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HUMOR GRÁFICO Y CÓMIC ANTE LA GUERRA: ENTRE LA PROPAGANDA Y LA CONTESTACIÓN

Humor gráfico y cómic ante la guerra: entre la propaganda y la contestación.  
Texto de Natalia Meléndez Malavé, becaria de investigación de la Facultad de Ciencias de la Comunicación de la Universidad de Málaga. 

Presentado como ponencia en el congreso Comunicación y guerra en la Historia, organizado por la Asociación de Historiadores de la Comunicación y celebrado en la Facultad de Ciencias Sociales y de la Comunicación de Vigo en abril de 2003 (las actas se hallan en prensa cuando publicamos esta página).

 [ Cubierta de un recopilatorio de Beetle Bailey personaje creado por Mort Walker para satirizar la cotidianidad del ejército © 2004 King Features Syndicate


Parte primera

Parte segunda

Galería


Introducción

El humor gráfico1 y el cómic2 han sido objetos de preocupación académica desde hace años. Sin embargo, también es cierto que pocas veces se ha acometido su estudio desde la perspectiva del Periodismo -el ámbito que les dio origen y que todavía hoy constituye uno de sus soportes principales-. Ello es así porque confluyen en ambas modalidades elementos que los aproximan a otras disciplinas (Semiótica, Lingüística, Psicología, Sociología, Historia del Arte). En el presente trabajo abordamos un recorrido por el uso de este material en tiempos de guerra, en el que nos ceñimos, salvo alguna excepción reseñable, al distribuido en publicaciones periodísticas.

La combinación de imagen y texto -por lo general, sencillo y breve- de estos mensajes hizo posible desde muy pronto su empleo como instrumento de influencia política y de configuración de la opinión pública, obviamente con diferente incidencia según el momento histórico y las posibilidades técnicas. Los creadores no han permanecido en modo alguno ajenos a lo que ocurría en su entorno: ya sea reflejándolo en el contenido de obras de entretenimiento, o bien dando su visión comprometida desde caricaturas, viñetas o tiras “de opinión” (lo que podríamos llamar comentarios gráficos). Lógicamente, desde el poder se aprovecharon también las posibilidades propagandísticas de la sátira gráfica y, más tarde, de la historieta3. Esta función se hizo aún más patente en circunstancias bélicas pero sólo en algunos casos muy concretos se ha estudiado detenidamente la relación entre un conflicto determinado y el género que nos ocupa.

Nos detendremos a continuación en algunos ejemplos que nos demostrarán de qué manera el uso del humor gráfico y de la historieta como propaganda de guerra fue in crescendo desde algunos antecedentes notables -aunque excepcionales-, y ciertos conflictos anteriores a la Segunda Guerra Mundial hasta dicha contienda, que señalamos como el momento culminante de la utilización propagandista de la historieta, dada la intensidad con la que se dio este fenómeno, en muchos casos perfectamente orquestado desde instancias militares y gubernamentales. A partir de entonces, comienza un declive de este uso por diversas razones: la reducción de la preeminencia de medios impresos como instrumentos propagandísticos (en favor de la radio, el cine o la televisión) y la proliferación de contenidos y publicaciones claramente antibelicistas, muy intensas desde las movilizaciones pacifistas de los sesenta y setenta.

Antecedentes

No nos arriesgamos al afirmar que toda manifestación bélica ha generado caricaturas, chistes y relatos gráficos desde que existe la posibilidad de producción y difusión de estos mensajes. Es más, antes incluso de emplear la imagen como apoyo, el uso del humor como expresión de la agresividad ha sido una constante en la historia. Los pensadores griegos, y en especial Aristóteles, sentaron las bases de las teorías sobre el papel de la risa en el ataque a las debilidades del otro y revelaron el placer que proporciona reírse del enemigo para humillarlo. También en la Edad Media, los árabes utilizaban en los combates unos versos satíricos o hidja como instrumento ofensivo. El poeta marchaba a la batalla junto a los guerreros pronunciando estos versos que se burlaban del enemigo y a su vuelta era recibido con los mismos honores que el resto de sus compañeros4.

Incluso es posible que el origen de la risa asociada a la victoria sobre el enemigo provenga del combate físico del hombre primitivo. Al terminar la lucha el vencedor reía para liberar la tensión del enfrentamiento mientras que el perdedor permanecía deformado por las heridas y humillado por la derrota. Más tarde, la simple visión de la deformación causaba la risa y con ésta un sentimiento de superioridad en el que miraba y de ridículo en el objeto de la burla. Así es como habría nacido el sentido del ridículo, por el temor a ser considerados como perdedores5.

Resulta asimismo curioso comprobar cómo muchos de los remotos antecedentes con los que determinados autores intentan prestigiar el origen de la historieta -aunque no lo necesite- guardan relación con la guerra6: la Columna de Trajano, el Arco de Constantino o el tapiz de Bayeux, por ejemplo, representan batallas narradas en imágenes.

Acercándonos ya a un método de propaganda a través de la imagen difundida en prensa y con una intencionalidad muy clara, podemos referirnos al célebre grabado de Benjamin Franklin, publicado en la Pensilvanya Gazette en mayo de 1754, que representaba a una culebra dividida en ocho partes, cada una con las iniciales de una de las colonias y acompañada de la sentencia “Join or die” (Unión o muerte), en referencia a la necesidad de organizar las colonias norteamericanas contra indios y franceses.

En cualquier caso, ninguno de estos antecedentes se corresponde exactamente con el humor gráfico propagandístico. Son más bien aportaciones que contribuyeron al desarrollo del género, pequeños pasos que, junto a muchos otros factores -que serían tema para un nuevo texto sobre el desarrollo general de la sátira gráfica- hicieron el camino hasta llegar a la eclosión que comenzó a mediados del siglo XVIII y que llegó a su apogeo en el XIX.

El fenómeno se hace especialmente intenso en Inglaterra, donde tiene lugar la fusión de complicados grabados políticos7 con la caricatura popular italiana proveniente de los turistas británicos, a lo que se añade el nacimiento de una oposición oficial al gobierno.

Pronto se hará popular uno de los maestros indiscutibles y más influyentes de la sátira, el pintor y grabador William Hogarth, cuya obra, de estilo muy puntilloso y detallista, se caracteriza por una feroz crítica a las costumbres sociales y la corrupción moral de su época. A finales del XVIII, dos discípulos de Hogarth se convertirán en los caricaturistas más importantes del momento: el ilustrador James Gillray -abiertamente político y despiadado en la caracterización de los personajes públicos de su tiempo, especialmente de la familia real- y el grabador Thomas Rowlandson, que, con un estilo menos cuidado y más suelto que Hogarth, ridiculiza el comportamiento de la aristocracia y critica la Revolución Francesa. Asimismo, cabe mencionar a otro padre de la caricatura, el también grabador George Cruikshank, que extendió sus sátiras a todas las clases e instituciones de la vida inglesa y se ensañó especialmente con la figura de Napoleón. Aunque, por supuesto, también se reflejó en la gráfica satírica la postura contraria: “la caricatura revolucionaria, generalmente a través de litografías de coste relativamente poco elevado, dio lugar a un floreciente comercio. Se representaban figuras grotescas del Antiguo Régimen tanto de la nobleza como del clero, retratos de aristócratas y también del rey y de la familia real. Una vez que la Francia revolucionaria se vio asediada, las caricaturas de los extranjeros en general y de los soldados en particular, también proliferaron"8.

Es obvio que la Revolución francesa y el imperio napoleónico impulsaron enormemente el desarrollo de la caricatura en una auténtica guerra de imágenes, “en la que se produjeron más de 6.000 grabados, ampliando de ese modo la esfera pública y extendiendo el debate político a la población analfabeta. A partir de 1789 ya no tiene nada de anacrónico hablar de propaganda"9.

Aunque dibujantes del XVIII como los ya mencionados Gillray o Rowlandson publicaban también en periódicos mensuales como el Westminster Magazine o el Oxford Magazine, llegado el siglo XIX la contribución de la prensa -con el desarrollo clave de las publicaciones de carácter humorístico- será fundamental para la difusión de la propaganda de guerra satírica. Para ilustrar conflictos como la Guerra de Crimea  o la Guerra Civil Americana se utilizaron técnicas muy cercanas a la propaganda aprovechando las posibilidades de la caricatura: ridiculización del enemigo (especialmente mediante la cosificación y la animalización a la hora de representar a los líderes) y, por supuesto, la simplificación del mensaje a través de símbolos que la caricatura hizo enormemente populares y que permanecen en nuestros días (por ejemplo, los dibujos que simbolizan naciones: el oso ruso, el gallo francés, el águila norteamericana, Tío Sam, John Bull, etcétera).

Por último, en esta relación de antecedentes hemos de hacer referencia a dos ejemplos relacionados con el caso español. En primer lugar, la serie Los desastres de la guerra (1810-1814) de Francisco de Goya, obra que algunos han entroncado con la caricatura por lo grotesco y distorsionado del mensaje y del dibujo. En segundo lugar, hay que dejar constancia de la enorme producción que dejó la guerra que cierra el siglo XIX. La Guerra de Cuba de 1898, que supuso la pérdida de las últimas colonias españolas en ultramar, cobró un amplio protagonismo en las caricaturas de periódicos de España, Estados Unidos, Cuba, Puerto Rico, México, Venezuela o Argentina10.

Primeras experiencias a principios del siglo XX

El siglo XX va a alumbrar un desarrollo sin precedentes de la propaganda, por lo que el empleo del humor gráfico y la historieta como uno de los métodos para ponerla en práctica a través de la prensa se hace más evidente que nunca. Ayudados por el avance de la tecnología, los gobiernos participan claramente en la creación de medios y de contenidos propagandísticos en tiempos de guerra.

Cabe destacar previamente, que el modelo de cómic norteamericano se había convertido en la referencia mundial desde la popularización de las páginas de tiras a color en los suplementos dominicales de periódicos de información general. Los grandes magnates de la prensa del momento apostarán fuertemente por este formato como reclamo comercial en su batalla por acaparar lectores y es en este contexto donde se suele situar el nacimiento del cómic -otra afirmación polémica que habría de debatirse con más amplitud, mas no es este el lugar para ello-. A principios de siglo, nacen las primeras tiras “autoconclusivas” de periodicidad diaria y quedan para las páginas del domingo las historietas en forma de serial en las que se desarrollaba el argumento semana a semana.

Mientras tanto, el modelo europeo, fiel a su tradición, seguirá en muchos casos caracterizándose por la edición de publicaciones especializadas de contenido satírico. Así, al llegar la Primera Guerra Mundial se extiende en todos los frentes la práctica de difundir entre las tropas publicaciones de índole humorística e informativa. Pese a que algunos intentos fueron únicos u ocasionales, otros gozaron de cierta permanencia, como La Trincea o San Marco, pertenecientes al frente italiano11.

Durante la Guerra Civil, en España se toma ejemplo de esta experiencia y la Delegación Nacional de Prensa y Propaganda publica La Trinchera en 1937. Poco después, esta revista destinada a los combatientes del bando nacional se convertiría en La Ametralladora bajo la dirección de Miguel Mihura, constituyendo el germen de la celebérrima La Codorniz. Asimismo, en la Guerra Civil se ensayó también el uso propagandístico de revistas de tebeos para el público infantil y juvenil. Tal es el caso de Flechas y Pelayos, que se publicó entre 1938 y 1949. La revista surge de la fusión de dos publicaciones, Flecha (falangista) y Pelayos (carlista), ambas nacidas durante la contienda12En cualquier caso, las posibilidades de introducción del mensaje fascista entre la juventud a través del tebeo se habían experimentado ya en la Italia de Mussolini con el suplemento El Corriere dei Piccoli distribuido con el Corriere de la Sera.

Un uso especial del humor gráfico durante la Guerra Civil Española, además de como propaganda interna, fue el que se le dio en el extranjero a través de caricaturas en las que se representaba algún aspecto de la lucha en España con dos funciones principales: por un lado, en países donde existía la censura, se aprovechaba el conflicto internacional para realizar una crítica oculta a la política nacional. Por otro, se fomentó un uso propagandístico a favor de ciertos gobiernos autoritarios que intentaron mostrar al pueblo las consecuencias desastrosas de una guerra fraticida de la que culpaban al bando republicano13.

Segunda Guerra Mundial: el binomio cómic / propaganda llega a su máximo apogeo

El punto culminante de todo el proceso que hemos ido siguiendo lo constituye sin duda la Segunda Guerra Mundial, conflicto en el que va a darse un desarrollo sin precedentes de la propaganda a través de la historieta. Esto es así, tanto por la gran cantidad de iniciativas que los gobiernos, especialmente el de Estados Unidos, llevaron a cabo en este sentido -y de las que sólo nos detendremos en los ejemplos más reseñables- como por la difusión que estos mensajes alcanzaron, no sólo en Norteamérica sino en todo el mundo, facilitada además por la aparición de las poderosas agencias de distribución.

Aproximadamente hacia los años 30, los gags de las tiras cómicas y el estilo caricaturesco, que tan buen resultado habían dado hasta entonces, comienzan a verse sustituidos en el favor del público por las historias “realistas” en serie centradas en el género de la aventura. Al estallar la Segunda Guerra Mundial, las características de estos cómics -siempre protagonizados por un personaje heroico- las hicieron ideales para trasladar un mensaje patriótico y para deformar la imagen del enemigo, por lo que un gran número de personajes ve trastocadas sus aventuras al comenzar la contienda14.

Así encontramos, por ejemplo, a un aluvión de pilotos que se alistan en las Fuerzas Aéreas como Buz Sawyer, Johnny Hazard, Scorchy Smith o Barney Baxter in the Air. El primero de ellos, creado en 1943 por Roy Crane para King Features Syndicate es un piloto destinado en un portaaviones, que luchará en el Pacífico junto a su compañero Rosco Sweeny, personaje que da el toque cómico a la serie. La Marina colaboró estrechamente con Crane, que les acompañó por todo el mundo para poder documentarse y dotar a su obra del mayor realismo posible a la hora de reflejar tanto los exóticos parajes que visitó Buzz como los cruceros, portaaviones, submarinos y bombarderos que aparecen en la serie. Al acabar la guerra, el personaje secundario Rosco Sweeny desarrolla su propia historia, en la que se nos presentan las dificultades que, como veterano de guerra, sufre al reincorporarse a la vida civil.

El caso de Barney Baxter in the Air de Frank Miller (1935) también resulta significativo, pues causó una gran conmoción al adelantarse a la entrada de Estados Unidos en combate alistándose, junto a su partner cómico, Gopher Gus, en la RAF.

Otros títulos y personajes que no tenían en principio relación con ninguna temática bélica comienzan a incorporarla por distintos motivos: Joe Palooka de Ham Fisher (1930) es un boxeador que acaba ingresando en el Ejército y trasladando sus peripecias a la guerra desde 1941, año en que su autor acuerda con el departamento de Guerra promover la intervención de Estados Unidos desde la serie. El paso contrario lo da Private Breger, (1941) tira cómica semiautobiográfica de Dave Breger que ingresó en filas al tiempo que su personaje. Pasó del Saturday Evening Post a la agencia King Features Syndicate que lo distribuyó masivamente entre 1942 y 1945. Apareció también bajo el nombre de G.I. Joe en dos publicaciones militares: el semanario Yank y el diario Stars and Stripes. Tras el fin de la guerra siguió publicándose como Mr. Breger.

El impacto de la guerra en los cómics fue evidente, y es de sobra conocido que incluso en clásicos como Tarzán y El Príncipe Valiente hay alusiones más o menos veladas a la lucha contra los nazis.

¿Cuál fue en cambio la postura de estos últimos? Curiosamente, la Alemania nazi, que tan amplio uso hizo de la maquinaria propagandista, apenas aprovechó las posibilidades de la historieta, género que, al parecer, Hitler despreciaba. Incluso Goebbles escribe furioso tras una “victoria” de Superman sobre los alemanes: “Dieser Ubermensch ist ein Jude” (ese Superman es un judío15). En cualquier caso, el humor es también un mecanismo de defensa y una válvula de escape en situaciones tensas (sobre todo el humor negro, tan ligado como la guerra a la muerte, la miseria y la desesperación) y hace acto de presencia en los momentos más críticos tal y como refleja un chiste alemán de 1944: “mejor que disfrutemos de la guerra, porque la paz será terrible"16.

Pero, volviendo al uso del cómic con fines propagandísticos en Estados Unidos, no podemos olvidarnos de un dibujante y guionista que ejemplifica perfectamente la evolución progresiva que, desde la Segunda Guerra Mundial hasta los siguientes enfrentamientos en los que se implicó el país, supuso la temática bélica para el mundo de la historieta. Esta figura fundamental fue Milton Caniff, autor de tres títulos estrechamente relacionados por unas razones u otras al mundo militar. El primero de ellos, creado en 1934 para el Chicago Tribune / N.Y. News Syndicate, es Terry and the Pirates. La historia da un giro en 1937 cuando pasa de contar la aventuras de Terry y su amigo Pat en busca de un tesoro en China a narrar la invasión japonesa del país, prácticamente de manera simultánea al transcurso de los hechos. Terry ya toma parte en contra de los japoneses, a los que sutilmente se les van atribuyendo los rasgos más negativos, incluso antes del ataque a Pearl Harbor, momento en el que el protagonista ingresa en una escuela de aviadores. La actividad de Terry y sus compañeros de aventuras en el frente llegaba a unos 30 millones de norteamericanos a través de periódicos de todo el país, así como al extranjero. Variar la acción casi al mismo tiempo en que se sucedían los avatares de la contienda en la realidad fue todo un ejercicio de maestría por parte del autor.

En 1942 Caniff lanza una versión especial de Terry and the Pirates para las publicaciones del frente, pero ante la queja de su syndicate, se ve obligado a crear una nueva tira que se llamará Male Call. Se trata de la clásica tira pícara, con pin-ups, dirigida exclusivamente a las tropas17. El Camp Newspaper Service, una especie de agencia de distribución en el ámbito castrense, fue el encargado de publicarla junto a otras historietas como Sad Sack, Hubert, The Wolf o Up front. Aunque Male Call nunca fue publicada en los diarios civiles gozó de una gran difusión, se calcula que el Camp Newspaper Service la distribuyó por todo el mundo en más de tres mil revistas y boletines de las Fuerzas Armadas.

Pese a su estrecha colaboración con el Pentágono, Caniff nunca se dejó llevar por el ciego sentimiento patriota que otros compañeros reflejaban y así se deja ver en su producción un cierto desencanto con los resultados del paso por una guerra y la vuelta al mundo civil de los veteranos. Así queda patente en la última etapa de las dos obras ya mencionadas y en Steve Canyon (1947) protagonizada, cómo no, por un ex piloto de guerra (cuyos datos, curiosamente, se encuentran en las fichas de las Fuerzas Aéreas norteamericanas como si se tratase de una persona real).

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  NOTAS

1 Consideramos que la caricatura queda también comprendida en el concepto humor gráfico. Para este último nos resulta igualmente valida la expresión sátira gráfica.

2 Empleamos el término cómic sobre todo en el sentido original, como tira de humor publicada en medios periodísticos (comic strip). Del mismo modo nos referimos al término historieta. Hablaremos de álbum de cómics cuando se trate de material publicado por editoriales, es decir, no distribuido en periódicos o revistas, ya sean generalistas o especializadas en cómic o sátira.

3 Afirma Umberto Eco que la historieta como producto industrial, ordenado desde arriba, funciona según la mecánica de la persuasión oculta, “presuponiendo en el receptor una postura de evasión que estimula de inmediato las veleidades paternalistas de los organizadores. Y, los autores, en su mayoría, se adaptan: así los cómics, en su mayoría, reflejan la implícita pedagogía de un sistema y funcionan como refuerzo de los mitos y valores vigentes”. ECO, Umberto, Apocalípticos e integrados. Lumen, Barcelona, 1985, 8ª, p. 299. Como sabemos, en la historieta norteamericana distribuida por los syndicates o agencias de cómics a los periódicos de todo el país y al extranjero la figura del autor original acaba teniendo muy poco que decir en el momento en que se deja la creación a un equipo de dibujantes y guionistas, como requiere la propia naturaleza de producto industrial del género.

4 Cfr. ZIV, A. y DIEM, J.M., El sentido del humor. Deusto, Bilbao, 1993, pp. 17-18.

5 Cfr. ZIV, A. y DIEM, J.M., op.cit., p. 19. Para una síntesis de las diferentes posturas a través de los pensadores que se han ocupado del humor y la risa, véase: PINTO LOBO, M. Rosa, La influencia del humor en el proceso de la comunicación. Universidad Complutense, Madrid, 1992. A favor de la risa como indicativo de la superioridad se sitúan el mencionado Aristóteles, Bergson, Hobbes o Baudelaire, entre otros.

6 Entre estos dudosos antepasados podría encerrarse una larga lista de candidatos que van desde las pinturas rupestres hasta la medieval Biblia de los pobres, pasando por los jeroglíficos y papiros egipcios o los graffiti romanos. Suelen incluirse también elementos no estrictamente pictóricos como estatuas, gárgolas, columnas, frisos, relieves o vitrales de construcciones religiosas que presenten de algún modo un relato en imágenes. Sin embargo, coincidimos plenamente con la opinión que ofrece al respecto Román Gubern que, en su caso, haciendo referencia a los inicios periodísticos del cómic, apuesta por ahorrar el esfuerzo vano de tan pormenorizada y poco demostrable enumeración al advertirnos que no cumplen las características de difusión masiva dentro de una sociedad de consumo y no guardan relación con el fenómeno periodístico tal y como lo concebimos, lógicamente inexistente en la época a la que pertenecen los ejemplos que suelen manejarse: “uno de los caracteres específicos de los cómics reside en su naturaleza de medio de expresión masiva que nace y se vehicula gracias al periodismo, durante la era de plenitud del capitalismo industrial, lo que significa que toda analogía con aquellas formas de expresión artesanales o semiartesanales es cualitativamente errónea y se basa en un juego de abstracciones formales, carentes de base sociológica y aun estética. Pues la diferencia entre los cómics y sus supuestos antecedentes históricos no afecta sólo a sus diversos niveles cuantitativos de difusión, sino también a decisivos factores formales derivados de los condicionamientos del espacio disponible y de su consiguiente administración estética, así como a otros imperativos técnicos e industriales propios de su naturaleza periodística”. GUBERN, R., El lenguaje de los cómics. Península, Barcelona, 1979, 3ª, pp. 13-14.

7 Curiosamente, inspirados en una tradición entroncada con la temática bélica, como los grabados que reproducían las Guerras de Religión en Francia (1562-1589) o la sublevación de los Países Bajos (1568-1609). BURKE, Peter, Visto y no visto. El uso de la imagen como documento histórico. Editorial Crítica, Barcelona, 2001.

8 PIZARROSO QUINTERO, Alejandro, Historia de la propaganda: notas para un estudio de la propaganda política y de guerra, Eudema, Madrid, 1993, 2ª, p.109.

9 Cfr. BURKE, Peter, op. cit. p. 99.

10 Con motivo del centenario del conflicto, este material fue objeto de una exposición organizada por el Centro Extremeño de Estudios y Cooperación con Iberoamérica (CEXECI) que recorrió la mayoría de los países mencionados y algunos más entre 1998 y 1999.

11 Cfr. PIZARROSO QUINTERO, Alejandro, op. cit. p.246.

12 Recientemente se editó una colección que compila los 50 primeros números de Flechas y Pelayos en seis tomos. Flechas y Pelayos, Agualarga, Madrid, 2000.

13 A ambas funciones corresponden, por ejemplo, las caricaturas referentes a la Guerra Civil Española que se publicaron en Brasil durante el Estado Novo como demuestra el interesante trabajo de TUCCI CARNEIRO, María Luiza, “La Guerra Civil Española a través de las revistas ilustradas brasileñas: imágenes y simbolismos”, en: EIAL (Estudios Interdisciplinarios de América Latina y el Caribe), nº 2, julio-diciembre 1991. (http://www.tau.ac.il/eial/II_2/carneiro.htm).

14 Para una visión amplia de los títulos y autores de cómic mencionados, véase: COMA, Javier, Diccionario de los cómics, La edad de oro, Plaza y Janés, Barcelona, 1991; COMA, Javier, Del gato Félix al gato Fritz. Historia de los cómics, Gustavo Gili, Barcelona, 1979; y MASOTTA, Óscar, La historieta en el mundo moderno, Paidós, Barcelona, 1982.

15 MASOTTA, Óscar, op.cit., Paidós, Barcelona, 1982, p. 91.

16 IGLESIAS RODRÍGUEZ, Gema, La propaganda en las guerras del siglo XX, Arco libros, Madrid, 1997, p. 37.

17 Un título parecido, e incluso algo más atrevido, ya que perdía la ropa a medida que la tira avanzaba, se publicó en Inglaterra con un gran éxito entre los soldados británicos. Su nombre era Jane, de Norman Pett (1932), y fue una pin-up enormemente popular durante la guerra. Cfr. COMA, Javier, Del gato Félix al gato Fritz. Historia de los cómics, Gustavo Gili, Barcelona, 1979, p. 226. [ ver imagen ]


[ © 2004 Natalia M. Malavé, cedido para Tebeosfera 040306 ]   |  [ Los textos publicados en esta sección no sufren retoque por parte del editor, el cual no está necesariamente de acuerdo con lo expresado por su autor ]