RUPAY. HISTORIAS GRÁFICAS DE LA VIOLENCIA POLITICA EN EL PERÚ (1980-1984)
[E]l indio es un ser repugnante y degenerado,
sea el de la Amazonía o el de los Andes, y por ende,
condenado a figurar sistemáticamente en la última página.
Isabelle Tauzin, La imagen en El Perú Ilustrado (Lima 1887-1892)
1. Introducción
Para el periodo de violencia política en el Perú, el Informe Final de la Comisión de la Verdad y Reconciliación (CVR) (2003), principal registro de los hechos sucedidos durante ese periodo (aunque no el único), dio cuenta de alrededor de 25.000 víctimas fatales de las que se tuvo noticia y estimó que la cifra real bordeaba las 70.000[1]. Este nefasto episodio de la historia peruana fue iniciado por el grupo terrorista Partido Comunista del Perú-Sendero Luminoso(PCP-SL) y fue seguido luego por la, muchas veces indiscriminada, contraofensiva de las Fuerzas Armadas. Muchos ciudadanos inocentes fueron muertos por ambos bandos[2].
Grupo de terroristas quemando material electoral en el pueblo de Chuschi, acción registrada como inicio de la violencia (página interior de Rupay). |
Si bien esas cifras son desgarradoras, lo son más aún los detalles de las mismas: el 75% de las víctimas eran quechuahablantes; el principal escenario de la violencia fue la sierra sur central peruana, que coincidía con las zonas más pobres del país, y de hecho, el 40% de las víctimas eran del departamento de Ayacucho (en donde surgió el conflicto); comunidades campesinas enteras fueron diezmadas por ambos bandos o simplemente convertidas en pueblos fantasmas. En suma, una vez más en un contexto de violencia, los principales afectados fueron aquellos a quienes, sea por sus rasgos físicos, localización geográfica, actividad de subsistencia o lengua materna, de forma general se suele denominar peyorativamente “indios”.
Mucho se ha escrito sobre estas tragedias, desde textos académicos hasta literarios y periodísticos[3], algo menos de representación gráfica ha habido[4], y dentro de esto, ciertamente, ha sido escasa la historieta sobre el tema[5]. Uno de los principales objetivos de gran parte de esta literatura, además de analizar las causas y consecuencias del conflicto, es reconstruir la memoria histórica obstruida para encubrir victimarios estatales/militares. Memoria obstruida de forma especialmente sistemática durante la década de autoritarismo del entonces presidente y ahora reo Alberto Fujimori (1990-2000), y que al vetarla hacía invisibles a las víctimas, es decir, al sufrimiento de la población andina y amazónica, el más cruento de nuestra historia republicana.
2. Rupay, la historieta como medio para la memoria histórica y la reivindicación de la figura del “indio” en el Perú
Para tal fin, no cabe duda que las características particulares de la historieta como medio la hacen especialmente idónea como herramienta mnemotécnica y de sensibilización y acercamiento, de creación de empatía. Autores como Joe Sacco, Guy Delisle o Paco Roca nos dan prueba de ello. La integración de palabra e imagen constituye una forma de lenguaje distinta a sus partes que, en virtud de su grafismo hace vívido un suceso (en este caso un pedazo de historia) y en virtud de su literalidad lo expande más allá de una viñeta, dejando intacto el espacio para la imaginación y la reflexión. Adicionalmente, como sugiere uno de los autores de la obra que es materia de este artículo, Jesús Cossio[6], en el marco de una cultura eminentemente visual (de imágenes más que de palabras escritas) el lenguaje del cómic puede tener mayor impacto en las generaciones más jóvenes. A esto se suma el hecho de que incluso tratándose de una producción y difusión artesanal y de bajo coste, éstas podrían seguir siendo masivas (fanzines).
Portada de la edición española de Rupay. |
Rupay. Historias gráficas de la violencia política en el Perú (1980-1984),de Luis Rossel, Alfredo Villar y Jesús Cossio, atiende ese llamado desde la tradición de denuncia que de acuerdo a la lingüista Carla Sagástegui es genética al cómic peruano[7]. En este caso, una denuncia contra la persistencia del olvido y la ignorancia involuntaria o no. Los autores narran los principales sucesos de violencia contra pobladores ayacuchanos entre 1980 y 1984, desde la quema de material electoral en el pueblo de Chuschi hasta las matanzas en el caserío de Putis que desembocaron en fosas comunes. Hacen esto siempre tratando de rescatar la figura de los seres humanos que fueron los protagonistas de cada suceso, especialmente las víctimas. Valga aclarar que no se trata de, como diría Andrés Guerrero[8], una representación ventrílocua de los “indios” por quienes no lo son, sino de la representación de un diálogo en donde existen sujetos que no guardan ninguna relación de jerarquía natural. Esto último es una de las principales características de la obra.
En un contraste con el epígrafe que abre esta reseña, Rupay extrae al “indio” de la “última página” y lo incluye en cada una de ellas. Es decir, simbólicamente lo trae desde la periferia en donde se ha situado histórica y geográficamente, para colocarlo como figura central de su propia tragedia. De hecho, en el marco de la historia de la historieta peruana, el contraste es aún más significativo porque, luego de más de un siglo, una historieta de difusión especialmente amplia toma la figura del poblador andino, la hace central a su trama y abandona una visión indigenista romántica y jerarquizante. En efecto, Rupay asume una visión que lo figura como ciudadano al que sistemáticamente se le niega esa categoría[9]. Recuérdese que la decimonónica revista El Perú Ilustrado es el primer antecedente de la historieta en el Perú[10] y que desde su impronta costumbrista y desarrollista representaba al “indio” (reconocido por criterios raciales) como sinónimo de atraso, salvajismo y deterioro[11].
Vale la pena recordar también que este indigenismo romántico sigue siendo contemporáneo. Por ejemplo, dentro del propio contexto que describe la obra, obsérvese que la denominada Comisión Vargas Llosa, presidida por el escritor, concluyó que la matanza de nueve personas (ocho periodistas y un guía) por campesinos de la comunidad andina de Uchuraccay había sido producto de una enorme brecha cultural entre quienes pertenecemos al siglo XX y otros pertenecientes al XIX e incluso al XVII (Informe de la Comisión Investigadora de los sucesos de Uchuraccay de 1983).
Pero la transposición simbólica que hace Rupay no significa en sí misma una representación “horizontal” de los peruanos de zonas andinas, ya que el sujeto representado podría seguir siendo el mismo (un ser humano retrógrado e ignorante) incluso si tiene un rol protagónico. La forma en la que los autores logran la transmutación del sujeto no es sólo haciéndolo un personaje principal, sino dotándolo y dotándola de un protagonismo activo. Tal vez las mejores muestras de esto sean las figuras del periodista ayacuchano desaparecido en el estadio de Huanta (Ayacucho), Julio Ayala Sulca; y la fundadora y presidenta honoraria de la Agrupación Nacional de Familiares de Secuestrados, Detenidos y Desaparecidos del Perú (ANFASEP), Angélica Mendoza. El primero, corresponsal del diario La República que denunciara los abusos militares en Huanta, y la segunda, pivote para la organización civil de familiares de desaparecidos luego de que su hijo, Arquímedes Ascarza Mendoza, sufriera esa suerte en el tristemente célebre cuartel Los Cabitos.
Testimonio de Angélica Mendoza (página interior de Rupay). |
Ambos personajes, junto con otros ejemplos dentro de la obra, reclaman ciudadanía, se reconocen y demandan derechos respecto de ataques terroristas y militares; mientras que aquellos que cometieron los abusos simplemente eran incapaces de identificar ciudadanos o sujetos de derecho. Recuérdese que PCP-SL renegó de los usos y normas del derecho internacional humanitario, y que en la práctica, eventualmente, varios grupos de efectivos de las Fuerzas Armadas en zonas de emergencia harían lo mismo. Para los primeros, los pobladores andinos eran simplemente masa popular útil a la guerra. Para los segundos, eran daño colateral o potenciales enemigos. Tal vez una de las principales evidencias de lo último sea el trato que se les daba a los niños y adolescentes, a quienes las huestes terroristas reclutaban y adoctrinaban, y no en pocas ocasiones las fuerzas del orden eliminaban junto con los adultos sospechosos[12].
De otro lado, aunque tal vez resulte evidente, vale la pena recalcar que la virtud del libro descrita hasta ahora se refuerza por el hecho de que, como se mencionó, la obra reconstruye parte de la historia peruana; por lo que, además de tener una vocación de denuncia y de registro, tiene también una vocación pedagógica. Así lo reconoce el antropólogo Carlos Iván Degregori en la presentación de la secuela de este libro, Barbarie; y así mismo lo refuerza el propio texto, al incluir párrafos explicativos, fotografías y noticias de la época, que no dejan olvidar al lector que estos hechos efectivamente sucedieron, y que lo invitan o corroborarlo. Esta vocación es imprescindible considerando que, a pesar de todo lo producido sobre el conflicto armado, en el 2012 un reportaje evidenció, a través de un sondeo, la indiferencia e ignorancia de jóvenes universitarios sobre éste[13]. Lo que, por cierto, a su vez, puede ser una de las causas de la presencia de jóvenes de alrededor de veinte años en la agrupación de tintes políticos que pretende reivindicar la figura de Abimael Guzmán, líder del PCP-SL, el Movimiento por Amnistía y Derechos Fundamentales(MOVADEF).
Ahora bien, luego de todo lo dicho hasta ahora, resulta particularmente interesante que en la presentación de Rupay se señale en momentos distintos que ésta es una crónica y una ficción. Si bien lo primero se articula bien con la recuperación de la memoria histórica ya mentada, en el caso de lo segundo se podría pensar en una contradicción, pero no la hay. Rupay está constituida por una representación de episodios históricos sobre los cuales existe documentación, pero éstos se construyen en forma de diálogos, de interacción entre personajes sobre los cuales es evidente que resulta difícil tener un registro detallado. Así, los autores presentan la trama con la mayor fidelidad posible según los documentos de los que disponen, pero el desarrollo de la misma requiere de una reconstrucción de momentos que, siendo imaginados, no desnaturalicen dicha trama. Esto exige una responsabilidad especial, una que los autores supieron asumir incluso como parte del proceso de producción de la obra, en la que el guión pasaba por dos manos en momentos distintos (Villar y Cossio), con el fin de evitar afirmaciones subjetivas[14].
Ejemplo de lo anterior es el ya mentado caso Uchuraccay, en donde las causas ciertas que motivaron la matanza de periodistas y su guía por parte de miembros de la comunidad, probablemente continúen siendo materia de discusión sin desenlace posible. Pero que, precisamente por ello, en Rupay no se toma postura; se presentan más bien las teorías que sobre los hechos se manejan y se dejan las preguntas abiertas.
Masacre de Uchuraccay (página interior de Rupay). |
Finalmente, es inevitable que una obra que aborda este tema despierte reparos y ataques, las sensibilidades e intereses políticos de todo tipo le garantizan esa suerte simplemente porque no habría forma de satisfacerlas sin prescindir de una parte de los hechos. Estas discusiones sobre lo que debería decirse independientemente de lo que sucedió, sólo truncan o retrasan los espacios de la memoria. Ejemplo de ello es que aún se sigue discutiendo sobre lo que debería mostrarse en el recientemente inaugurado (en parte) Lugar de la Memoria, Tolerancia e Inclusión,en la capital peruana. Proyecto quetardara más de un quinquenio en poder abrir sus puertas al público, aunque sea parcialmente, y cuya idea tomara forma luego de casi diez años desde el fin del periodo de violencia. Un recorrido kafkiano por la memoria, cuya distancia por recorrer sigue siendo larga, pero en el que obras como Rupay animan al caminante.
[1] Dadas las responsabilidades que se derivaban de sus conclusiones, el informe de la CVR es materia de controversia hasta el día de hoy. Una de las más recientes e interesantes tiene que ver con la estimación de víctimas fatales. En ésta, además de disquisiciones técnicas, se discute si el número mayor de víctimas son del PCP-SL o del Estado. El informe de la CVR sostiene que el principal victimario es el primero. Sobre este debate pueden consultarse los siguientes enlaces: http://revistaideele.com/ideele/content/la-polémica-sobre-las-cifras-las-sobreestimaciones-de-la-cvr y http://www.revistaideele.com/ideele/content/david-sulmont-?muchas-de-las-cosas-que-se-dicen-sobre-las-cifras-tienen-un-sustento-bastante.
[2] De acuerdo al informe de la CVR, el 54% de las víctimas corresponden al PCP-SL, mientras que el 37% corresponde a las Fuerzas Armadas, policía, comités de autodefensa y grupos paramilitares.
[3] Algunos ejemplos son: Qué difícil es ser Dios,de Carlos Iván Degregori (2003); Sendero,de Gustavo Gorriti (2013 [1990]); y El cuento peruano en los años de violencia,de Mark R. Cox (2000).
[4] Cabe destacar especialmente Chungui. Violencia y trazos de memoria,de Edilberto Jiménez; y la muestra fotográfica Yuyanapaq, actualmente expuesta en el Ministerio de Cultura peruano.
[5] Me refiero a las historias largas de más de veinte páginas (extensión común del formato grapa), algunas en formato de libro: Luchín González, de Juan Acevedo (1988); Confidencias de un senderista, de Luis Baldoceda (1989); Rupay (2008) y Barbarie, de Jesús Cossio (2010). Tiras sobre el tema en cuestión pueden encontrarse en revistas de la época como Monos y monadas, así como historias cortas (Misión cumplida,de Jesús Cossio) que aparecen en compilaciones o revistas. Si bien discutible, podría incluirse como ejemplo de historias cortas las Tablas de Sarhua, elaboradas por los mismos afectados y en donde se puede apreciar una secuencia de imágenes que constituyen una trama, que narran una historia. Para mayor información sobre la historieta dedicada a dar testimonio de la violencia política en el Perú, ver un interesante artículo en línea del investigador Marco Antonio Sotelo: http://www.pacarinadelsur.com/home/pielago-de-imagenes/626-representacion-grafica-de-la-violencia-politica-en-el-peru-1980-2012-una-aproximacion-a-las-historietas-durante-tiempo-de-violencia-interna.
[8] Al respecto ver el artículo de 1994 del autor Una imagen ventrílocua: el discurso liberal de la “desgraciada raza indígena” a fines del siglo XIX.
[9] Ciertamente, Rupay no es la primera, tiras e historias cortas y largas la han precedido, pero como se menciona en el párrafo, no han tenido la difusión a la que ha llegado ésta, ofrecida al público incluso en secciones especializadas de librerías y publicada en un país europeo (España).
[10] Puede consultarse: La Historieta Peruana los primeros 80 años: 1887–1967,del ICPNA (2003); y la exposición de Carla Sagástegui al respecto en http://puntoedu.pucp.edu.pe/videos/aula-abierta-por-que-el-comic-peruano-es-caracteristicamente-politico/.
[11] Puede consultarse: La imagen en El Perú Ilustrado (Lima 1887-1892),de Isabelle Tauzin (2003) y una exposición al respecto en http://educast.pucp.edu.pe/video/1873/simposio_escritura_e_imagen_en_hispanoamerica_de_la_cronica_ilustrada_al_comic___parte_2_de_8.
[12] Puede consultarse la versión abreviada del informe de la CVR en su edición electrónica: http://idehpucp.pucp.edu.pe//images/docs/hw_version_abrev.pdf, especialmente las páginas 46, 96 y 103.
[14] Cossio tuvo la amabilidad de explicarme este proceso en una entrevista realizada el 14 de junio de 2014.