Tebeosfera:
Eres granadino
puesto que naciste en 1930, en Motril…
Carlos Cruz:
El 1 de julio de
1930 fue. ¿Granadino? De nacimiento sí, pero yo de Motril me fui con
cuatro o cinco días de edad. A Málaga llegué a los nueve años. Mi
padre era empleado de la Azucarera Española y por el puesto que
ocupaba era trasladado con relativa frecuencia de un lugar a otro de
España. De ahí que de Motril fuéramos a Calahorra, en La Rioja
(ciudad en la que se había casado en un traslado anterior) y a
Marcilla, en Navarra, donde permanecimos hasta terminada la guerra
civil. Un nuevo traslado nos trajo a Málaga. Nos instalamos y aquí
permanecí hasta que marché a la Argentina en 1949.
T:
Ya siendo
adolescente, y antes de viajar a la Argentina, comenzaste a dibujar
historietas profesionalmente para el periódico La Tarde, ¿no?
CC:
Sí, tendría 17 ó
18 años, pero no conservo nada de aquello, y si hoy viera lo que
hice me daría verdadera vergüenza. Eso debe estar por las
hemerotecas, pero nunca se me ha ocurrido recuperarlo. Donde yo
trabajé era un suplemento de más o menos el tamaño de un folio que
venía dentro del periódico y que se llamaba Chaveas. Yo creo
que ese nombre se le puso porque en aquella época la revista que
estaba de moda, o en auge, era Chicos, y como aquí “chaveas”
significa “chavales”, pues… Lo cierto es que me acuerdo poco. Se me
ocurrió un personaje, lo llevé y me aceptaron. Era un personaje que
se llamaba “Chatín”, que pretendía ser cómico. No me acuerdo mucho
de cuántos hice, quizá estuviese enviando historietas durante un
año, a una por semana; yo creo que hice bastantes… Y me pagaban ya
entonces: pagaban pocas pesetas pero para mí eran muchas.
T:
Según hemos podido
saber, Chaveas nació en 1943 y posiblemente muriese en 1948,
o acaso en 1949… Llegaste a alguno de los otros dibujantes de
Chaveas (Osores, Garay, Texeira, Elgar, Quintero Rasch, Enrique
Soler, Sánchez Vázquez…)?
CC:
Pues no, la
verdad, yo compaginaba la realización de aquellas historietas con
mis estudios en el Colegio de San Agustín. Yo vivía por entonces en
la Alameda de Colón, precisamente la misma calle en la que Sur
y La Tarde tenían la redacción y los talleres; paraba
poco por allí. Recuerdo, eso sí, que contra lo que se ha escrito, el
suplemento salía los jueves; ten en cuenta que ese era el día que no
había clase por la tarde:
el
llamado sábado inglés aún no había llegado a estos pagos.
T:
A la Argentina
¿por qué te fuiste?
CC:
Mi padre hacía
años que había dejado su empleo para dedicarse a los negocios y
éstos se le habían puesto muy mal por aquel entonces, así que tomó
la decisión de emigrar con toda la familia: mujer y siete hijos. En
la Argentina vivía desde hacía muchísimos años una hermana de mi
padre y ella nos mandó los documentos necesarios (ten en cuenta que,
en esa época, para emigrar legalmente a la Argentina se requería un
contrato de trabajo o una carta de llamada de un familiar que se
responsabilizaba del emigrante). Uno de mis hermanos y yo fuimos los
primeros en partir. Llegamos allí y, a los tres ó cuatro días, ya
estábamos trabajando en una fábrica de harinas de la MRT [Molinos
Río de la Plata]. Mi hermano en seguida encontró trabajo en un
banco, mientras yo me quedé de peón en la fábrica, en turnos de
mañana, de tarde, de noche.
T:
Pero a los 10
meses te pasaron a administrativo. Ascendiste rápido.
CC:
No, no es que
ascendí. Yo, cuando fui a buscar trabajo, al rellenar la solicitud
puse en mi currículo que había estudiado el bachillerato, y cuando
hubo una plaza de administrativo me llamaron de inmediato para pasar
a ocuparla. Me tuve que someter a un pequeño examen y pasé a
administrativo. Allí estuve unos cuantos meses. Luego me pasaron a
la sección de publicidad, pero esto fue porque ya sabían algo de
cómo yo dibujaba.
T:
Ajá, y ¿cómo
conocían esa cualidad tuya?
CC:
De cuando yo era
peón y hacía turno de noche. No sé por qué razón en las fábricas
esas de noche jamás pasaba nada, era todo muy normal y muy
tranquilo, no ocurría ningún accidente. Yo estaba a las órdenes de
un jefe que buscaba un rinconcito para dormir y me dejaba a mí
vigilando. Para no aburrirme, con un clavito dibujaba en las
ventanas de dentro de la fábrica, en las cuales se depositaba un
polvillo procedente de la harina que se acumulaba y se quedaba seco
y duro. Al rallarlo con el clavito, se veía como si estuvieras
dibujando en negativo. Y ahí me entretenía yo haciendo dibujos que
después veían los capataces. De la oficina de Personal me llamaron
cuando yo todavía era obrero y me pidieron si les podría hacer un
cartel para la primavera, una obra para conmemorar el 21 de
septiembre, Día de la Primavera [en el hemisferio sur]. Se la hice,
les gustó, y la pusieron en la pared de la oficina. Después me
encargaron otras, que por supuesto no me pagaron… Pero gracias a eso
pasé de ser empleado normalito al departamento de publicidad, donde
estuve dibujando etiquetas de aceite, de arroz, de cosas que ellos
producían, hasta que tuve una oportunidad de hacer una prueba en la
Editorial Abril (todo esto tras haber visitado las agencias de
publicidad de todo Buenos Aires con mi carpeta de dibujos bajo el
brazo sin éxito).
T:
Tu entrada en
Abril data de 1952, para la revista Idilio.
CC:
Sí, fue por una
chica que había estado en el sitio, en el departamento de publicidad
de la fábrica, que yo pasé a ocupar cuando ella se marchó a trabajar
precisamente a la Editorial Abril. A su vez, ella dejaba su puesto
en Abril para irse a Europa, y como me conocía, porque pasaba mucho
por la fábrica, yo entré a ocupar su puesto. Hice una prueba y allí
me quedé ya, en las revistas de fotonovelas Idilio y
Nocturno, en efecto. Idilio y Nocturno lo hacíamos
al mismo tiempo el mismo equipo de producción, Nocturno era
mensual e Idilio salía todas las semanas. Fuera de horario y
como colaboración, en la segunda mitad de la década de los años
cincuenta comencé a realizar otros trabajos extra para otras
revistas, a saber: algunas portadas de Más Allá, que era de
ciencia ficción, y también portadas de
Nocturno.
T:
¿Qué técnicas
utilizaba entonces para dibujar?
CC:
Témpera y
acuarela, mezclando siempre ambas. En Más Allá ya usaba el
aerógrafo, aunque muy poco. Mi trabajo en la redacción consistía en
hacer los logotipos, los títulos, diagramaciones, dibujar pequeñas
viñetas… Me ocupé de muchas cosas en aquella editorial, Abril, que
además de las revistas femeninas mencionadas, editaba otras de
historietas, Misterix, Rayo Rojo, Pato Donald… y algunas
otras de carácter infantil.
T:
Y mucho material
procedente de Italia, Kansas Kid, Pantera Rubia, Gim Toro…
CC:
Es que la
editorial era italiana, bueno, los dueños eran italianos. Las
fotonovelas que ofrecía Idilio eran todas italianas, después
ya las produjeron ellos, los argentinos. Al principio era así, el
contenido de Misterix venía de Italia en su mayor parte, por
ejemplo, Colt Miller era Tex…
T:
Un personaje que
pasó por tus manos también.
CC:
Sí, como trabajo
extra, fuera de horario, me encargaron la realización de Colt Miller,
o sea, Tex. Eran episodios muy largos los del vaquero, y a mí me
llamaron para hacer un episodio corto para el número extraordinario
de navidad de 1956 de Rayo Rojo, con el fin de que el episodio fuese completo,
que no llevase un “continuará” al final. El guionista, Julio Portas,
me dio mucho material que yo tenía que copiar prácticamente, tenía
que parecer que lo había hecho el mismo Gallep, y así procedí. Creo
que hice solamente un número de Tex, no recuerdo, francamente, si
llegué a hacer dos. Yo seguí como dibujante interno, hasta que
Carlos Freixas, que era el dibujante de Indio Suarez, personaje que
se publicaba también en Rayo Rojo, se volvió para España y dejó la
serie, de un boxeador retirado, que gozaba de éxito entonces
entonces. Así que me ofrecieron si querían hacer aquello, y yo no me
lo podría creer, porque era mi aspiración: hacer historietas.
T:
¿Pasaste a
dedicarte a ello de forma exclusiva?
CC:
En cierto modo.
Tuve una serie de ventajas porque seguía conservando la paga de
Navidad, las vacaciones y la paga extraordinaria, todo ello
calculado sobre el sueldo que yo tendría como empleado en Abril; eso
lo mantuve y por ello acepté la propuesta. Estuve mucho tiempo
haciendo Indio Suarez, desde 1958 -que se volvió Carlos Freixas para
España-; desde entonces tuve que dejar la redacción de la editorial
para dedicarme exclusivamente a dibujar “Indio Suarez”. Estuve
trabajando un tiempo en esta nueva situación con el guionista Héctor
Germán Oesterheld, pero cuando Oesterheld se marchó de la editorial
no pudo llevarse a este personaje y lo perdió, así que no proseguí
con él. Oesterheld sí se llevó, por ejemplo, al personaje Sargento
Kirk cuando fundó Frontera, y yo empecé colaborando con él en ese
personaje, pero tuve que dejarlo porque, como ya comenté, mi
contrato con Abril establecía que se me mantenían las pagas de
empleado de la redacción, y si seguía trabajando para la
“competencia” podrían retirarme esas compensaciones. Así que lo
dejé. Pero luego volví con Oesterheld, cuando editorial Abril vendió
muchos de sus títulos de historietas, entre ellos
Misterix.
T:
Y por esta época
también colaborarse con Hugo Pratt.
CC:
Fue un amigo, el “tano”.
Cuando yo trabajaba en Abril conocí a muchos autores. Conocí a
Pavone, a Faustinelli, a Tacconi, de vista; más trato tuve con Del
Castillo, Schiaffino, Roume, Haupt, Solano López y con los
guionistas Paolo Ongaro y Oesterheld… Cuando conocí a Hugo yo
todavía era dibujante interno, y como el horario de la editorial era
muy bueno, de ocho a dos de la tarde, pude colaborar con Hugo
pasando a tinta su “Sargento Kirk” (facilitaba las cosas que
vivíamos el uno al lado del otro, como quien dice, Hugo en una
localidad llamado Martínez, y yo dos pueblos más arriba, en
Victoria). Nos hicimos muy amigos, íbamos a comer y después al cine
a ver películas de vaqueros; también me acompañó en ocasiones al
Hogar Andaluz, del que yo era socio, para escuchar flamenco, al que
se aficionó. A veces me quedaba a cenar en su casa después de
trabajar en el “Sargento Kirk”, y durante la sobremesa teníamos
largas conversaciones, junto con su mujer Guqui, una chica muy
bonita e inteligente. A Hugo le gustaba verdaderamente el buen comer
y el buen beber. Desde que regresé de la Argentina no lo vi mucho,
pero en un par de ocasiones me visitó aquí en Málaga; durante años
le perdí la pista y la última vez que lo vi fue por televisión, se
había puesto gordísimo, hecho un tonel. Como ya te he dicho,
teníamos las tardes libres, aunque a veces había que hacer horas
extras para cerrar algunas de las revistas. En aquel tiempo se podía
trabajar así porque éramos muchos empleados, y el trabajo estaba
bien coordinado, y ten en cuenta que aquello no solamente era una
editorial de revistas de historietas. En realidad, Editorial Abril
tenía un gran abanico de títulos, lo que más, revistas para mujeres,
como Nocturno, o la que crearon después, Claudia, que
era una publicación con pretensiones. Con el tiempo, como mandaron
las ventas, se fueron deshaciendo de las de historietas.
T:
¿Daban entonces
más dinero las revistas femeninas?
CC:
Claro, el dinero
entraba por la publicidad y en las revistas de historietas no había
publicidad; era lo que se sacaba de la venta y ya está. Hombre, se
vendían, en los años cuarenta fue la época dorada de la historieta
en la Argentina: cantidad de dibujantes, cantidad de revistas,
ventas estupendas, incluso en los años cincuenta prosiguió la racha,
pero ya en los sesenta la cosa empezó a flojear… Editorial Abril
vendió las revistas a un empleado que se quedó con ellas.
T:
Paco Romay, el
“gallego”…
CC:
Que está aquí,
vive en Asturias, aunque él es gallego de pura cepa. Había llegado
allí de muy pequeñito, procedente de la esquina norte de España, y
terminó comprando Misterix. Luego fundó Yago, nombre
debido a Santiago de Compostela, que él la recordaba como “Yago”, su
denominación en gallego. A Misterix le siguió
SuperMisterix, de donde tuvo que quitar a Tex, bueno a Colt
Miller, porque él no se quedó con Rayo Rojo y sus contenidos.
T:
Y sustituyó al
vaquero por Hormiga Negra ¿no?
CC:
Así es. Rayo
Rojo se había fundido. Como Oesterheld, que había tenido mucho
éxito con sus revistas Hora Cero, Frontera… hasta que tuvo
que ponerse a trabajar para Paco Romay, casi a tiempo completo. Yo
creo que la revista SuperMisterix la llegó a escribir toda
él, firmando con diferentes seudónimos… Por ejemplo, la serie de
aventuras deportivas que yo inicié, “Santos Palma”, la escribía
Oesterheld pero no la firmaba como Oesterheld, sino como Sturgiss.
T:
Asombra, aún hoy,
la capacidad creativa de Oesterheld.
CC:
No se podía
explicar, porque además eran historietas muy buenas. Él era geólogo,
creo que había trabajado en YPF y se había recorrido el país debido
a esa ocupación. En una ocasión le pidieron hacer una historia sobre
fondos submarinos, que iba a llevar ilustraciones. La escribió, se
la rechazaron, pero cuando la leyó César Civita, le gustó y le
llamó. Se la publicaron. Entonces le preguntaron si sería capaz de
hacer guiones, que él no los había hecho nunca, y probó y le salió.
El tenía mucha documentación y yo creo que se había leído todos los
libros de aventuras que se hayan podido escribir hasta aquel
momento. Y tenía una capacidad enorme de trabajo, mucha imaginación…
era capaz de escribir al mismo tiempo historias completamente
distintas, una del oeste, otra de deportes, otra de misterio… ¿Cómo
lo hacía? No lo sé.
T:
¿Y su método? ¿A
usted cómo le daba los guiones, a modo de relato quizá?
CC:
No, no, el guión
me lo daba como escrito para una película, totalmente detallado. Él
hacía guiones técnicos, guiones con descripción viñeta por viñeta:
descripción, diálogo, descripción, diálogo. Sí, sí, así al menos
trabajé yo con él para SuperMisterix, sobre todo al comienzo
de la década de los sesenta, donde también hacía yo las portadas.
“Santos Palma”, por ejemplo, que era una historieta de aventuras
deportivas, de automóviles, iba sobre un chico que corría carreras
de rallies, que ahora no sé si se harán en la Argentina, pero
que en aquella época eran muy populares y se hacían muchísimo.
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