«Muchas verdades se dicen en
broma.»
Proverbio inglés
Cuando era más
joven soñé en multitud de ocasiones con encabezar un movimiento
contra el crimen. Y en la mayoría de ellas imaginé que era un
héroe de destino trágico que se enfrentaba a los más disparatados
criminales con el único anhelo de ser aceptado por la sociedad y
conseguir el favor de sus ciudadanos y, ocasionalmente, de sus
ciudadanas. Con la fuga de los granos de arena de la parte
superior de mi reloj me fui dando cuenta de que esto era
imposible. La realidad te coloca a los mandos de una palanca a la
que debes dar vueltas para seguir con los pies donde deben estar y
tus posibilidades de volar se reducen si no pagas una buena
factura por ello. Desgraciadamente descubrí que es difícil dejar
de ser Clark Kent y tener un
alter ego
que te permita
realizar acciones imposibles. Mi sitio era el de un ser humano
normal que sólo podía combatir el mal a través de la piel de unos
cuantos personajes de ficción que colman mis estanterías, mis
cines y mis telediarios. Dejando a parte la discusión sobre si
existe el realismo artístico, lo que nos debe servir como premisa
de partida es que la ficción nos permite conocer el mundo a través
de múltiples y diferentes visiones que tienen los autores sobre él
y que éstos mismos han obtenido, culminando un eterno proceso de
retroalimentación, del propio tejido social al que estamos atados
pegajosamente sin posibilidad de huída.
El ser humano es
un ser social, que vive y piensa en sociedad y que sólo así siente
una identidad propia. ¡Qué paradoja! Sólo en la relación con los
demás, y en las relaciones de éstos con los demás, obtenemos
nuestro código de barras personal y grupal, y sólo así sabemos
quienes somos y qué se espera de nosotros.
Haré de esta
relación del conocimiento del
tu
y del
yo
una de las bases del análisis
narratológico de esta obra originalmente titulada The Killing
Joke. Llegados a este punto y antes de que se me pase por
alto, he de advertiros que lo que a continuación vais a leer son
mis pensamientos sobre un cómic de Alan Moore que me marcó
profundamente y que, quizá, tenga el extraño poder de arrastrarme
al momento en que terminé de leer por tercera vez
La broma Asesina
y
descubrí que había muchos túneles bajo la superficie.
Desde luego, a
estas alturas nos tenemos que preguntar por qué el que abajo firma
ha comenzado por hablar de identidades y de su imposibilidad
personal de realizar acciones extraordinarias en el análisis de un
texto que versa sobre la historia de un superhéroe de papel que
lucha contra un opositor imposible y que desbarata una vez más los
maléficos planes que todo buen villano debe tener. Por eso mismo,
ruego un poco de paciencia al lector, para que contemple cómo a lo
largo de este artículo vamos a ir descubriendo por qué estas
premisas tienen relación intrínseca con esta obra.
Enemigos para
siempre
Tomaré
de la tradición griega, platónica para concretar,
el concepto del ser andrógino original. Simplificaremos un poco
para que nos entendamos sin el susto inicial. Al principio existía
un ser humano original que era esférico (tengamos en cuenta que la
perfección se representa de esta manera para muchas tradiciones,
llegando en muchas ocasiones a ofrecernos una imagen de Dios con
esta forma).
De este ser, y
siempre desde el punto de vista de Platón, se hicieron dos
mitades,
hombre y mujer, que quedaron necesariamente obligadas a buscarse
(de este modo,
el amor perfecto sólo se
encontrará encontrando la otra mitad de la esfera a la que cada
uno pertenecía).
Olvidemos por un momento el aspecto amoroso de la teoría y
traslademos esta concepción hasta otros campos. Pensemos en las
relaciones interpersonales e imaginemos una esfera donde
estuvieran encerradas antes de nacer algunas relaciones que se
encuentran condenadas a enfrentarse y a complementarse en la
realidad. Pensemos en la relación de amor-odio a la que están
sujetos el personaje protagonista y personaje opositor de
La Broma Asesina
y que no es otra cosa que la
representación de una relación entre dos actores antagónicos que
perfectamente pudieron compartir una esfera en aquellos primeros
números de Batman, allá a finales de los años treinta, en la
publicación americana
Detective Comics.
Permitidme que continuemos por este camino figurativo porque, si
esto fuera cierto, el Joker y Batman serían las dos partes de una
de esas esferas.
Cuando Bob Kane
crea al detective murciélago no piensa en el Joker. Desde luego
está pensando en un personaje que luchará contra el mal
investigando y apoyándose en una tecnología revolucionaria. Este
autor construye un personaje al estilo de Supermán que luche
contra el crimen, pero de una manera más realista. Un héroe de los
que se comenzaron a llevar en la época. Sin embargo será su
ayudante, Jerry Robinson, quien viendo una película de Paul Leni,
El hombre que ríe,
basada en la novela de Víctor Hugo del mismo nombre, cree al
bromista asesino. Y lo hace a partir del destino trágico del
personaje que interpreta el actor Conrad Veid en el film. El nuevo
personaje será un asesino sin conciencia que compartirá con el
personaje literario una enorme sonrisa que desfigura su cara.
Conrad Veidt en
El hombre que ríe
¿Por qué nos
atrevemos a decir que Batman y el Joker son medias esferas que se
han encontrado? Parece claro que con el paso de los años el
personaje opositor se convierte en el más despiadado enemigo del
detective. Llega hasta un punto en el que fue censurado en la
década de los cincuenta por la Comics Code Authority.
Tenemos que
darnos cuenta que este personaje es diferente a los demás. No
quiere conquistar el mundo, ni comérselo, ni enriquecerse, ni
siquiera quiere vengarse de un padre alcohólico y maltratador a
través de la destrucción de todo lo que puede parecer bello. Nada
y defeca en su locura y actúa sin razonamiento lógico aparente.
A lo largo de
sus años de lucha mata a Robin y a la esposa del comisario Gordon
entre otras muchas fechorías. Desde luego, no es un personaje
normal.
Como media
naranja de Batman comparte un trauma de una vida anterior con el
héroe. Bruce Wayne (personalidad secreta de Batman) perdió a sus
padres a manos de un ladrón y el Joker perdió a su mujer
embarazada debido a un accidente doméstico. Para ambos significó
una ruptura con su biografía precedente. El sentimiento de culpa
les asaltó de tal manera que Batman aún hoy se echa la culpa de lo
sucedido por no haber hecho nada para impedirlo y el payaso se
echa la culpa por no haber conseguido sacar a su mujer de la
pobreza. Ambos enloquecen, aunque hay una diferencia: Batman jura
defender a los habitantes honrados de su ciudad, Gotham, y el
Joker descubre que el mundo no es justo y que se mueve por actos
irracionales que te dan y te quitan; para él se convierte en un
patrón de actuación.
Lo que les une
en la misma esfera, su trauma, les diferencia en su realidad. Y es
que el punto que les une les hace tomar dos caminos diferentes.
Por un lado Batman se vuelve gris, viste de negro, hace de la
seriedad extrema y del respeto de la vida su bandera. Mientras que
el Joker se vuelve multicolor, guasón y sin respeto alguno porque
sigan latiendo los corazones de los demás. Ese punto de inflexión
produce una extraña paradoja: mientras que a Batman le hace pasar
de una vida fácil y sin preocupaciones a una vida llena de fatigas
y responsabilidades, para el Joker es al contrario. Pasa de una
vida de reveses y miseria a una de crimen y despreocupación
absoluta.
La broma asesina
Va siendo hora
de que entremos en materia. Hasta el momento hemos apuntado
ciertas ideas sobre la identidad y su necesaria relación con los
opuestos para la afirmación
ellos son malos, luego nosotros
somos buenos;
y también hemos pasado de puntillas sobre la relación que une a
los dos principales actores de este cómic.
Creo que antes
de continuar con los aspectos teóricos sobre la obra, es bueno que
nos fijemos en el continente de esta historia para tener una
visión completa de su verdadero valor.
En 1988 la
editorial DC publica The
Killing Joke.
Una historia que revisa dos personajes clásicos y su relación de
amor-odio. Este cómic narra el intento por parte del Joker de
demostrar que cualquiera puede perder la razón y cometer un crimen
bajo la presión psicológica adecuada. Es cierto que quizá sea un
pensamiento demasiado elaborado para el personaje. De todas
maneras, para conseguirlo intenta buscar una comparativa entre las
cosas que recuerda y que no puede soportar de su pasado (como la
pérdida su mujer embarazada por un accidente del que se culpa) y
su plan para convertir al Comisario Gordon en un demente. Para
ello se le ocurre dejar inválida a la hija del policía de Gotham
City y sacarle fotos desnuda para posteriormente proyectárselas a
su padre, de modo que poco a poco se despida de la cordura y se
vea empujado a matarle y de esta manera olvidarse de la ley y de
su función.
Moore se
aprovecha de una serie de saltos espacio temporales para comparar
la preparación del plan del asesino con la fragua de su propia
locura. Sin embargo, debemos tener claro, y es de gran importancia
para el desenlace de este escrito, que el narrador británico no
tiene la intención de colarse en el interior de la mente de sus
personajes. En
La broma asesina
los deja
actuar por su cuenta; por ese motivo sólo hay unas palabras del
narrador al principio, «Había una vez dos tipos en un manicomio...»,
y otras en las que el propio Moore, mediante una repetición de las
primeras frases de Batman en la narración, ironiza sobre su
combate final con el Joker:
«Hola. Vengo a
hablar. He estado pensando últimamente, sobre tú y yo. Sobre lo
que va a ocurrirnos al final. Nos mataremos el uno al otro
¿verdad? Puede que me mates. Quizás te mate yo, antes o después.
Sólo quería sentir que había intentado hablar las cosas y evitar
que ocurran. Por una vez. ¿Me oyes?
Estoy hablando
de la vida y la muerte. Quizás mi muerte... quizás la tuya. No
entiendo por qué nuestra relación debe ser tan fatídica. No quiero
tu muerte en mis manos.»
Durante la obra
no hay ningún otro bocadillo que manifieste un monólogo interno.
Son los personajes los que actúan e,
incluso, los que recuerdan. El guionista sólo los ha colocado ahí
y narra lo que sucede, abandonando la fórmula del autor
omnisciente tan habitual en el cómic de superhéroes.
El punto de
partida de la historia son las ondas producidas por la lluvia en
un charco. Fijémonos en que lloverá durante toda la obra
(incluidos los diferentes saltos espacios temporales), y la última
viñeta coincidirá exactamente con la primera, en un adelanto de
que todo sigue igual a pesar de los intentos de los actores por
cambiar las cosas.
A partir de
aquí, y por medio de varias páginas donde predomina la estructura
de nueva viñetas por página (en las que nos encontramos con un
ritmo pausado e intrigante gracias a los saltos de plano en el eje
trasversal y horizontal de nuestra visión así como a pequeños
zooms), podemos observar cómo Batman entra en Arkham Asylum
para hablar con el Joker y convencerle de que su manera de actuar
no conduce a nada (ver el diálogo reproducido atrás). No se sabe
por qué, de repente el héroe atormentado de Gotham siente la
necesidad interior de hablar con su máximo oponente.
Moore
no nos facilita información sobre el motivo por el que Batman
llega al manicomio del Dr. Arkham, ni nos explica por qué está
allí el Comisario Gordon. Sin embargo, el héroe intenta razonar
con un personaje que es el estandarte de la sinrazón en el
universo de las viñetas. En mi opinión, Batman, sin darse cuenta,
ha sido movido por un hilo argumental externo a sí mismo y que le
ha colocado en un punto de partida preciso.
Y es justo desde
aquí, desde esta viñeta donde aparece esta frase inacabada (quizá
de labios del propio Moore), desde esta primera viñeta que rompe
la estructura de nueve viñetas por página, donde Batman intenta
convencer al Joker con un discurso sobre lo irracional de la
guerra entre ambos. Al final de su
speech
el detective
descubre que el personaje que se encuentra sentado frente a él no
es quien parecía ser y utilizando una concatenación sonora se
produce el primer salto espacial para descubrirnos al verdadero
Joker intentando comprar un parque de atracciones abandonado.
La broma asesina. Guión de Alan Moore, dibujo de Brian
Bolland y color de John Higgins. Publicada en España el mismo
año por la editorial ya desaparecida Ediciones Zinco.
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