “La mission secrète de l´Épervier” se centra en la expedición de socorro que, al servicio del rey, Eric y sus compañeros realizan hasta Fort de France, en la Martinica, asediada por los ingleses, en guerra con los franceses; finalmente tendrá que solicitar la ayuda de su padre (“Barbe-Rouge à la rescousse”), quien, a cambio, recibirá el perdón real y la oportunidad de poder abandonar su vida al borde de la ley. Unos canallas aún más sanguinarios que él estarán a punto de ponerle nuevamente en la picota, en “Le pirate sans visage”, al capturarle y hacerle responsable de las matanzas cometidas por ellos; nuevamente será Eric el que saque a Barbarroja del apuro. Plancha correspondiente a "L"île de l"homme mort".
Nuestro pirata se ha ablandado con la edad, quizá también por la influencia de Eric, y acaba arrastrando a éste a una nueva aventura para rescatar a una enigmática dama secuestrada por los piratas berberiscos, Carolina de Muratore, que resultará ser la heredera del trono del Ducado de Mantua, y víctima de una conspiración por cuenta del emperador de Austria. Éste es el comienzo de una nueva saga que llevará a nuestros héroes de Nueva Orleans hasta Italia y de Argel hasta Malta y Constantinopla, en “Sus au barbaresques”, “Le captive des mores” y “Le vaisseau de l´enfer”, quedando luego la epopeya interrumpida durante varios años a causa del nuevo rumbo seguido por Pilote y de la defección de Hubinon.
Todo lo expuesto da una idea del contenido de las aventuras: acción continua, abordajes en alta mar, conspiraciones de toda clase, fugas increíbles, persecuciones, tormentas y desastres naturales, viajes hasta el fin del mundo en busca de tesoros fabulosos... En estas historias, Eric y Barbarroja rivalizan en imaginación, astucia y audacia, planeando y llevando a cabo toda clase de tretas y estrategias para conseguir sus objetivos y salir de un apuro tras otro, muchas veces perseguidos por todos los barcos de guerra del mundo... Es una saga enormemente dramática, durante la que mueren centenares por no decir miles de personas, muchas de las veces a causa de Barbarroja, cuyos repetidos intentos de captura son, ya lo hemos visto, el leitmotiv de tantos episodios. La maestría de Hubinon representando navíos es innegable. Primera plancha del episodio "Barbe-Rouge à la rescousse"
Caso casi único en el cómic de aventuras, si bien es Barbarroja el protagonista titular, ese protagonismo le es arrebatado en la práctica por Eric, pues no sólo sigue su propio camino durante casi todo el período clásico de la serie, sino que su padre adoptivo ni siquiera aparece en buena parte de los episodios . Después de todo, Eric es un personaje positivo y presentable de cara a los lectores —y a la censura—, un héroe en el sentido tradicional del término, respetuoso en principio con la ley, aunque no vacilará en quebrantarla cuando Barbarroja está en peligro, al menos si esa ley es la de españoles o ingleses, no la del rey de Francia. Sin embargo, el magnetismo, el carisma del pirata es tan fuerte, cuando reaparece, que eclipsa al mismo Eric, recuperando el protagonismo de la historia. Y es que, siendo, sobre todo en los primeros tiempos de la serie, un criminal, un asesino despiadado, en cierto modo es el favorito de los lectores; de alguna manera nos identificamos con él porque representa la libertad, la anarquía, el desafío y la lucha contra la sociedad y el poder establecido, contra las leyes y normas que nos limitan y encorsetan. Es valiente, diabólicamente astuto, capaz de las mayores hazañas, y el amor que siente por Eric es tal que de algún modo eso le redime ante nosotros. Con el tiempo, el viejo pirata renunciará a su vida de crímenes para ponerse al servicio del rey, lo que lo convertirá en un héroe más convencional, más políticamente correcto, navegando desde entonces al lado de su hijo. A decir verdad, este cambio, quizás inevitable, redundará en detrimento de la serie, al perder uno de sus elementos más interesantes.
Uno de los puntos fuertes de Barbe-Rouge es, indudablemente, el dibujo de Victor Hubinon. Ya desde el principio de la serie había consolidado su personalísimo estilo, quizá frío en exceso, un tanto rígido, que lo perjudica un poco en las escenas de acción, en las que los personajes resultan en exceso estáticos. Por contra, esa frialdad posiblemente sea la que más convenga a un tema sórdido como es realmente el de la piratería, a la hora de retratar un mundo tan inmisericorde como es el de los filibusteros y la sociedad de la que proceden y a la que combaten; los personajes son generalmente hombres duros, decididos, cuando no implacables, poco dados a dejar traslucir sus sentimientos, lo que casa perfectamente con la economía gestual y expresiva de los dibujos de Hubinon. Éste, por otra parte, es un artista consciente de sus limitaciones, especialmente a la hora de construir la figura humana y la caracterización de sus personajes, muchos de los cuales se parecen entre sí —Eric es clavado a Buck Danny, eso sí, con el mentón menos cuadrado, menos "americano"—, y recrea ese mundo en función de sus posibilidades, sin excederlas, realizando un magnífico trabajo. Su fuerte, ya lo hemos dicho, son los barcos, que construye maravillosamente, a la perfección, sin descuidar el menor detalle, dando a la serie una autenticidad de la que carecen muchos otros cómics de aventuras. Por el contrario, los fondos, como fortalezas, colinas, selvas, interiores de edificios y palacios, no están, a mi juicio, completamente conseguidos, me parecen un poco repetitivos y artificiosos, faltos muchas veces de realismo.
Otro tema es el del atrezo, que no sólo es muy convencional, sino que mezcla demasiado alegremente ropajes, peinados y armamento pertenecientes a diferentes épocas. Se supone que la historia se desarrolla alrededor de 1740 —basándonos en la edad de Eric al comenzar la serie, en 1715, aunque, dicho sea de paso, Charlier nunca ha sido demasiado riguroso en cuestión de fechas—, y el ambiente general se corresponde con la idea que más o menos tenemos de cómo debía ser la sociedad occidental a mediados del siglo XVIII, con sus casacas, sus pelucas, sus sombreros de tres picos... pero hete aquí que intervienen los españoles, de aparición constante al desarrollarse la mayor parte de la saga en el mar Caribe, y retrocedemos de golpe más de cien años: sombreros chambergos, perillas y peinados estilo Siglo de Oro, cuellos engolados... incluso el armamento es visiblemente anticuado: soldados con yelmo y coraza, alabarderos, mosqueteros con la horquilla a cuestas... Desde el principio, Hubinon ha optado por la imagen con la que aparecen los españoles en las viejas películas de piratas —que ocurrían, dicho sea de paso, en el siglo XVII—, y no se molesta en cambiarla a lo largo de la serie. Me explico: no es ya una cuestión de rigor histórico, cometido difícil y no siempre indispensable para conseguir un buen tebeo de aventuras, sino, sobre todo, de lógica interna; el problema no es la diferencia entre lo que vemos y la realidad que se representa, sino lo chocante que resulta una escena en la que intervienen personajes con ropas de épocas visiblemente diferentes, lo que resta credibilidad a la trama. Los españoles nunca salen muy bien parados en las historias de Barbarroja: vestimenta anticuada y vileza son sus señas de identidad. Página de "Le piège espagnol"
Ya que hablamos de los españoles, no puedo por menos que llamar la atención sobre el trato extremadamente negativo que se les da en la serie, fruto sin duda de la opinión desfavorable, reminiscencia de la “leyenda negra” con la que nuestra historia ha sido contemplada desde siempre por Europa: aparte de su físico, en el que menudean las narices ganchudas y aguileñas y los rostros malvados y sombríos, son traicioneros, tiránicos, canallescos, crueles y sin escrúpulos... No sólo oficiales y nobles, como don Enrique y su padre, el virrey, sino casi cualquier personaje que aparece; la impresión que saca el lector es que se trata de gente envilecida y de poco fiar. Ignorando quizás el hecho de que los españoles fueron esencialmente víctimas de los piratas, y que éstos eran casi todos franceses, ingleses u holandeses, los peores filibusteros son en Barbarroja casi invariablemente españoles: Morales, Jiménez... Incluso, el especialmente sanguinario “pirata sin rostro” del episodio del mismo título (“Le pirate sans visage”), uno de los más siniestros de la serie, resulta ser un gobernador español (llamado, para colmo, Oliveira, casi tocayo mío). En “Le roi des sept mers” aparecen negreros, y, naturalmente, también son españoles; no faltan tampoco tribunales de la Inquisición y sacerdotes y monjes siniestros a mansalva, curiosamente con tintes mucho menos desfavorables que con el resto de nuestros compatriotas[20]. Sólo algunos, como doña Inés —uno de los pocos personajes femeninos de la serie, por otra parte—, visiblemente enamorada de Eric, y los que la ayudan a liberarle de la fortaleza donde está encerrado, se salvan de la quema. Con otras nacionalidades, como los ingleses, por ejemplo, aunque antipáticos, no se cargan tanto las tintas; de hecho, hace amistad, en sus primeras aventuras, con marineros de esa nacionalidad. Mención aparte hay que hacer de berberiscos y otomanos, acaso aún más pérfidos que los españoles, pero que, por contra, aparecen mucho menos en la serie.
Barbe-Rouge fue interrumpida en 1968, al acabar el episodio “La captive des mores”. Hubinon estaba cansado de una historia que empezaba a prolongarse álbum tras álbum sin visos de acabar, y también descontento por la introducción por parte de Charlier de elementos a su juicio excesivamente fantásticos para la época en que se desarrollaba la historia, como la conversión del por enésima vez reconstruido Halcón Negro en un buque de guerra poco menos que de ciencia ficción, con cañones giratorios de calibre monstruoso y lanzallamas —echando mano del “fuego griego” de los bizantinos, cuyo secreto es descubierto por Barbarroja—. Charlier describe toda esta parafernalia de forma tan detallada y metódica que resulta plausible, y personalmente acepto su aseveración de que todo eso estaba ya inventado, al menos sobre el papel, en aquel tiempo, pero el caso es que no tenemos noticias de que existiese en el siglo XVIII un barco armado de esa manera, y por tanto, tengo que coincidir con Hubinon en que, en este aspecto, Charlier se excedió[21], sin por ello restar un ápice de interés a la historia. Hasta 1974 no se publicaría la continuación, ya directamente en álbum, por desgracia acabado de entintar por otras manos distintas de las de Hubinon, algunas páginas de forma especialmente chapucera. Con este relato, “Le vaisseau de l´enfer”, acabó la época clásica de Barbarroja.
La saga de Carolina de Muratore no se reemprendió hasta 1979, con la publicación en Super As de “Raid sur la Corne d´Or”, en la que Jijé, nuevo dibujante de la serie[22], realiza un buen trabajo, quizá un poco light pero muy vistoso, al describir la incursión de nuestros héroes nada menos que en Constantinopla, liberando a la bella cautiva y llevándose como rehén al mismísimo sultán, hazaña con la que acaba, tantos años después y tras tantos vaivenes, la larga epopeya. Un nuevo ciclo empezó inmediatamente después, con “L´île des vaisseaux perdus”, de nuevo en el Caribe, pero el cierre de Super As, primero, y el fallecimiento de Jijé, a continuación, truncaron provisionalmente esta nueva y prometedora nueva época de Barbarroja. En cualquier caso, hay algo que falla en estos álbumes. Charlier comete errores argumentales garrafales, sólo explicables por su mala memoria y su manía de no releer su propia obra, que le hace olvidarse del papel exacto desempeñado por tal o cual personaje y repetir temas y argumentos sin darse cuenta; esto es especialmente notorio en el segundo álbum, increíblemente un remake casi exacto de “Le pirate sans visage”, en el que Barbarroja vuelve a caer exactamente en la misma trampa en la que cayó unos años antes. La pregunta que uno se hace es si nadie se ocupaba de releer sus guiones y advertirle de su error, ni siquiera el dibujante[23]. Jijé sustituye en la parte gráfica a Hubinon en "Raid sur la Corne d"Or".
A lo largo de los años ochenta, la editorial Novedi se ocupó de publicar cinco álbumes más. En “Les disparus du Faucon Noir” se continúa la historia antes interrumpida; en ella, las primeras páginas dibujadas por Jijé dejan paso a un nuevo dibujante, Christian Gaty, que trata de imitar al maestro pero que muy pronto da rienda suelta a su personalidad, con un estilo casi caricaturesco pero muy vigoroso, con el que emprende “L´or maudit de Huapacac” y “La cité de la mort”, que culminan la epopeya iniciada en los álbumes anteriores, arrastrando a Barbarroja, Eric y demás a una terrible y extremadamente sangrienta aventura en busca de la ciudad perdida de los aztecas, en las selvas del Yucatán. Esta historia se resiente del trabajo un tanto mecánico de Charlier, tal vez no muy interesado ya en un cómic que acaso proseguía por motivos puramente crematísticos, y por los incongruentes cambios argumentales de un relato tan prolongado a lo largo del tiempo, en el que, por cierto, al menos una parte de los españoles, de nuevo el adversario, aparecen con una indumentaria más acorde con la época, aunque un tanto amejicanada[24].
Paralelamente a la historia citada aparecieron otros dos álbumes, “Trafiquants de bois d"ébène” y “Les révoltés de la Jamaïque”, ilustrados por el excelente Patrice Pellerin, un dibujante muy realista de la escuela de Giraud, a la vez que eficaz narrador, que, por primera vez en la serie, reconstruye el siglo XVIII con un rigor encomiable, digno de los mejores representantes del cómic histórico. En estos álbumes, nuestros amigos luchan nuevamente con los españoles y, sobre todo, con los ingleses —peor tratados que nunca, dicho sea de paso— para liberar a los esclavos negros de Jamaica, aventura que supondrá el canto del cisne de esta serie excepcional.
Charlier, antes de morir, envió a Barbarroja, Eric y compañía al océano Índico, como corsarios al servicio del rey de Francia, en una nueva serie de álbumes que ya no pudo proseguir, dibujados por Gaty. El primer episodio de este nuevo ciclo, “Pirates en Mer des Indes”, publicado en 1991 por Alpen, que retomó en esas fechas muchos de los personajes de Charlier, fue terminado de escribir por otro veterano del género, Jean Ollivier. "Pirates en mer des Indes", guión inacabado de Charlier terminado por Ollivier.
Durante los años siguientes, primero con Alpen, luego con Dargaud, Ollivier prosiguió la serie, al principio con cierta solvencia, para ir haciéndose luego los guiones cada vez más rutinarios y carentes de imaginación y de fuerza. Incluso el dibujo de Gaty va perdiendo fuerza y se vuelve cada vez más desganado, sobre todo desde el momento en el que, quizás en un intento desesperado de fidelizar a los lectores veteranos, modificó su propia versión gráfica, notable por cierto, del personaje de Eric, para imitar la original de Hubinon; recurso un tanto aberrante con el que sólo se consiguió hacer perder personalidad al personaje y dar a esos álbumes un aspecto de refrito que no hizo sino acelerar la caída en picado de la serie.
En 1999 se produce un nuevo intento de revitalizar y actualizar Barbe-Rouge de manos del guionista Christian Perrissin, tratando de hacerla más realista y remodelando a los personajes, pero, sin ser un mal cómic, a la historia le falta fuerza, en parte a causa del dibujante, Bourgne, quien, aunque sabe ambientarla muy bien, carece del oficio para darle el empaque visual necesario. Más interés tiene la serie paralela La jeunesse de Barbe-Rouge, escrita igualmente por Perrissin y dibujada con más acierto por Daniel Redondo, en la que, a lo largo de cinco álbumes, se nos cuenta el largo y accidentado descenso a los infiernos que va paulatinamente transformando al protagonista, un joven, honesto y amable marinero bretón, en el despiadado y sanguinario pirata Barbarroja, terror de los siete mares.
La serie regular, entretanto, fue interrumpida en 2004, quizás en espera de que algún nuevo equipo creativo sea capaz, tarea nada fácil, de recuperar el aliento épico que un día animó esta maravillosa saga de aventuras[25].
Cuando aquel 31 de octubre de 1964 aparecieron en Pilote las dos primeras páginas de “Fort Navajo”, nada hacía pensar que llegaría a ser más que un western convencional, no muy distinto de Jerry Spring, de Jijé, o en todo caso una traslación al cómic de las constantes temáticas y estilísticas de las películas de Raoul Walsh y John Ford en las que claramente se inspiraba. Y, sin embargo, la serie, luego rebautizada como Lieutenant Blueberry, no sólo había de convertirse en un western excepcional, sino que acabaría rompiendo los moldes del cómic de aventuras franco-belga, incluyendo los establecidos por su creador, y se convertiría, en pocos años, en el título más importante del cómic europeo.
La evolución y transformación de Blueberry ha sido tal con el paso del tiempo que, más que ninguna de las otras series del autor, es imposible despacharla con un comentario general que abarque toda su andadura. Ésta, además, se divide en sucesivos ciclos narrativos muy bien definidos, cada uno de ellos con un principio y un final, excepción hecha quizá de las últimas aventuras escritas por Charlier.
“Fort Navajo” (seguido de “Tonnerre a l´Ouest”, “L´Aigle Solitaire”, “Le cavalier perdu” y “La piste des navajos”)
El arranque de la serie nos hace pensar en un protagonismo colectivo, en la historia de una guarnición en Arizona, apoyándose principalmente en el tándem Craig-Blueberry, oficiales y compañeros de caracteres completamente antagónicos: Craig es el oficial perfecto, un poco ingenuo, pero buen chico, de buena familia, impecablemente uniformado y fiel a las normas y ordenanzas militares; por el contrario, Blueberry, ya desde el primer momento, se nos presenta como un individuo íntegro pero desaliñado, indisciplinado, tramposo con las cartas, camorrista y con especial tendencia a hacer las cosas a su manera y no a la que le imponen sus superiores. Ya en las primeras páginas, en el encuentro de ambos, Blueberry, ignorando su identidad, echa pestes del padre de su compañero, el general Craig, con lo que queda igualmente expuesto lo que piensa de sus superiores. A partir de ese momento tenemos una idea clara de su personalidad, bastante diferente del héroe típico de Charlier; personalidad que se irá enriqueciendo con el transcurrir de la serie.
El conflicto con los apaches, la trampa tendida a Cochise y el asedio de Fort Navajo dan paso a la cabalgada de Blueberry en solitario hacia Tucson en busca de ayuda, misión con la que se convierte desde entonces y de forma definitiva en protagonista absoluto de la historia. Viene luego el reencuentro con el mestizo desertor Crowe, el rescate del pequeño Stanton de manos de los mescaleros responsables de la cruenta guerra, la azarosa escolta del convoy a Camp Bowie, que significa el comienzo de su rivalidad con Quanah-un-ojo, el belicoso y ambicioso apache que removerá cielo y tierra para impedir, incluso asesinando a Crowe, que Blueberry negocie la paz con Cochise. “La piste des navajos”, último episodio de la saga de los apaches, y en cierto modo un poco aparte de la historia principal, es también la primera aventura mejicana de Blueberry, en la que, con su lucha con el gobernador Armendáriz y la voladura de la mina de San Feliu, prefigura la futura saga de “Chihuahua Pearl”.
Efectivamente, estos primeros episodios conforman un western bastante clásico, pero impecablemente realizado. Gir es un dibujante recién llegado pero que empieza a demostrar de lo que es capaz; su estilo es sencillo pero agradable, vigoroso y lleno de vida y movimiento, y además demuestra que es un narrador nato. Discípulo aventajado de Jijé, muy pronto deja de imitar al maestro —que, por cierto, realizó bastantes páginas de “Tonnerre a l´Ouest” y de “Le cavalier perdu”, en ausencia de Giraud, sin que apenas se notase la diferencia[26]— para desarrollar su propio estilo. El quinto álbum anticipa, tanto temática como gráficamente, lo que va a ser Blueberry en el futuro inmediato. Nuestro héroe va cogiendo gusto a sus largas misiones en solitario —desechando ese uniforme con el que tan incómodo parece sentirse—, en las que emplea toda clase de tretas y artimañas, muchas veces tomadas prestadas de los pieles rojas, para salirse con la suya, argucias que serán una de sus principales señas de identidad en el futuro.
Primera aparición del héroe de la saga en "Fort Navajo" Un Blueberry con los rasgos de Belmondo que ya da muestras de su personalidad.
Hay otro aspecto en el que la serie se diferencia claramente de otras obras de Charlier: las tropelías y las traiciones que cometen los soldados norteamericanos con los indios, desencadenante directo de la guerra. Es cierto que todo ello es obra de un solo hombre, Bascom, el oficial ambicioso y resentido, racista hasta el fanatismo, pero ya marca la que será una de las constantes de la obra. De la misma manera que Blueberry es un personaje muy distinto de Danny y Tanguy, por ejemplo, aunque comparta varias de sus características, sería impensable encontrar nada semejante en las series de ambos héroes de la aviación. Hay que tener en cuenta, de todas formas, que la acción ocurre en otra época, lo que da una libertad a Charlier que no tiene al ambientar sus historias en la actualidad, donde, ya lo hemos visto, ha de andarse con pies de plomo. Por otra parte, su fuente de inspiración manifiesta es el filón inagotable del western cinematográfico, y al mostrar tales comportamientos no hacía sino reflejar el punto de vista crítico que ya era normal en las películas americanas.
Hay un buen número de personajes interesantes que quedan atrás definitivamente para no volver. Craig, el que aparentemente iba a ser su compañero de aventuras, un poco al estilo de muchos otros héroes de Charlier, no vuelve a aparecer después del cuarto episodio, y es una pena, porque, además de la simpatía que despierta en el lector, el contraste entre ambos personajes hubiera dado mucho juego a un reencuentro posterior; Bascom, el oficial despótico, ruin y asesino de indios, antecesor inmediato del general Allister; Crowe, el desertor y renegado, convertido en hermano de sangre de Blueberry, atrapado en el conflicto entre dos mundos opuestos e irreconciliables, sin pertenecer completamente a ninguno de los dos; O’Reilly, el intendente irresponsable, bebedor y causante del desastre que por poco acaba con él y con todos sus hombres a manos de los apaches. Todos estos personajes desaparecen, pero en su lugar, Charlier nos deja a uno de los secundarios más gloriosos del mundo del cómic, Jimmy Mac Clure, el viejo borrachín que, con sus mulas y su equipo de prospector, siempre en busca de la mina de oro que jamás encontrará, se convertirá desde ese momento en el compañero casi permanente y definitivo de Blueberry. Está también el jefe apache Cochise, aguerrido en la lucha pero noble de corazón, quien, muchos años después, habrá de reaparecer en una nueva etapa de la vida de Blueberry, esta vez como amigo incondicional suyo. Están los sudistas Finlay y Kimball, convertidos en forajidos en Méjico, buenos chicos a pesar de todo, al menos aparentemente...
Aquí no se trata de un ciclo propiamente dicho, sino de una sola aventura en un solo episodio. Blueberry ocupa provisionalmente el puesto de sheriff de un pequeño pueblo, metiendo en cintura a la banda de forajidos que tiene sometidos a sus habitantes. Una historia sencilla y poco original, con un tema que hemos visto tantas veces en el cine, pero muy bien contada y dibujada; Charlier se coge un poco los dedos con los preámbulos y el nudo de la historia, y el desenlace de ésta es un poco precipitado. Los dos autores desarrollan y perfeccionan su estilo antes de lanzarse a una empresa más ambiciosa en el ciclo siguiente.
“Le cheval de fer” (seguido de “L´homme au poing d´acier”, “La piste des sioux” y “Le général Tête Jaune”)
Este ciclo es en buena medida un remake del primero, pues el esquema argumental, y muchos de sus elementos, son los mismos. Esta vez el escenario no es Arizona, sino Wyoming, y los indios son sioux y cheyennes en vez de apaches y navajos. El conflicto con los indios estalla precisamente cuando Blueberry llega al campamento de la Union Pacific , que ocupa aquí el papel de Fort Navajo. Están el intento de negociación, saboteado esta vez por Steelfingers en vez de por Bascom; la partida de Blueberry en busca de ayuda para el campamento asediado; el tren de socorro que es atacado por los indios, que en cierto modo recuerda al convoy de carros de “L´Aigle Solitaire”; la nueva negociación auspiciada por Blueberry, esta vez con Nube Roja y Toro Sentado en lugar de Cochise... Es hasta cierto punto una repetición, sí, pero mejorada, corregida y aumentada, más espectacular, de la primera saga , con la aparición de personajes memorables, como la temperamental y enternecedora Guffie Palmer, que ha de dar aún mucho juego, y el pistolero Steelfingers, uno de los villanos más inquietantes y logrados, además de Red Neck, el nuevo compañero de fatigas de nuestro héroe, que, con éste y con Mac Clure, formarán el perfecto trío aventurero de la serie.
Uno tras otro, los elementos de lo que ha de llegar a ser la serie van ocupando su lugar: Blueberry va cada vez más desaliñado; es acusado de robar la paga de los trabajadores de la Union Pacific, es encerrado y está a punto de ser linchado...
El trabajo de Giraud es ya soberbio, página a página se ha ido convirtiendo en un gran dibujante, su dominio de la anatomía es total, sus viñetas son magníficas y espectaculares, pero lo mejor está aún por llegar.
Escena de "Général Tête Jaune" que nos retrotrae a la matanza del 7º de Caballería tantas veces escenificada en el cine.
El ciclo se cierra con un álbum excepcional, un relato que compone una unidad aparte, pues sigue argumentalmente al anterior, pero la historia que narra es muy distinta, e incluso desde un punto de vista estético es diferente y único. En “Général Tête Jaune” el ferrocarril queda atrás, y Blueberry y sus amigos se ven arrastrados por el arribista y genocida general Allister a una insensata campaña contra los sioux en las Colinas Negras. Allister, claramente basado en el legendario Custer, se convierte, con diferencia, en el personaje más ignominioso de la serie; Charlier y Gir nos presentan sin disimulo las carnicerías que el Séptimo de Caballería —sí, el mismísimo Séptimo de Caballería, por si las analogías con Custer no fueran suficientes— comete con los indios, mientras que Blueberry, que ha tenido que asistir impotente a la ruptura por parte de Allister de la palabra que él había dado a los sioux, apenas obedece las órdenes más que a regañadientes, y tan sólo combate por salvar su propio pellejo. Hay un antes y un después en el personaje: desde entonces se sentirá más y más desapegado de un ejército que le ha convertido, para los indios que habían confiado en él,en un hombre sin honor.
Esta epopeya en blanco y azul —el blanco de la nieve y el azul de los uniformes—, de enorme dramatismo y suspense, épica y extraordinariamente bien construida, narrada y dibujada, es una verdadera obra maestra, y marca el inicio de una larga serie de episodios absolutamente antológicos[27].
“La mine de l´allemand perdu” y “Le spectre aux balles d´or”
La mayoría de los críticos considera que con este díptico Blueberry alcanza su punto más alto, y con razón. La historia arranca con Blueberry como sheriff provisional de un pequeño pueblo, Palomito, que nos recuerda a “L´homme à l´étoile d´argent”, y está resuelta con muy pocos personajes, sin las multitudes de episodios anteriores, lo que permite a Charlier emplearse a fondo en la caracterización de cada uno de ellos: Prosit Luckner, el canalla simpático de origen presuntamente aristocrático, embustero, engatusador, astuto y traicionero y más peligroso que un nido de serpientes de cascabel, con el que se inicia la trama, y con el que se escapa el ingenuo Mac Clure, más entrañable que nunca, traicionando la confianza que Blueberry había depositado en él, en busca de la fabulosa mina de oro que da título a la aventura; Cole y Wally, los dos pistoleros, joven, impetuoso y prepotente el primero, maduro, apacible y amistoso el segundo, pero precisamente por ello aún más peligroso que su discípulo, aunque no tanto como Prosit; y, para terminar, el enigmático “espectro”, cuya sombra amenazadora domina toda la segunda parte de la historia... Ésta prosigue con todos los personajes persiguiéndose unos a otros hasta los Montes de la Superstición y la Mesa del Caballo Muerto, donde han de enfrentarse, en un creciente clima de misterio, al insospechado secreto que aquélla esconde. Charlier construye la historia con rara perfección, tomándose todo el tiempo necesario, incluso excediendo el número habitual de 46 páginas, que en el segundo álbum alcanza las 52, manteniendo cuidadosamente el interés del lector y la tensión del relato en crescendo hasta el magnífico final, donde todo encaja sin dejar un solo cabo suelto. Giraud, por su parte, alcanza aquí la maestría total, no sólo en el soberbio acabado de cada uno de los personajes, sino en el apabullante y desolador paisaje rocoso y fantasmagórico que les rodea, culminando en el poblado indio abandonado.
Un guión perfecto de Charlier unido a la impecable puesta en escena de Gir. Fragmento de página de "Le spectre aux balles d"or".
“Chihuahua Pearl” (seguido de “L´homme qui valait 500.000 dollars” y “Ballade pour un cercueil”)
La acción arranca presentándonos a un Blueberry que acentúa al límite todas sus características: desastrado, tan sucio que casi se le puede oler, descarado, indisciplinado y pendenciero hasta el punto de derribar de un puñetazo a un superior —nada menos que el general MacPherson, consejero del presidente Grant—, y tan falto aparentemente de principios y escrúpulos como para aceptar la misión secreta que se le encomienda únicamente por el dinero que se le ofrece. Expulsado ruidosamente del ejército, y aunque todo no es en teoría más que un truco para mejor desempeñar su misión, lo cierto es que ya nunca más volverá a pertenecer realmente a un estamento militar en el que, en el fondo, en ningún momento se había sentido demasiado a gusto, y ya sólo volveremos a verle de uniforme en dos ocasiones: en su consejo de guerra y posteriormente disfrazado durante su nueva epopeya con los apaches.
La aventura le llevará, en compañía otra vez de Mac Clure y de Red Neck, nuevamente a Méjico, en busca del tesoro de guerra de los confederados, acosado primero por el comandante Vigo, luego por el gobernador López —reedición del difunto Armendáriz—, y por una serie de dudosos y ocasionales aliados, con la despampanante, encantadora, codiciosa y chaquetera Chihuahua Pearl a la cabeza. Chihuahua, con quien Blueberry habrá de mantener una ambigua relación amor-odio, que seguirá dando juego mucho tiempo después, es la primera mujer de peso en la serie. Tenemos a Trevor, el ex militar sudista depositario del secreto del tesoro, adversario potencial de Blueberry, al que éste acaba apreciando y admirando, y con el que las circunstancias le acaban impidiendo medirse; es el único personaje realmente íntegro de toda la saga, pues es el único que actúa en función de sus ideales y de la palabra dada, y no impulsado por la codicia. También ocupan un lugar fundamental los jay-hawkers, de nuevo Finlay y Kimball y sus muchachos, a los que el paso del tiempo ha ido cambiando, como a Blueberry; pero mientras que éste, pese a su cinismo, sigue siendo un buen chico, sus amigos sudistas se han endurecido hasta convertirse en unos individuos brutales, despiadados, asesinos absolutamente carentes de los principios más elementales; probablemente, más que ningún otro personaje o elemento de Blueberry, sean ellos, lo que fueron y lo que son, los que señalan más claramente al abrumado lector lo profundamente que ha cambiado la serie en apenas un lustro, como fiel reflejo de las transformaciones experimentadas en la forma de pensar de buena parte de la sociedad francesa —y especialmente, de los autores y lectores de cómics— en aquellos mismos años.
"Un dibujo minucioso, detallista [...] parece regodearse en la descripción de un mundo sucio, decadente y desconchado...". Fragmento de plancha de "Chihuahua Pearl".
El dibujo no hace sino subrayar el espíritu de la historia y el carácter de quienes participan en ella: nunca hemos visto a Blueberry más cínico y desaseado, ni personajes más patibularios o desarrapados, ni unas poblaciones tan sucias y destartaladas como las que aparecen en estos capítulos: el trabajo de Giraud, minucioso, detallista, expresivo y vigoroso como nunca, parece regodearse en la descripción de un mundo sucio, decadente y desconchado físicamente y corrupto moralmente, donde prácticamente no aparece ni un personaje decente, donde todos, hasta los figurantes, parecen dispuestos a robarte, traicionarte o clavarte un machete en la espalda. Ya que estamos en ello, Méjico nos es presentado como un país lleno de vida, fuerza y colorido, pero al mismo tiempo sin más ley que la del más fuerte, y poblado por gentes sin escrúpulos. Los mejicanos, en efecto, no salen muy bien librados, ni en ésta ni en las demás historias de Blueberry, donde el que no es asesino a sueldo es ladrón de caballos, aunque, en honor a la verdad, en muchas de ellas, y especialmente en la saga que nos ocupa, tampoco nos encontramos mucha gente de bien al otro lado de la frontera.
La presentación y el nudo de la historia, desarrollados en los dos primeros álbumes a lo largo de una trama cada vez más complicada e intrincada, dan paso a una larguísima, trepidante y emocionante persecución que abarca la mayor parte del último álbum. Charlier echa toda la carne en el asador y llega aún más lejos que en el ciclo precedente, alargando la historia nada menos que hasta las 62 páginas[28]. Nunca fue Blueberry de lectura tan apasionante como en “Ballade pour un cercueil”. El estilo de Charlier, por su parte, ha evolucionado también, y las largas parrafadas descriptivas —farragosas a veces, y a menudo repetitivas, pues no hacen sino reiterar lo que ya explican los dibujos— se acortan o suprimen, sin menoscabo de la comprensión del relato, que gana en agilidad.
La historia es muy violenta, incluso, a veces, un poco sanguinaria. No sólo mueren buena parte de los personajes, sino decenas de figurantes —casi todos ellos soldados y pistoleros mejicanos caídos como moscas, habitual carne de cañón cinematográfica, desde los spaghetti westerns a las películas de Peckinpah—. Nuestros héroes, en su huida hacia Río Grande llevando a cuestas el dichoso ataúd presuntamente cargado de oro del título, hacen volar a su paso medio Méjico con sus casi inagotables reservas de dinamita[29]. Todo ello para que, después de tantos peligros, tanta lucha y tanta sangre derramada, se acabe desvelando, al abrir el ataúd, que la tremenda aventura en la que tantas veces han estado a punto de dejar la piel no ha servido absolutamente para nada, y que el ansiado tesoro no existe.
Genial secuencia que preludia el próximo final de Trevor en "Ballade pour un cercueil".
Esta sorpresa final de Charlier, aunque debiera ser la guinda que redondeara una saga por otra parte genial, defrauda, sin embargo, cuando se nos explica, por boca de Vigo, las razones de tan monumental engaño. Y es que tales explicaciones, en exceso rebuscadas, no resisten el menor análisis. Podemos creernos que los mejicanos —es decir, Vigo, pues el pobre López no estaba en el ajo, y por tanto no podía saber que el dichoso tesoro de los confederados que tantos disgustos y hombres le estaba costando se lo había gastado Juárez para echar a Maximiliano— hayan intentado impedir que los yanquis descubran que ellos se quedaron el oro, pero es un absurdo llenar un ataúd de lingotes de plomo y volverlo a enterrar en vez de vaciarlo sin más. Y aún más que sea Vigo el que cuente a sus enemigos la verdad, cuando su papel en toda la historia consistía precisamente en impedir que la descubrieran. Último contrasentido: Blueberry es degradado y condenado, acusado de haber robado el tesoro, cuando, al contrario que el resto de sus compañeros, que escurren el bulto, es el único que comparece ante sus superiores para dar la cara y las explicaciones pertinentes, todo ello porque prefieren dar crédito —no entiendo muy bien por qué— a un mejicano desarrapado, que además es visiblemente parte interesada en el asunto. Tal falta de rigor es tanto más lamentable cuanto que cierra uno de los ciclos aventureros más impresionantes, intensos y logrados de la historia del cómic.
“Le hors-la-loi” y “Angel Face”
Charlier es astuto, y durante la mayor parte del relato, presentado como una continuación del ciclo anterior, nos hace creer que el leitmotiv sigue siendo el tesoro confederado. Sólo poco a poco el prófugo Blueberry, y con él el lector, va comprendiendo que alguien le ha ayudado a escapar de la prisión militar, y que está siendo manipulado con un objetivo diferente del que él suponía. Al final del primer álbum es desvelado el complot: Blueberry será el chivo expiatorio del inminente asesinato del presidente Grant.
El ambiente de la historia no es sólo muy diferente de su reciente aventura mejicana, sino también del de las historias anteriores, tanto en el espacio como, sobre todo, en el tiempo, y ese cambio va a determinar el futuro de la serie. Los grandes espacios desérticos y vírgenes van dando paso a ciudades que crecen y que se modernizan, gracias al ferrocarril, cada vez más presente en Blueberry; son ciudades florecientes llenas de burgueses con sombrero de copa o bombín, con sus comercios y hasta sus cuerpos de bomberos. Blueberry es, así, un personaje no sólo desclasado y marginado por esa sociedad y ese ejército que le han convertido en un fuera de la ley, sino que ya tampoco parece tener cabida en un mundo que progresa y se transforma a velocidad de vértigo, convirtiéndole en un anacronismo.
“Angel Face”, episodio desarrollado en sólo 24 horas, es el nudo y el desenlace del relato, que tiene lugar íntegramente en el interior de la ciudad. Ni siquiera parece un western, sino más bien un thriller; baste decir que nuestro héroe ni siquiera monta un caballo a lo largo de todo el álbum. Nunca ha estado Blueberry más solo, abandonado y perseguido por todos, con su cabeza puesta a precio, acusado ahora además de atentar contra Grant, y obligado a contar únicamente consigo mismo y sus recursos para salir del atolladero. Una y otra vez está a punto de ser capturado o liquidado, y una y otra vez vuelve a escapar, y no sólo eso, sino que desbarata por completo los planes de los villanos, Blake y Angel Face, antes de huir y desaparecer en la explosión de la locomotora que pondrá punto final, y por bastante tiempo, quizá para siempre, a la historia del teniente Mike S. Blueberry...
El primer álbum no es, desde un punto de vista estético, muy diferente de los anteriores, aunque, quizá por reflejar un mundo más “civilizado”, van quedando un poco atrás el polvo y la suciedad, los personajes cochambrosos y desarrapados y los edificios destartalados y de paredes descascarilladas de los episodios precedentes. Vemos incluso al mismo Blueberry afeitado y con la ropa lavada y planchada, como si, tras haber tocado fondo en cuanto a sucio y zarrapastroso, no pudiese sino parecer ahora hasta limpio.
Expresivo fragmento mudo de "Angel face".
Es la época de Metal Hurlant, en cuya gestación y primeros tiempos jugó Giraud tan importante papel, y cuando, tras un par de años de interrupción de la serie, se publica “Angel Face”, el genial dibujante ya ha completado su transformación en “Moebius”, y ello condiciona, para bien o para mal, no sólo este álbum, sino, en lo sucesivo, también el resto de la serie. El trazo de Gir se ha hecho más suave, más barroco, incluso un poco amanerado; es aún más detallista y perfeccionista, pero a la vez, o quizá por eso mismo, algo falto de fuerza y espontaneidad. Es Blueberry dibujado por Moebius, y con eso queda dicho todo. El nuevo Blueberry es distinto, pero sigue siendo Blueberry.
Hay un cierto tono irónico y jocoso en este capítulo que cierra una época y empieza otra diferente, en el que Blueberry, aun encontrándose en una situación angustiosa sin salida aparente, parece tomarse las cosas con cierto despego, un poco como un juego, durante el que es ayudado en momentos cruciales por diferentes personajes —mujeres o niños— que le echan una mano simplemente porque les parece un buen chico, trayéndoles un poco sin cuidado, al parecer, si es o no el asesino del presidente.
“Nez Cassé” (seguido de “Le longue marche” y “Le tribu fantôme”)
Una nueva y larga interrupción —esta vez por cuatro años, desde 1975 hasta 1979— separa las dos épocas en las que, en mi opinión, se divide Blueberry. Hasta entonces había sido una serie regular, publicada prácticamente sin interrupciones, a excepción de “Angel Face”. A partir de ese momento no se ha publicado sino a saltos y por una multitud de editoriales diferentes, pasando a menudo varios años entre un álbum y el siguiente, lo que ha redundado en una evidente, aunque relativa, decadencia de la serie.
“Nez Cassé” afina y consolida las características estéticas del anterior episodio: el vigor cede el paso al barroquismo, y las manchas de pincel, a las muy detallistas tramas a plumilla. Giraud compensa el amaneramiento de su estilo con su dedicación y perfecto acabado. Sigue siendo un gran narrador, y hace un buen trabajo en este álbum. Además, el público, tras varios años sin Blueberry, no puede por menos que recibir con alborozo esta nueva entrega.
Un nuevo tour de force consigue sorprender al lector, al no hacer aparecer a Blueberry —al menos, a cara descubierta— hasta la página 12. Esta vez, nuestro personaje, escapado milagrosamente de la explosión de la locomotora, está en el bando de los indios, donde ha encontrado refugio, y el viejo Cochise le ha nombrado nada menos que jefe de guerra de los navajos, nuevamente acosados por los blancos. Blueberry y los indios —en realidad, sólo la tribu de Cochise, unos pocos cientos de personas, el viejo jefe ya no parece ser el jefe supremo de los apaches— huirán y mantendrán a raya durante tres álbumes a la Caballería de los Estados Unidos, hasta alcanzar la salvación definitiva en Méjico[30].
Esta saga ha sido muy vilipendiada por su carácter light —debido quizás en parte por publicarse previamente en revistas juveniles, muy diferentes de Pilote en la mejor época de la serie—, ya que los apaches se comportan en ella casi como niños de coro y apenas matan a nadie; se alega como excusa el que están dirigidos por Blueberry, y que éste no quiere salvar a sus amigos indios a costa de la vida de nadie. Es cierto que nuestro héroe sigue siendo un buen chico, aunque en el pasado no ha hecho ascos a masacrar, cuando no ha tenido más remedio, a huestes de mejicanos, sudistas —paisanos suyos, además, en La juventud de Blueberry, a la que en breve me referiré—, indios —sí, estos mismos apaches con los que ahora juega a las cartas— y forajidos diversos. Pero matar soldados de los Estados Unidos habría sido excesivo[31]: no obstante, se trata de “los suyos”, de sus antiguos camaradas, de los que, en realidad, no ha renegado, además de que todavía -—eso lo veremos al final del tercer álbum— guarda alguna esperanza de limpiar su buen nombre de las acusaciones que le han convertido en un fuera de la ley, lo que sería imposible si derrama sangre de sus ex compañeros de armas. En todo caso, todas esas idas y venidas, todos esos enfrentamientos y persecuciones sin que apenas perezca un solo blanco, son demasiado increíbles.
En "Nez Cassé" Blueberry debe demostrar su valor ante los navajos de una forma especial.
Como punto novedoso, tenemos a Chini, un nuevo personaje femenino importante, la angelical hija de Cochise, hermosa y coqueta como cualquier muchacha de su edad, decidida y llena de carácter y enamorada de Blueberry, al que los indios llaman Tsi-na-pah; y aunque al principio éste parece decidido incluso a casarse con ella, es finalmente Vittorio, su rival en cuestión de faldas y también en el liderazgo de la tribu, el que, inopinadamente y en contra de lo que la historia prometía, se quedará con la chica, con la bendición de nuestro héroe, que de pronto se desinteresa de ella; Vittorio, presentado como un contrincante duro de pelar y además un tanto sanguinario, acabará convertido en su hermano de sangre y obedeciéndole fielmente en todo. Estos cambios bruscos que trastocan y rebajan el tono —y el interés— de la historia, que empieza muy bien para acabar de forma un poco precipitada y poco convincente, parecen obedecer al cansancio de Charlier, que decide cambiar de pronto el rumbo que seguía la saga para volver atrás, retomar y resolver los conflictos que habían puesto a Blueberry fuera de la ley.
No quiero despachar el comentario de este ciclo sin recordar la inclusión del personaje de Wild Bill Hickock, el primer héroe oficial del Oeste que hace su aparición en la serie, sólo que presentado aquí como un cazador de recompensas poco escrupuloso a la caza de Blueberry; y también al siniestro Eggskull, sanguinario cazador de indios, que sobrevivió —aunque no muy cuerdo— a su propio escalpado por parte de los pieles rojas, personaje que habría dado mucho más juego en los dos restantes episodios de la saga si se hubiese mantenido el tono inicial. Reencontramos también a partir del segundo álbum a Mac Clure y Red Neck, y también a Chihuahua Pearl, todos en ayuda —más vale tarde que nunca— de su viejo compañero de fatigas.
Por lo demás, el dibujo de “La longue marche” y “La tribu fantôme”, aunque bien realizado, en un estilo más Giraud y menos Moebius, se resiente del escaso acabado de algunas páginas, y también de la evidente intervención de los ayudantes de Gir, menos inspirados que el maestro.
A partir de aquí, no podemos hablar propiamente de un nuevo ciclo, sino de una serie de episodios correlativos en los que Charlier va zanjando, una tras otra, las cuentas pendientes de Blueberry:
“La dernière carte” es, a mi juicio, uno de los álbumes más flojos de la serie, más por el dibujo que por el guión, aunque éste tampoco está en su punto más alto. En esta historia, Blueberry y sus amigos regresan a Chihuahua en busca de Vigo para obligarle a retractarse y proclamar su inocencia ante las autoridades yanquis. Vigo se ha convertido en nuevo gobernador y está a punto de fusilarles, pero en eso fallece el presidente Juárez, protector del primero, lo que le supone la destitución y a su vez la condena a ser fusilado. Nuestros amigos tendrán que ayudarle a escapar a cambio de obtener su confesión. Nueva ensalada de tiros y nuevo regreso precipitado a través del río Conchos en dirección a la frontera...
Para ser ecuánime, la historia no está mal, pero está contada de forma un poco mecánica, y los problemas se resuelven para Blueberry demasiado fácil y rebuscadamente. Charlier quiere acabar con el interminable culebrón, y quiere hacerlo ya, pero le falta el vigor de antaño. El dibujo de Giraud es bueno, pero blando, incluso, para mi gusto, demasiado “limpio”, en comparación con la apoteósica “Ballade pour un cercueil”; parece como si, entre ambos episodios, Vigo hubiese repintado toda Chihuahua y obligado a todo el mundo a lavarse, afeitarse y plancharse y vestirse con la ropa de los domingos. Fallo además de ambientación, pues los soldados llevan uniformes demasiado modernos, más próximos a los de los tiempos de la revolución, cuarenta años más adelante, que a los que vestían sólo unos años antes en “Chihuahua Pearl”.
“Le bout de la piste” es, por el contrario, una agradable sorpresa. El interés de la serie sube de pronto varios enteros. Sin lograr el aliento de sus mejores momentos, el guión está escrito con ganas, e incluso el dibujo tiene de pronto bastante más fuerza. Con la ayuda de sus amigos, Blueberry vuelve a enfrentarse a Kelly, Blake, Angel Face y compañía, con el propósito de limpiar su nombre, ahora del intento de asesinato contra Grant. Su reaparición es aprovechada por los conspiradores para endilgarle otra vez el mochuelo, pues se disponen a cometer un nuevo atentado. Blueberry, naturalmente, lo desbaratará, descubriendo, y dando muerte además, al cerebro de la conspiración, el golpista que pretende convertirse en dictador de los Estados Unidos: como todo el mundo sospechaba desde “Le hors-la-loi”, éste resulta ser nada menos que el general Allister. Con este episodio, el ciclo comenzado tantos años atrás queda definitivamente cerrado, Blueberry rehabilitado, y, además, queda zanjada la cuenta que, de algún modo, quedó pendiente tras aquella mirada asesina del final de “Général Tête Jaune”.
“Arizona Love”, publicado en 1990, cuatro años después que el anterior, viene a ser el epílogo del epílogo, pues, una vez resueltos todos los problemas de Blueberry, éste decide volver a por Chihuahua Pearl. Y es que, tras su último encuentro, ha descubierto no sólo que ella le gusta —curioso, pues el final de “Ballade pour un cercueil” no hacía esperar tal giro argumental; ah, el amor—, sino que la chica le corresponde, sólo que —a fin de cuentas, Chihuahua Pearl sigue siendo Chihuahua Pearl— prefiere casarse con un ricachón. Como ahora también él lo es, gracias al botín que Vigo le traspasó al morir, la rapta en plena ceremonia matrimonial con el potentado Stanton y se la lleva consigo a su escondite del desierto. Chihuahua Pearl acaba acostándose con él —primer desnudo de la serie, después de veintiséis años de andadura—, pero le abandonará llevándose todo su dinero, que ella estima es su parte del botín de “Ballade pour un cercueil”. En mitad del relato, completamente atípico y novedoso, hasta ese momento muy interesante, Charlier nos deja, de forma definitiva.
Es Gir el que acaba la historia, un poco de cualquier manera, dándole un tono de comedia de enredo sin gracia, reduciendo a Blueberry al papel de un payaso alcoholizado que recupera finalmente el botín pero, generosamente, deja la mitad en manos de Chihuahua. En la última viñeta, nuestro héroe se marcha, quizá para siempre.
“Mister Blueberry” (seguido de “Ombres sur Tombstone” , “Geronimo le apache”, “O.K. Corral” y “Dust”)
Hacen falta cinco años más para que Giraud se decida a continuar la serie interrumpida con la muerte de su creador literario, y empieza con mejor pie de lo que cabía esperar tras su trabajo como guionista en “Arizona Love”. No intenta imitar el estilo de su compañero Charlier, pero al menos, de momento, es fiel con el personaje. Blueberry es ahora un civil en toda regla, sin lazo alguno que le una con el ejército, convertido en jugador profesional. Es en Tombstone donde le volvemos a encontrar, convertido en una leyenda viviente del Oeste –estatus que subraya el personaje del escritor, hilo conductor del relato, que atraviesa medio continente en su busca para inmortalizar sus hazañas—, jugando una partida interminable mientras otras leyendas, éstas reales, se mueven a su alrededor: Wyatt Earp, anunciando ya su duelo en el O. K. Corral, y el último jefe indio, el apache Gerónimo, en una interesante trama argumental que en el primer álbum aún no está del todo claro adónde ha de conducirnos. Giraud construye su relato con calma, pausadamente, introduciendo a un sinfín de personajes, a modo de historia coral como, de hecho, empezó la serie con “Fort Navajo”. El dibujo es bueno, minucioso y esmerado, la obra de un profesional que trabaja a gusto y tomándose todo el tiempo que necesita para llevarla a buen puerto.
Sin embargo, las sucesivas entregas de la historia, prolongada de forma interminable a lo largo de toda una década, van difuminando esa impresión inicial. Gir complica innecesariamente el relato con más personajes, peripecias e hilos argumentales, repletos de incoherencias y sinsentidos, incluyendo un larguísimo y absurdo flashback de la vida de Blueberry que se sitúa justo antes de su traslado a Fort Navajo y que no aporta nada, más bien al contrario, desvirtúa al personaje, igual que la historia principal acaba chirriando con todo el resto de la serie. Gir es un gran narrador gráfico, un soberbio dibujante –aunque en algunos momentos de esta saga es evidente que trabaja con cierta desgana- y no escribe mal, pero es evidente que, por mucho que en el pasado su contribución había enriquecido significativamente los guiones de Charlier, aquí no está ni de lejos —muy pocos habrían estado— a la altura del maestro. El tiempo, al final, ha acabado demostrando que hubiese sido mejor que Blueberry hubiese concluido, definitivamente, con la muerte de su creador.
En la misma época (1969-1970) en que Blueberry llegaba a lo más alto con los ciclos de “La mine de l´allemand perdu” y “Chihuaua Pearl” aparecieron nueve historias cortas del personaje, de dieciséis páginas cada una, a pequeño formato, en las páginas del Super Pocket Pilote. Estas historias están dibujadas con un estilo ágil y espontáneo, poco trabajado, pero muy efectivo. La primera de ellas, “Tonnerre sur la sierra”, ambientada en Fort Navajo, está escrita por Giraud, de forma correcta, pero no tiene especial interés. A partir de la siguiente, “Le secret de Blueberry”, ya con Charlier al frente, la cosa cambia radicalmente.
Es la historia de nuestro héroe la que se cuenta, desde que tenía diecisiete o dieciocho años, y era —entonces nos enteramos— el hijo de un rico hacendado sudista, obligado a huir al Norte y a enrolarse en el ejército de la Unión a causa de un crimen del que es inocente. Luego veremos al joven Blueberry metido de lleno en la Guerra de Secesión, en la que inicialmente se niega a disparar sobre el enemigo —sus ex compatriotas sudistas—, pero presentándose voluntario para toda clase de misiones suicidas al otro lado de las líneas enemigas. Charlier y Giraud están en su momento de mayor efervescencia creativa, y realizan una creación notable. Casi enseguida la serie de aventuras independientes se convierte en una saga de relatos más o menos continuados, mezcla de western y de aventura bélica, en la que se nos presenta la guerra civil de forma muy poco complaciente, muy diferente a la mirada de un John Ford, en el que, sin embargo, Charlier se inspira para alguno de los episodios: Blueberry es capturado por los sudistas y condenado a muerte por espía, y escapa hasta sus líneas, sólo para ser acusado de doble agente y condenado a su vez a ser fusilado... Vemos la suciedad, la crueldad de la guerra, los campos de batalla cubiertos de barro, los campamentos de prisioneros... Finalmente, en el último capítulo —y último número de los Pocket Pilote, invento de poco éxito y corta duración—, cuando Blueberry se encuentra ya tan perdido que no ve cómo salir de la serie de enredos en los que está hundido hasta el cuello —con lo que se adelanta a lo que va a ser la serie principal apenas unos años después—, consigue liberar a su luego amigo el general Dodge de manos de los sudistas y acabar la saga justo a tiempo, con el grado de teniente... y la nariz rota, a causa de un golpe de aquél. Estos episodios serían recopilados posteriormente, ampliando y retocando las páginas originales, en tres álbumes: “La Jeunesse de Blueberry”, “Un yankee nommé Blueberry” y “Cavalier bleu”.
Mucho más tarde, en los años ochenta, Charlier había de reemprender la serie, ya a tamaño grande, con dibujos del neozelandés Colin Wilson, imitando el estilo de Giraud. Con él realizó el ciclo compuesto por “Les démons du Missouri” y “Terreur sur le Kansas”, en el que Blueberry sigue la pista del célebre y sanguinario guerrillero sudista Quantrill, en cuyas filas combatieron los hermanos Frank y Jesse James —que aparecen en el relato como meros comparsas—; la historia se deja leer pero es un tanto farragosa, mecánica y reiterativa, y Wilson, aunque buen dibujante, no sabe insuflar verdadera vida a sus personajes. “Le raid infernal”, último episodio escrito por Charlier, con su misión suicida a cargo de un grupo de convictos condenados a muerte, deja inconclusa la historia empezada, continuada posteriormente por Corteggiani, un guionista correcto pero poco inspirado con el que la serie ha caído en picado inmediatamente, demostrando que vale mucho más un Charlier genuino, aunque no ya en su mejor momento, que cualquier imitador del montón.
La serie mejoró algo con la entrada de Michel Blanc-Dumont, realizador de Jonathan Cartland, en el apartado gráfico, quien ha tenido el acierto de no intentar asimilar el estilo de Giraud, sino trabajar con el suyo propio, dándole a la obra un aire decimonónico muy atractivo, que ha contribuído sin duda a que haya continuado hasta el día de hoy.
Ambientada en la época inmediatamente posterior a “Général Tête Jaune”, este primer intento de Gir de acceder a la labor de guionista, llevado a cabo en 1991, con dibujos —y puesta en escena— del también veterano y experto en westerns William Vance, deja mucho que desear. Por un lado, la idea de crear una tercera serie sobre el personaje intercalándola en un hueco virtualmente inexistente entre sus aventuras —entre “Général Tête Jaune” y “La mine de l´allemand perdu” apenas transcurren unos meses— no tiene mucho sentido. Por el otro, el guión de “Pour ordre de Washington” es absurdo, aburrido y sin apenas interés, y la adaptación que de él hace Vance —dibujante y narrador gráfico más bien limitado que ha hecho cosas mucho mejores, pero siempre con guionistas de talla, como Van Hamme— es extremadamente rutinaria, recargada y falta de agilidad.
Tras un segundo álbum tan insípido como el primero, la serie sólo ha sido reemprendida —y cerrada— en el 2000, con un tercer y último episodio dibujado por Rouge, eficaz discípulo de Giraud que realizó un buen trabajo en el cómic histórico Les héros cavaliers y otro más rutinario con la continuación de Comanche, anteriormente dibujado por Hermann. Siendo un dibujante mucho más adecuado para la empresa que Vance, el resultado no pasa de correcto.
El personaje de Blueberry se ha prolongado en una cuarta dirección, pero no ya en una serie propia, sino interviniendo, a modo de crossover, en otra ajena, Les Gringos, ambientada en la revolución mejicana, donde aparece, ya septuagenario, al lado de Pancho Villa. Aunque la idea era atractiva, el resultado ha sido tan malo que casi sólo nos queda desear que nadie más vuelva a tocar nunca el personaje.
BLUEBERRY Y EL CINE
Es sabida la afición de Charlier a inspirarse en diversas fuentes para la creación de sus historias. Esto es especialmente evidente en una obra como Blueberry, construida un poco en base a datos históricos reales, pero sobre todo a partir del considerable bagaje cinematográfico asimilado por Charlier.
Es evidente para cualquiera con un poco de cultura cinematográfica que el primer episodio, “Fort Navajo”, bebe directamente de Fort Apache, de John Ford, así como, en las primeras páginas, de La diligencia. El resto de la primera saga tiene claras influencias de Flecha rota —con la figura de Cochise y la del hombre blanco que arriesga el pellejo y la cabellera internándose en territorio apache para negociar la paz con él—, pero sobre todo de Una trompeta lejana, de Raoul Walsh. Toda la primera etapa de Blueberry está en esta película, fechada en 1964, precisamente el año del comienzo de publicación de la serie: tenemos al oficial que llega al fuerte en medio del territorio hostil, que se enfrenta con los traficantes sin escrúpulos, las batallas contra los apaches, su misión cruzando el río Grande para negociar con los jefes indios, sus protestas por las promesas incumplidas a éstos... La estética, todo el ambiente recreado por Gir, está basada en la de esta película y las otras mencionadas.
“L´homme a l´étoile d´argent” está construida a partir de Río Bravo, con unas escenas iniciales que nos remiten a Solo ante el peligro.
Pero es en la saga de “Le cheval de fer” donde la inspiración es aún más evidente. Toda la trama inicial está extraída directamente de Union Pacific, de Cecil B. De Mille: tenemos la construcción del ferrocarril, la conspiración de la Central Pacific, que recluta a mercenarios sin escrúpulos para sabotear los trabajos y soliviantar a los indios, tenemos al general Dodge y a un oficial del ejército a sus órdenes —el protagonista de la película, interpretado por Joel Mac Crea— ocupado en mantener el orden a lo largo de la línea, asistido por dos desarrapados ayudantes —Mac Clure y Red Neck estaban, pues, ya inventados en 1939— , está el asalto al tren que trae la paga atrasada de los trabajadores... En una escena, Mac Crea abate a Anthony Quinn, que iba a matarle por la espalda, al divisarle reflejado en el espejo del saloon... secuencia que veremos repetida en “L´homme à l´étoile d´argent”. Por otra parte, Jethro Steelfingers está basado en el pistolero interpretado por Jack Palance en Raíces profundas.
El personaje de Finlay está claramente inspirado en el sudista al que da vida Richard Harris en Mayor Dundee, que visual y argumentalmente, con la aventura mejicana en pos del apache Charriba, nos recuerda a Blueberry por los cuatro costados.
“La mine de l´allemand perdu” parece tener mucho que ver con El oro de McKenna, curiosamente del mismo año, 1969, en que empezó a publicarse, en la que un sinfín de personajes de toda condición, entre ellos el sheriff protagonista, Gregory Peck, se perseguían unos a otros, acosados por los apaches, en busca de un fabuloso filón de oro perdido en las montañas... Algunos detalles del mismo relato, como la serpiente dentro de la bota, o el desenlace del mismo, nos recuerdan a El día de los tramposos, ¡también de 1969! El poblado indio abandonado construido en la hendidura del acantilado está extraído de Juntos hasta la muerte, otra película de Walsh.
Los episodios correspondientes a La juventud de Blueberry tampoco están libres de influencias; ahí tenemos “3.000 Mustangs” y siguientes —publicados a lo largo de los tres álbumes originales de la serie—, donde se ve claramente el argumento de Misión de audaces; por otra parte, “Le raid infernal” está inspirado —y ya nos salimos del western— en Doce del patíbulo.
También es evidente el impacto que el spaghetti-western tuvo en la evolución de Blueberry. Si en sus primeros tiempos se percibía claramente la estética de John Ford, con los años la serie se fue desarrollando, tanto a nivel argumental como ambiental, a imagen y semejanza de las películas de Sergio Leone. De hecho, cuando uno ve ahora una cinta como El bueno, el feo y el malo, le parece que va a aparecer Blueberry de pronto tras cualquier esquina.
Son, en fin, infinidad las películas que, de un modo o de otro, por el argumento, por determinadas secuencias o por sus personajes, las ropas de éstos o los fondos, han inspirado en mayor o menor medida a Charlier y a Giraud a la hora de sacar adelante a Blueberry. Todo el western desfila, en mayor o menor medida, por las páginas de esta serie, desde De Mille a Clint Eastwood, y, sin embargo, esa falta de originalidad, al rehacer y remodelar el material en el que se inspira, lejos de dar origen a una obra rutinaria y convencional, ha acabado conformando una epopeya aventurera personal y única[32].
Con este cómic, Charlier y Giraud intentaron hacer algo nuevo, muy distinto a Blueberry y también a todo lo que el guionista había creado hasta entonces. Tenemos a un petimetre sureño alistado en el ejército de la Unión que acude a su tierra natal, Nueva Orleans, a hacerse cargo de la herencia de su tío y se encuentra que ésta, la plantación de Cyprus Lodge, ha de compartirla con su prima Carolyn. Perseguido por haber ayudado a huir a un esclavo negro, pondrá tierra de por medio y no podrá regresar hasta acabada la Guerra de Secesión, en la que ha tomado parte activa. Ayudará a su prima a levantar la hacienda de las ruinas, enfrentándose con éxito a los villanos que intentan por todos los medios apoderarse de la plantación, sólo para ser desposeído de su parte por la intrigante Carolyn, que, aunque atraída por su primo, quiere la hacienda para ella sola.
La historia, con considerables influencias de Lo que el viento se llevó en el tema y en los personajes —Carolyn es una Scarlett O´Hara aún más aguerrida y falta de escrúpulos, y el villano en la sombra, el redivivo Don Clay, ex prometido de la chica, es, físicamente, Rett Butler, se presenta como un western, pero, aunque cuenta con muchos de sus elementos, no lo es, al desarrollarse en Nueva Orleans, en un ambiente más o menos urbano que nos remite a “Angel Face”.
El personaje tiene muchos puntos en común con Blueberry, y en cierto modo la serie se podría considerar casi como un “what if”: ¿qué habría pasado si Blueberry, en vez de irse a Fort Navajo, hubiese vuelto a casa tras la guerra?
La historia, con el título de “Mississipi River” —el subtítulo “Una aventura de Jim Cuttlass” aparecerá solamente, al editarse en álbum, en la portada del mismo—, es interesante aunque prima la intriga por encima de la acción —no tanto en la apoteósica segunda parte—, pero se resiente de su accidentada elaboración: comenzada hacia 1970, publicada parcialmente en 1976 y luego el primer álbum en 1979, está dibujada, en especial a partir de la página 18, por un Gir-Moebius de estilo muy suelto y limpio, elegante y eficaz. La historia queda en suspenso tras superar los protagonistas el primer gran escollo, y no se volverá a reanudar hasta 1991, con el álbum “L´homme de la Nouvelle Orleans”, en el que Gir completa el guión, inacabado, de Charlier, dibujado por su aventajado discípulo Rossi.
Esta curiosa y prometedora serie de errática trayectoria se prolongaría hasta 1999 totalizando siete álbumes. Pese al esfuerzo de Gir y Rossi, es evidente que ha subsistido todo ese tiempo gracias sobre todo al tirón del poderoso inicio de Charlier, y desgraciadamente nunca podremos saber qué habría dado de sí si las circunstancias que envolvieron su elaboración y publicación hubiesen sido otras, y si su creador hubiese vivido para continuarla.
También aparecida en 1979, ésta fue sin duda la creación más ambiciosa de Charlier en sus últimos tiempos. Dibujada por Víctor de la Fuente en su mejor forma, describe las aventuras de dos yanquis absolutamente contrapuestos, el pistolero fugitivo Pete Flanaghan y el petimetre aviador Chett, este último secuestrado por el primero para escapar de Estados Unidos al Méjico revolucionario de 1912. Los dos hombres, al principio enemigos, luego convertidos en camaradas y amigos por los peligros que han de sortear en común, acaban, tras una acción trepidante hasta la extenuación e infinidad de volteretas argumentales y acrobacias aéreas, participando en la lucha del lado de Pancho Villa, pilotando su avión cargado de cartuchos de dinamita, con lo que inauguran por su cuenta la historia de la guerra aérea. Tras el primer álbum, “Viva la revolucion!”, el relato de aventuras se transforma en una especie de crónica de la revolución mejicana con “Viva Villa!”, en la que intervienen el general Huerta —el malvado de la serie—, Madero y otros muchos personajes reales, hasta el punto de que Pete y Chet pierden buena parte de su protagonismo en favor de Pancho Villa. Éste se convierte en el verdadero héroe de la historia, un héroe valiente y carismático, defensor de los débiles contra los opresores, y al mismo tiempo tan cruel y despiadado como sus mismos enemigos, no vacilando en ejecutar masivamente a cuantos prisioneros caen en sus manos. Hagamos notar, dicho sea de paso, que el trato que reciben aquí los mejicanos por parte de Charlier, al pasar a convertirse en protagonistas del relato en vez de ser simples adversarios de los héroes, es bastante ecuánime, si lo comparamos con los cómics de Blueberry.
Muy bien documentada y vigorosamente dibujada por De la Fuente —éste no será quizás el mejor trabajo de Charlier, pero sí el mejor del dibujante español—, la serie se vio interrumpida abruptamente por la cancelación de Super As, revista en la que, por cierto, uno se pregunta cómo fue publicada, en vista de la crudeza de algunas de sus escenas. Tras los dos primeros álbumes, no sería reemprendida hasta 1992, con la publicación por Alpen de “Viva Adelita!”, episodio en el que otro veterano guionista, Guy Vidal, ex redactor jefe de Pilote después de la marcha de Charlier, acaba el guión iniciado por éste y continúa la serie. Primera página del tercer episodio, titulado "¡Viva Adelita!".
Por desgracia, Vidal demuestra no estar a la altura del encargo, y Les Gringos, pese al esmerado dibujo de De la Fuente, se convierte en una absurda sucesión de carnicerías, peripecias estúpidas y payasadas sin gracia a cargo de Pete y Chett, que, además de perder el avión, han quedado relegados al papel de bufones de la serie.
Tras “Viva Mexico!” ha sido publicado “Viva Nez Cassé!”, álbum que tiene la novedad —un intento desesperado, a mi juicio, de revitalizar una serie moribunda— de incluir nada menos, como su título indica, a un septuagenario Blueberry, al lado de Pancho Villa. Esta iniciativa, con el visto bueno de la familia de Charlier, está más que justificada porque ya su mismo creador, en la seudobiografía publicada en “Ballade pour un cercueil”, explicaba que nuestro héroe favorito llegó a luchar en la revolución al mando de la “legión extranjera americana” de Villa. Sin embargo, Vidal no consigue dar la más mínima credibilidad a la aventura de Blueberry, venido a Méjico en busca de la nieta de Chini —presuntamente, su propia nieta—, como epílogo final de “La tribu fantôme”. Luego, el viejo héroe volverá a casa, y se anuncia el siguiente capítulo, con el prometedor título “Viva Zapata!”, título que ya no engaña a nadie, vista la nula capacidad de Vidal por dar algo de consistencia a una serie que, más que ninguna otra, debió quedar definitivamente cancelada con la muerte de su creador. Así debieron de entenderlo los editores, y la serie concluye con ese sexto álbum, en 1996.
CHARLIER EN ESPAÑA
En 1966, justo antes del desembarco masivo del cómic franco-belga en España, la editorial Molino publicó una serie de álbumes en rústica a la que llamó Colección Piloto, sin duda como referencia a Pilote, en la que publicó Jerry Spring y las primeras aventuras del luego celebérrimo Astérix y los dos primeros episodios de Michel Tanguy.
Sin embargo, fue Bruguera la que se llevó el gato al agua, adquiriendo los derechos sobre el ya ingente fondo editorial de Dargaud, lanzando sus series de más peso en el mercado español a partir de 1968. En vez de crear una especie de versión española de Pilote, repartió el material entre tres revistas diferentes en su formato estándar tradicional, lo que no beneficiaba demasiado a cómics concebidos para su publicación a un tamaño mucho mayor; además, esa dispersión y la aparición de las historias en entregas de cuatro páginas semanales, en vez de las dos o una habituales en su revista de origen, provocaron el rápido agotamiento de la totalidad del material en unos pocos años. Barbe-Rouge, aquí publicado como El Demonio del Caribe —en Francia también era conocido inicialmente como Le Démon des Caraïbes—, se publicó en Din Dan; Astérix, en DDT, y Michel Tanguy, Blueberry y Aquiles Talón, en Bravo. Esta última, al contrario que las otras, ya veteranas, aunque remozadas, era una nueva revista con la particularidad de dedicar casi todo su contenido a los cómics de aventuras; las series francesas eran las estrellas de la misma, se les dedicaba las páginas en color, al igual que sus hermanas de las otras publicaciones, dedicándose el resto del tebeo a material propio. Blueberry fue publicado a partir de “Fort Navajo”, y Michel Tanguy prosiguió sus aventuras a partir de donde la había dejado Molino; los dos primeros episodios de cada serie aparecieron con la habitual rotulación mecánica típica de la casa, pero con su entonces impactante color original, para deleite y asombro de aquellos que entonces nos acercábamos a la adolescencia, y de los que, al menos unos cuantos, subyugados por aquellas historias como nunca habíamos visto, modificaríamos para siempre nuestra forma de entender el cómic; los restantes episodios aparecerían ya con los colores planos propios de Bruguera. Por desgracia, el invento no acabó de cuajar, y la revista cerró en menos de un año; DDT y Din Dan, más tradicionales, continuaron su andadura sin problemas. "Michel Tanguy" reproducido con sus colores originales en el número 1 de Bravo (Bruguera, 1968)
En 1969 nació Gran Pulgarcito, intento por parte de Bruguera de crear una revista de mayor enjundia, a tamaño mayor y más próximo al de Pilote, en la que, además de los remozados Mortadelo y Filemón y Astérix e Iznogud, se prosiguieron las sagas de Blueberry y Tanguy allí donde habían sido interrumpidas, a partir de “La ruta de los navajos” y “Cota Cero”, respectivamente, sólo que a razón de dos páginas semanales, más acordes con el modelo. Tanguy dejaría la revista al acabar su episodio, y Blueberry pasaría a tener cuatro páginas a partir de “El hombre de la estrella de plata” (“L´homme à l´étoile d´argent”). El nuevo invento, sin embargo, tampoco duró mucho, y aún menos el desesperado y estúpido intento de convertir el semanario, en sus últimos números, en “la revista de Félix, el amigo de los animales”; tal despropósito no hizo quizá sino acelerar su final, por lo que hubo que aumentar precipitadamente el número de páginas de Astérix y de El general Cabellos Rubios para poder cerrar Gran Pulgarcito en el número 80.
A la tercera va la vencida, y Bruguera edita en 1970 Mortadelo, mucho más próxima, tamaño incluido, al estándar de sus publicaciones, y esta vez la apuesta sale bien y la nueva revista, gracias a Mortadelo y Filemón y El Corsario de Hierro, sale adelante. Blueberry ocupa sólo dos páginas, y además en bicolor, precisamente cuando la serie entra en su etapa más interesante, con “La mina del alemán perdido”; la misma tónica se mantendrá hasta “Ballade por un cercueil”, traducida aquí como “Por un par de botas”, y sólo “Le hors-la-loi”, convertida en “El fugitivo”, llegó a publicarse en un horrible color Bruguera; agotado el material original, “Angel Face” no llegaría a editarse hasta bastantes años más tarde, y por parte de otra editorial.
Entretanto, El Demonio del Caribe, tras cuatro años de publicación casi ininterrumpida en Din Dan, no exentos de problemas con la censura, la oficial o quizá la de los editores[33], había agotado todo el material disponible, interrumpiéndose con el episodio “La cautiva de los moros”. Michel Tanguy cubrirá entonces su hueco, a partir de donde lo habíamos dejado, es decir, de “Piratas del cielo”, el último episodio de Uderzo, para continuar con los de Jijé y, además, con los que Molino había editado anteriormente.
Con la publicación aislada, en DDT, de “El navío del infierno”, el postrer episodio de El Demonio del Caribe, hacia 1974, no sólo acabó la aparición de la serie en nuestro país, dejando la saga inacabada y a nosotros los lectores sin conocer el final por siempre jamás[34], sino que concluyó la época de Charlier en Bruguera, probablemente la más importante, cuanto que le dio a conocer en nuestro país y que supuso la publicación casi completa de tres de sus series más emblemáticas.
El siguiente paso habría de darlo, en 1977, Ediciones Junior-Grijalbo, que, tras hacerse con los derechos de Astérix y Lucky Luke, comenzaría a reeditar en álbumes todos los episodios de Blueberry, empezando por “La mina del alemán perdido”, con su color original y rotulación a mano. Por primera vez esta obra era publicada de una forma digna, si bien, sobre todo al principio, la reproducción de algunas páginas dejaba mucho que desear, había fallos como errores de ortografía y olvidos de signos de admiración, y la traducción de Andreu Martín, aunque efectiva, a veces hacía añorar la antigua de Bruguera, en mi opinión más vigorosa, seguramente realizada por Jaume Perich o Víctor Mora. Otro fallo importante, no corregido hasta el día de hoy, fue publicar los ciclos en desorden, fallo agravado al numerar los álbumes por su orden de aparición, en vez del cronológico, como la misma Grijalbo sí ha hecho más tarde con otras series; así, tras el ciclo de “La mina del alemán perdido” apareció el de “El caballo de hierro”, luego el de “Chihuahua Pearl” y el de “El fuera de la ley”, para continuar con “Fort Navajo”... El desbarajuste ha continuado hasta nuestros días, al utilizar la misma numeración para los álbumes que han ido apareciendo de La juventud de Blueberry, de Marshall Blueberry y de la serie regular, obligando a los lectores que se incorporan a la serie a echar mano de una guía de lectura para enterarse de algo. En su descargo, hay que decir que, desde hace ya bastantes años, la edición de Grijalbo, y ahora la de Norma, que le ha sucedido en la tarea, es impecable, sin nada que envidiar al original francés, salvo la inimitable y bellísima rotulación de Giraud, una de las señas de identidad, aquí imposible de apreciar, de esta serie mítica. Las ediciones de Blueberry por parte de Grijalbo y Norma hacen justicia a la serie original.
Una observación personal: en cierto modo echo de menos la traducción de Bruguera, en la que los personajes no soltaban exclamaciones en inglés, como “Damned!” o “Blast it!” y tantas otras que me siguen sonando extrañas en un texto en español, por mucho que los traductores actuales no hagan sino respetar el texto francés, dejando en inglés lo que allí está en inglés. Pero es que nosotros siempre hemos oído a los héroes del Oeste en perfecto español, y además, para nosotros, un sheriff será siempre un sheriff, y no, como dice Charlier y se empeñan en traducirnos, un “marshall”.
Para acabar con Blueberry, haré constar que la revista Sargento Kirk publicó en los ochenta algunos episodios seriados, empresa de escaso interés toda vez que ya estaban publicados, entonces muy recientemente, en álbum. Otras historias han aparecido por entregas en diversas publicaciones, como el suplemento de El País, inmediatamente antes o al mismo tiempo que se publicaban en álbum.
Por lo que se refiere a los demás personajes de Charlier, ha habido numerosos intentos de sacarlos adelante, siempre en álbum, pero ninguno ha tenido continuidad:
— En los setenta, Susaeta publicó cuatro episodios de Buck Danny, correspondientes a su mejor época, los años sesenta, en rústica y con rotulación mecánica pero elegante. Los episodios fueron “X-15”, “Alerta en Cabo Kennedy”, “Tigres Volantes al rescate” y “Tigres Volantes contra piratas” (lamentable e inexplicablemente, quedó inédita en España la primera parte de la trilogía, “Le retour des Tigres Volants”). Buck Danny según la edición de Susaeta.
— En 1979, Novaro España publicó algunos álbumes en rústica del fondo de Dupuis, entre ellos dos números de La Patrulla de los Castores: “20 millones bajo la tierra” y “El Demonio”, que componen una de las más modernas, y mejores, historias del grupo. La edición era sencilla pero impecable.
— En 1980, Nueva Frontera, editora del material procedente de Les Humanoïdes Associés, publicaba el álbum de Jim Cutlass—“Missisipi River”.
— En el mismo año, Junior publica Los Gringos en tapa dura, en una edición exacta a la original. No podemos saber si la serie habría seguido de no haberse interrumpido en su país de origen.
— Entre 1988 y 1990, Junior prueba suerte con Buck Danny, publicando de forma impecable, en tapa dura, los cuatro álbumes más modernos de la serie, los primeros dibujados por Francis Bergése y últimos de Charlier, con el acierto de numerarlos como la edición francesa, del 41 al 44. Por desgracia, las expectativas creadas entonces de una posible continuación con los episodios anteriores no se llegaron a cumplir, y esta interesante serie sigue casi totalmente inédita en España.
— En 1994-1995 no es Grijalbo-Dargaud, sino, paradójicamente, su competidora, Ediciones Glénat, la que, por iniciativa de Joan Navarro, veterano fan de Barbarroja, emprende la publicación en tapa dura de las aventuras del célebre pirata desde su primer episodio, en una edición enormemente cuidada que supera incluso a la original. Pero, como si una maldición gitana hubiese caído sobre las criaturas de papel de Charlier, tampoco esta obra logra pasar más allá de su segundo álbum. La edición de Barbarroja de Ponent Mon.
Han tenido que pasar casi dos décadas más para que, por fin, aparte de Blueberry, que sigue siendo editado y reeditado por Norma —tanto la serie regular como La Jeunesse—, otros personajes de Charlier vuelvan a ser publicados en España. La editora Ponent Mon, desde hace aproximadamente un año, está publicando, a partir de las ediciones francesas, los integrales de Buck Danny —tres tomos hasta ahora—, Barbarroja —dos tomos de momento— y, ahora, además, Los Gringos, esta última serie recopilada íntegramente en un único tomo. Todas ellas en unas ediciones muy cuidadas que, por fin, ponen en manos del lector de habla española —para muchos por vez primera— algunas de las más célebres series de este gran fabulador y narrador de historias, acompañadas además de numerosos textos informativos —habituales hoy día en los integrales franceses— que sitúan al lector y enriquecen y complementan un material ya de por sí muy bueno. Sólo un punto en contra, quizás un poco personal: el color de Barbarroja no es el original con el que fue publicado originalmente, sino uno nuevo realizado expresamente para la nueva edición francesa, que en algunos casos mejora el original, pero en otros —muchos, lamentablemente— resulta muy grisáceo y apagado o, a la inversa, muy chillón y estridente. Siento decirlo pero, a tenor de lo visto, el que suscribe se queda con la anterior edición integral francesa, la de los años noventa.
EL ESTILO DE CHARLIER
Charlier es fundamental no sólo por la calidad y extensión de su obra —de por sí más que suficiente como para colocarle entre los más grandes—, a la que hay que añadir su nada desdeñable labor como editor, sino por la influencia y la repercusión que ha tenido entre autores y lectores, que cambiaron para siempre el mundo del cómic francés y europeo.
A mi modo de ver, la figura y la obra de Charlier se sitúan cronológica y estilísticamente entre dos épocas y dos modos completamente distintos de entender los cómics, que, al menos en parte, siguen coexistiendo hoy en día; me refiero al tebeo tradicional dirigido al público infantil-juvenil y al intelectualizado cómic para adultos de la actualidad. Charlier arrancó del primero, es evidente, y no debemos olvidar que la mayor parte de su obra iba destinada a los jóvenes, aunque acabara siendo leída por muchos adultos. Para entendernos mejor, podríamos situar en el primer estadio de esta evolución, pues de evolución se trata, a nuestro Víctor Mora en sus buenos tiempos, en el segundo a Charlier y en el tercero o último, por ejemplo, a François Bourgeon.
Charlier avanzó desde el tebeo infantil-juvenil al estadio siguiente a causa de dos influencias fundamentales. De un lado, la tradición belga del trabajo minucioso y bien hecho, encarnada en Hergé y sus sucesores, quienes se esforzaron en cuidar al máximo primero los dibujos y luego también los argumentos, documentándose a fondo y tratando de reflejar en sus obras el mundo real tal y como era, creando historias realistas, plausibles; en todo momento mostraron un ejemplar respeto a su público, compuesto de niños y adolescentes, no de tontos, como muchos editores y autores se empeñaban en creer. Del otro, los cómics norteamericanos, especialmente Milton Caniff, que desde hacía muchos años eran leídos por los adultos que compraban los periódicos, y habían evolucionado a la vez que lo había hecho el cine de Hollywood. Charlier bebió de ambas fuentes e hizo también del realismo una cuestión de principios: sus historias son tanto más apasionantes cuanto que son, con todas sus licencias, básicamente plausibles, verosímiles: uno puede creerse las hazañas de Eric Lerouge, porque es un mundo real el que le rodea, y emplea medios reales para llevarlas a cabo; sin embargo, sonríe al ver actuar al Corsario de Hierro, porque no sólo el mundo en el que se mueve es de bambalina, sin apenas relación con la realidad histórica que teóricamente le envuelve, sino que sus actos y sus recursos tampoco tienen mucho que ver con el mundo real[35].
Charlier llevó su respeto hacia el lector hasta el punto de convertirse en piloto profesional con tal de poder describir fidedignamente el mundo de la aviación en Buck Danny, como ya hemos visto; pocos profesionales del cómic conozco capaces de llegar tan lejos. Se preocupó de documentarse cuidadosamente en cada obra que emprendía, a veces de forma abrumadora, para dar la máxima sensación de realismo, de hacer creíble lo que estaba contando.
El momento decisivo fue la creación de Pilote, donde echó toda la carne en el asador. Se ha dicho de esta revista que demostró que los cómics no se dividían en infantiles y adultos, sino en buenos y malos, y es una verdad como una casa. El rigor de Charlier, además de su inmenso talento como fabulador y narrador, similar al de su colega Goscinny en el terreno del humor, atrajeron a una multitud de lectores de edad cada vez más alta, que posibilitó la paulatina transformación de una revista teóricamente juvenil en otra rigurosamente para adultos —independientemente de que la evolución final de la publicación fuera acertada o no, que ya es otro tema—. Blueberry, más que ninguno de sus cómics, evolucionó al calor de ese contexto favorable, llevando los planteamientos de trabajo de Charlier más allá y alcanzando el estadio siguiente. Es evidente que esta serie, durante los años setenta, los mejores de su trayectoria, los de su madurez, no puede calificarse en modo alguno de cómic para jóvenes. Sí, éstos podían leerlo, es cierto —como podían ver una película “para todos los públicos—, pero, al igual que ocurría con Astérix, sólo los adultos podían disfrutarlo plenamente[36].
Yo entiendo que sin esta evolución de la que Charlier fue principal impulsor, y sin la experiencia de Pilote, el cómic adulto, tal como hoy lo conocemos, no existiría. Limitándonos al campo francófono, sólo el fenómeno Charlier y el fenómeno Pilote explican la posterior aparición de revistas como Charlie, Circus y (À Suivre), por citar los títulos más significativos.
Y, por encima de todo, Charlier fue un excepcional narrador, desde mi punta de vista el más importante de todo el cómic europeo a lo largo de su historia.
Al contrario que Goscinny, que preconstruía sus historias antes de escribir una sola línea con la minuciosidad y la precisión de un mecanismo de relojería, Charlier partía de una idea más o menos esbozada, y empezaba a escribir siguiendo un levísimo hilo argumental, página a página y a medida que la historia iba siendo dibujada y luego publicada. Sus historias son apasionantes, entre otras cosas, porque casi nunca sabe el lector qué va a ocurrir a continuación; y esto es así porque él mismo tampoco lo sabía. Retrato de Alexandre Coutelis.
Esto último es notorio en muchas de sus historias, donde, de pronto, en las últimas páginas, un giro inesperado pone la guinda final que ata todos los cabos y cierra la historia. A veces esos giros quedan un poco forzados, pero el genio de Charlier consigue hacer verosímil lo que en manos de otros sería considerado un puro disparate. Ocurre en este aspecto un poco como en las películas de Hitchcock: una vez analizas muchas de las situaciones, te das cuenta de que tal o cual cosa es increíble, pero la cuestión es que te han contado la historia con tal virtuosismo que, mientras tú la disfrutabas, te la has creído.
Esta forma de trabajar, sin embargo, tenía sus inconvenientes. Charlier, ya lo he explicado antes, tenía muy mala memoria, y tendía a olvidarse de lo que ya había contado, dejando a veces hilos de la historia sin resolver, olvidando a personajes secundarios o confundiendo el verdadero papel de éstos en la historia[37]; equivocándose de nombre o, como ya se ha visto antes, repitiendo argumentos ya desarrollados en la misma serie. Esta clase de fallos, dicho sea de paso, fueron mucho más frecuentes en la última etapa de su carrera. Por otra parte, es verdad que muchos de sus personajes y situaciones se asemejan unos a otros: en cuanto a personajes, ya hemos visto la similitud Buck Danny-Michel Tanguy y, sobre todo, Sonny Tuckson-Ernest Laverdure, por mencionar los más evidentes, pero también las encontramos, en menor medida, entre Blueberry y sus amigos y los otros héroes de Charlier; Las repeticiones de temas y situaciones, por no hablar de argumentos completos, se suceden sin cesar a lo largo de toda su obra, especialmente en las dos series de pilotos, pero también en cómics tan aparentemente dispares como Los Castores y Blueberry[38].
Y sin embargo, las historias de Charlier son apasionantes. A su conocimiento del tema del que está hablando, es decir, a la documentación, une la habilidad de sacarle partido para dar vida y hacer verosímiles cara al lector el ambiente y los personajes que describe, es decir, la ambientación —no olvidemos que se trata de dos aspectos complementarios pero diferentes, aunque necesarios para llevar la historia a buen puerto—, empleando el lenguaje más apropiado en cada caso y recurriendo a explicaciones al pie de página cuando lo considera necesario. Sabe imprimir al relato el tono exacto para agarrar al lector, dosificando la presentación e interacción de los personajes, la sucesión de acontecimientos, el drama, el humor y el suspense. Sin duda, su especial forma de trabajar, aun con todos sus inconvenientes, dio a sus relatos la frescura y agilidad con las que apasionó a tantos lectores.
Su trabajo dio mejores resultados cuanto mayor era la calidad de los dibujantes y mejor supo compenetrarse con éstos. Estaba Hubinon, que se limitaba a seguir a rajatabla sus instrucciones, sin rechistar; recibía los guiones, los dibujaba al pie de la letra, y listo; sin duda, de haber tenido en sus últimos tiempos una relación más estrecha, Barbarroja no habría quedado interrumpida como quedó. Estaba Uderzo, que se desesperaba por la forma anárquica en la que Charlier le pasaba los guiones, a veces dictándoselos por teléfono. Estaba, sobre todo, Giraud, que continuamente le aportaba opiniones y sugerencias, hasta el punto de convertirse en parte fundamental del proceso creativo de la serie, haciendo su colaboración mucho más estrecha y fructífera, y sin lo cual Blueberry no habría desarrollado su particular idiosincrasia ni sería lo que es.
Esto último me lleva, ya para acabar, a tratar de zanjar un tema espinoso como es el de la adscripción política de Jean-Michel Charlier, que sería, a mi juicio, una cuestión secundaria de no ser por la confusión que hay al respecto. El lector que se ha regocijado con el carácter contestatario, pacifista y quizás antimilitarista de Blueberry se muestra desconcertado al descubrir Buck Danny, serie en la que se ensalzan valores absolutamente contrapuestos. Es cierto, ambas series y, sobre todo, ambos personajes, son, en muchos aspectos, antitéticos, si bien se parecen en lo que se refiere al valor, la inteligencia, la habilidad para concebir toda clase de argucias y estrategias, y, también, cada cual a su manera, en su carácter de individuos honestos e íntegros. Se trata de héroes creados en épocas distintas, en publicaciones distintas, situados en ambientes y tiempos distintos, dibujados por artistas de talante distinto y evolucionados de forma diferente. Por otra parte, no saquemos las cosas de quicio: la mayoría de los militares que aparecen en Blueberry —sin olvidarnos de peces gordos como Dodge y el mismo Grant— son personajes decentes, aunque abominen del héroe. En todo caso, es más fácil mostrarse crítico con el pasado más o menos distante que con la actualidad; hace cien años —Blueberry—, o trescientos —Barbarroja—, la gente consideraba normales y razonables cosas que hoy día nos resultan aberrantes, atroces e inconcebibles, como dentro de cien años, sin duda, nuestros descendientes nos considerarán unos bárbaros por consentir lo que hoy día consentimos tranquilamente. Añadamos, en el caso de Blueberry, la decisiva influencia de Giraud, una generación más joven que Charlier, y que obviamente no podía pensar de igual manera[39], y tenemos al fin un cómic y un héroe muy parecidos y a la vez muy diferentes a todos los demás del mismo autor. A este respecto no debemos olvidarnos de Los Gringos: en este cómic, Pancho Villa, aun presentado como un bruto tan sanguinario como sus enemigos —como al parecer fue realmente—, es, sin embargo, a pesar de todo, el héroe auténtico de la serie, el defensor del oprimido pueblo mejicano contra el tirano Huerta. Charlier dibujado por Giraud.
La cuestión, en realidad, es que Charlier, como casi todas las personas, no era ni blanco ni negro, sino un personaje complejo con muchos matices, producto de su tiempo. Más bien conservador, proamericano hasta lo vergonzante por un lado, además de valedor de la política exterior de su país de adopción, Francia, como por otra parte lo eran casi todos sus coetáneos, podía, sin embargo, mostrarse poco complaciente con el pasado y, a veces, con algunas de las lacras del mundo actual en el que nos ha tocado vivir.
Los que llevamos treinta o más años leyendo cómics somos en general personas formadas, poco manipulables, capaces de leer y juzgar una obra con espíritu crítico y a la vez abierto, con capacidad de analizarla, pero, al mismo tiempo, disfrutando de ella. Si no lo hiciéramos así, serían muchas las cosas que nos perderíamos, y eso sería una lástima.
Para terminar, no quisiera dejar de recomendar encarecidamente, a quienes no la conozcan, la lectura de la obra de Jean-Michel Charlier. Espero, por otra parte, que las recientes ediciones españolas de algunos de sus personajes no sean flor de un día y que, poco a poco, al menos sus obras más emblemáticas vayan siendo publicadas en español. personajes. Todos lo agradeceríamos.
ANEXO: EL CÓMIC SEGÚN CHARLIER
(Fragmentos de la famosa entrevista realizada por Henri Filippini en 1978, y publicada en Les Cahiers de la Bande Dessinée)
«Es verdad que para todas las historias que he escrito parto siempre, sin excepción, de cosas reales. Prácticamente nunca hago sinopsis, y con frecuencia cambio de idea a mitad del relato. Soy absolutamente incapaz de escribir una historia del tirón, y nunca sé cuándo o cómo va a terminar. Trabajo día a día, y eso me juega malas pasadas. Cambio a veces los nombres de los personajes a medio camino: Blueberry, por ejemplo, se llamaba Steve al principio de la historia, y luego le llamé Mike porque no me acordaba de que le había llamado Steve.
Me olvido de las cosas con el tiempo. Calculo que, con los trabajos hechos para la televisión, he debido de escribir entre trescientas cincuenta y cuatrocientas historias. Algunas son de hace más de treinta años, y tengo muy mala memoria. Sería incapaz de citar por orden los títulos de mis álbumes. A veces me digo: “Vaya, ésta es una idea interesante”, y después descubro horrorizado, generalmente demasiado tarde, que ya la había utilizado.
Nunca he sido capaz de releer uno solo de mis cómics; es algo superior a mis fuerzas. Ni siquiera Blueberry. Hay muchos otros autores a los que les ocurre lo mismo.
A menudo veo las cosas de forma diferente que mis dibujantes. Soy muy visual. Cuando concibo una escena la veo y la describo de una manera determinada. Frecuentemente garabateo un boceto, y a veces incluso realizo un dibujo donde todo está en su sitio. Y mi dibujante hace exactamente lo contrario. Generalmente, por otra parte, tiene razón. Pero eso no evita que me quede sorprendido por el resultado. He discutido a veces con Jean Giraud por la forma de presentar una escena. Los únicos dibujantes que me han decepcionado, pero que no citaré, son aquellos a los que les digo: “Dibújame la batalla de Waterloo”, y la despachan dibujando una rueda de cañón rota con mucho humo por detrás. Lo que no hay que confundir con los dibujantes a los que no les gusta dibujar ciertas cosas. A Jean Giraud no le gustan los aparatos, a excepción de en las historietas de ciencia ficción; detesta, por ejemplo, dibujar coches. Los hace muy bien, pero no le gusta dibujarlos. Y, al contrario, hay dibujantes a los que les encanta dibujar según qué cosas. A Jijé le encantan los caballos, y como no le vigile, realiza tres páginas en lugar de una; y como eso le retrasa tres páginas con respecto al guión, condensa lo que sigue porque le interesa menos... Hay a veces problemas de este tipo con los dibujantes, pero no es en absoluto frustrante, sino todo lo contrario.
Foto de Charlier realizada por Jean Léturgie y utilizada en la edición original de esta entrevista. En los cómics de aventuras no hay apenas más que dos clases de heroínas: la chica débil, estilo reposo del guerrero, y la mujer fuerte. Hay pocas heroínas verdaderamente femeninas en el sentido más noble del término. La única clase de heroína que se corresponde un poco con la realidad es la de las mujeres que aparecen en las historias de Jean Graton, que son amaneradas, sosas y sin interés. Dudo que los lectores puedan emocionarse con diálogos del estilo de “¿Qué quieres de cenar esta noche?” o “¿Ha hecho ya pipí el niño?”. Dicho esto, es verdad, conozco pocos cómics donde los héroes sean también hombres vulgares y corrientes. A todo esto hay que añadir que pocos dibujantes saben de verdad dibujar mujeres. Hubinon, por ejemplo, no sabe. Las heroínas de Giraud están muy conseguidas, pero se trata siempre de personajes femeninos llenos de temperamento y a veces al borde de la caricatura.
¿Quién se cree hoy en día la existencia de un gran reportero? Le ocurre como a las historias de policías y detectives. No hay nadie que se crea hoy en día un personaje de detective privado, salvo si se desarrolla en el pasado. ¿Por qué empeñarse en repetir los mismos temas, los mismos arquetipos, cuando sería mejor y mucho más fácil crear otros nuevos? Pienso que se pueden crear cincuenta nuevos tipos de héroes. Héroes diferentes de todos los que ya existen, incluso partiendo de temas muy clásicos, como la Prohibición o la gran época del FBI. Se pueden crear series que tengan el aliciente de la novedad, a condición de escoger héroes diferentes de los héroes estereotipados.
Si escogí escribir guiones de aventuras realistas es porque me gusta, porque se corresponde profundamente con mi temperamento. Es por la misma razón por lo que he sido piloto y por lo que los viajes y los grandes reportajes continúan apasionándome y me apasionarán sin duda hasta el fin de mis días. Y si no realizo historias de humor es porque, aunque me gustan, no me siento con la suficiente agilidad mental y el sentido de la comicidad necesario para ir más allá del nivel de la “tarta de crema”.
Al crear Blueberry tuve la oportunidad de enriquecerlo con mi propia experiencia del Oeste americano y de la realidad. Los Gringos es innovador, también. Es un western lleno de personajes reales como Pancho Villa, que todo el mundo cree conocer pero que está muy por encima de como aparece en las películas americanas . Cualquier otro habría podido hacer lo mismo que yo, pues existe suficiente documentación a disposición de los autores.
Con Hubinon y Tacq me limito a enviarles el guión, y ellos lo respetan con una fidelidad ejemplar. Con Jijé la cosa es diferente; discutimos porque él decide realizar un dibujo grande en vez de uno pequeño, o porque a la quinta página se ha dado cuenta de que la acción ocurría de día cuando él la ha situado de noche; discutimos, y lo modificamos un poco. Con Giraud discuto mucho más, me llama por teléfono para decirme que él habría hecho las cosas de otra manera. Es con él con quien realizo más cambios, pero sigue siendo muy fiel al guión original. A menudo crea un personaje secundario y me sugiere que podría ser algo más que un mero figurante. Es así como han ido cobrando importancia una serie de personajes, como por ejemplo Mac Clure».
[1] Esas primeras páginas son tan malas, tanto a nivel de dibujo como, sobre todo, de guión, que, vistas fuera de contexto, cuesta trabajo comprender cómo la serie llegó a convertirse en la obra que hoy conocemos.
[2] A la vista de las enormes limitaciones que en aquella época tenía Hubinon como dibujante, la impresión que uno saca es que Charlier le tenía que hacer los barcos y los aviones, sencillamente, porque el pobre Hubinon ¡no sabía dibujarlos! Impresión reafirmada tras contemplar algunos de los dibujos de Charlier realizados en esos años, y contrastarlos con los realizados por Hubinon al mismo tiempo en Buck Danny. Paradójicamente, este autor habría de convertirse en uno de los mejores dibujantes de barcos y aviones de la historia de los cómics.
[3] Conviene añadir que cada uno de estos episodios alcanzaba la friolera de 60 páginas, y habían sido publicados en Spirou a razón de una o dos páginas por semana.
[4] Hay diferentes versiones sobre este suceso. En diversas entrevistas, Charlier afirma que fueron despedidos los tres, mientras que Goscinny y Uderzo dicen que fue Goscinny el único despedido y que Uderzo, por solidaridad, se fue con él. Otras fuentes señalan que Charlier se fue por la misma razón, también por solidaridad hacia Goscinny.
[5] En la misma entrevista a la que me he referido, realizada en 1978 por Henri Filippini, Charlier aduce que el error grave de Goscinny había consistido en realizar, o dejar realizar, aquella revolución en las páginas de Pilote, en vez de crear una nueva cabecera donde dar cabida a todas aquellas tendencias de vanguardia. Visto el resultado, el que suscribe no puede por menos que darle la razón.
[6] El tema del asesinato de Kennedy nos hace pensar, obviamente, en “Angel Face”, como Pancho Villa en Les Gringos —realizada muy poco después— o los Tigres Volantes en los álbumes sobre el mismo tema de Buck Danny. En Le fou du desert, por otra parte, se presentaba a una serie de personajes diversos a la búsqueda de un filón de esmeraldas en el Sáhara, que es fácil relacionar con “La mina del alemán perdido” y otras muchas historias de Charlier.
[7] Como el pobre Charlier solía apostillar al pie de viñeta de muchos de sus cómics, debo añadir: Auténtico. Esta delirante circunstancia la descubrí personalmente en un viaje que hice a París en 1980. En una página teníamos “Le longue marche”, de Blueberry; en la de al lado, Autos Locos (Wacky Races). Quedé literalmente estupefacto. Un articulista francés reseñó, algún tiempo más tarde, que Super As se había ido al garete por haber reunido “lo mejor y lo peor”. No pudo expresarlo mejor.
[8] Sorprende, incluso desde una perspectiva histórica, la frivolidad con que se da cuenta de uno de los sucesos más terribles y vergonzosos del siglo XX: entra Sonny Tuckson eufórico en la sala de pilotos y explica “Los nuestros han arrojado varias bombas atómicas a la cara de los japoneses; a la tercera, Hiro-Hito quedó K. O.”.
[9] Este mismo recurso se repite, como tantos otros aspectos de la serie, en Michel Tanguy, pero también, aunque en menor medida, en Barbe-Rouge, casi siempre para hacer más comprensibles las maniobras y operaciones navales, e incluso en Blueberry, a la hora de explicar las a veces complicadas estratagemas del teniente.
[10] Esta escena recuerda, y mucho, a otra muy parecida de la película ¿Teléfono rojo? Volamos hacia Moscú, de Kubrick, estrenada sólo unos años antes. La película es de 1964, y el episodio citado se publicó por entregas a lo largo de 1967. La diferencia principal estriba en que la intención del personaje de la película —por cierto, un piloto tejano, como Sonny Tuckson— era exactamente la contraria.
[11] A este personaje le ocurre un poco como a Red Neck, en Blueberry. Al lado de éste y de Mac Clure (en cierto modo equivalentes a Danny y Sonny), Red resulta un poco desdibujado, quedando poco más que como pareja de Mac Clure.
[12] Al igual que el coronel Olrik en Blake y Mortimer, o, salvando las distancias, los Dalton en Lucky Luke.
[13] Francia tenía, desde 1949, un equivalente al Comic Code norteamericano, una ley impulsada por el Partido Comunista Francés que regulaba las publicaciones dirigidas al público juvenil, terriblemente restrictiva: nada de sexo (no se podían dibujar pechos, las mujeres tenían que tener el tórax liso como el de los varones, e incluso había dibujantes encargados de borrar los atributos de los tebeos americanos, contra los que parecía ir dirigida la dichosa ley), nada de política, y los personajes tenían que dividirse claramente en positivos y negativos; nada de medias tintas ni ambigüedades. Es obvio que Buck Danny, si lo comparamos con otros héroes del mismo autor, es un personaje muy condicionado por el tiempo en que fue creado.
[14] Esta larga pugna con la censura llega a extremos delirantes: en “Patrouille a l´aube”, Buck Danny se enfrenta con un pulpo, y a Charlier se le obliga a medir la longitud de los tentáculos que se podían mostrar. Sin comentarios.
[15] Es llamativo cómo incluso gobiernos de derecha se han mostrado tan timoratos en muchas ocasiones cuando tal o cual autor de tal o cual medio ha atacado a los regímenes comunistas. Durante la guerra, George Orwell tuvo problemas con Animal Farm porque las autoridades británicas no querían ofender a sus aliados soviéticos; en la posguerra, y mucho después, las autoridades francesas parecían temer la reacción airada del partido comunista, entonces muy influyente, y de los intelectuales de izquierda, que a menudo han mostrado una intolerancia digna de los tiempos inquisitoriales contra todo aquel que no piense como ellos. Para mi gusto, la obra de Charlier tiene puntos irritantes, pero mucho más irritante me parece que no haya podido expresarse como le viniera en gana.
[16] En “La vallée de la mort verte”, fiel reflejo de su época (1972), el enemigo tiene nombre y apellidos: la Mafia norteamericana. En este caso concreto no hay necesidad de recurrir a subterfugio alguno.
[17] Tal vez por esa razón, ya que cada historia tenía un número de páginas diferente —“Le secret des templiers” alcanzó nada menos que 73 páginas—, la serie no llegó a ser reeditada en álbum. Otras series de más éxito que sí fueron publicadas en álbum, como Barbe-Rouge, sufrieron, a causa de la limitación de 46 páginas para encajar en los estándares editoriales, la eliminación de varias planchas que luego no han vuelto a ser reeditadas hasta la última década.
[18] Uderzo se buscó sustitutos para realizar el álbum anterior, “Les pirates du ciel”. Las dos primeras páginas fueron dibujadas por su hermano Marcel, pero la cosa no cuajó. La página quinta fue realizada nada menos que por Giraud —que intentó imitar su estilo—, quien no quiso continuar; ofreció a Uderzo ayudarle como entintador, pero a éste no le convenía, porque cada uno de ellos vivía y trabajaba a un extremo de París.
[19] Me he guiado aquí por los títulos originales de los episodios, ya que los mismos fueron alterados en su edición en álbum, cambiándose unos por otros de forma caótica, y transformándose las dos primeras aventuras, de 62 páginas cada una, en dos álbumes de 46, quedando las 31 restantes sin publicar hasta muchos años más tarde, en el álbum “Le jeune capitaine”, que se complementaba con las historias cortas “L´or du San Cristobal” y “Le Cobra”, los dos únicos relatos que se realizaron para los Pocket Pilote. Por desgracia, este desbarajuste se repitió en España cuando se publicó la serie en la revista Din-Dan en 1968-1969, ya que se partió del material publicado en álbum.
[20] La segunda parte de “La fin du Faucon Noir” es tan llamativa en este aspecto que, simplemente, ni siquiera fue publicado en España, saltando Din-Dan directamente al álbum siguiente. En la primera parte no se pronuncia la palabra “español” ni de broma, y en el resto de la serie, nuestros compatriotas fueron traducidos como “caribianos”, inventándose así una nueva nacionalidad.
[21] Da un poco como la impresión, observando los guiones de aquella época, de que Charlier intentaba conseguir el “más difícil todavía” en sus relatos, a costa de la verosimilitud, uno de los aspectos que más había cuidado hasta entonces. Algo parecido ocurre en Tanguy a propósito de “Les vampires attaquent la nuit”, y en cierto modo se repite en Blueberry con el complot de “Angel Face”: en todos los casos intenta ir más allá de los límites en que se movía cada serie.
[22] Paape primero y después Jijé sustituyeron provisionalmente a Hubinon —al parecer por estar éste enfermo— en buena parte de “Le pirate sans visage”. Jijé realizó de esa forma las páginas con más acción y movimiento de toda la serie.
[23] Más a mi favor: Jijé había participado en la historia original (véase la nota anterior). Quizás él tampoco tenía muy buena memoria...
[24] Personalmente, nunca me ha agradado que en un relato de aventuras el héroe liquide a un adversario de una puñalada trapera en la espalda. En Barbarroja, hasta ese momento, Eric, como buen chico que es, siempre había recurrido al clásico garrotazo; aquí, por el contrario, son varias las decenas de soldados enemigos que mueren así a manos de los héroes, muchos de ellos de una sola tacada. Posiblemente Charlier, libre de las ataduras que le suponía la publicación seriada en revistas juveniles, que le obligaban, por la misma época, a soluciones un tanto ridículas en Blueberry, se pasó de realista y también de sanguinario. El final de la aventura es, en cualquier caso, apoteósico: los supervivientes de la expedición española son exterminados por los indios, y sus cabezas clavadas en estacas.
[25] Quien sí ha sido capaz, en buena medida, de lograrlo, es el mencionado dibujante Patrice Pellerin. Tras el fallecimiento de Charlier, concibió y realizó su propio cómic de piratas, con enormes y evidentes influencias de Barbe-Rouge: L´Epervier (conocida en España como El Gavilán). Esta serie, que lleva ya seis álbumes, cuenta las rocambolescas aventuras de un corsario bretón, Yann de Kermeur, peripecias que, sin un momento de respiro, le llevan, entre fugas, persecuciones y combates, de la Bretaña francesa a la Guyana y de vuelta a Francia. Todo ello con una ambientación sobresaliente y un virtuosismo asombroso en la construcción y recreación de los grandes veleros del siglo XVIII, que superan incluso su anterior y soberbio trabajo en Barbe-Rouge y el de otros célebres autores que han tratado temas parecidos, como el de François Bourgeon en Les passagers du Vent. Sin ser Charlier, hasta el día de hoy, Pellerin es el autor que más y mejor ha logrado emularle, consiguiendo a la vez una obra propia y muy personal.
[26] Para ser exactos, las páginas 28 a 36 de la primera y 17 a 38 de la segunda, además de la portada de “Fort Navajo”, firmada por él. Se ha dicho también que realizó alguna página para este primer álbum, pero es un extremo que no he podido confirmar, pues el estilo de ambos es tan parecido en esa época que es difícil de precisar; en cualquier caso, las páginas 20 y siguientes recuerdan muchísimo al estilo de Jijé.
[27] La primera página de este álbum, consistente en una única viñeta en la que aparece Allister en primer término seguido de todo el regimiento, a través del paisaje nevado, es uno de los dibujos más hermosos, espectaculares e impactantes de toda la serie. Desgraciadamente, esta espléndida plancha, que conocimos en España en 1970, en su publicación seriada en Gran Pulgarcito fue suprimida en el álbum, tanto en su edición francesa como en la posterior española, al exceder el relato de las 46 páginas reglamentarias. Confiando en que la nueva edición integral que actualmente está publicando Dargaud subsane, cuando reedite este episodio, esta anomalía, entretanto y hasta el día de hoy la maravillosa página sigue siendo imperdonablemente inédita para las últimas generaciones de lectores.
[28] La versión francesa de este álbum es doblemente importante por incluir, en sus primeras páginas, una detallada biografía de Blueberry, escrita por Charlier, que se extendía hasta su muerte, ya muy anciano, en el siglo XX, con tal verismo que algunos lectores llegaron a creerse que su héroe favorito era, después de todo, un personaje real. Las bien escogidas ilustraciones —entre ellas un retrato “auténtico” de Blueberry— contribuyeron muy mucho a conseguir ese resultado.
[29] Esta historia me recuerda bastante a la sangrienta odisea mejicana de Barbarroja, ya mencionada en el apartado anterior. Charlier no sólo se repite, sino que Méjico parece ser su escenario favorito a la hora de montar escabechinas.
[30] Es curioso cómo en ciclos casi sucesivos buena parte de la trama consiste en alcanzar la frontera para ponerse a salvo de los perseguidores al otro lado, sólo que en cada caso se trata del lado contrario. Años más tarde conoceremos, paradójicamente en otra serie, Les Gringos, el desenlace último, y trágico, de esta aventura.
[31] Me viene aquí a la memoria una vieja serie, también francesa, publicada en la mítica Vaillant, escrita por Jean Ollivier: Davy Crocket. En ella, el célebre personaje, lejos de enfrentarse a los indios, tomaba partido por éstos en su lucha contra los invasores blancos, no dudando —se nota que es un cómic francés, y además de una publicación afín al PCF, y no americano— en matar, incluso a sangre fría, a soldados USA.
[32] También otros cómics de Charlier están inspirados en el cine. Existe una película americana de serie B de los años cincuenta, absolutamente infumable, con el título de El pirata de los siete mares, y el protagonista es un pirata del Caribe que se llama Barbarroja, interpretado por John Payne. No aguanté más allá de media hora viéndola, de forma que no sé si tiene aún más puntos en común con el cómic de Charlier.
Por lo que se refiere a Blueberry, imposible omitir aquí que fue finalmente llevado al cine hace ya unos años. Por desgracia, el resultado, Blueberry: L´experiénce secrète, no sólo no tiene apenas nada que ver con la serie, con el personaje ni con el espíritu de Charlier, sino que además es una de las películas más infames —por malas— que recuerdo haber visto jamás.
Mejor suerte tuvo, ya que estamos en ello, Tanguy et Laverdure, cuya serie de televisión, Les chevaliers du ciel, tuvo una especie de adaptación a la pantalla grande en 2005. La película, con el mismo título —aquí traducido como Héroes del cielo—, siendo bastante mediocre y aunque los protagonistas, por cierto, no eran nuestros héroes, sino otros dos pilotos con otros nombres, la trama y el espíritu al menos recordaban los del cómic original.
[33] Ver la nota correspondiente del capítulo dedicado a Barbarroja.
[34] Algunos más lanzados que el resto —yo sólo conozco a Rafa Marín y yo— terminamos, con el paso de los años, pidiendo a Francia los álbumes originales de Barbarroja, con sus maravillosos y auténticos colores, disfrutando como pocas veces de un cómic, y conociendo, por fin, cuando la serie fue reemprendida, cómo acababa la historia.
[35] Un recurso frecuente de los personajes de Víctor Mora es suplantar al malo de turno echándose una capucha o poniéndose una barba postiza, cosas que no veremos nunca en los relatos de Charlier.
[36] Yo mismo dejé la lectura de la serie a la altura de “Chihuahua Pearl”, no sólo por la escasa calidad de su edición en aquel entonces, sino porque no era capaz de apreciarlo en su totalidad. Tardaría varios años en retomarlo y en darme cuenta de lo que me había perdido.
[37] Es imposible, por ejemplo, que Barbarroja recuerde al canalla que le ha jugado una mala pasada en el capítulo anterior, cuando el lector sí lo conoce, pero él no, pues no han coincidido en la acción; en otro episodio, Eric reprocha a su amiga Concha por haberle traicionado, cuando en realidad ella le ha estado ayudando bajo cuerda y además él lo sabe (quizás es que el pobre chico es tan desmemoriado como Charlier, pero el caso es que la chica no le saca de su error).
[38] Ahí tenemos, por poner un ejemplo comprobable por el público español, que el archifamoso argumento de “La mina del alemán perdido” tiene muchos puntos en común con el de “20 millones bajo la tierra” y “El Demonio”, que giran en torno a una fortuna oculta en una sima inaccesible, guardada por un loco ermitaño armado con una escopeta, al que se toma por un espectro, y con una pandilla de indeseables acosándose unos a otros para hacerse con el tesoro.
[39] Gir recibió la propuesta de continuar Michel Tanguy en sustitución de Uderzo, como ya hemos visto, pero la rechazó, tras dibujar una página, posiblemente no sólo por la temática, sino por su talante ideológico, con el que sin duda no se habría encontrado del todo a gusto.