EL ALEPH DE CHUMY CHÚMEZ (Recorrido
sentimental y poco académico por la obra más lúcida y graciosa de
todo el siglo veinte y parte del veintiuno)
texto por
Lombilla
Al "hermano" Chumy Chúmez
in memoriam
Setenta y cinco vírgenes llorosas y doscientos
cristos llagados me persiguen, junto a una miríada de puntiagudos
nazarenos, por calles estrechas con no sé qué aviesas intenciones;
cuando creo que les he dado esquinazo aparecen, como por arte de
magia, Yola Berrocal, Dinio, Sardá y un ejército de tarados clones
televisivos que comienzan a gritar con estentórea vesania. Sigo
corriendo y logro deshacerme de ellos, pero entonces, a traición,
sin que haya podido ver de dónde ha salido, salta sobre mí la
ministra de Asuntos Exteriores, doña Ana Palacio, y comienza a
enseñarme, con obsceno regocijo, sus lánguidos pechos de madura
opusina donde tiene tatuados a George Bush en el derecho y a
Aznar en el izquierdo; Intento no vomitar y salgo corriendo de
nuevo. Otra vez, exhausto, creo haberme librado de la horrible
pesadilla en que estoy metido y me siento en el suelo a descansar.
Antes de que pueda reaccionar estoy rodeado por varios tertulianos
de la COPE que escupen fuego por la boca como si fueran dragones
antropomorfos y hacen alegres malabares con calaveras de niños
iraquíes muertos en aras de su propia y democrática salvación;
entonces, no sé cómo, aparece entre cegadoras luces mi hada
madrina que, dándose perfecta cuenta de la situación tan delicada
en que me encuentro, se ofrece a ayudarme concediéndome un deseo
que yo no dudo en formular: ¡Líbrame de todo esto! ¡Sálvame de la
estupidez humana, de la vil mentira, el cinismo y la sinrazón!
¡Llévame a un mundo mejor...! Y así es como de pronto, creánme, me
veo metido en el mundo de Chumy Chúmez.
1.
El dios sol
En este delirante mundo, paraíso de la
inteligencia, no hay dioses a los que venerar con humillante
sumisión ni tontas prohibiciones contra el saber: aquí todo está
lleno de manzanos "de tres patas" de los que cuelgan los más
deliciosos frutos humorísticos germinados bajo el lumínico amparo
de un sempiterno sol, rúbrica inequívoca del genio.
2.
El lobo travestí
Chumy Chúmez parece haber pensado, parafraseando al
Dios bíblico, que no es bueno que La Codorniz esté sola y
ha creado, demiurgo de su propio universo, un hermoso y fresco
lobo de reminiscencias franciscanas que travestido en simbólica
loba capitolina, nos ha amamantado durante breves pero intensos
años a todos los españoles huérfanos de libertad y hambrientos de
lucidez crítica con su nutritiva mala leche.
3.
El marxismo-chumynismo
La historia del mundo es la historia del
enfrentamiento de clases y Chumy Chúmez, vanguardia vindicadora
del indefenso proletariado en esta eterna y desigual lucha, ha
consagrado, como elocuente y sarcástico icono reivindicativo, la
imagen del enchisterado y fustigador terrateniente a lomos del
explotado trabajador en su particular manifiesto: el "Manifiesto
Humorista".
4.
El Aleph
Jorge Luis Borges ideó un lugar
donde están, sin confundirse, todos los lugares del orbe vistos
desde todos los ángulos, llamado Aleph. Un paseo por la obra de
Chumy Chúmez nos muestra, guiados por la deslumbrante luz de su
ubicuo sol, un delicioso Aleph satírico por el que vemos todos los
aconteceres de la sociedad española de los últimos cincuenta años:
vemos sonrientes esqueletos que nos aleccionan («Todos los hombres
muertos son iguales.»); vemos escépticos lectores de periódicos
(«¡María, tráeme las gafas para de cerca y las de leer entre
líneas!»); vemos inquietantes paisajes con no menos inquietantes
carteles informativos («Se prohíbe terminantemente todo lo que no
es obligatorio.»); vemos siniestros cementerios con lápidas
portadoras de clarificadoras inscripciones («Aquí yace M.G.S.A.
Nació en 1934, salió en televisión en 1984, murió en 1997.
Descanse en paz.»); vemos la sagrada institución del matrimonio en
toda su crudeza («Lo nuestro empezó con un flechazo y acabará con
un tiro.»), («Mi marido es un machista, cuando le pego me
responde.»), («Qué susto me has dado, cariño, de lejos me habías
parecido tú»), («Abróchate el escote, querida, que se te están
viendo todos los años.»), («Ayer aborté en Londres, ahora, a por
la parejita.»), («Te quiero tanto, que cada vez que deseo tu muerte
me arrepiento.»); vemos la triste realidad televisiva («Es
terrible, he perdido la mitad de mi vida viendo la tele y la otra
mitad hablando mal de ella.»), (delante de un televisor hay un
hombre con una cabeza diminuta mientras una leyenda nos recuerda
«La función crea el órgano.»); vemos cínicos reaccionarios
explotadores de la rancia España carpetovetónica (un pobre porta
una pancarta donde se lee «Tengo sed de justicia.» y uno de ellos
dice «¡Vicioso! Sólo piensa en beber.»), («Mi marido ha decidido
que llevemos una vida más sana y más sencilla y va a despedir a
200 de sus empleados.»), («Yo paso con que cierta prensa me
injurie llamándome ladrón, lo que no voy a consentir es que,
además, lo demuestre»); vemos menesterosos de todo tipo que se
enfrentan, desvalidos, a un mundo egoísta y cruel («Yo soy pobre
pero honrado. –dice uno al que otro le contesta:– Lo comprendo,
las desgracias nunca vienen solas.»), (un cartel reza así:
«Prohibida la mendicidad bajo multa de 30.000 pts.»), («A mí me
gustaría morir con unas botas puestas»), («He tenido que vender la
dentadura postiza para poder comer»), («Señor, bendice estos
alimentos que ni tú te los comerías.»), («¡Qué desesperación,
morirse uno de hambre y encima tener que ver cómo poco a poco te
van comiendo los gusanos.»), («Y pensar que con este eructo tuyo
podrían haber comido tres niños de la india»), («Me ha dicho el
médico que si me invitan puedo comer de todo»); vemos
inconfundibles paisajes salpicados de olivos por los que pasean
pensativos arrieros patrios («Un día me voy a liar la manta a la
cabeza y me voy a comprar un libro»); vemos
ingeniosos puyazos a hipócritas progres de diseño («A veces pienso
que esa gente no se merece que me lea entero "El Capital"», dice
un melenudo frente a un grupo de desheredados.), («Me gustaría una
dictadura que me prohibiera escribir todo lo que no se me
ocurre»); vemos contundentes burlas a ese monumento de la sinrazón
humana llamado guerra (de un enorme y siniestro tanque sale una
voz: «Ave César, los que van a matar te saludan»), (un monumento
con la siguiente leyenda: «Monumento a las víctimas del soldado
desconocido»), (de unos aviones preñados de muerte que cae
inmisericorde en forma de negras bombas sale una voz: «¡Bah! Peor
fue lo de Caín y Abel: murieron el cincuenta por ciento de los
combatientes»), (un hombre con pata de palo porta una pancarta:
«La guerra para quien la trabaja»), (un cañón con letrero
colgante: «Esta ley anula todas las anteriores»); vemos verdaderos
tratados de sociología («El pueblo sólo quiere pan y cornadas»),
(«Estamos viviendo la gran época del analfabetismo ilustrado»);
vemos una particular y sana teología de la liberación intelectual
(un libro lleva por título: «Dios, obras escogidas»), («Sí, Dios
existe, pero no lo suficiente»), («Se equivocan los ateos, Dios no
ha muerto, solamente se ha jubilado»), («Parece que por fin se
están dando ya las condiciones objetivas para que exista Dios»);
vemos hombres de campo cuya sola presencia es un alegato a favor
de la imposible redistribución de tierras («Antes, el
terrateniente era el señorito conde, ahora lo es la señorita
multinacional»), («Aquí en el campo no hay parados, todos se
escapan corriendo»), (un miserable terrateniente comenta con otro
mientras ve a un pobre trabajando el campo: «No; no creas que son
tan buenos, les mueve a trabajar el egoísmo. Lo hacen por
dinero»), («Por aquí hemos tenido la reforma agraria de que ahora
los propietarios no son los de antes, sino sus hijos»), («Mi
señorito es el mayor latigofundista de la provincia»); vemos
infantiles cuentos revisitados (caperucita le dice a un
sorprendido lobo: «Quiero que sepas la verdad: ya ha habido varios
lobos en mi vida»); vemos inteligentes autocríticas («El humorista
es un filósofo que sólo sirve para nada»); vemos significativas
proclamas patrióticas («Yo quiero tanto a mi patria que le voy a
poner un piso»); vemos sátiras antiimperialistas de rabiosísima
actualidad («A veces me consuelo pensando que los Estados Unidos
tienen los siglos contados»); vemos delirantes interpretaciones de
la nueva enseñanza («Mamá, la profe de educación sexual nos ha
puesto de deberes para casa dos orgasmos»); y vemos eternos
símbolos de la injusticia humana en forma de pequeños hombres
cargados con piedras enormes, y vemos la omnipresente chistera en
las cabezas de los poderosos, y vemos tumbas y esqueletos
moralizantes que para sí los quisiera Valdés Leal, y vemos… vemos
a un pobre lobo que lanza al viento su aullido de dolor, y nos
sentimos intrusos en nuestro propio mundo que es el mundo que nos
ha legado Chumy Chúmez. Y con respeto salimos de él conscientes de
que él nunca saldrá de nosotros, para dejar que este lobo
irreverente y preguntón, digno hijo de su padre, pueda llorar la
muerte del genio demostrando con su humana actitud, que si el
hombre es un lobo para el hombre, el lobo, este socrático y negro
lobo, es un verdadero hermano, un Hermano Lobo. |