Víctor Mora y Ángel Pardo.
Tras la desbandada de Ambrós en 1960, El Capitán
Trueno se transforma en una franquicia de autoría editorial a
la que sigue una serie de reediciones desafortunadas que apuntalan
la leyenda negra de Bruguera, por otra parte, ignominiosamente
cierta. Pero entre esa concatenación de hechos desventurados hay
momentos de un refrescante brillo con lo que se desacelera el
descenso irreversible de la obra hacia la mediocridad que apunta.
Algunos de los tramos firmes en aquella ciénaga vienen definidos
por determinados encargos de Ángel Pardo (1924-1995) que logra
rescatar el pulso narrativo de Víctor Mora.
Su trabajo se circunscribe a los cuadernillos, de
los que dibujó unos 280 (frente a las 166 realizaciones de Ambrós).
Es pues el dibujante que más páginas ha realizado de la obra, y
uno de los pocos que no sigue el estilo Ambrós impuesto por la
editorial. Los mejores momentos de su obra se sitúan entre las
ediciones 169 (28-XII-1959) y 332 (11-II-1963) interrumpidas por
firmas como Ambrós, Buylla y Marco.
En teoría, los supuestos censoriales y laborales
que afectan a Pardo en sus realizaciones son similares a los de la
época de Ambrós, salvo en lo relativo a la aparición de una
reiteración argumental, que Víctor Mora comenzaba a padecer. Pero
buena parte de su oficio se mantiene y aprovechando la
expresividad y tendencia a la caricatura de Pardo se inician
entonces una serie de episodios cómicos de una incuestionable
incorrección política que aportan a la serie un balón de oxígeno y
una huida hacia delante que dilata el espacio argumental de la
obra. En un claro homenaje a los Hermanos Marx, y en especial a la
actriz Margaret Drummond (coprotagonista de muchas de sus
películas), Víctor Mora dota de un irresistible magnetismo erótico
a Goliat, convirtiéndolo en el objeto de pasión de una serie de
mujeres cuyos rasgos comunes estriban en su gordura, fealdad y
autoridad. El macho dominante y atractivo deja de ser el grácil
Capitán Trueno (menos grácil en las figuraciones de Pardo) que es
sustituido por la imponente presencia de su escudero, en unos
guiones de agilísimos diálogos de alta comedia y bofetones ajenos
a la violencia. Mora fuerza en demasía la situación a veces,
dándose circunstancias muy similares en los episodios contenidos
entre los números 191 al 198, 258 al 265, y 298 al 300. El gigante
huye de unas amazonas ferocísimas, renuncia al fogoso amor de una
matrona vikinga, que es reina en una soterrada burla de la antigua
y finada Kundra, y finalmente burla el candor virginal y asesino
de unas sacerdotisas extremadamente feas que quieren convertirlo
en su macho único.
Hay pues una impía crítica contra las esencias del
matriarcado en una comedia sexual de marcada impronta
esperpéntica. La habilidad de Mora se expresa en la alternancia de
estas tramas bufonescas con unos episodios tan dramáticos como los
que hiciera con Ambrós, que retratan a un Capitán Trueno en
permanente estado de angustia y sufrimiento. La excesiva presión
de una censura que va cobrando fuerza y el ya evidente cansancio
de Víctor Mora hacia sus personajes precipitan la obra hacia su
final, convirtiéndola en una serie de episodios reiterativos,
cómicos pero sin gracia, que toman todo su cuerpo a partir de
1964.
Algunos ciclos aventureros dibujados por Pardo,
tanto cómicos como épicos, contribuyen a formar la leyenda del
personaje aportando a la obra grandes momentos, pese a que sus
limitaciones se hacen más evidentes que las de Ambrós. El quehacer
de Mora coacciona al dibujante a dar lo mejor de sí mismo, esto
es, dotar a la serie de unos personajes con una fisonomía
esperpéntica, capaces de alargar las licencias argumentales de una
serie que se va agotando.
Víctor Mora y Fuentes Man.
Con la perspectiva que da el tiempo, se podría
definir el trabajo de Fuentes Man (1929-1994) como un intento de
dignificación de la serie, cuando ésta estaba en los momentos de
mayor insuficiencia. Es a partir de 1964 cuando el estilo de
Fuentes se libera de las trabas que Bruguera había impuesto. Si su
trabajo en cuadernillos es una simple anécdota (números 588-590)
el realizado en el formato Extra interesa a la respetable cantidad
de 161 números y algunos especiales, con lo cual se sitúa como uno
de los dibujantes más prolíficos de la obra.
La pericia de Fuentes Man presenta unas notables
diferencias con los dos autores anteriores, pese a que en un
principio se le impuso la técnica de Ambrós. Es el dibujante que
más importancia concede al escenario, apareciendo detallado en
delicadas tramas de plumilla con planificaciones y encuadres más
arriesgados. Sitúa con convicción a los personajes en ambientes
nocturnos, sombríos y neblinosos, adoptando en poco tiempo una
fisonomía ajena a la concebida por Ambrós. Los rostros están
detallados, sobre todo los de los malvados, por lo que no
desprecia el primer plano, aunque en ocasiones su trabajo se
parece al de los grabadores, por lo que pese al virtuosismo, la
frialdad ilustrativa está muy presente. Asimismo, sus figuras
adolecen de movilidad, con errores anatómicos que confieren a los
dibujos un aire de hieratismo que en nada beneficia a sus páginas.
Pese a estos defectos, algunos de sus episodios son los que
presentan la mejor textura y ritmo de todo el serial.
De los tres grandes dibujantes de la obra, Fuentes
Man es el que menos química establece con Víctor Mora, por razones
tan evidentes como puedan ser el agotamiento del guionista,
adoptando un papel de mero cumplidor ya en plena monotonía
argumental. Por si fuera poco, la madurez creativa del ilustrador,
coincide con los máximos de la censura, apareciendo en los
episodios más ridículos e impersonales de todo el serial.
Tan solo en momentos puntuales saca algunas
historias, todas ellas similares, encuadradas en un ciclo que Juan
Ramís Masiá ha definido con el nombre de “Goliat diplomático”,
presentes en los números 257 al 259, 263 al 265, 278 al 280 y los
que van del 381 al 383. Mora vuelve a las tramas cómicas,
reasentando a Goliat en una situación absurda propia de una
comedia enloquecida de los hermanos Marx. Si un diplomático ejerce
como cualidades definitorias su sangre fría, su carácter moderado,
la sonrisa permanente y un abuso de la falacia en sus parlamentos,
el titán presenta un temperamento del todo opuesto.
El estilo puntilloso de Fuentes Man, crea unos tramposos burdos y
de humor primario con inevitables escenas de slapstick que
se encajan en un engranaje adecuado, dando un resultado de
rudimentaria hilaridad, sobrada de efectividad. El dibujante crea
un escenario poblado de muebles que se rompen, charcos y
barrizales que sirven de zonas de pelea, y ropajes de mucha
galanura y ostentación que envuelven de manera chusca al
protagonista de estos episodios. Es la presentación de un decorado
adecuado, pletórico de brillantes diálogos y equívocos, que
justifican la rotura de los muebles, las caídas al agua, y los
desgarros de las ropas.
El propio Víctor Mora confesaba que la afinidad
hacia Fuentes Man no llegó a más, reconociendo que tenía que
haberle creado un personaje a su medida (Galax el cosmonauta no
llegó a serlo) que hiciese brillar su estilo, quizás el más
personal y arriesgado de los grandes dibujantes de la obra, y con
mucho el más desaprovechado. Una lástima.
Conclusiones.
Atribuirle a Víctor Mora la paternidad global de
una obra como El Capitán Trueno, puede que sea hacerle un
flaco homenaje. En los créditos figuran además otros guionistas, y
más de veinte dibujantes. Lo que a todas luces queda claro es que
hay dos tipos de Capitán Trueno, parcial a las épocas de
realización. Aquel que significa una buena obra, a veces
extraordinaria, y siempre guionizado por Víctor Mora, y un segundo
tipo, de autoría editorial, que merece menos comentarios. A lo
largo del estudio, y por respeto al significado de esta obra, solo
se comenta aquel que trasciende al tiempo, capaz de dejar una
impronta en la memoria de sus millones de lectores. Es, junto a
Mortadelo y Filemón, la obra más conocida del tebeo español, y
la más vendida.
Uno de los mayores méritos de Víctor Mora reside en
la capacidad de resistencia que tuvo que derrochar para trabajar
en una editorial como Bruguera, haciendo suyo el aforismo que reza
que aguantar es ganar. Su victoria se ratifica en su obra final,
El Corsario de Hierro, triunfo casi absoluto de su
narrativa sobre imposiciones editoriales, triunfo que ya venía
asomando en los mejores momentos de El Capitán Trueno,
aquellos en los que Ambrós daba forma a su concepto épico.
A
partir de 1960, Mora abrió caminos a su trabajo escribiendo
guiones para la agencia Selecciones Ilustradas de José Toutain,
por lo que su obra se hizo adulta y habló en varias lenguas al
destinarla a magacines franceses como Charlie y Pilote
(Sunday, Felina, Ángeles de Acero, Las crónicas del Sin Nombre…)
Pero eso es otra historia, para otro trabajo y otro momento. El
modesto objetivo de estas líneas es el de agradecerle a este gran
narrador el tiempo que pasó haciendo felices a muchos españolitos,
en una época que culturalmente se caracterizó por el inmenso
aburrimiento que la casta dominante reservaba para la población,
incluida la infantil.
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