A Ana, por las
correcciones, y por muchas cosas más. Gracias.
En
tiempos como estos que corren, en los que pensamiento, cultura, valores
sociales y morales de la inmensa mayoría tienden a una preocupante
homogenización, y casi todas las voces que aparecen en diferentes medios
de comunicación proclaman la verdad feliz de un sistema del que todos
formamos parte, resulta tremendamente alentador comprobar que aún
podemos encontrar voces dispares, tan excepcionales como únicas, voces
que nos dan, desde la pequeña ventana del mundo por la que cada día
contemplan el mundo en que habitamos, una visión singular, menos
complaciente, pero mucho más realista de este planeta. Son autores que
hacen del humor gráfico, de la ironía, de la sátira una forma tan
personal como auténtica de ofrecer una mirada diferente a la sociedad
contemporánea. Aunque los autores son numerosos, podríamos señalar entre
los más destacados a Forges, Ricardo o El Roto, autor del que nos
ocuparemos en los párrafos siguientes.
Se
encuentra Andrés Rábago, más conocido como El Roto (también, en tiempos,
como OPS) en la línea que, partiendo de los primitivos flamencos,
continúa en Goya, Daumier y se quiebra en Grosz y Solana. Difícilmente
catalogable, posee un humor sereno y reflexivo, serio y minucioso, de
los que quintaesencian el tema hasta que el dedo penetra en la llaga con
limpieza certera, diseccionando de forma implacable costumbres,
convenciones, valores sociales. Fondo y forma, aspecto gráfico y palabra
son parte de un todo perfecto en su obra: la sátira social. Sigue así el
camino de obras como Los Caprichos de Goya, Luces de Bohemia
de Valle-Inclán, los artículos periodísticos de Larra o los poemas de
Quevedo, que hacen de la sátira de costumbres una forma de ver el mundo,
entendiendo sátira como “composición poética u otro escrito cuyo objeto
es censurar acremente o poner en ridículo a alguien o algo” (Diccionario
de la Real Academia Española).
Ya en
el aspecto gráfico podemos observar una voluntad de rigor, de ofrecer al
lector no el previsible dibujo que se adapta monótonamente a cualquier
tema, sino un dibujo que va variando y adaptándose a lo tratado.
Así, cambian continuamente los encuadres, los tamaños de los personajes
representados, los paisajes, la forma de representación de rostros y
figuras. Aspecto de vital importancia para quien confiesa que el autor
queda en el recuerdo sobre todo por este aspecto gráfico, lo cual ha de
ser cuidado hasta el más mínimo detalle.
En el
aspecto gráfico el tono que aparece en sus viñetas se acerca al
esperpéntico, desdibujando por completo el rostro de unas criaturas que
han perdido todo rasgo de individualidad; seres humanos caricaturizados,
símbolos de un poder que se oculta entre las sombras, que se presenta
numerosas veces de espaldas a un lector que sabe que el mal puede
cambiar de rostro, ocultarse entre sombras, para así permanecer siempre;
símbolos también de una masa social que sigue con absoluta conformidad
las coordenadas morales y sociales impuestas por los amos de una palabra
privatizada por estos que en muchos momentos parece haber perdido su
valor original. Aparecen también ciudadanos bien informados,
comprometidos que, lamentablemente, sólo pueden contemplar atónitos, con
estupor o con indignación, el sistema absurdo e injusto al que les ha
tocado pertenecer. Todos ellos son personajes esperpentizados, figuras
expresionistas, fantoches en palabras del creador del esperpento, Valle-Inclán,
al que por momentos parece tan cercano El Roto, arquetipos de defectos y
vicios de los seres humanos.
«No
cabe duda de que el dibujante satírico es un agente moral de una
sociedad determinada, moral o ético, porque tampoco distingo muy
claramente ambos calificativos. Es un agente moralizador de una
sociedad, que ejerce un papel determinado, yo creo que socialmente
saludable, zahiriendo ciertos comportamientos que considera que van en
contra de lo que se entiende por bien común. Creo que ese aspecto es
necesario dentro de las sociedades, y para eso considero que la sátira
tiene una cierta relevante función social, que es hoy menor quizá porque
los medios de comunicación actuales, cuando se acercan a ella, lo hacen
con una dimensión de espectáculo y entretenimiento que no es su función
esencial, y dejan de lado esa vertiente censora y moralizadora que les
es más propia.» (Entrevista de Felipe Hernández Cava a El Roto, en el
prólogo de El pabellón de Azogue, Círculo de Lectores).
Personajes y situaciones anclados en un tiempo histórico, el presente de
Andrés Rábago, pero que gracias a diversas técnicas (deformación de la
realidad, reducción al absurdo, muñequización de soldados que
obedeciendo todo tipo de órdenes dicen luchar por la libertad, humor
sarcástico, intención crítica, social, política, religiosa, ecológica…)
acaban por alcanzar una validez atemporal y universal.
Si
hablamos de altas esferas de poder, es obvio que su dibujo está al
servicio de la denuncia de una capa grosera, sucia, que cubre y envuelve
con propaganda la verdad de los acontecimientos, de ahí esos personajes
que se diluyen en la oscuridad. Pero aparece a veces una imagen
definitiva a través de las sombras que puede traer la luz a ciudadanos
ávidos de una información al margen de los medios oficiales, una luz que
acaba por agitar todas nuestras conciencias. De este modo, frente a la
realidad presentada por los gobiernos occidentales, y los medios de
comunicación, surge de forma esclarecedora, de manera brutal, que la
liberación de Iraq presenta aspectos mucho más aterradores que aquellos
que hemos presenciado,
como constatan también los últimos acontecimientos, con respecto a esta
invasión. ¿Es esta la liberación prometida? No hacen falta palabras.
«Esa
es una de las funciones de la sátira: ayudar a dar forma a aquello que
está en el pensamiento del otro de manera que lo pueda asumir e integrar
de forma más clara. Hay personas que descubren lo que uno les ha dicho
es lo que ellos pensaban, pero lo tenían de una manera un poco nebulosa,
poco clara; y cuando lo ven así, se dan cuenta de que es suyo, de que no
les es ajeno. Es la tarea de ayudar a estructurar una forma de pensar
que está ahí. De no hallarse, uno no logrará modificar nada, y lo que
diga lo rechazarán. Tiene que haber esa proximidad en la forma de pensar
o en los valores que uno defiende» (Ibidem).
Otras
veces este autor se apropia del lenguaje del miedo que utilizan los
poderosos, al que dota de una actitud subversiva, claramente satírica;
al poner en boca de los más débiles estos mecanismos lingüísticos,
convertidos, por la repetición constante, en tiempo y lugares diversos,
en verdades absolutas, se observa claramente que estas no son más que
falacias con las crear unos estados de opinión favorables a los
intereses del modelo económico capitalista, tan alabado desde tantos
puntos de vista. Así, frente a la precariedad laboral de los ciudadanos
de a pie, surge el pensamiento desnudo de El Roto para exigir la
precariedad laboral de los gobiernos que permiten dicha situación.
A
veces la censura se aferra a un aquí y ahora perfectamente conocidos por
todos; contra el cuento de hadas, príncipes azules y princesas plebeyas
perpetrado por los principales medios de comunicación españoles, surge
la ácida reflexión de este dibujante, que exige, a través del pueblo, el
reparto equitativo de una riqueza que parece destinada a una fiesta tan
absurda como anacrónica: la boda real.
El
mundo de El Roto, en palabras de José Luis Pardo,
«como
el de todos los creadores, es una esfera virtual que remeda, deformados,
algunos de los caracteres del ordenamiento actual de la realidad, en el
bien entendido de que no tenemos ninguna posibilidad de imaginar nuestra
realidad (incluido el papel que cada uno de nosotros desempeña dentro de
ella) que no pase por esos espejos deformantes. En esa esfera
experimental podemos leer, día tras día y página tras página, un
inventario casi exhaustivo de todas las astucias de las que se sirve el
miedo para envenenar las relaciones de poder y sometimiento y, en suma,
de las que usa el mal para contaminar». (El
libro de los desórdenes,
Círculo de Lectores).
Y es
que este creador no olvida que el lenguaje publicitario de los modelos
imperantes puede llegar a crear formas de comportamiento y, claro está,
también de consumo.
Pero
no sólo los poderosos son denunciados: la sátira alcanza a todas las
capas sociales, porque como todo autor satírico que se precie, Andrés
Rábago comprende que la responsabilidad moral y social corresponde a
todos los individuos, no sólo a aquellos que ostentan y dirigen los
mecanismos de poder. Por esta razón también podemos vernos nosotros
reflejados en el espejo, siempre deformante, de sus viñetas, en la
miseria cultural y la insolidaridad que se expanden por toda una
sociedad, la occidental, que no es capaz de mirar más allá de las
directrices que marca un modelo moral y económico causante de las
mayores desigualdades sociales. Así, denunciará también la ignorancia y
falta de reflexión de clases sociales medias y bajas como uno de los
males más preocupantes de nuestra sociedad. Ya sea la ignorancia
política, que conduce inevitablemente a la pérdida de valores (y a una
violencia también denunciada por Alan Moore en V de Vendetta), ya
sea la ignorancia intelectual, que nos conduce a una pobreza cultural
que lleva cuando menos al fanatismo de unos individuos irresponsables
que desconocen el significado de palabras tan necesarias para nuestro
crecimiento espiritual como solidaridad, honestidad, y que pervierten el
significado de otras como igualdad.
«La
realidad actual es mucho más ambigua, más amplia, y en ella también los
pobres pueden estar ejerciendo violencia. Ahora mismo la malignidad, lo
negativo, está muy diseminado. En la actualidad me parece que una de las
mayores dimensiones de lo maligno es la ignorancia, y la ignorancia no
es sólo atribuible a una clase social. Las clases sociales bajas tienen
unas enormes deficiencias, porque hoy día creo que podría ser mucho más
fácil, dado que el acceso a los medios es mayor de lo que lo fue en
otros momentos, salir de esta situación de ignorancia. De modo que creo
que hay una mayor responsabilidad. La “culpa” está mucho más mezclada y
es atribuible tanto a unos como a otros» (El pabellón de Azogue,
Círculo de Lectores).
Digno
heredero de la mejor tradición expresionista española, las viñetas de El
Roto suponen el descubrimiento de las zonas más oscuras de una realidad,
la de los hechos ya consumados, que se presenta no tan brillante como
pretenden reivindicar sus numerosos defensores.
«La
sátira, tal y como yo la veo, no puede moverse en el territorio de la
duda, lo que no digo que probablemente sea un defecto. No se puede
esperar de ella una indagación filosófica, sino el reflejo de una
situación determinada, vista por una mentalidad determinada. Su
territorio está restringido. No abarca toda la realidad, sino una parte
de ella desde el trasluz de un sistema de pensamiento. Pero si ese
sistema es fluctuante, si es inseguro, no creo que la sátira tenga
ninguna eficacia. Si lo que uno tiene son dudas, es mejor que se dedique
a la poesía o a otros lenguajes más apropiados para ello. La sátira
trabaja con hechos consumados, con historias más o menos aceptadas.» (Ibidem)
Este
descubrimiento, esta inmersión en
las partes más sombrías, más desagradables, se logra a través de una
deformación voluntaria de la realidad, ya sea a través de la imagen, de
la palabra, de la perfecta simbiosis de ambas, en la que se funden
angustia y simbolismo. En definitiva, una visión ácida y disconforme de
una realidad que el autor se complace en degradar y agredir con una
carcajada que no perdona a personas, instituciones o mitos, pero que en
el fondo oculta el llanto, el grito indignado de un ciudadano atónito,
sin palabras, ante las injusticias universales. Una visión que supone la
radiografía moral de la época convulsa en que al autor le ha tocado
vivir.
BIBLIOGRAFÍA CONSULTADA
El pabellón de azogue.
El
Roto. Editorial Mondadori, Barcelona, 2003
El libro de los desórdenes.
El Roto. Editorial Mondadori, Barcelona, 2004.
Luces de Bohemia.
Ramón del Valle-Inclán. Edición de Alonso Zamora Vicente. Ed. Espasa
Calpe, Madrid, 1994.
Genios de la pintura:
Goya. Susaeta ediciones, Madrid.
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