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El centro de
un universo propio.
En un lugar
de la mente
verá la luz en 1981 en la mítica revista 1984, pocos meses
después de la finalización de su serie predecesora las
Historias de Taberna Galáctica. Es lógico en este sentido que
pudiéramos encontrar ciertas confluencias entre una y otra dado el
escaso margen de tiempo entre ambos trabajos. Y así ocurre: una
colección de cuentos enlazados a través de un tema común, una
imaginería ambientada en torno a la ciencia ficción... Demasiado
fácil. Si realizamos un análisis atento de estas dos pesquisas
podremos observar como en un principio la realidad profunda que
las sustenta es otra bien distinta. Tan distinta que ambos rasgos
en sus orígenes lejos de mostrar las semejanzas entre las obras ya
citadas, se encargaban más bien de sustentar y afianzar una
voluntad de distanciamiento pleno y consciente, que se vio
truncado de golpe justo a la mitad de la serie.
En un lugar
de la mente
se compone de 11 relatos distribuidos por zonas: A, B, C, D, E, H,
K, I, J, F y por último la G. Aquí podemos observar la primera
diferencia con respecto a la estructura de la Taberna. En esta
última los episodios se suceden siguiendo un esquema de cuento
oral por extenso, es decir, tantas historias de la Taberna como
narradores ficticios se les ocurriera a Beà. Una fórmula abierta
como ya hemos indicado. Esto varía en la presente obra simplemente
por el hecho de enumerar a las historias siguiendo un orden
alfabético por lógica cerrado. Este esquema imprime una frontera
invisible a la cantidad de historias que la compondrían, un número
limitado que en el mejor de los casos hubieran resultado de 29
zonas, lo cual de haber cosechado un volumen de ventas y
popularidad semejante a su antecesora tampoco hubiera sido moco de
pavo.
Sin embargo,
el mayor distanciamiento y a la vez la mayor cercanía lo
encontramos reflejado en las distintas líneas narrativas que
componen este volumen de cuentos. Por un lado, un orden ascendente
de A a H; por otro, uno descendente y a la vez desordenado de K a
G con el que vuelve atrás y parece querer cerrar el tebeo. No es
casualidad, ambas responden a las diferentes tonalidades que hemos
venido aludiendo y que casualmente o no –yo no lo creo- se
corresponden al posterior orden que siguieron los dos tomos de la
Colección Rambla en los que fueron recopilados.
Las primeras
obedecen a la evolución progresiva que ya hemos comentado que Beà
ha seguido a lo largo de toda su carrera en pos de una
expresividad propia. Esta vez sus inquietudes parten más de lo
cotidiano, de ese día a día en el que parece que nos movemos como
peces en el agua sin comprender el absurdo la mayoría de las veces
de nuestros actos; un hecho este que tratará de explorar desde un
punto de vista eminentemente humorístico, el estado de
conveniencia más cercano a si mismo con el que poder emprender el
viaje interior necesario que desvele al subconsciente dormido que
nos determina. Más adelante insistiremos sobre esta línea pero por
ahora basta decir que al contrario que las historias de la Taberna
(no olvidemos que en ellas encontrábamos también desarrollados
ciertos elementos surreales) aquí la ciencia ficción no es más que
una excusa, un escenario anecdótico.
Las
segundas, en cambio, son una vuelta atrás. Pero no en un sentido
peyorativo, ni mucho menos. Simplemente estas historias retroceden
hacia el tono vivo logrado en la Taberna: cuentos o episodios de
género en los que cierto grado de surrealismo (ahora es este la
excusa) actúa como elemento trasgresor transformando su esencia en
algo novedoso; historietas ejemplares de principio, nudo y
desenlace, lejos de la anecdótica y aparente (sus buenas horas
debió de llevarle) espontaneidad del primer grupo.
Pero, ¿por
qué se produce este retroceso? ¿Era esta la intención de Beà? Lo
desconozco. Pero algo me dice que no teniendo en cuenta su primera
serie para Rambla: La esfera cúbica, que supone un
nuevo avance con respecto a esas historietas de En un lugar de
la mente directas herederas del humor del absurdo.
De este modo
me atrevería a lanzar la hipótesis de que tal vez con el segundo
grupo de historias de En un lugar... Beà recuperara el tono de la
Taberna movido por presiones editoriales. Puede que Toutain
considerara (y todo esto entra en el terreno de lo meramente
especulativo) que las primeras historias no respondieran del todo
a los gustos del público, que tal vez la gran masa de lectores no
estaba preparada para disfrutar esas historias socarronas. Y así
puede que le recomendara a Beà que recuperara la anterior fórmula
de éxito, que fuera sobre seguro. No sería de extrañar dado que
gran parte de la incuestionable labor editora de Toutain se
sustentaba en un profundo conocimiento del panorama comercial de
la historieta española. Sin embargo, aunque Beà aceptará
finalmente su criterio y opinión, creo que en él surgiría el
beneficio de la duda.
¿Y si
Toutain se equivocaba, y si el público español si estaba
“preparado” o más bien “deseaba” un producto que rompiera con toda
directriz conocida, que estuviera en la vanguardia? ¿Había llegado
la edad madura de autores y lectores, es definitiva, de nuestra
historieta? Beà desde luego independientemente de todo y de todos
sí lo estaba. Había llegado a un punto en su carrera en el que su
dominio pleno del medio (que se plegaba a su antojo) le obligaba a
ser valiente, liarse un turbante en la cabeza, y asumir el nuevo
desafío. De este modo por fin podría desarrollar de un modo
completo y absoluto su inventiva, dar rienda suelta a una actitud,
por primera vez, plenamente surrealista.
La génesis.
Hemos venido
insistiendo profusamente en la profunda huella que el surrealismo
estampó en la estética de Beà. Hora será de que entremos en ella
con detalle.
Hemos de
dejar claro desde el principio, que el surrealismo en Beà es ante
todo una actitud vital. No se trata sólo de una influencia más de
entre las muchas que han conformado su propia estética (para
hacernos una idea tomemos por ejemplo el ámbito de la imagen; aquí
las influencias van desde los pintores victorianos hasta Alex
Raymond) sino de un aliento: algo que insufla vida a su creación,
algo que le da fantasía a su vida. Es por esto que Beà es un
artista. Para él hacer historietas no es sólo el trabajo que le da
sustento, es algo más. Es una necesidad comunicativa, es una forma
de expresión, es un medio de entender el mundo que le rodea.
Como vemos,
vida y arte (la obra bien hecha) acrecientan aún más la intima
interacción conocida y analizada hasta ahora. Siguiendo los pasos
anteriores daremos buena cuenta, a través de nuevos textos eso sí,
de ambas esferas: la vital y la creativa. Para la primera
tomaremos como referencia la entrevista concedida a Ana Salado
(“Radiografía. Beà: el hombre que se supo marciano”, 1982)
para Rambla núm. 2. Para la segunda, el primer grupo de
historias de En un lugar de la mente publicadas a
principios de los ochenta. Una, deja entrever buena parte
del ideario que nutre su vida; la otra, es la manifestación
primigenia de sus inquietudes; su unión constituirá la fuente
sobre la que sustentar un estudio estético de esta índole en el
que emprenderemos la exploración de la naturaleza personal del Beà
creador y del Beà humano.
·La
evasión: Debe desagradarle un tanto lo que el mundo se gasta
por aquí abajo, porque le encanta evadirse de la realidad con su
fantasía. «Para eso he utilizado el cómic, la música, la pintura,
medios que me permitieran buscar aspectos, perspectivas más
irreales de la vida.»
La evasión
de la realidad. La huida de lo terreno. Este es el afán que anima
el espíritu creativo de Beà. Pero no se trata de un rechazo del
mundo, tan sólo es una renuncia consciente a las ataduras de
nuestra conciencia (la rutina de lo cotidiano, las imposiciones
del presente, el mar de dudas en el que nos ahogamos...) que tanto
marcan nuestra forma de ver lo que nos rodea. El hombre vive
sujeto a las imposiciones de múltiples objetos que determinan
sobremanera su percepción de lo real. Por eso es un prisionero de
si mismo, alguien enjaulado en lo que cree su propia realidad y
que ya ni hace por ver unas barreras, unos límites que a fuerza de
obviarlos se han vuelto inmateriales e invisibles. Debe ser verdad
el dicho: ojos que no ven corazón que no sufre...
¿Cómo lograr
desprenderse de este cúmulo de impurezas que nublan nuestra
visión? El surrealismo ofreció una salida, una válvula de escape
que es la que a su modo aplica Beà en su creación: la voluntad, el
afán por trascender nuestros propios límites de percepción
sensoriales a través de la imaginación y la fantasía. Estas son
las dos vías de acción. Pero no se trata solamente de transformar
o de variar la percepción de nuestros sentidos. Simplemente es la
búsqueda de nuevos caminos que nos conduzcan al estado al que debe
aspirar todo ser humano, aquel por encima de las limitaciones que
nos cohíben y coaccionan, a esa superrealidad de pureza que reside
en nosotros mismos, en algún lugar de nuestra
mente.
·El
psicologuismo: A todo esto, ¿no saben cómo hace un guión? Pues
él lo explica así: «me tiendo en horizontal, oye, y en esa
posición, aparecen imágenes a veces insólitas que luego se
convierten en el núcleo de un guión. Ya te digo, ves una cosa, una
cosa rara y a partir de ahí desarrollas una historia. Bueno, esto
es una aplicación de la psiquiatría a lo de hacer guiones, ¿sabes?
Los psiquiatras lo utilizan para la libre asociación de imágenes.
Y es que es eso: se anula la entrada de estímulos, hay una
relajación total y el cerebro se encuentra en unas condiciones
óptimas para llevar a cabo esa labor. No tienes ni que controlar
el equilibrio porque estás tumbado, ni los movimientos del cuerpo,
porque no haces nada; sólo te concentras en el pensamiento. Es
como si le dieras tiempo al cerebro para pensar en sus cosas.»
Una de las
máximas del surrealismo reza lo siguiente: el artista debe
practicar el automatismo psíquico y reflejar en su obra el
funcionamiento de la mente, sin preocuparse del mundo exterior.
Sólo de este modo conseguirá desprenderse del lastre que arrastra
consigo que no es otro que el de su propia percepción de la
realidad. Es por tanto su mente la llave a un nuevo mundo, a un
nuevo universo, a una nueva dimensión más alta que la vida misma.
En este primer concepto reside una de las claves a la hora de
interpretar a Beà. Los elementos propios de la ciencia ficción por
él empleados (ya lo indicamos antes pero ahora nos encontramos en
posición de poder justificarlo) no son más que una excusa, una
fórmula adaptada a la representación de estos estados
imaginativos. Es decir, en este primer grupo de historias de En
un lugar de la mente, la presencia de seres cibernéticos,
naves espaciales, soles en fusión o extraterrestres humanizados,
es algo totalmente secundario.
Parece
corroborar nuestras palabras “Zona C”, un auténtico viaje
interior. O más bien deberíamos decir por el interior de una zona
a la que nuestro protagonista y guía proveniente de la Zona N,
define como «estas latitudes donde la perversión, el vicio y el
caos absoluto conviven en una frenética promiscuidad [es decir],
todo lo visible de este musical lugar, no es otra cosa que
contendidos mentales reprimidos que pugnan por acceder a otra
zona». Nos encontramos en consecuencia en el terreno del
subconsciente, de ese elemento fluctuante donde encuentran refugio
nuestros deseos más ocultos, nuestros pensamientos más oscuros, y
las imágenes distorsionadas que a veces sacamos de la realidad.
La
imaginación consciente de Beà, quien parece seguir de este modo la
senda de la tradición impuesta por la vanguardia española de los
años veinte (enfrentada por este motivo al surrealismo francés
proclive al automatismo libertador), dará cuerpo y forma a estos
estados ocultos del alma. Toda fantasía queda satisfecha en este
nivel: las sexuales (con la gran madre que las alimenta), las
emocionales (en una parodia de la Taberna, el bar de los Zopos, de
violenta sutileza), las profundas (donde todo como visto a través
del espejo de Carroll, se refleja en su contrario). Y toda
fantasía es representada a través de unas viñetas herméticas (las
imágenes se hacen ininteligible porque su interpretación no puede
realizarse de acuerdo con líneas tradicionales) y sujetas a
múltiples interpretaciones, desarrollando de este modo el lector
habitual de historietas un activo papel en la misma narración.
Algo a lo que ni entonces ni, por desgracia, ahora estamos
demasiados acostumbrados.
·El humor
descarnado: Algo ha aprendido del psicoanálisis por su cuenta,
cuando se suponía que se lo estaba aplicando otro. Al final,
seguro que el mejor psicoanálisis se lo hizo él, burlándose con
toda la risa posible de sí mismo. Y aún sigue haciéndolo. Sin
duda, ha llegado ya al convencimiento de que el hombre, no es que
sea malo o insignificante por naturaleza, es que es una chapuza,
como la vida toda, que diría un poeta.
Para
afrontar con un mínimo de coherencia la línea emprendida hasta
ahora es necesario un tipo de actitud disconforme con lo
establecido. Beà en la historieta es un vivo ejemplo del espíritu
libre rebelado contra las normas y que anhela romper con el
pasado. Y para ello no hay mejor recurso que el del humor. ¿Reírse
de todo y de todos acaso no es la vía idónea para mostrar nuestro
desapego del mundo y sus normas? Como podemos intuir no vamos a
hablar de un tipo de humor de alegría jocosa y carcajada fácil.
Por el contrario, vamos a insistir en ese humor rebelde que tiende
a tomarse las cosas a guasa simplemente porque es más sano reír
que llorar, en ese humor deseoso de escandalizar y de romper los
cánones tradicionalmente aceptados como lógicos. Un humor, por
tanto, decididamente absurdo.
Beà es un
maestro en dicho arte como podemos ver especialmente en el
tratamiento de dos de las historias de este volumen de relatos,
nos referimos en concreto a las zonas A y B. En ellas podemos
observar la base de este tipo humor, un hecho disparatado que
afecta sustancialmente la vida de sus protagonistas y que es
asumido con la más estricta de las normalidades. Como si no
ocurriera nada. Así un hombre (mención aparte merecería la
especial predilección que siente Beà hacia la especie gatuna, y en
especial por ese gato Fuz tantas veces nombrado) puede acabar con
la cabeza de un gato dentro su boca, o bien puede un día
levantarse por la mañana y ver como su propia testa sale volando
por la venta.
Con esto
solamente se pretende atacar las sólidas bases de la realidad
cotidiana por la que deambulamos mediante el empleo de la fantasía
más estricta. Beà mediante el absurdo romperá con la lógica
aplastante que nos rodea. Rechazará encontrar una razón a todo
para decantarse por la intuición de lo irracional, del azar (y
conociendo su método para idear las historias, ¿acaso estas no
parecen salidas de un auténtico sueño?), en definitiva del buen
gusto antes burgués y ahora de clase media que parece regir con
suficiencia y prepotencia nuestros destinos. Así Beà en su
modus operandi del absurdo condensará, junto a la actitud
irreverente e iconoclasta propia del surrealismo y de toda
vanguardia que se precie, el espíritu de la intrascendencia o el
de la captación de cosas y situaciones desde nuevas perspectivas.
Un humor presentado bajo diferentes tonalidades, pero que sirven a
un designio común: introducir un factor de extrañamiento, de
descomposición caótica de la realidad para que pueda ser percibida
desde nuevas perspectivas, al margen de los reflejos domesticados
por la rutina.
En otras
palabras, un sentido de lo humorístico entendido como una manera
de hacer cercana la nueva visión y dimensión de la conciencia
superreal...
El punto y
¿final?
Una vez más
hemos de ponernos en situación para entender siquiera mínimamente
la importancia de la aportación de Beà a la historieta española y
más aún después de la publicación de En un lugar de la mente,
una obra emblemática e injustamente relegada a un segundo plano.
La visión fresca, espontánea y novedosa de Beà rompía cánones,
moldes y todo lo que se le pusiera por delante. No sólo aportaba
una obra de una dimensión nueva en la que por primera vez en mucho
tiempo (y ahora ya no sólo me ciño estrictamente a la historieta
nacional) un tebeo se insertaba dentro de una tradición mayor
(porque lógicamente el surrealismo no debemos entenderlo como algo
en exclusiva de lo literario, de lo pictórico o de cualquier otra
rama del arte. Como ya hemos repetido mil veces, se trata de una
actitud vital que puede mostrarse a través de cualquier acto de
nuestro devenir, (y si no que se lo pregunten a los patafísicos)
si no que a la vez, y de este modo deberíamos añadir, lograba
canalizar una voz profundamente personal, comprometida y
consecuente consigo misma.
Hemos visto
como a lo largo de su trayectoria profesional en el mundo de los
tebeos, Beà ha mantenido esta inquietud: una historieta de autor
en la cual desarrollar, en pos de una respuesta que nunca llega,
su pensamiento más profundo. Y aunque hemos constatado la
presencia de dicha preocupación en muchos de sus compañeros de
profesión, igual de comprometidos y consecuentes que él mismo, hay
algo en Beà (puede ser casualidad pero no olvidemos que el azar es
también un componente destacado de lo surreal) que le ha hecho
estar en el lugar apropiado y en el momento oportuno.
Tomada su
obra historiestística en su totalidad ahora es el mismo Beà quien
marca un antes y un después en la historieta española de autor,
quien abre y cierra la etapa más importante de la historieta
española. La abre, con la publicación en 1970 de la fenecida
revista Drácula donde encontramos por vez primera el
esfuerzo consciente de unos autores (Beà, Maroto y Sió) por tratar
de hacer una historieta más acorde con sus necesidades y
actitudes. La cierra, en 1986 con el fracaso de su aventura en
solitario (el cierre de Intermagen, su propia editorial). El
público a partir de este año cambia su orientación hacia nuevos
sectores en boga como los superhéroes o los primeros mangas; a la
vez Beà ha alcanzado después de obras como 7 vidas o la
Muralla (ésta para Toutain) su cenit creativo.
Nada debería
sorprendernos. Los vientos habían cambiado y los autores como Beà
que tanto habían peleado contra viento y marea por una expresión
personal ahora se encontraban con que esta no era comercial, no
estaba de moda. Que se supone que debían hacer. ¿Adaptarse sin más
a los nuevos tiempos y olvidar todo el camino emprendido hasta
ahora? ¿Empezar de nuevo a pelear de cero, ganarse a un nuevo
público que parecía que se lo habían cambiado de la noche a la
mañana?
No dije que
Beà había sido el autor más emblemático de esta generación por
casualidad. Si bien es cierto que hubo algunos que resignadamente
metieron la cabeza en los mercados más boyantes (por ejemplo
Maroto trabajando para DC en las Crónicas de Atlantis de
Peter David), y otros que no se rindieron y defendieron su plaza a
capa y espada (hablamos del maestro Giménez, que hoy en día vive
una merecida segunda juventud; un hecho que esta provocando una
positiva reacción en cadena como por ejemplo la reedición de dos
de las principales obras de su compañero Beà a la que esperamos se
sumen más, amén de la de otros compañeros de batalla), la mayoría
de ellos, como Beà, acabaron con las ilusiones rotas y el alma
cansada (nos referimos al ámbito en exclusiva de la historieta; al
igual que Beà, que hasta ha hecho una suerte de novelas juveniles
para Anaya que tanto y tanto recuerdan el espíritu que animaba sus
tebeos, los componentes de esta generación han encontrado por
regla general acomodo en la pintura o el diseño).
Años de
silencio y de olvido han sumergido a estos autores en el más
estricto de los anonimatos: sus aportaciones, sus avances
visuales, literarios y narrativos se han perdido o están a punto
de hacerlo, pocos son ya quienes reconocen su influencia... Pero
no nos lamentemos, mejor mantengamos su espíritu vivo que será más
de agradecer. |