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VÍCTOR MORA, EL CAPITÁN TRUENO Y EL AGUANTE DE UN GUIONISTA.

Texto de Eduardo Martínez-Pinna.

[ Es parte segunda, leer parte anterior ]

[ Cubierta de una de las recopilaciones de Ediciones B de la colección primera de El Capitán Trueno, gran creación de Víctor Mora, engalanada con una ilustración de Ambrós. Haga clic sobre la imagen si desea ampliarla, al igual que sobre el resto de las imágenes de esta página web. © 2003 Eds. B / V. Mora / Ambrós ]


Víctor Mora, guionista Bruguera y autor de El Capitán Trueno.

Mora es un narrador pragmático producto de una época concreta y capaz de desarrollar el oficio en unos cauces sociopolíticos y laborales manifiestamente hostiles. Gran parte de su actividad profesional está enmarcada en la plantilla Bruguera en actividades de traductor, redactor y guionista, desplegando en ella la mayor parte de su prolífica obra. Su actividad fabuladora está regida y regulada por la censura que vehicula y normaliza la dirección conceptual y formal de cualquier variante de narrativa, incluida la historieta. Ésta se presenta inflexible en temas sexuales y en la sátira de valores que el Estado considera intocables y, dependiendo de épocas, presenta una mayor flexibilidad en la violencia épica. Eludirla se hace una tarea compleja más no imposible. Y siempre gratificante.

Víctor Mora derrocha un dilatado caudal de conocimientos en lo relativo a cultura popular, y de manera particular en los cómics. Es un enamorado de los llamados seriales río (como Príncipe Valiente y Terry y los Piratas) con los que presenta sugestivas afinidades, consiguiendo en determinados momentos asumir esas técnicas y todo lo que comportan, esto es, caracterización de figuraciones, descripción de atmósferas y paso del tiempo.

Su prolificidad es un hecho que además de constatable, se ha mantenido con un gran promedio de calidad, no siendo pocos los momentos en los que su oficio ha dado muestras de brillantez, a consecuencia de acontecimientos que suelen concretarse al comienzo de sus seriales. Clic para ampliar.Una libertad  creativa la suya con pocas trabas editoriales que no sólo le permite alejarse de las normas impuestas por los seriales de aventuras sino el asumir las influencias antes citadas –de contrastada mayor solvencia- con lo que además evita la reiteración de supuestos argumentales. Añádase  a esto algunas circunstancias externas como cierta tolerancia censorial (una laxa ley de prensa de 1955) y la elección de un dibujante apto, que realza el potencial narrativo del guionista.

La capacidad de establecer vínculos o afinidades con ciertos dibujantes ha caracterizado y valorado los guiones de Víctor Mora. Cuando ha sido el genial Ambrós, su narrativa ha fluido con una gran libertad, prácticamente sin rémoras. Parte de esa química también se hace presente en los primeros números de El Jabato ilustrados por Darnís, que el tiempo no ha tratado tan bien por constituir en parte una canibalización de su anterior obra.

La libertad editorial acompañada de una tolerancia censorial sirve de acicate a la estimulación creativa, y en Víctor Mora no supone ninguna excepción. Ello le permite entrar sin cortapisas en las normas que determinan las leyendas épicas. Deshace arquetipos y consolida la personalidad de protagonistas, secundarios y malvados, añadiendo además un magnífico elenco femenino que le asegura la complicidad de las lectoras, con lo que se incrementan las ventas, al contener la trama argumentaciones apasionadas al estilo de Milton Caniff. Mora aporta una cierta ambientación que hace distinguibles los espacios geográficos que pisan los personajes, dando identidad a Tierra Santa, Extremo Oriente, los mares de China, regiones variadas de América, fiordos noruegos y otros. Se asoma al serial río al enlazar episodios de ritmos trepidantes mediante fabulaciones secundarias, contribuyendo a dar objetivo y finalidad a las aventuras de los protagonistas. De esta manera queda muy presente un argumento subsidiario, materializado en la búsqueda y traslado de un tesoro fabuloso, y en la restauración de los derechos reales de Sigrid en el trono de la fosteriana Thule (cuadernillos 59 al 129 de Ambrós). Pese a las prometedoras maneras iniciales que significaban los primeros años de la serie, la insuficiencia de Mora se patentiza en multitud de textos de apoyo absolutamente innecesarios para el relato -cargados de ecumenismo y con doctrina de connotaciones que podrían tenerse por franquistas y en una excesiva simplificación del espacio y del tiempo.

Con el revival de El Capitán Trueno en la década de los ochenta se ha querido ver en el héroe un icono de la lucha contra las dictaduras de opereta y una constante burla de la censura. Incluso se le ha alineado en una izquierda sin matices, que empareja los genocidios estalinistas con las tesis cercanas al capitalismo de la social democracia. Este razonamiento, tan apurado, resulta muy discutible. Si bien es cierto, que el final de los episodios suele coincidir con el derrocamiento de un tirano militarista y su sustitución por un senado de economía agropecuaria (un consejo de ancianos, una especie de aristocracia que sustituye la expansión militarista por la agricultura y ganadería), no lo es menos que estas asambleas ni se rigen por usos democráticos ni por socialistas, del todo inexistentes de una Edad Media, por ficticia que sea. No solo eso; buena parte de la ideología personal del héroe lo equipara con un alto funcionario del régimen al esgrimir como valores universales el machismo, la beatería, el sentido jerárquico de casta y el subsiguiente dominio de las elites, y si lo libera de otras valías “trascendentes” como la familia, en sentido de procreación, es por hacerle portador del cristianismo que difunde por apostolado. Una posible tendencia que reconcilie al personaje con el incomprendido mundo de la tolerancia, radica en su desarraigado cosmopolitismo, y su consecuente poliglotismo y ausencia de racismo. Pese a todo, la censura vuelve a estropear estos valores universales al imponerle la “españolidad”, Censura de cualquier actitud sexualoriginando una paradoja que combina el alma libre de un vagabundo con la ideología reaccionaria que acompaña al nacionalismo.

La elusión de una censura en temas sexuales o excesivamente apasionados toma cuerpo en la fogosidad erótica que determinados personajes femeninos sienten hacia el protagonista, en un claro homenaje a las historietas de Milton Caniff. Desde las apariciones de una primigenia Sigrid (cuadernillo 3) a los envites posesivos de la pirata oriental Singhi Lai (cuadernillo 31), incluyendo la culminación del erotismo visible en el poligámico, sádico y enfermizo amor que la reina Kundra siente hacia El Capitán Trueno y el vikingo Kyril (cuadernillos 78 al 81), idealizaciones viriles, sensuales y sobre todo sudorosas que fascinan a la dama de pelo negro. La maestría de Ambrós retrata este capítulo en miradas y gestos considerablemente explícitos, y lo hace físico en el enorme magnetismo animal que exudan ambos personajes masculinos.

Las apostillas oportunistas de algunos comentaristas sobre la búsqueda de otros referentes sexuales (homosexualidad, pederastia, calidad de refractario al sexo opuesto…) se basan en precedentes similares a los expuestos por el Dr. Wertham en su libro La seducción del inocente, y aparte de ser demasiado rebuscados, apenas contribuyen con nada original, por lo que su comentario es ajeno al cuerpo del presente escrito.

Como en cualquier comienzo de cualquier obra, la reiteración argumental permanece inicialmente alejada, por lo que los primeros episodios manifiestan una agradable soltura y un discurrir por un camino que Mora hace que parezca poco trillado. La repetición de los esquemas narrativos se presenta en cualquier obra seriada, y su presencia será tanto más pronta, cuanto más circunscrito sea su libro de estilo, o más cerradas sus condiciones editoriales. El oficio de su autor y la ampliación de los preceptos estilísticos permiten el suficiente fuelle para la progresión de la obra, que iniciará su decadencia con el abandono de Ambrós.

En estas condiciones El Capitán Trueno es un triunfo editorial que llega a vender 350.000 cuadernillos semanales y 100.000 de Pulgarcito. Y además es una obra con un sentido narrativo brillante, sobre todo en su formato primero. El éxito induce a Bruguera a la expansión de su título, que con seguridad significaría un nuevo ingreso de dividendos, aunque para ello necesite contratar otros dibujantes pues Ambrós está sobre explotado. Pero la avaricia rompe el saco y en muy poco tiempo todas estas inmejorables condiciones cambian de rumbo, al menos en su acepción estética. Ambrós se retira, se abre un tercer título (El Capitán Trueno Extra) que nace herido por la imposición de Bruguera de la imitación / plagio de las maneras de su dibujante estrella, y Ángel Pardo se hace cargo de los cuadernillos aplicando un quehacer en nada parecido al de Ambrós. Víctor Mora entra en cierta irregularidad creativa al modificarse buena parte de los parámetros que le acompañaban al inicio del serial. Y por si fuera poco, la censura se fanatiza con la aparición de la Ley de prensa de 1964, mucho más inflexible que la anteriormente derogada. De 1960 a 1968, el talento de Mora ya no brilla de manera continua, haciéndolo tan sólo en retales expresados en determinados trabajos de Ángel Pardo en los cuadernillos, Fuentes Man en contadas ediciones del formato Extra, y Ambrós con su efímero retorno en algún número especial.

Víctor Mora y Ambrós.

Miguel Ambrosio Zaragoza (1912-1992) es un dibujante de estilo clásico que se acoge al mismo como resultado de su propia evolución y por asumir maneras e influencias escolásticas. Su característica fundamental, la más definitoria, es el dinamismo y la ingravidez que impone a sus figuras, la coreografía que emanan sus composiciones, y una dinámica postural que jamás aparece desvitalizada. El motivo fundamental de sus viñetas son pues sus personajes permaneciendo los fondos difuminados, variando poco los encuadres, y utilizando de manera muy moderada la documentación.

En su estilo destaca además la expresividad facial de los personajes aunque bien es cierto que toda su cosmología El último estilo de Ambrósse integra en pocas fisionomías, por lo que muchas de sus figuraciones tienen la misma cara. Estas limitaciones alcanzan su significado en escasos primeros planos, lo que añadido a la poca definición del escenario se plasma en un ritmo narrativo mantenido con pocos acordes. Páginas con profusión de planos generales, con ausencia de panorámicas descriptivas, sustituidas por textos de apoyo, la mayoría innecesarios. Es una visión simplificada del ritmo del tebeo, casi tosca pero efectiva, puesto que sus grandes aciertos coreográficos superan con creces las limitaciones en angulación, perspectiva, encuadres y profundidad de campo.

Las privaciones técnicas de Ambrós pueden ser debidas a una cadencia laboral excesiva con plazos de entrega muy limitados. El viejo maestro hace de la simplificación y de la economía narrativa un arte, y de la no documentación una necesidad, centrándose en los motivos que dibuja con mayor eficiencia. Son recursos que no lo hacen único, pues son muchos los autores que han sentado su técnica en estas bases, obviando escenas intermedias, centrándose en motivos principales y forjando relatos de ritmo trepidante.

El trabajo de Ambrós en El Capitán Trueno, pronto sufre una rémora de calidad, consecuencia directa del ritmo laboral y de los plazos de entrega. El entintado de Beaumont impide el uso de pinceles a un Ambrós muy virtuoso, por lo que sus dibujos se endurecen, perdiendo parte de su llamativa ingravidez y de su expresividad facial, que había caracterizado las primeras 35 entregas del cuadernillo.  

Con un dibujante como Ambrós y con toda la serie de supuestos favorables descritos en líneas precedentes, Víctor Mora roza los conceptos del serial río quedando el trabajo de Pulgarcito con un cierto aire promocional, secundario. La magia que convierte a la obra en un clásico y en un referente nostálgico queda unida de manera indeleble a la edición en cuadernillos y de una manera especial a aquellos firmados por Mora y Ambrós. La descripción de los personajes y aventuras del serial inicial cala hondo, no sólo en millares de lectores, sino también de lectoras, más propensas a identificarse con las heroínas retratadas por Mora que con las protagonistas de los relatos para niñas tan sólo preocupadas por servir de reposo y útero virtual de los melifluos galanes. De todos es sabido que en aquellas épocas la descendencia se producía por la actividad sin descanso de ciertas aves ciconiformes que anidaban en los campanarios de las iglesias...

Buena parte de las condiciones favorables que impulsaron a El Capitán Trueno hacia la brillantez se repiten en los primeros noventa números de la serie El Jabato, ilustrado con la misma tónica clásica por Francisco Darnís (1910-1966) dotando a los inicios del serial de un imponente empaque estético. Víctor Mora fuerza algo más la tolerancia censorial al mostrar a un héroe de clara extracción proletaria (un agricultor, un paria de la tierra) que se alza en armas contra imperios expansionistas, de manera similar a lo acontecido con el tracio Espartaco unos cien años antes. Cabría preguntarse si Víctor Mora conocía la obra de Arthur Koestler (finales de los años treinta) de clara influencia socialista, o la película de Stanley Kubrick de 1960, con la que le unen curiosas similitudes argumentales, que se hacen muy palmarias en el cuadernillo 72 de febrero de 1960. Como un Espartaco cristianizado, El Jabato es convertido por Roma en un líder guerrero capacitado no sólo para las guerrillas, sino para asumir el generalato en guerras convencionales en las que prima la táctica y los saberes de Sun Tzu (El Arte de la Guerra) sobre el sabotaje y la guerrilla. Como su anterior serial, El Jabato gozó de un importante éxito económico que la posteridad no ha elevado a clásico porque buena parte de sus supuestos iniciales son análogos a los exhibidos en El Capitán Trueno.

Con el retorno de Ambrós en 1964 hacia formatos verticales (siete ediciones Extra, y dos Especiales) todas aquellas circunstancias que habían permitido la expansión de Mora hacia las grandes historias, se ven sustancialmente modificadas. Una censura intransigente (Ley de prensa de 1964), una autoría editorial y una inhibición profesional del guionista, se traducen en unas historias que sustituyen la épica por el estrambote bufo. Pese a todo, la magia de Mora resurge en una historia publicada en el Almanaque de 1965, la titulada “El conde bromista”, en donde el argumento vira hacia la alta comedia de diálogos ingeniosos, aderezada con algo de slapstick (golpes, peleas sin violencia, caídas al agua...) Un Ambrós maduro, que se entinta a plumilla y que mantiene su mágico e inmutable estilo hace de esta historia una de las más ocurrentes que jamás haya vivido El Capitán Trueno, quien cede su protagonismo a las chanzas de Goliat y a los divertidísimos personajes secundarios magníficamente caracterizados. Clic para ampliarUna auténtica delicia en su aparente modestia.

El mágico tándem resurge de sus cenizas en 1970, con la creación de una “superproducción” Bruguera que pueda competir con éxito ante el aluvión de cómics americanos que pueblan los kioscos españoles: El Corsario de Hierro. Aunque inicialmente aparece en las páginas de una nueva revista, Mortadelo (el otro gran gigante Bruguera) enseguida goza de una atractiva edición similar a los comic books de EE UU, con fabulosas portadas pintadas por el genial Bernal. Desde el primer momento, El Corsario de Hierro responde a las expectativas estéticas y comerciales que sobre la nueva obra se habían depositado. Las características que capacitan la labor creativa de Mora y el Ambrós inmutable, más dueño de su estilo que nunca, hacen de la obra el mejor serial de aventuras publicado en España. Con una estructura en relatos más independientes (de 30 páginas), entrelazados por subtramas secundarias que se pueden englobar en ciclos argumentales más o menos extensos, Mora cuaja una gran historia con todos sus ingredientes básicos (amor, pasión, aventuras, realismo y comedia) que sujetan unos personajes definidos en un entorno muy atractivo. Su mejor  historia, “El Circo Bambadabum”, y su secuela, nos presenta una comedia de ritmo enloquecido, plena de personajes excéntricos en los que destaca por encima de todos la figuración del rey inglés Carlos II, paradigma de cualquier monarquía: Pobreza de espíritu, falacidad, un cargo que le viene enorme, y una incapacitación definida en su rostro, mitad sensual y mitad lerdo. Es una obra testamentaria, en algunos momentos crepuscular, con un guionista tan maduro que se autoplagia para seguir progresando. La química con su dibujante favorito está más presente que nunca dando forma como nadie a sus historias, siempre convencionales, y casi siempre magistrales.

[ Artículo dividido en 3 partes. Leer la parte:  1   |   2   |   3   ]

[ leer texto sobre Mora de Ramón Pérez Rodríguez, con una sección de vínculos ]


[ © 2003 Eduardo Martínez-Pinna, para Tebeosfera, 031223  ]