Declive de la acción propagandística y reacción contestataria y
antibelicista
La
propia obra de Caniff, es, como decimos, ejemplo del cambio de mentalidad
que se vive llegados ya los años de la guerra fría. Se atenúa el tono
propagandista y se humaniza a unos personajes curtidos por las penurias de
una guerra. Ello no es óbice para que Steve Canyon viva sus
aventuras en escenarios como China, Latinoamérica, Taiwán o Vietnam,
siempre muy ligado, como hemos visto, a las Fuerzas Aéreas. Con Steve
Canyon, Caniff se ve obligado a compensar la postura imperialista que
había caracterizado su obra con un cierto sentimiento antibelicista.
Otras
tiras no fueron tan audaces a la hora de sortear esa dualidad. La tira
cómica Beetle Bailey de Mort Walter (1950) ha sido objeto de quejas
por parte del ejército norteamericano por su sátira de la vida castrense,
pese a que el autor siempre negó el antimilitarismo de su creación. La
acción se desarrolla en Camp Swampy, un campamento repleto de soldados
ineptos, donde el personaje que le da título ingresa con motivo de la
Guerra de Corea. Allí permanecerán los personajes, incluso en tiempo de
paz, olvidados por un Ejército que no les aprecia ni en la ficción ni en
la realidad, a pesar de ser esta una de las tiras norteamericanas
que
mayor difusión ha alcanzado, con el permiso de Blondie y Peanuts.
Poco a
poco, con el despertar de la cultura underground fueron
multiplicándose las aportaciones auténticamente contrarias a cualquier
enfrentamiento bélico. Tal es el caso de Harvey Kurtzman y sus trabajos
para E.C. Comics, la misma casa de la famosa Mad. Creaciones como
Two Fisted Tales o Frontline Combat denunciaron la
inutilidad de la intervención armada en conflictos como el de Corea. Se
hace hincapié en la ridiculización de elementos que habían sido clave en
la etapa anterior como el heroísmo y el patriotismo de los personajes.
Por su
parte, las, ya escasas, tiras propagandísticas tuvieron que hacer un
pequeño cambio en su leit motiv y transformar al enemigo de acuerdo
con el clima de la guerra fría: de nazis y japoneses a comunistas. La
propia Guerra de Vietnam genera muy poco material en las tiras diarias de
los periódicos, siendo el único caso digno de mención Tales of the
Green Berets de Joe Kubert, que sólo se publicó entre 1965 y 1967. Del
lado contrario, el cómic underground y el humor gráfico intelectual
de prensa cargarán sus tintas contra el sistema, incluyendo en esta
crítica al largo y penoso conflicto en Vietnam, identificándose así con el
espíritu pacifista que inundó a toda la sociedad.
Finalmente, cabe destacar como dignos continuadores de esta tendencia a
los creadores que retoman conflictos del pasado y, ya con una cierta
perspectiva, vengan simbólicamente las atrocidades cometidas y las
consecuencias de la guerra: en Italia, ya en 1968, aparece
Sturmtruppen de Bonvi, que satirizaba al ejército nazi y a la guerra
en general. Asimismo, otro de los ejemplos más célebres es Maus de
Art Spiegelman, obra empezada en 1973 y acabada en 1991, publicada durante
años en serie en la revista Raw, cofundada por el propio autor. La
obra, ganadora del premio Pulitzer en 1992, presenta una crónica del
holocausto a través de la representación de nazis y judíos como gatos y
ratones, basándose en la experiencia real del padre del autor.
En España se han dado casos parecidos en la figura de autores como Carlos
Giménez, tanto en su obra para revistas como en la editada en forma de
álbum. Destaca la serie Paracuellos, historia autobiográfica sobre
los hogares del auxilio social en la posguerra franquista. También en
nuestro país, destaca el relato de la Guerra Civil Un largo silencio
de Miguel Ángel Gallardo.
Conflictos recientes
La
tradición de denuncia antibelicista que se inició hacia mediados del siglo
XX ha seguido vigente en las tiras y comentarios gráficos de los
periódicos actuales así como en numerosos volúmenes pertenecientes
exclusivamente al ámbito del cómic editado independientemente de la prensa
periódica. Entre estos últimos, destacan varios álbumes ligados a la
actualidad bélica en el momento de su publicación. Sobresalen
especialmente por su singularidad los trabajos de Joe Sacco: Palestina,
en la franja de Gaza y Gorazde, zona protegida, situados
respectivamente en los conflictos palestino-israelí y en el de los Balcanes.
Sacco ha inaugurado lo que ya se señala como un nuevo género, un híbrido
entre el reporterismo y la historieta, pues sus publicaciones surgen del
testimonio del autor desplazado en el lugar de los hechos como cualquier
enviado especial. La originalidad de Sacco, que ya está trabajando en otro
álbum sobre Chechenia, le ha valido el reconocimiento de pensadores como
el fallecido Edward Said o Noam Chomsky, que reconocieron las
posibilidades expresivas del cómic para reflexionar sobre cuestiones tan
crudas y complejas como la guerra.
Con
una temática parecida, pero algo más amable, hay que resaltar
Persépolis, el reciente éxito editorial de Marjane Satrapi,
obra en cuatro volúmenes, que narra los avatares del pueblo iraní,
incluidos el ascenso y caída del Shah, la revolución islámica y la guerra
contra Irak. Persépolis ha sido premiada en Angulema y se han
vendido 200.000 ejemplares sólo en Francia y otros tantos en todo el
mundo. La autora, exiliada en París, se propuso con este trabajo atenuar
–como han hecho también los últimos éxitos del cine iraní- la imagen
parcial de su país ofrecida por los medios, siempre sumido en la
violencia, el atraso y el fanatismo.
Volviendo al soporte prensa, se han dado últimamente casos excepcionales
en los que se hacen patentes una rabia y una crueldad casi inéditas desde
las tiras publicadas durante la Segunda Guerra Mundial. Y, aunque no
podemos hablar estrictamente de guerra, los sucesos del 11 de septiembre
de 2001 en Estados Unidos y el posterior ataque sobre Afganistán han
generado un material sumamente agresivo, sobre todo en los primeros
momentos. Así lo demuestra, por ejemplo un artículo del dibujante Nacho
Moreno
(que junto a Ricardo Martínez forma el dúo de humoristas gráficos
Ricardo y Nacho). En él se da cuenta de las reacciones de los
dibujantes de cartoons de los principales periódicos
norteamericanos tras el 11-S. En muchos casos el contenido es brutal, con
predominio de un sentimiento antiárabe (que se refleja en el dibujo de
musulmanes ahorcados, con el pie “el único terrorista bueno”), y profusión
de símbolos patrióticos (con imágenes de un Tío Sam ávido de venganza).
Este fenómeno se limitó sólo a las viñetas diarias, ya que en el caso de
las páginas de tiras dominicales, que se realizan con dos semanas de
antelación, las reacciones ante los atentados se publicaron ya en octubre,
lo que sustituyó la rabia de los primeros momentos por la desolación y la
exaltación de valores patrióticos (como la bandera de Estados Unidos, o el
águila) que se apoderó de la población en las semanas y meses posteriores
y que se reflejó en todas las tiras. Incluso en las dirigidas al publico
infantil, entre ellas por ejemplo la popular Daniel, el travieso,
sobradamente conocida en nuestro país.
Por el
contrario, el reflejo en el humor gráfico de países no implicados
directamente en el atentado fue mucho más templado y se situó claramente a
favor de la paz. En el caso de España, dibujantes como los de El País,
Máximo, Forges o El Roto, publicaron mensajes que ponían de manifiesto
tanto el estupor por el ataque a las Torres Gemelas como la arbitrariedad
de la intervención de Estados Unidos en Afganistán. Quizá las muestras más
explícitas en contra de la guerra sean las de Forges, quien, con
frecuencia e independientemente del contenido de su comentario, dispone en
una esquina de la viñeta un claro y sencillo llamamiento a la paz:
“Paz sí, Guerra no”. Asimismo, el recuadro de Máximo, pacifista radical,
se llenó también de maltratadas aunque elocuentes palomas de la paz.
Conclusión
Aunque la utilización de la sátira es tan antigua como la propia
guerra, su función propagandística no ha sufrido muchos cambios a lo largo
de la historia y se ha visto ceñida en la mayor parte de los casos a unos
usos muy definidos. Por lo general, se ha tratado de una propaganda de
consumo interno, con dos objetivos principales: levantar la moral de las
tropas y de la sociedad civil, por un lado, y ridiculizar o demonizar al
enemigo, por otro. Se trata también de una propaganda básicamente
emocional, que apela a los valores patrióticos y tradicionales,
persuadiendo a la población sobre la legitimidad de la acción bélica en
defensa de nobles ideales y convenciéndola de la perversidad de los
contrincantes.
Las cualidades de estos mensajes bimedia, compuestos a un tiempo
de imagen y palabra, los hicieron propicios para su empleo en la puesta en
práctica de algunas de las principales técnicas propagandísticas.
La de la simplificación y el enemigo único se refleja claramente en las
caricaturas que satirizan a los líderes del país enemigo. El esquematismo
que, necesariamente, caracteriza a este material -para aportar la máxima
cantidad de información en pocos trazos- hace idóneo al humor gráfico para
lograr dicho fin; la de la exageración y desfiguración queda patente en la
propia naturaleza grotesca de la caricatura; por último, dentro de las
reglas de la contrapropaganda, se hace referencia a la ridiculización de
los rivales, y junto con bromas y chistes orales, el humor gráfico ha sido
siempre una de las mejores técnicas para conseguir burlarse del
adversario.
De cualquier modo, y pese a la demostrada vinculación entre guerra,
propaganda y viñetas, la relación del poder con la prensa satírica no ha
estado exenta de tensiones. Los dibujantes represaliados en tiempos de
guerra o tras elaborar críticas al ejército podrían ser objeto de un
trabajo dedicado enteramente a este punto. Prueba de lo delicado de estas
relaciones resulta, por ejemplo,
el
asalto por parte de elementos militares a La Veu de Catalunya, en
cuyos locales se imprimía la revista ¡Cu-Cut! Las críticas vertidas
mediante los chistes de dicha publicación -especialmente por Junceda-
impulsaron como es sabido la Ley de Jurisdicciones.
Finalmente, y como se ha indicado más arriba, el empleo de nuevos
medios de comunicación diferentes a la prensa reducirá tanto el uso como
la efectividad propagandística del género a partir del conflicto que hemos
señalado como auténtico punto de inflexión en la relación guerra-humor
gráfico: la Segunda Guerra Mundial.
A la preferencia por nuevos medios, han de unirse la decepción y el
desencanto en que quedan sumidos los ciudadanos y ex combatientes tras los
enfrentamientos bélicos. La extensión de la causa pacifista hará que armas
como la sátira o la ironía pasen desde entonces a combatir no tanto al
enemigo como a la guerra en sí.
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