LA PROFESIÓN VA POR DENTRO
RAFAEL MARÍN

Notas:
Texto publicado en el núm 2 de la revista Flash-Back, editada por A. Busquets en 2003, número editado a modo de libro monográfico sobre la obra de Carlos Giménez. Este artículo de Rafa Marín abría el conjunto de textos teóricos y se reproduce aquí tal cual, sin revisar ni corregir.
LA PROFESIÓN VA POR DENTRO

 Es en aquellos años cuando los autores nacionales, al socaire de la admiración que los jóvenes lectores profesan sin rubor hacia dibujantes extranjeros como Moebius, Corben, Bilal, Pratt o quienquiera que toque potenciar esa temporada desde la editorial / iglesia de turno, no se quedan atrás y empiezan a desplegar una labor creativa que supone un rompimiento casi absoluto con su producción anterior y un paso importante en la consecución del sueño de un tebeo verdaderamente adulto.

En el caso de Giménez traía ya un bagaje creativo envidiable. Enamorado y apasionado seguidor de maestros como Iranzo, Gago, Ambrós o el norteamericano Frank Robbins, en su haber se contaban, pese a su juventud, títu­los tan destacados como Gringo (1963) (un "western" que habría que recuperar y poner en el lugar histórico que se merece), Delta 99 (1967), y sobre todo el divertido y espec­tacular Dani Futuro (1969).

En los últimos años he ido preparando una antología de obras maestras del cómic de ciencia ficción. Carlos Giménez es ya un autor indispensable en esas cróni­cas dedicadas a los tebeos de ciencia-ficción (y de cualquier crónica dedicada simplemente a cualquier tipo de tebeo), pues a él se deben títulos capitales e ineludibles como Hom o Érase una Vez en el Futuro, pero tiene otras simpáticas incur­siones en lo fantástico que, siendo grandes, no he incluido en mi listado de obras maestras propias, consciente de que no lo son del todo, aunque figuren entre mis tebeos favoritos de muchas décadas: es el caso de Dani Futuro o Delta 99, dos títulos en cuyas páginas encontré mucha diversión adoles­cente y que sí pueden considerarse exploraciones cons­cientes del medio y el género y no meros paseos por el camino de losas amarillas que va de la profesionalidad a la gloria artística.
 
DELTA 99
 
Un decreto del 19 de Enero de 1967 promulga el Estatuto de las Publicaciones Infantiles y Juveniles, que acaba por discriminar las publicaciones de cómics en función del público al que teóricamente van dirigidas. Nacieron así los formatos "para adultos", "para jóvenes" o "para todos los públicos".
El cuadernillo de aventuras era ya cosa del pasado. La aventura en sí, no. Recortado su formato y ampliadas sus páginas, es el momento de intentar crear algo más parecido a un "comic-book" americano, aunque se anuncie como "novela gráfica".
De la mano de un grupo de dibujantes jóvenes y entusiastas, y recurriendo a la ciencia ficción como sustituta de las gestas medievales o el "western", dos nuevas series asomaron tímidamente al mercado.
A imagen y semejanza de los títulos americanos que, en otra parte del mundo, llevan ya un lustro experimentando un claro boom, nuevos tebeos de aventuras son a veces labor de equipo, o se sustituye sin trauma alguno a un dibujante por otro sin que la serie resienta su calidad, sino al contrario. Son historias autoconclusivas, de veinticuatro páginas. Delta 99 es la primera de estas series, con dibujos de un primerizo Carlos Giménez que acaba por ser sustituido por Adolfo Usero o Manel Ferrer tras una decena de episodios, y guiones de Flores Thies al principio y después de Víctor Mora. El caso contrario se da con Cinco por Infinito, donde las iniciales participaciones de Usero o Suso Peña acabaron por dejar la autoría plena de los episodios a Esteban Maroto.
Hay puntos de contacto, casuales o no, entre ambas series. Y también entre los dos títulos y algunos conceptos y situaciones ya explorados en el Universo Marvel. Delta es un Agente extraterrestre, en teoría una especie de James Bond galáctico, que ha sido enviado a la Tierra por El Anciano no se sabe muy bien para qué. Pronto esta temática cienciaficcionística se olvida y las historias se convierten en un divertido carnaval de chicas escotadas (pero censuradas en la primera edición), malvados de opereta y misterios más o menos sobrenaturales de agradable factura. Sin los condicio­nantes religioso-culturales de otros héroes del pasado, Delta es un héroe a salvo de complejos, que no pontifica, y que se divierte haciendo submarinismo, leyendo o pescando al final de cada historia. Es, en cierto sentido, una versión adulta y despreocupada del Dani Futuro que Carlos Giménez iba a realizar un año más tarde. El parecido del arranque con el kree Captain Marvel (aunque sin el conflicto interior del superhéroe) y algún personaje secundario marveliano (el homónimo Anciano de Doctor Strange) puede que sea sólo casual, pero cuesta trabajo pensar que unos profesionales del cómic no estuvieran al tanto de lo que se experimentaba y conseguía en el medio en otras latitudes.
Por su parte, Infinito es un ente extraterrestre que reúne a un grupo de cinco personajes, al estilo de los superhéroes americanos aunque con un desagradable regustillo a fotonovela o cómic romántico en cuanto a su físico, y que tienen los improbables nombres de Altar, Aline, Hidra, Sirio y Orión. Hay claras influencias del Uatu de Fantastic Four en Infinito, así como entre el parecido físico de Altar (el cientí­fico del grupo), y Reed Richards. Tampoco pueden obviarse influencias de Thunderbirds, sobre todo en las naves indivi­duales numeradas del uno al cinco, y el punto de inicio, un ente cósmico que congrega a cinco terrestres despistados (cuatro si contamos que la bella Hidra no entraba en sus planes), anda muy en línea con lo que un cuarto de siglo después serían los Power Rangers, por lo que poco puede argumentarse sobre su supuesto tono adulto.
De forma consciente o no, los uniformes de los personajes son similares al de Delta 99, e incluso uno de ellos (Sirio), bien podría pasar por su hermano gemelo. Infinito y El Anciano comparten físico similar y motiva­ciones casi idénticas, por lo que extraña que nadie se deci­diera a dar el paso lógico y atar la continuidad entre los dos títulos, habida cuenta de que el colectivo de dibujantes de ambas series era conocido como "Grupo de la Floresta", el nombre de una torre donde compartían vivienda, aspira­ciones y aventuras.
Delta es la aventura, es Johnny Hazard, es James Bond, es un tebeo hecho a la usanza de todos los tebeos de aven­turas y todas las películas de acción que habían sido antes que él, y sin duda un avance de los personajes que veinte años más tarde se harían populares en la pantalla grande o la pantalla chica. Un aventurero europeo teñido de ciencia fic­ción, donde la influencia de los filmes de la Warner, del moderado "revival" del cine de fantasía y terror hispano, de la apertura a Europa y lo entrevisto más allá de las fronteras de una España encartonada hacían soñar con ser partícipes de esa libertad que tanto respira el extraterrestre metido a redentor de piratas y justiciero juvenil. Delta 99 nos enseñó, sin que lo supiéramos entonces, que se podían hacer tebeos divertidos como se estaban haciendo en otros lugares.
 
¿LUKE FUTURO O DANI SKYWALKER?
Fue en Gaceta Júnior donde apareció una nueva obra de Giménez, sobre guiones de Víctor Mora y alguna oca­sional colaboración de Luis Vigil: las aventuras en clave de amable ciencia ficción de un jovencito rubio vestido de blan­co y acompañado de un robot en forma de buzón de correos que preludian o inspiran a los Luke Skywalker y R2-D2 de La Guerra de las Galaxias.
Reeditado hace unos años por Planeta, la serie de Dani Futuro supone el deseo consciente de hacer un tebeo puramente a la europea, una serie de historias que luego se recopilan en álbum (o se publican directamente en Francia).
De la dulce poesía de -los primeros episodios, y sin olvidar nunca que se trata de una serie juvenil, Dani Futuro implica un paso adelante en la concepción del tebeo que iba a hacer Carlos Giménez: la madurez de ideas y puesta en escena, la toma de conciencia política y social (es ni sintomático que los terroristas de uno de los episodios acaben adquiriendo los rasgos de Giménez, Usero y otros compañeros dibujantes).
Hablaba antes de la coincidencia física entre Dani Futuro y Luke Skywalker. Hay más detalles: En un escenario de  ciencia ficción, un adolescente de pelos rubios y/o blancos, vestido inmaculadamente del mismo color, entre el
kimono y el traje pop, con correas y cosas colgando al cinto, una de ellas, en el caso de Dani, indefinida, la misma que en el futuro caballero Jedi ocupa el sable de luz. Recordemos que Dani Futuro fue creado diez años antes.
La coincidencia no acaba sólo aquí. Los robots siempre han sido masas enormes de proporciones gargantuescas o estilizadas versiones del ser humano. Recordemos al Robbie de Planeta Prohibido, a la María de Metrópolis, al Gort de Ultimátum a la Tierra o al mismo C-3PO de La Guerra de las Galaxias. Y de pronto, en una revista española de los años Sesenta, un joven que ya era un genio se descuelga con un robot pequeñito y chaparro, con ruedas en vez de patas, redondito y con cierta tendencia a las obser­vaciones cáusticas. Y le pone por nombre Jorge, lo menos glamoroso para un ser de hojalata positrónico.
 
UNA TRINCA PARA EL MOVIMIENTO
 
Los adolescentes que en Noviembre de 1970 éramos ya aficionados a los cómics jamás podremos olvidar el estupor vivido en clase de Formación del Espíritu Nacional, cuando el inevitable vendedor de enciclopedias, álbumes o colectas para bautizar negritos tan típicas de la época sacó de su maleta un extraño ejemplar de cómic y lo anunció a los cuatro vientos como la consecución más por­tentosa que jamás vieron los siglos. Los tebeos, escolarmente mal vistos, acababan de recibir la bendición del "establishment" con un nuevo título, Trinca, editado con todo lujo por Doncel, hasta entonces dedicada a los libros de política del régimen de Franco.
La multitud de autores que en años sucesivos se turnarían en las páginas de la revista consolidarían un amplio muestrario de estilos y técnicas, ninguna de las cuales puede relacionarse con la propaganda originariamente prevista para el título. Un estudio pormenorizado de todas las series, per­sonajes y autores de Trinca llevaría a un volumen exclusivo, algo que sin duda debería hacerse algún día. Sin embargo, no pueden olvidarse historietas como El Miserere, donde Carlos Giménez realiza un soberbio experimento de mon­taje y terror en el que, adaptando el relato de Gustavo Adolfo Bécquer, nos encontramos con uno de los primeros tebeos verdaderamente adultos de la historia del cómic en España. Citemos también que una nueva historia de Giménez para Trinca, la adaptación de El Extraño Caso del Señor Valdemar de Poe, no fue publicada por culpa de la cen­sura.
 
BUSCANDO NUEVAS FRONTERAS
 
Carlos Giménez acabaría trasvasando su Dani Futuro a la revista de Tintín, aunque con el provi­sional título Iris de Andrómeda por el absurdo litigio interpuesto a su autoría por la editorial de Gaceta Júnior, y directamente para Pilote crearía al unísono con Víctor Mora Roy 25.
Pero Carlos es un luchador, un autor con clara conciencia de clase que no se resigna a los abusos editoriales ni a las cortapisas impuestas sobre los cómics como medio: "En el cine se han hecho muchas cosas, pero en historieta todavía queda mucho por hacer'', confesaría el autor a Iván Tubau en la entrevista del cuaderno de Un Hombre, Mil imágenes (Norma, 1982) dedicado a su figura: "Hay autores, dibujantes, que tienen una vida riquísima, llena de experiencias, Y hacen historietas del Gato Félix o del Pato Donald”.
Cuando la mítica revista Pilote tuvo que reinventarse a sí misma después del mayo francés, dejó detrás de sí mucho del bagaje del tebeo europeo "culto" y para todos los públicos que había ido labrando desde sus inicios en 1959, pero su inevitable evolución dio paso a una nueva manera de entender el cómic para adultos. En esa andadura que arran­ca del éxito de Astérix y lleva a la deconstrucción del medio que propiciaron los Humanoides Asociados, fueron varios los autores españoles que, libres de la censura que imperaba de los Pirineos para abajo, pudieron hacer una obra person­al y a la altura de lo que otros guionistas y dibujantes inter­nacionales estaban haciendo.
Víctor Mora ya había conseguido un hito en la his­toria del tebeo popular español con su famoso Capitán Trueno; junto con Luis García, escaldado de su polifacética y anónima producción para agencias y deseoso de hacer un trabajo digno y diferente (y le esperaba la historieta Chicharras, una de las obras maestras del tebeo español) presentan en sus Crónicas del Sin Nombre una serie de historias sin más conexión aparente que el leve hilo de ciencia ficción que proporciona el ente extra terrestre, poético y abstracto, que va saltando de vida en vida y de tiempo en tiempo en un vagabundear infinito y sin rumbo.
Una vez más, la sombra de Jack London, tal vez; un entorno de ciencia ficción para contar historias de aquí y de ahora. Lejos de los seriales-río a los que el guionista esta­ba acostumbrado, y superando las historietitas tontas de ocho páginas y final sorpresa que tanto y tan malo harían por el cómic mundial (en tanto sirvieron para desarrollar tics y coartar talentos), los capítulos del deambular del Sin Nombre se enclavarían no en una filosofía de contar relatos clásicos con exposición, nudo y desenlace, sino en describir un fragmento de vida, un esbozo de sentimientos y vivencias a las que el Sin Nombre y los lectores asomamos brevemente antes de continuar nuestro camino y pasar a otras ventanas, a otras sombras.
Los abundantes textos de apoyo no resultan lo car­gantes que podría imaginarse, pues se alcanza un aceptable equilibrio entre lo poético y lo narrativo (¿legado de Héctor G. Oesterheld?) mientras que el estilo de dibujo, con ese rayado característico y esa base fotográfica que luego García encumbraría a cotas hiperrealistas en obras posteriores, más ambiciosas y fallidas (como Nova-2) da a las historias un tono distante y frío, en perfecta consonancia con el personaje que sirve de excusa para contar historias intimistas a las que quizá no tenemos derecho a fisgar.
De entre todas ellas, es quizás Love Strip la más importante y conseguida, por tratarse de un juego escénico llevado a sus últimas consecuencias: al contar el triángulo amoroso entre un dibujante, su guionista y la novia del primero, Víctor Mora "protagoniza" al personaje del guio­nista y Carlos Giménez al dibujante (un recurso típico de García como autor es que sus amigos, al ser la base fotográ­fica de sus dibujos, aparezcan con frecuencia en sus viñetas, y jugar a reconocer a Adolfo Usero, Enrique Ventura o Miguel Ángel Nieto en sus tebeos es un añadido más a su atractivo; el propio Luis García, naturalmente, sería el pro­tagonista de la mencionada Chicharras).
El juego de alusiones se acentúa cuando las histo­rietas que dibuja el personaje están realizadas por Carlos Giménez con su propio estilo, reforzando ese toque pirandelliano de realidad dentro de la realidad, el contraste entre el dibujo fotográfico de García y el más tebeístico del tebeo que hace Giménez.
Por si fuera poco, en esta historieta está esbozado ya el futuro de lo que iba a ser no sólo la historieta en España
(es la primera vez que se nombra y se dibuja a lo que luego van a ser los niños de la fundamental Paracuellos), sino la historia de España misma: las alusiones a las librerías quemadas por los grupos ultra, las amenazas, la censura, los deseos de hacer una obra adulta, digna y personal, de la que estas Crónicas… fueron uno de sus primeros y más logrados ejemplos.
 
EL CÓMIC COMO PARÁBOLA
 
Poco después de la muerte de Franco, Giménez prepara su primer gran proyecto personal, la muy libre adaptación de un fragmento de la novela de Brian W. Aldiss En el Lento Morir de la Tierra, bautizada Hom para la ocasión y originalmente con destino a la revista auto-gestionaria Bandera Negra, que jamás llegaría a ser publicada como tal y sería reconvertida en Trocha.
Hom cuenta en clave de parábola la lucha del hombre contra quienes lo maniatan y manipulan, su redención y su victoria "in extremis", sin olvidarse de dar un necesario toque de atención sobre los peligros que pueden acecharle en el futuro. La historia de un mundo apocalíptico donde los poderosos exprimen con crudo sarcasmo a los débiles y explotados se resuelve con un montaje y un ritmo inauditos, con la presentación de un tropel de atractivos personajes de fantasía que no impiden en ningún momento la comprensión del mensaje social de la narración.
A salvo de las rancias elucubraciones y los esteticismos herméticos de otros tebeos españoles del pasado (y DEL futuro, ay), Giménez logra crear una "novela" sólida y entretenida, apasionante, donde la idea central queda poética y desgarradoramente clara: el pez grande se come al chico, muchos peces chicos pueden (y deben) comerse al pez grande. La sumisión del Hom(bre) protagonista de la historia al hongo parásito que lo anula y humilla y al gordo y repulsivo ente delfinesco que tiene que transportar durante buena parte de la trama es absoluta hasta que la unión de todos los marginados de la historia logra sacudirlos del yugo esclavizante. Pero la libertad de Hom y sus compañeras no será total: la última viñeta anuncia que otros peligrosos hon­gos parásitos acechan siempre en el camino.
El proyecto es tan personal y abrumador que no llega a ser publicado hasta dos años después, en 1977 y en formato álbum, por Ediciones Amaika, aunque la suerte no acompaña a las ventas y el autor llega a considerar que es su obra maldita.
A esto se llama coger el toro (¿el delfín?) por los cuernos. Un autor de cómics, a partir de un par de ideas sugeridas por la novela de Aldiss (á la que, quizá sin tener por qué, reconoce su crédito) se replantea su profesión, su futuro y su pasado y logra entregar el que quizá sea primer cómic plenamente adulto del tebeo español, una de las tres o cuatro obras maestras absolutas del medio en cualquier país, y además una sombría y poética recreación de temas impere­cederos para el destino del hombre: la solidaridad, la tiranía, la redención.
El desfile de seres esclavizados y sumisos que aparecen en sus apasionantes cuarenta y seis páginas tiene perfecto contrapunto en la aparición de los seres poderosos y faltos de escrúpulos que dominan el relato, una historia dura y sin concesiones donde Carlos Giménez demuestra (por primera vez en su dilatada carrera y por fortuna no por última) cómo se manejan los recursos narrativos de un medio tan poco explotado como es el cómic. Giménez, hace más de veinte años ya, convirtió al tebeo en un medio que nada tenía que envidiar a la novela o el cine, y esta historia demuestra hasta dónde puede llegar el cómic a poco que un autor inteligente y entregado se ponga a ello.
El arte del cómic como parábola, eso es Hom, una historia que el autor, Carlos Giménez, afronta en solitario, sin encargo previo, como quien escribe un poema o una autobiografía, por darse el gusto de explorar narrando, de calibrar los potenciales de la historieta como medio de comunicación y de sí mismo como contador de historias, como artista. Para desarrollar las cuarenta y seis páginas que engloban este bellísimo y despiadado poema solidario, Giménez (que como ya hemos visto ya había tocado la cien­cia ficción con series como Delta 99 y Dani Futuro), fue capaz de doblegar la cabeza y, en contra de sus principios y, como él mismo comenta, con lágrimas en los ojos, dedicar unos meses de su tiempo a dibujar insulsas historietas de romance para ser sindicadas en Inglaterra mientras, por su cuenta, ponía su corazón y su cerebro en la creación de esta singu­larísima obra; o, como diría el propio Hom: "Cuando se tiene hambre, comer es lo más importante"'.
Y Giménez tenía hambre, física y espiritual, y como el protagonista del tebeo tuvo que sacrificar una por otra antes de continuar su camino y llegar a la empalizada de donde había partido y a la que un día, victorioso y sabio, sin desdeñar otros peligros al acecho, volvería. Quizá Giménez sabía ya, pese a su juventud, que Hom iba a convertirse en el primero de sus grandes proyec­tos personales y, por ende, en su obra maldita.
De entrada, en la España de la época (los últimos coletazos del tardo franquismo, cuando aún no teníamos muy claro que todo aquel baile de nombres y hombres fuera a desembocar en una democracia), Hom era impublicable. Su clarísima ideología izquierdista, la definida toma de posi­ciones de Carlos Giménez para con los desheredados y explotados de la historia (el propio Hom, las silenciosas mujeres esclavas, los pescadores eunucos) y en contra de los explotadores y manipuladores (el hongo parásito que se apodera del protagonista, el monstruoso ser delfinesco conocido como Gran Yo) lo convertían además en una his­toria poco convencional, sin un lugar ideal donde ser publi­cada dada la imprevisible censura y la falta de revistas ade­cuadas donde difundir su mensaje... y sin embargo Hom es clarísimo fruto de su momento, cuando igual que el diminu­to guerrero sojuzgado y por fin liberado todos nosotros nos debatíamos entre los sentimientos del miedo y la incomodi­dad y los de la liberación y la convivencia solidaria.
Sin rehuir momentos de bella plasticidad, creando elementos fantásticos de sobresaliente atractivo (los desfiladeros, los animales salvajes, la mezcla de biologías aliení­genas), Giménez es a la vez capaz de centrar la historia en el debate dialéctico entre los monstruos dominantes y el Hom-bre encadenado, convirtiendo esta historieta en un bellísimo "tour de force" entre ideologías contrapuestas y anunciando que en el futuro su punto fuerte iban a ser, pre­cisamente, los diálogos: el toma y daca verbal entre Hom y sus dominadores, los bellos momen­tos de poesía y la casi total ausencia de textos de apoyo (en un tebeo como éste los cartu­chos de texto casi tendrían que haber sido sustituidos por pura música).
Cuesta imaginar cómo Hom no ha sido nunca llevada al cine o, cuanto menos, al teatro: pese al espacio abierto por donde los personajes pululan en simbólica peregrinación, el ambiente es opresivo, la confrontación de las ideas es más fuerte aún que la confrontación de los cuerpos.
En Hom Giménez encontró su hueco como narrador, explorando caminos que luego le llevarían a bucear en sí mismo y entregar un caudal de obras maestras (y, mejor todavía, personnalísimas) que lo convertirían en el creador número uno del cómic mundial. Pues es a partir de Hom que Giménez se plantea el oficio de historietista y el medio de la historieta como mundos sin fronteras, donde nada está vedado, donde todo puede narrarse si se sabe y se quiere hacer. Giménez se se convierte a partir de este álbum en cronista de la España del momento (en sus historietas con Ivá para El Papus) y de su su propia vida (las series de Paracuellos o Los Profesionales), enriqueciendo el cómic y elevándolo a la maestría narrativa que, más que al cine, podemos equiparar con la novela.
Publicado en formato álbum por Amaika, la editorial de El Papus, Hom no tuvo suerte en el mercado. Reeditada en su momento un par de veces por Ediciones de la Torre en su colección Papel Vivo, Giménez sigue considerando que su mensaje no alcanzó, como debiera, a sectores más amplios del público. Y es una lástima.
Un lenguaje directo y sencillo, poético y dinámico, en ocasiones, cargado de ideología y de buen tino (pero sin caer en lo panfletario), muestra una historia fácil de prender, donde todos los elementos que sobran han sido previamente despiojados de la parábola ya citada que se nos narra con una dureza inaudita.
Hom todavía tiene que ser redescubierto por el público en general (quizá una reedición / reinvención en color sería el paso adecuado). Ese público que desprecia al cómic porque ignora que su potencial narrativo ya ha sido exprimido (y de qué manera) por un autor tan sobresaliente y tan nuestro como Carlos Giménez.
El mejor autor de cómics de la Historia, para quien esto firma. El único capaz de comprender que no se pueden poner barreras a lo que se quiere contar, como no se puede estar sometido a los caprichos de un hongo desalmado y mortífero.
Actualmente podemos disfrutar de este título capital en la historia del tebeo adulto mundial y celebrar lo poderoso y atractivo de la edición que ha presentado Editorial Glénat en tapa dura y a un precio tan asequible que su adquisición debería ser de obligado cumplimiento por todos los amantes del cómic, la ciencia ficción o la literatura misma.
Hom no es sólo la primera obra maestra absoluta del cómic español, es también una de las diez o doce obras maestras absolutas del cómic mundial de todos los tiempos.
 
EXORCISANDO FANTASMAS
 
Pero Giménez está en racha. Es ahora o nunca y lo sabe. Llega la hora de exorcisar los fantasmas pro­pios. La publicación de Mata Ratos, en la que el autor viene colaborando satirizando películas de moda, es sus­pendida por la censura y la editorial saca inmediatamente un nuevo título, Muchas Gracias, donde Giménez presenta una serie que nada tiene de humor, el estremecedor relato de la infancia de unos niños en un hospicio del Auxilio Social de Falange. Es su propia historia, su propia vida. Una vez más, nuestro hombre rompe moldes y crea algo que nunca se ha visto en el tebeo, ni en España ni fuera de ella, la narración biográfica que le acompañará desde entonces en casi toda su obra.
Pero la serie, bautizada luego Paracuellos a falta de un nombre mejor, no encaja en la humorística política edito­rial de Muchas Gracias, y acaba por ser publicada, sin título definido aún, en una revista que no es de historietas, sino erótico-sibarítica, Yes, donde queda espantosamente fuera de lugar, dada la finalidad primaria de la publicación, que no es sino explotar el destape con una remilgada dosis de "buen gusto".
En Paracuellos, la segunda gran obra maestra de Giménez, el lector encuentra la abigarrada condensación de viñetas (hasta veinte por página) que luego sería tan carac­terística al autor, sin espacios intermedios. Hay rabia, impo­tencia, dolorosa poesía en esta obra. Los niños encarcelados en el hospicio son sometidos a todo tipo de vejaciones y el autor es tan crudo relatándolo como crudos debieron ser quienes las cometieron. La tendencia a la caricatura se refuerza en los rostros de las envejecidas y envilecidas pro­fesoras, de las ricachonas que acuden al hogar, en los profe­sores que huelen a cuero, represión y ex-combatiente. Y los niños de ojos enormes y orejas de soplillo transmiten una ineludible sensación de ternura precisamente por su fealdad, por su indefensión. La belleza está reservada a unos pocos elegidos, a hermanos mayores idealizados o guardadoras enamoradas, o a los niños entregados a la causa, los "jamaos" que son guapos por fuera y deleznables por den­tro.
Los silencios de Paracuellos, el montaje, los primeros planos y los planos generales son tan impresionantes que casi no hacen falta los textos para entender, para gozar, para "sufrir" la historia. Pero Giménez demuestra que no es sólo un dibujante lleno de recursos, un narrador como pocas veces se ha visto, sino también un excelente dialoguista. Sus personajes se expresan en un habla coloquial que huye de tópicos, que suena siempre natural, una capacidad poco habitual en el medio y que Giménez irá estilizando y per­feccionando a lo largo de su carrera. (La maestría de Giménez para el diálogo podría arrancar de su admiración por la obra del novelista y amigo Francisco Candel).
Esta faceta de "novelista en imágenes" de nuestro autor tiene como complemento la de "cronista en imá­genes", la de satírico redactor de los acontecimientos del momento. Primero esa tendencia tiene como caudal, ya se ha dicho, la caricaturización de películas para la revista Mata Ratos en una nueva andadura, entre los años 1975 y 1976, pero llegará a su eclosión cuando poco después cierre el cír­culo con sus historietas para El Cuervo y, sobre todo, El Papus, y donde, a partir de un mínimo chiste final muchas veces guionizado por el maestro Ramón Tosas, "Iva", Giménez es capaz de narrar una historia apasionante con un montaje viñeta por viñeta que lo sitúan muy por encima de la anécdota humorística que está contando, trascendiendo de inmediato la sátira y rompiendo moldes. La colaboración de ambos autores para esta gran revista de humor sería recopilada en tres álbumes en 1976 bajo el provocativo título España Una..., España Grande... y España, Libre!, y supone uno de los acontecimientos más importantes de la historia del cómic en España, no sólo por lo que significa o por su altísimo nivel de calidad, sino por lo que consigue: lograr que el cómic bien hecho llegue a un amplio público adulto.
Y ese público, por desgracia, es de todo tipo. La labor de zapa y erosión que venía haciendo El Papus sobre la sociedad española, labor en la que también es indispensable la colaboración de dibujantes como Ja, Ivá, Oscar o Adolfo Usero, estalla literalmente cuando un grupo de ultraderecha envía una carta bomba a la revista y acaba con la vida del portero de la finca. Incluso parece que el nombre de Carlos Giménez aparecía en una supuesta lista negra de los frustrados golpistas del 23-F.
Este hecho pone freno a la política cuasi-revolucionaria de El Papus, y la serie de crónicas se interrumpe, para ser sustituida por Barrio, una especie de esperada continuación de Paracuellos donde Carlos Giménez cuenta sus experiencias adolescentes en el Madrid de los años Cincuenta y su época de aprendiz en un taller de artesanía, junto con los amigos, el retrato del habla y las calles, las chabolas, la represión policial y la sumisión cultural. Contada con menos aspereza y mucha más ternura que Paracuellos, esta nueva serie redondea el personaje de Carlos García García, "alter ego” del autor que sueña con dibujar tebeos en un mundo extrañamente luminoso y alegre a pesar de la escasez de medios y lo sórdido de los acontecimientos, presenta algún secundario entrañable, desde el malhablado y pícaro Poli hasta la madre del autor, los homosexuales Juan y Ramiro, el trabajador Gonzalo, el bobalicón Francisco Franco Pérez o el políticamente concienciado Bernardo, que cierra el álbum con una crudeza que choca con el tono más evocador y cos­tumbrista de la serie, revalidándola por completo.
Todavía encontramos un nuevo intento de serie en El Papus, Historias de esta España Nuestra, que quedaría en suspenso a las pocas entregas. Estas histo­rian recopiladas en el álbum Mano a Mano de la colección Papel Vivo de Ediciones La Torre, junto con las primeras historietas del renacer de Alfonso Font.
Citemos también que nuestro autor empieza a realizar, sin ningún encargo previo, la adaptación de un
relato de Jack London que acabará por convertirte en Koolau el Leproso, la virulenta y revolucionaria lucha de un hombre solo contra un ejército colonialista y que pone a Giménez, por si su indispensable labor en revistas algo apartadas del resurgir del "nuevo cómic" hubiera podido conducir a engaño dentro de los aficionados, en la cresta de la ola al ser publicada inicialmente en la revista Tótem en 1979-80.
 
ERASE UNA VEZ... LA CIENCIA FICCION
 
Convertido ya en líder indiscutible del renacer del tebeo en España, Giménez va saltando de revista en revista, sin dejar de colaborar en campañas políticas o sociales, y en 1980 vuelve al terreno que siempre le ha sido tan grato, la ciencia ficción. La adaptación (más bien recreación) de relatos de Jack London y Stanislaw Lem al mundo fantacientífico presentará la nueva serie Erase una Vez en el Futuro, que Toutain publicaría en su 1984. Se trata de una obra menor, aunque importante y gráficamente muy atractiva, donde quizá se echa en falta la utilización del color y que no puede competir con su otra obra más per­sonal, con las vivencias que engrandecen su trabajo.
Insistimos tradicionalmente en relegar a los cómics que se desarrollan en pocas páginas, alegando que en demasiadas ocasiones que éstos se escudan en una anécdota mínima (cuando la hay) y en la comodidad que supone para sus autores entregar mensualmente esas pocas páginas en vez de embarcarse en sagas más largas que pudieran ser el equivalente a una novela. Naturalmente, hay excepciones de peso, sobre todo cuando esas historias cortas forman parte de un todo y pueden y deben verse como relatos que se engloban en una antología que tiene una unidad temática, estilística o ideológica. Es el caso de Erase una Vez en el Futuro.
Una y otra vez, la figura de Carlos Giménez es un referente inevitable cuando se trata de equiparar el arte de la historieta con los potenciales que podrían desarrollarse a poco que se exploraran sus recursos y se intentara en serio entroncarla con la literatura. El caso que ahora nos ocupa, esta breve selección de relatos auna las atmósferas asfixiantes del relato escrito con la expresividad que sólo la imagen (ya sea cómic o cine) puede transmitir, sin hacer alardes ni dejarse constreñir por el espacio físico del medio o la inmadurez (?) de sus hipotéticos destinatarios.
Giménez nunca ha sentido reparos en adaptar al tebeo obras pensadas anteriormente para la letra impresa: ya vimos en Hom su peculiar visión de un pasaje de Brian Aldiss, pero trabajos como El Miserere de Bécquer o El Extraño Caso del Señor Valdemar de Poe, y hasta una versión algo chusca de La Odisea se cuentan en su larga carrera pro­fesional. En los cuatro relatos que componen este ciclo (y es una lástima que el autor no incluyera más historias de este tipo, pero series como Los Profesionales o Rambla Arriba, Rambla Abajo le esperaban en el futuro, para beneficio de todos), Giménez desnuda unos relatos de factura sobre­saliente, escritos por autores tan dispares (¿o no?) como London o Lem, y los acerca en el tiempo y el espacio pre­cisamente alejándolos (en el caso de London) del tiempo y del espacio donde fueron originalmente concebidos. Giménez se queda con el argumento de los relatos (pasajes de Diarios Estelares en el caso de Lem) y les confiere una inequívoca atmósfera de ciencia ficción, donde los detalles plásticos están cuidados al máximo, desde el físico infantiloide y alienígena de los memnogos a las enormes naves de carga y su hiperbólico dominio de las viñetas, las ropas de los personajes y sus tatuajes y ojos biónicos, los uniformes gas­tados de pantalones anchísimos o la flora y la fauna extraterrestre, ya sean camellos-ciborg, dragoncillos gusanoides o mariposas. Creo no equivocarme si afirmo que la estética de la película Alien es completada y desarrollada en alguna de estas historias, para luego ser rescatada y explorada a su vez por otro autor español tan indispensable como Alfonso Font.
Pero Giménez no se queda en la adaptación sobre­saliente de unos argumentos que no pierden un ápice de su magia ni su capacidad de enganche. El lenguaje del cómic se explora a fondo y los relatos cobran una dimensión nueva y personalísima. Con él, las historias se llenan de denuncia social, bien sea a través del socarrón martirologio del ridícu­lo padre Oribacio de El Misionero, quien en su santa inopia crea el pecado mortal en una raza hasta entonces inocente, o la indefensión de los nativos-esclavos sometidos a un hom­bre blanco tirano y explotador en Aquí Base Sahamis llamando a "Jessie", tan poco extraterrestres en su físico que la inten­cionalidad del mensaje queda diáfana, entroncando esta his­toria con la adaptación de Koolau el Leproso, también de London.
Los curtidos asesinos sin escrúpulos de Los Verdugos, capaces de sacrificar a un cadete-grumete en su nave a la deriva (y los niños cabezones de Paracuellos asoman a la memoria del lector en este sobrecogedor relato), tienen en los hedonistas gilipollas de Agonalia, capaces de someterse a mil torturas y vejaciones, y hasta la muerte y la resurrección (para volver a morir de nuevo, naturalmente) en su búsqueda extraviada del goce a través del dolor por seguir, más que los dictados de una cultura, los caprichos absurdos de una moda.
Hay tremendismo en estas historias, agonía, explotación, dolor, angustia, escenarios remotos que siguen estando a la vuelta de la esquina, porque proceden en parte de caminos ya recorridos y nunca dejados atrás: Giménez usa la ciencia ficción como parábola, un escenario abstracto que no se desfasa en su enclave aquí y ahora, y el género le sirve como extrapolación y aviso de lo que nos espera, por ser como somos, porque no sabemos y a lo peor no nos da la gana ser de otra manera. La paradoja, implícita en cada una de estas cuatro historias, es que el devenir del futuro podría ser el mismo y el destino cumplirse, para bien o para mal, aunque fuéramos de otra forma.
 
CREACIONES ILUSTRADAS

 

La violencia y los abusos van dando paso, a lo largo de las entregas, a una visión más relajada de la vida en el Hogar, a una exposición naturalista y tierna del habla y los comportamientos de los niños, quizá domados y sometidos a su sino, pero los niños a fin de cuentas, como si el autor pudiera por fin exorcisar por completo su pasado. Carlos Giménez logra, con Auxilio Social, lo que parecía imposible: superar la obra maestra de Paracuellos.
El relato de las experiencias propias continúa con Los Profesionales (1982), publicada en principio por la revista Rambla de Distrinovel y luego por algún título de Toutain. Se trata de la evocación más o menos simpática, más o menos cruda, de la vida de los dibujantes de cómics españoles en los primeros años Sesenta y su trabajo común en una agencia aquí rebautizada Creaciones Ilustradas.
Fuera de Bruguera, las agencias de dibujantes refuerzan su exportación de mano de obra barata y anónima al extranjero. Inglaterra, donde tradicionalmente no se han hecho demasiados buenos cómics, es la principal destinataria de la labor ingente de un puñado de dibujantes y guionistas que, también a su manera, trabajaban en serie imitando unos estilos impuestos y que estaban, las más de las veces, media­tizados por la estética de la fotonovela, pues se trataba en la mayor parte de los casos de cómics románticos. Toda esta época ha sido retratada, con el suficiente despegue y sarcas­mo para no resultar melodramática, en la serie Los Profesionales.
Todo cuanto se relata en esta serie, se nos advierte, es verídico, aunque sin ningún afán de crónica biográfica, y Giménez juega a ocultar los nombres de sus compañeros de aventura y fatigas, aunque muchos de ellos resultan enorme­mente claros para los lectores experimentados. Recuérdese asimismo que el personaje de Carlos Giménez en Barrio se llamaba Carlos García García, aunque en Auxilio Social será Pablo Giménez García. El "alter ego" juvenil de Los Profesionales será ya identificado como Pablo García García, mientras que como padre adulto aparecerá en La Saga de los Menéndez.
La recopilación de divertidas anécdotas y, una vez más, el uso del lenguaje coloquial es admirable, pero sobre todo es la clara exposición de los hechos y la definición de los autores ahora convertidos en personajes con unos pocos trazos lo que hace de esta serie, por su sencillez, un nuevo triunfo. Sin duda, más de uno de los dibujantes y guionistas retratados lamentaría ahora no haber sido él mismo quien relatara todas esas historias, tristes unas, sarcásticas otras, entrañables casi todas, de una época y una profesión en que todos eran más jóvenes y tenían unas ilusiones que no llegarían a cuajar en la mayor parte de los casos. Pero claro, no todo el mundo tiene, como Giménez, la capacidad para observar, recordar lo observado y plasmarlo luego en unas páginas de cómics.
No hay añoranza en Los Profesionales, ni demasiado sarcasmo, sino una clara muestra de ternura y quizá de autocrítica. En algunos episodios empieza a asomar de nuevo la vena documentalista del autor, al retratar los paisajes barceloneses, las Ramblas sobre todo, el barrio viejo, que alcanzará su máximo colofón en el álbum epílogo de la serie, Rambla Arriba, Rambla Abajo, un magnífico cruce de cámaras que suben y bajan entre limpiabotas y mendigos, prostitutas y marineros, enanos y perros, dibujantes y mon­jas, policías y libreros, falangistas y aprendices de poeta, dibujantes de tebeos y turistas extranjeras. Resulta chocante que la obra de Giménez, en especial Paracuellos, no haya sido llevada al cine, aunque parece ser que ahora ya hay un proyecto de largometraje en desarrollo.
 
ÚLTIMOS AÑOS

 

 

 
Y el tema hasta entonces tabú en su obra, expuesto con sarcasmo y autocrítica, y recopilado luego bajo los títu­los Romances de Andar por Casa e Historias de Sexo y Chapuza, una serie de historias cortas que nos devuelven en parte al Carlos Giménez de El Papus y su gusto por la caricatura.
Incluso sus obras menores (como Tequila Bang! contra el Club Tenax, realizada al alimón con Alfonso Font y su inseparable Adolfo Usero y publicada en princi­pio en 1979 para la revista La Calle) destacan por encima de la producción de muchos autores considerados de primera fila. El convencimiento de Giménez de lo que pueden ser los tebeos y sus muchas posibilidades hacen que sólo él y otro genio, el norteamericano Will Eisner, hayan sido capaces de volcar sus experiencias personales en la historieta.
La vena autobiográfica que ha dado esa espléndida obra de madurez de Will Eisner con títulos como El Soñador, Dropsie Avenue o Viaje al Corazón de la Tormenta tiene abundantes puntos en contacto con la de Carlos Giménez, con el aliciente de haber sido el autor español el primero en tratar los temas de los jóvenes dibujantes o el barrio.
Afortunadamente, en la actualidad, Giménez ha revisitado el mundo de Paracuellos, de sus "cabezones" como él dice, primero para el mercado francés y editándose actual­mente en nuestro país en formato álbum dentro de su colec­ción Integral en Glénat.
Pero Carlos Giménez ha seguido ofreciéndonos en los pasados años otras grandes obras. Es el caso de Sabor a menta (1990), que Giménez considera el mejor guión que ha escrito y donde el uso del lenguaje hace imaginar qué gran novelista hubiera sido; Las Aventuras de Jonás en La Isla que nunca Existió, recientemente editada, aunque iniciada en 1992 y sobre la  que ha estado trabajando a lo largo de catorce años, en principio para internet y luego en edición en papel, y sobre todo los Cuentos del Año 2000 y Pico, una vuelta a la acidez y la poesía de los tiempos de El Papus, con la sensibilidad que siempre ha caracterizado al autor.
Haciendo suya aquella añeja frase de Arthur C. Clarke donde se afirma que la tecnología puede no llegar diferenciarse de la magia, Giménez une en esta serie dos de sus amores confesados, dos de los campos donde se doctoró hace tiempo con nota de sobresaliente "cum laude": la ciencia ficción y la sátira política (y ahí queda para el futuro el gran análisis y la gran denuncia de lo que fue la transición en sus páginas para Mata Ratos o El Papus, recopilados en los álbumes Retales y los ya citados España Una..., España Grande…, y España, Libre!). Y lo hace revisitando los viejos cuentos de hadas de nuestra infancia, poniéndolos al día en los detalles, subvirtiéndolos en lo más hondo cuando hace falta y devolviéndolos al día en los detalles, subvirtiéndolos en lo más hondo cuando hace falta y devolviéndolos a la vez al público no necesariamente menudo al que algunos de esos cuentos fueron dirigidos originalmente.
En este mundo de licenciados en paro convertidos en mendigos capaces de sacrificar a sus hijos, de migajas de pan que ahora son piezas de "lego", de marcas en el bosque sustituidas por graffitti en las paredes y de bellas durmientes radiactivas condenadas a la animación suspendida por la explosión de una central nuclear, Giménez combina hallazgos acertadísimos al trastocar los elementos mágicos en apropiadas explicaciones fantacientíficas, llenas siempre de jugosos detalles de humor: las habichuelas mágicas "biónicas" que germinan con la lluvia acida y el monóxido primaveral; la vida eterna que concede el genio de la lámpara a base de implantes, transplantes, injertos y prótesis; el ábrete sésamo para acceder la cueva de los cuarenta ladrones explicada como plataforma de teleportación y clave acústica, o el encendedor de yesca como mando a distancia que permite ver pasado, presente y futuro van parejas a la identificación del ogro de Pulgarcito con un racista del Ku-Klux-Klan, de la bruja de Hansel y Grettel con una vendedora de comida basura o la jocosa transmutación del castillo en las nubes del gigante de Jack y las Habichuelas por la zona alta de la ciudad, aquí identificada por La Moraleja, igual que son identificables políticos del momento empeñados en insistir que el país va bien o se trastoca al hada celosa por un obispo de la diócesis católica y el hada buena por un pirado de secta milenarista.
De esta mezcla de fantasía feérica, extrapolación futura y reflejo del mundo de hoy nace una serie fresquísima, con diálogos salpicados de humor y mala uva, donde lo políticamente incorrecto sacude todavía nuestras conciencias de adaptados al sistema (qué remedio) y la deformación con­sciente y esperpéntica de lo que ya damos por inevitable nos deja con una sonrisa amarga, porque vemos que hemos dejado de ser Pulgarcito (Negro) o Hansel y Grettel (McDowell) para pasar a ser, quizá "motu" propio, reflejo del ogro.
Toda la evolución del tebeo español tiene su punto culminante en ese gran guionista y dibujante que es Carlos Giménez, un autor que sigue en la brecha, enamorado de la profesión como el primer día. De hecho, en la actualidad prepara nuevas entregas de esa serie que abarca la biografía de toda una generación de dibujantes de historietas, los que fueron sus amigos y colegas, los que fueron, como él, Los Profesionales.

 


El espíritu inquieto de Giménez lo lleva luego a realizar una serie casi a contracorriente, Bandolero (1987), la historia verídica de Juan Caballero, un experimento de resultados quizá menores pero con un duro y poético final que nos devuelve al autor de los mejores tiem­pos.

 


Las vivencias biográficas en la obra de Giménez contraatacan poco después con un regreso al mundo de Paracuellos y las nuevas entregas, pues mucho se quedó en el tintero, de las anécdotas, alegrías y sinsabores de los niños del hospicio. En la revista Comix Internacional aparece Auxilio Social, una segunda visita a la infancia sin amargura absoluta del primer álbum, y donde tienen cabida momentos entrañables por encima de las torturas y vejaciones a los niños. El personaje de Carlos Giménez, ya camuflado en la primera versión de Paracuellos (pues parece que la historia Los Impuros, donde los niños son identificados como “Elías y el Moratalla", es biográfica) queda aquí casi en un segundo plano al centrarse la historia en la llegada al Hogar, aclimatación y posterior huida de otro niño, Adolfo, Fito, ni más ni menos que Adolfo Usero, otro importante dibujante de tebeos que pasó con Giménez algunos años en el hospicio.

 


La tradición de revistas de cómics se remonta en nues­tro país a títulos míticos como Chicos, Leyendas, El Aventurero o Flechas y Pelayos, todas ellas enmarcadas en el ámbito inmediatamente anterior o posterior a la guerra civil. Desde mediados de los años Cincuenta, apenas un títu­lo parecía consolidado en el mercado, Pulgarcito, semanario dedicado casi íntegramente al humor aunque en sus páginas hubieran aparecido personajes como El Inspector Dan o El Capitán Trueno, tras la desaparición de otro título emblemáti­co como fuera El Campeón. En 1968, la revista Gaceta Júnior abre un frente ya explorado por la paupérrima versión his­pana de Tintín, con la que acabaría por fusionarse, publican­do material franco-belga (Dan Cooper, Michel Vaillant, Los Franval, Anna), algunos interesantes autores españoles (es el caso de Carrillo con sus tarzanes de segunda fila como Sambhur, o El Tiburón, uno de sus muchos aventureros tro­picales que, también en ese mismo año y en otros países más dados a experimentos, llegarían a su culminación creativa con Hugo Pratt y su Corto Maltese) y las típicas curiosidades y pasatiempos de toda revista infantil que se preciara en esos años.

 

Sin duda, el más importante y completo de los autores españoles de todos los tiempos es Carlos Giménez (Madrid, 1941), un hombre que hacia la mitad de la década de los Setenta se encuentra en plena madurez artísti­ca y es capaz de lanzarse, a tumba abierta, a la creación de unos tebeos tan absolutamente personales que implican una ruptura con lo que se hace, no ya en España, sino en el mundo.
TEBEOAFINES
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Creación de la ficha (2009): , y 2003, Rafa Marín
CITA DE ESTE DOCUMENTO / CITATION:
RAFAEL MARÍN (2003): "La profesión va por dentro", en Tebeosfera, segunda época , 3 (2003). Asociación Cultural Tebeosfera, Sevilla. Disponible en línea el 22/XII/2024 en: https://www.tebeosfera.com/documentos/la_profesion_va_por_dentro.html