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CONAN SOLDADO
Ya en el otoño del año 20 Conan se encuentra en el Mar de
Vilayet con un vanir que ya se había cruzado con él en Shadizar,
Fafnir. Con él atraviesa el mar interior turanio
naufragando poco después en la isla de los dioses de Bal-Sagoth,
donde ambos persiguen a la cosa en el templo de Gotham
que allí se levanta. Luego, abordan el barco turanio capitaneado
por el príncipe de Turán Yezdigerd, cuyos guerreros de
nariz aguileña, verdaderos halcones del mar de Vilayet,
navegan hacia Makkalet, un baluarte hyrkanio que se opone a
Turán por razones económicas y religiosas. Conan y Fafnir toman
parte en el asedio y luchan bravamente, pero tras haber
practicado el cimmerio una incursión nocturna en Makkalet surge
el sabueso negro de la venganza por dos veces: la una, en
referencia al mastín salvaje que le sale al paso, la otra, por
la reacción de Conan al enterarse de la muerte ignominiosa de su
amigo vanir ordenada por Yezdigerd. El cimmerio le inflige al
príncipe turanio una profunda herida en la cara y deserta de la
cubierta de los hijos de Tarim para unirse a los makkaletios.
Habiendo militado en el bando contrario, Conan no podía esperar
otra cosa de los makkaletios que la asignación de un encargo con
dobles intenciones. El mensaje que Conan debe portar a Pah
Dishah es verdadero, pero el trayecto hacia allí implica una
trampa: los hombres que le acompañan quieren utilizar al bárbaro
como festín para el monstruo de los monolitos de las
inmediaciones, que exigía sacrificios periódicamente. A pesar de
la trapacería, Conan cumple su misión estimulado por su código
de honor bárbaro y entrega el mensaje en el baluarte hyrkanio
mencionado para, poco después de alejarse de él, conocer a la
espadachina pelirroja conocida como Red Sonja, quien le
ayuda a enviar a Yezdigerd una prueba material de que la
sombra del buitre Mikhal Oglu -un enviado del rencor
del príncipe- no amedrenta su imbatible tesón rebelde. La
canción de Red Sonja se vuelve un murmullo cacofónico cuando
ésta abandona al cimmerio de modo humillante después de haber
rapiñado juntos una tiara valiosa, por lo que Conan vuelve a
Makkalet, donde es arrestado. Se evade, obviamente, y salva a la
reina del lugar, Melissandra, combatiendo la brujería
oculta en los espejos asesinos de Karam-Akkad cuando se
aproxima la Hora del Grifo, así llamada por describir el
momento en el que los turanios toman finalmente el baluarte
rebelde de Makkalet.
Conan sufre el acoso de las primeras nieves y la persecución de
los turanios durante los días siguientes, porque Sakked, el
hermano de Mikhal Oglu, pretende dar caza al bárbaro. Conan no
ve otro modo de librarse de ellos que internarse en los
territorios de Gud, zona maldita donde logra desasirse del acoso
turanio casi a cambio de perder su vida, porque la muerte le
acecha hasta el punto de poder afirmar “gris es mi calavera”.
En la actual situación, huérfano de jefes por ambos bandos y
harto de hechicerías y de frío, el cimmerio decide viajar hacia
el sur velozmente.
Pasado un mes, su caballo le ha conducido hasta un bastión sito
poco más allá del Río Zaporoska habitado por rufianes, algunos
de los cuales están en discordia por la posesión de una joya
llamada la Sangre de Bel Hissar, que a la postre se
apropia Turgolh, un hombre de la lejana Khitai.
Van transcurriendo las últimas semanas del otoño del vigésimo
año de la vida de Conan mientras baja cabalgando por la costa
oriental del Vilayet, resuelve un problema que gravita en
alas de los demonios en la villa de Ravenwerk, también halla
a su paso una ciudad arrasada tras los conjuros malignos
practicados por el dios oscuro Rune (cuyo
enfrentamiento con Conan le lleva más cerca de la muerte de lo
que jamás había estado) y, finalmente, se pone de nuevo al
servicio de Turán cuando ya se halla al sur del mar interior,
quizá cerca del Fuerte Ghori. El tiránico trato de sus
superiores le asquea tanto, tanto, que Conan acaba con la vida
de uno de los oficiales turanios. Es comprensible su reacción,
cuando la infamia surge ¿qué puede hacer un hombre? Mas,
las consecuencias de su acto violento le obligan a poner tierra
de por medio entre su espalda y Turán, y marcha al sur para
disfrutar allí de un invierno similar al tropical.
Conan llega hasta el círculo de actuación de una partida
esclavistas dirigida por el estigio Tutmekri, que operan
bajo la luna de Zembabwei. Tras haber salvado a una
lozana moza desconocemos todas las aventuras que corre el
bárbaro hasta mediados de marzo del año 21. Lo que sí sabemos es
que acaba regresando a Turán y... ¿qué puede convencer al
cimmerio a retornar al país cuyo príncipe ha jurado matarle? En
buena lógica, que sabe que Yezdigerd se encuentra de campaña muy
lejos de la capital turania. Pero Conan actúa más por instinto,
o por otros apetitos. Y puede que el delicioso cuerpo de Aurah
fuera aliciente para no regresar al reino de Tarim. Conan se
alía con Aurah y otro hombre, Kashid, dos ladrones, que le
engañan y dejan tirado en medio del desierto turanio; pero en
una ciudad fantasma Conan halla a los guerreros perdidos
que la habitan y a Aurah y con ella dirige su montura hacia
Aghrapur.
Una vez en la capital, Conan pasa un breve tiempo con Aurah,
gozando del anonimato de que disfruta en la gran capital turania
aunque eso no impide que la brujería se manifieste en su vida,
como cuando cruza su camino con el de Gremai, una
muchacha aparentemente inocente que aspiraba al poder de un
hechicero. Unos días más tarde, ya solo, con el refrendo de
haber librado al país de la amenaza de dos brujos hermanos
llamados Ormraxes y Eith-Riall, dos contra
Turán, se alista de nuevo como soldado de los ejércitos del
más orgulloso imperio del Oriente.
En principio le son encargadas misiones penosas, como la de
circular por el pasillo sin fin de Mullah-Kajar
construido tras las murallas de Zamboula, tarea que le ocupa
casi tres meses de su vida. A su vuelta se ve mezclado con el
soldado Rasu en un grave problema suscitado por un
oficial ambicioso que los lleva a combatir contra unos demonios
subterráneos de dientes rojos y ojos rojos. No
obstante, pronto escala Conan posiciones entre los militares, lo
cual se gana a pulso participando en campañas al norte del país.
Primero cerca de la frontera zamoria, combatiendo contra la
mano mágica de Nergal. Luego más al este, cuando ya
finaliza junio de 21, al amparo del recuerdo de la sombra
sobre la tumba que visitara en su adolescencia.
Estas pequeñas victorias le señalan como el más indicado para
llevar a buen término una arriesgada misión de espionaje bajo el
embate de los vientos llameantes de la lejana Khitai,
concretamente en la ciudad Wan Tengrí. Una vez allí, ayudado por
un ladrón khitano de nombre Burthai, consigue que la
muerte y los 7 magos alojados entre sus murallas detengan a
la tentadora de la torre llameante que mantiene sojuzgada
a la población. Es probable que estas aventuras ocupen varios
meses de la vida del cimmerio, y creemos que ya es invierno de
21 cuando se halla de vuelta del Lejano Oriente, en el desierto
en que pierde a Burthai, arrebatado de su lado por la prole
infernal de Kara-Sher, una ciudad perdida. Tras ser testigo
de este horror, cabalga a uña de caballo hasta alcanzar Aghrapur,
entrada que tiene lugar en diciembre.
Durante las siguientes tres semanas, Conan cumple los 22 y se
dedica a aprender el oficio de la guerra: se entrena como
experto jinete y guerrero, se forma en el manejo del arco, a pie
y a caballo, y en el de otras armas. Poco después, salva la vida
del rey Yildiz. Éste no ha tenido en cuenta el refrán “Desconfía
de los hyrkanios que traen regalos” al aceptar el presente
de los súbditos de la ciudad hyrkania Dimmorz, un gólem
destructor entre cuyos pétreos zarpazos se interpone el
cimmerio. Con esta acción obtiene del monarca el privilegio de
pertenecer a la guardia real turania. Empero, al calibrar que se
ha visto empujado por una gratitud desmesurada, Yildiz prefiere
aprovechar el ardor guerrero de Conan en otras arriesgadas
misiones y es enviado a combatir de nuevo, aunque, eso sí, con
el rango de sargento.
En sus idas y venidas como militar (es un período muy vivaz; por
trazar un símil moderno: es como si estuviésemos contemplando
las aventuras de Conan en los storyboards de algún filme
trepidante), el bárbaro contrae con la viuda de Zoran Tuk
la deuda del guerrero, o sea, a la que condiciona la
palabra dada. De esta manera, Conan, tras ser el invitado a
la cena de los cuervos en continuas refriegas, pasa otro
día de lucha sin hallar un lugar tranquilo en el cual
reposar sus músculos y, sobre todo, su espíritu, que no consigue
alivio hasta pagar la deuda del guerrero contraída tras
la muerte de Tuk.
Es ya casi marzo del año 22 cuando el sargento Conan encabeza
una partida de hombres con salvoconducto diplomático hasta el
norte de Turán, cuyo destino es el territorio de los khozgari,
gente de mala catadura. El clan boreal de Turán acaba con casi
todos los hombres de paz enviados por Yildiz. No con Conan, que
los burla y se evade en compañía de la hija del jefe khozgari,
defendiéndola de los demonios de la cumbre que al poco
hallan y a la que utiliza como escudo para retomar la ruta hacia
la capital de Turán. Es verdad que sale de territorio khozgari
intacto, pero, sin caballo y sin aparejo le acomete el hambre
hasta que alcanza un lugar donde el señor del castillo de
la jurisdicción tiene en un puño a los aldeanos. Desde allí,
cuando ya se halla casi a medio camino de Aghrapur, tropieza con
un destacamento turanio enviado por el oficial Narim-Bey
y se agrega a ellos para escoltar a la nieta del rey Yildiz,
Yolinda, a quien transportan al Convento del Sagrado Corazón
de Tarim enclavado en una zona muy al norte, un lugar donde los
pobladores montañeses son terriblemente fieros. Como era de
esperar les asaltan y apresan y Conan, junto con Yolinda y un
guerrero kushita apelado Juma, son conducidos al Valle
del Sol, emplazamiento oculto donde se materializa la
maldición del cráneo de oro de Rotath, un hechicero
lemurio de los tiempos en que existía Atlantis (la Era Thuria,
el tiempo en que vivió el rey Kull).
Conan vuelve ileso a Aghrapur con Juma y la chica para alborozo
de su abuelo Yildiz cuando ya asoman los primeros brotes de la
primavera de 22. La satisfacción es tanta que el rey asigna otra
misión similar a los corajudos bárbaros, al de ojos azules y al
de negra piel: escoltar a su díscola hija Zosara hasta la
ciudad hyrkania Kujula, donde está pactado que se case con el
Gran Khan de los nómadas kuigar con el fin de sellar un pacto de
concordia. Unos guerreros procedentes de Meru, país disimulado
por una cadena montañosa circular, les interceptan y les
encadenan cuando se hallan cruzando las Montañas Talakma. Los
captores les conducen a una de las capitales meruvias,
Shamballah, la ciudad de los cráneos, donde los dos
titanes son convertidos en galeotes. Conan y Juma escapan del
lugar después de darle al remo durante una semana y, un mes más
tarde, entregan a la princesa en Hyrkania, no sin antes haberla
dejado Conan en estado de gracia.
Es el final de septiembre cuando los dos guerreros están de
vuelta a Aghrapur. Yildiz vuelve a manifestar su contento y
asciende a ambos hombres a capitanes. Juma queda en palacio como
Jefe de la Guardia y a Conan, contrariamente, se le encarga una
nueva misión diplomática que le aleja hasta Kushán, provincia
occidental de Khitai. Un malintencionado duque de ojos rasgados,
Feng, guía al cimmerio en su regreso pero también lo
adosa, literalmente, a una roca sobre la que gravita una
execración. La maldición del monolito no acaba con el
bárbaro, quien todavía dispone de un grupo de hombres a su cargo
cuando es entrado el invierno de 22, suave en estas latitudes.
Las siguientes semanas aparecen borrosas en los papiros que nos
legaron los cronistas. Sabemos que Conan pierde a sus hombres,
pero no sabemos cómo ni por qué. También se nos ha dado a
conocer que cuando Conan emprende su solitario camino de regreso
traba amistad con Sennan, khitano que le instruye en las
artes de la lucha de su tierra durante un breve tiempo.
El maestro de la espada en que se ha convertido Conan
prosigue su ruta de retorno bordeando las fronteras de Meru y
Vendhya sin atreverse a penetrar en sus territorios, ricos en
marfil, sí, pero también en enemigos de los turanios, hasta
que alcanza la cordillera Himelia y a un tipo con quien parece
ser que le unen lazos de sangre. Por fin, ya en abril del
año 23, Conan vuelve a sus labores militares en Turán, país
donde tantos sediciosos traidores a la corona han dejado la
tierra quemada y estéril. Sobre ellos aplica Conan el
castigo de su afilada espada.
Pasa unas cuantas semanas más en esta situación, resolviendo
misiones de carácter casi suicida de las que sólo él sale ileso,
como la que le lleva hasta el túmulo del dios gris.
Durante estas semanas, hasta que llega mayo, Conan conoce a un
noble llamado Alwazir, obsesionado por acumular
sabiduría, y al vástago de una casa noble llamado Boghra
(alguien que en el futuro se enfrentará a Conan cuando éste
lidere a los zuagir del desierto), y también traba conocimiento
por entonces con un arcano culto capaz de dominar a todo tipo de
fieras, el de Jhebbal Sag, cuyo caligrama retiene el bárbaro en
la memoria. Ese mismo mes, de vuelta a Aghrapur en respuesta a
una invitación del propio Narim-Bey -quien recuerda con agrado
su acertada actuación escoltando a Yolinda-, un lío de faldas
con la mujer de un oficial de superior rango y con la brujería,
de la que son protagonistas el guerrero y la mujer-loba,
impulsan al cimmerio a desertar y a regresar a los reinos
hyborios. En la escabullida, unos bandidos le obligan a girar
sobre sus pasos y a refugiarse en Keshaan, un pueblo pesquero de
la costa del Vilayet donde un gigantesco cocodrilo mantiene a la
población en un sin vivir. El dragón del mar interior
perece tras su enfrentamiento contra Conan y éste puede
proseguir su viaje.
Escolta una caravana que se dirige un poco más al norte en la
siguiente semana, pero constata que el salario es mínimo y se
adentra en el desierto. De vuelta al Oeste, cuando empieza junio
encuentra una ciudad extraordinaria confinada dentro de la
concha de un gigantesco quelonio al que llaman el coloso de
Shem. Unos días de cabalgada después, el desertor norteño ha
salvado mucha de la distancia que separa Turán de Zamora y tiene
la gran fortuna, o la gran desgracia, de relacionarse con una
diosa de su tiempo cuyo lecho está protegido por el diablo de
la ciudad olvidada conocida como Ababenzzar. Al poco, a
apenas una semana de camino de la frontera con Zamora, se
detiene a ayudar a una muchacha en una pequeña población. Gran
error, pues la joven no es un ser humano, es un estigma de una
planta carnívora sembrada en el jardín de la muerte y de la
vida que florece en un oasis cercano. Mas no hay modo de
detener a un cimmerio testarudo y Conan pisa de nuevo tierra
zamoria con la firme intención de alcanzar Shadizar en pocos
días. Lo logra tras desentrañar el secreto del Río Calavera
que mantiene atenazado por el terror a un reino solitario
del lugar
y, tras pasar en la Ciudad Perversa un par de días, roba un mapa
que señala el punto donde se oculta un tesoro, entre los picos
de la cordillera Kezankia cercana a Arenjun. Hacia allí se
dirige de inmediato, acompañado por dos tipos de intenciones
poco claras, con quienes parte en busca del dios manchado de
sangre, sobre cuyo ídolo reposan joyas de incalculable
valor.
Conan sale indemne del enfrentamiento con la estatua (que cobra
vida) y regresa a Arenjun con las manos vacías. Paradójicamente,
esa misma noche se las ve con otro demonio granítico, el
convocado por un brujo khitano en lo que podríamos llamar la
noche de la gárgola y, al día siguiente, recibe su primera
alegría en mucho tiempo: Sonja la Roja, que por haber sido
traicionada se había evadido de la sede de su anterior centro de
operaciones, Pah-Dishah, está en la misma ciudad en que Conan
duerme actualmente. Juntos, el cimmerio y la hyrkania, matan a
un tipejo que se ha proclamado dueño de la muerte porque posee
un anillo mágico que le convierte en una suerte de inmortal.
La maldición del no-muerto no basta para detener a los dos
bárbaros, que pronto parten hacia el sur, hacia Shadizar, en
cuyo trayecto sufren un imprevisto en la torre de sangre
domicilio de dos vampiros, durante un amargo episodio de sus
vidas que trata de la llama y del demonio.
Abandonado por Sonja de forma harto enojosa, Conan se presenta
solo en Shadizar en agosto del año 23. Únicamente pasa un día en
la ciudad porque es hecho preso, él y el trovador Laza Lanti,
con quien escapa hacia el Valle Oscuro, zona de Koth aledaña a
Zamora. Al tiempo que el cimmerio descubre que el padre del
vate, Tsota-Lanthi (quien prodigará al bárbaro más de un
quebradero de cabeza en su futuro), es un ser amorfo suena la
última balada de Laza Lanthi, puesto que el juglar muere.
Repelido por el acontecimiento de Koth, Conan vuelve sus pasos
hacia el norte y, tras luchar contra los habitantes de las
profundidades que moran bajo la aldea de Meshkén cercana a
la frontera de Koth con Khoraja, cruza la frontera sur de Zamora
para terminar en las Marismas de la Locura poco más de una
semana más tarde. No encuentra por aquel marjal otra cosa que
sabandijas, bandidos y videntes ciegos, como viene siendo
habitual en su procelosa vida e, instruido en la villa de Urkira
en el arte de sortear las artes hipnóticas de brujos como
Harpagus, a quien acaba de conocer, viaja a continuación
hacia la ya visitada ciudad del Dios Araña. Un bárbaro
regresa a Yezud, cierto, pero allí se hace pasar por herrero
para salvar a una de las favoritas del harén de Yildiz,
comprobando que incluso la muerte acecha en un jardín bien
cuidado. Tristemente, los hijos de Zath, el culto
abyecto de la localidad, acaba con la vida de la hermosísima
Rudabeh, doncella por quien ha latido apresuradamente el
corazón del cimmerio durante las últimas dos semanas, y la
congoja le aboca a un vagabundeo ciego hasta Shadizar. No logra
aplacar la pena ni con grandes dosis de alcohol porque la
reciente muerte de Rudabeh ha refrescado en Conan el recuerdo de
su primer amor, Mala, así que decide viajar hasta Cimmeria sin
descanso al objeto de exorcizarse de los demonios de culpa y
pesadumbre que carcomen su alma enamorada.
Conan llega a las tierras que le vieron nacer en octubre de 23,
tras un viaje relámpago. Sus vecinos le dan la mala nueva de que
su novia ha sido raptada por unos vanes y conducida al norte. El
bárbaro no llega a tiempo de salvar la vida de la muchacha, pero
sí de vengarla durante el transcurso de la noche del dios
oscuro de los pictos. Tras este luctuoso suceso, el afectado
Conan no sabe qué rumbo tomar y bajando por Vanaheim le
sorprenden las primeras nieves del invierno, muy crudo por
aquella región. Por esta circunstancia una extraña mujer
conocida como la dama de la nieve plateada le retiene a
su lado durante los meses que quedan de invierno, aunque no
todos, que Conan en seguida se cansa y viaja hacia Cimmeria al
verificar que la inclemencia del temporal se ha suavizado. Así,
ya cerca de la frontera de Vanaheim con su país natal, se
desplaza hasta la ciudadela de color escarlata que hay
por la zona para, finalmente, alcanzar Cimmeria.
Recién cumplidos los 23 años, el cimmerio se une de nuevo a los
aesir contra los vanir, y entre ellos reencuentra a Gorm, ahora
flaco y avejentado, a Niord y otros viejos amigos. En una serie
de escaramuzas que practica con ellos, tiene la fortuna (o el
inforntunio) de conocer a la evanescente Atali, la
hija del Gigante de Hielo.
Luego de esto, al perder a sus compañeros de razzia Conan
toma un camino que le conduzca hacia el sur con poco o nada que
llevarse a la boca. Exánime, intenta pedir ayuda en el molino
de unos granjeros, pero su hambre no cesa hasta que se deja
caer algo más al sur. Hemos de colegir que se pierde en el vasto
páramo blanco, o que algún circunstancial aliado le hace tomar
una ruta desaconsejable, lo cierto es que pierde a su montura y
tiene que hacer frente a los cazadores de las montañas (a
veces con alguna improbable alianza de sangre) de Aesgard.
Atraviesa Aesgard con la nieve pegada a sus botas y con la
muerte blanca pegada a sus talones, si aplicamos esa
metáfora también a los lobos que le hostigan sin descanso como
la sombra de una venganza.
Repuesto, Conan consigue un caballo y sigue su camino
atravesando la nieve de muerte y el hielo de sangre que
conforman el peligroso paisaje de los montes Graaskal, en la
frontera entre Hyperbórea y Cimmeria. Resulta nefasta la ruta
elegida, porque seguir el curso del Río Helado le lleva hasta
el cubil del gusano de hielo, una rémora mítica conocida
como Yakhmar, y casi perece en el intento de matarla.
Cuanto más se aproxima el bárbaro al norte de Brythunia, más
avanzada está allí la primavera. Ya casi en abril del año 24,
Conan vuelve a cruzar palabras, y más que palabras, con Red
Sonja, moza que ronda por la zona con la muerte al acecho,
como viene siendo habitual en ella. Pero el cimmerio no quiere
ligarse a una mujer tan temprano en su vida y prosigue su
recorrido en solitario durante este mes. Durante un alto en su
camino salva a una joven del acoso de un hechicero y yace con
ella, quedando en el aire la duda de si la cría que es alumbrada
a los nueve meses es hija de la brujería o del cimmerio
(algo de lo que Conan jamás tendría constancia, al igual que
ignoraría la paternidad de otros, digamos... centenar de hijos
repartidos por todo el mundo hyborio conocido).
A continuación del enfrentamiento contra el brujo de
una pequeña localidad brythunia Conan gira hacia el noroeste y
penetra en el Reino Fronterizo para desarrollar nuevos actos
de coraje y rapiña, no en vano se apropia de un cofre lleno
de alhajas.
Suponemos que le arrebatan su pequeño tesoro uno o dos días
después, porque entonces sería absurdo que aceptase remediar
la maldición del hechicero Merdoramón, quien le
contrata en una misión en la provincia de Falkar. Conan debe
defenderse de unos maléficos duendes a la luz de la luna
y cuando las ratas bailan en Ravengard conoce a la
mujer lobo llamada Lupalina, hermana de la mujer-oso
Ursla. Lupalina se convierte en imprevista aliada de su causa y
le acompaña en los subsiguientes enfrentamientos con la
criatura del estanque situado bajo el castillo de Ravengard
y con el hombre nacido del demonio llamado Unos.
Conan parece disfrutar de la experiencia como mercenario y,
agradecido por el delicioso sol de mayo de este año 24, decide
bajar algo más para arrendar sus servicios en los reinos
hyborios. Un horror de un color diferente (de hecho, sin
color), le sale al paso cuando atraviesa el inmenso y peligroso
Bosque Negro del norte de Nemedia, pero no obstruye lo
suficiente su ímpetu y una semana después Conan llega a la
capital de este país hyborio.
En Belverus prospera como soldado bajo las órdenes de quien
fuera su primer contratante, Murilo de Corinthia, quien acaba de
congregar un grupo guerrillero mercenario llamado la Compañía
Carmesí. Murilo enseña al cimmerio a refinar un poco más su
estilo de lucha y a que adopte la costumbre de ir provisto de
cota de malla. La protección le vendrá de perlas cuando, tras
dar con el altar y el escorpión preservados por el tiempo
desde la Era Thuria y siempre flanqueado por sus hermanos de
la espada de ese momento, tenga que consultar el oráculo
de Ophir. Conan recorre los reinos adyacentes defendiéndolos
de una amenaza sombría durante mayo y junio de 24 acompañado por
Murilo, un improvisado escudero femenino, Tara de Hanumar,
y Yusef, su enamorado. Tras presenciar un espectacular
enfrentamiento entre una sombra sobre la tierra y un
escorpión, ambos de origen thurio, Conan decide abandonar
la Compañía Carmesí y dirigirse hacia la prestigiosa ciudad
mercantil Messantia, población principal del reino de Argos.
Poco antes de llegar, Tara, Yusef y el bárbaro se detienen a
admirar la extraña y alta torre en la niebla que se erige
amenazadora a medio camino.
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