Descripción de un escenario. Tributo a la
experimentalidad. Kevin O’Neill.
Ya desde el primer número del serial, en su página
2, el guionista muestra (gracias al grafismo de su dibujante) una
síntesis de lo que serán las tablas que sustentan la acción de la
narración, al retratar una reconocible Dover (acantilados blancos)
con estructuras de ingeniería pesadas, propias para la
construcción del hipotético túnel que uniría Albión (Gran Bretaña)
con el continente (Calais).
Esta
concesión a lo fantástico no solo afectará al decorado irreal de
lugares reales (Londres y París principalmente) sino que actuará
como un personaje más dentro de la motivación argumental,
sustentada por el robo de la cavorita (Verne) y que sirve como un
McGuffin “hitchcoquiano” para montar toda la tramoya épica.
El áspero, tosco, y en general poco digestivo
dibujo de O’Neill otorga a la obra un aspecto irreal, al servicio
del despliegue narrativo del guión. Composiciones naif y
abigarradas, ajenas a la perspectiva, con estructuras que alternan
desde las imposibles (nave submarina de Nemo con aspecto de Kraken)
a las tópicas, como Pigalle en París o el museo británico (que
esconde un sarcófago de Ayesha, otro de los personajes de Haggard,
cuyo destino se cruza con el de Quatermain en una novela titulada
She and Allan).
La ornamentalidad de O’Neill encuentra su máximo
exponente en las cubiertas, destacando especialmente la del número
6, realizada a modo de “aleluya” en imitación de las cubiertas de
los tebeos británicos de comienzo del siglo XX. Este es otro de
los reconocidos homenajes de su autor, al establecer un nexo entre
la literatura victoriana de finales del siglo XIX, con uno de los
precedentes del cómic, tal y como se entiende actualmente. Esta
diagramación con viñetas cargados de textos es una tradición
gráfica en el Reino Unido, iniciada a mediados del siglo XVIII, y
presentes en publicaciones específicas y prensa hasta la tercera
década del siglo XX.
Esa tendencia a emular los dibujos victorianos,
excesivamente figurativos y conceptualistas, resta frescor a la
obra, aunque la ubique en corrientes de modernidad que una
narración tan convencional como la escrita por Moore no demanda en
absoluto. Quizá para paliar esa tendencia hacia el lado oscuro de
la experimentalidad y la vanguardia, la diagramación de la obra
sigue las pautas más ortodoxas
y
propias del comic book. Narración geométrica con splash pages
de presentación, que sustentan el título del episodio, y de
finalización, que llevan las escasas y originales acotaciones que
la obra presenta. Entre ambas se sitúan la variedad típica de
viñetas, desde pequeñas y homogéneas que mantienen un ritmo
rápido, a panorámicas en donde se insertan pequeños paneles que
deceleran el ritmo, y dan detalles a modo de “zoom”
cinematográfico. La coloración digital contribuye a separar los
efectos diurnos y nocturnos, reafirmando el efecto plano y sin
sombras de los dibujos sustentados sobre paneles que no presentan
motivo principal, dando un efecto gélido a la composición. Para
completar el infortunio, la figuración de personajes se hace
pomposa, caricaturesca, excesivamente expresiva, consiguiendo un
efecto anacrónico entre lo vanguardista y lo decimonónico, que
pone la parte gráfica de la obra en los límites de la
artificiosidad.
El mecanismo de precisión montado por Moore en la
creación de LEG, encuentra su rincón más débil en los
dibujos de O’Neill, por otra parte muy personales, y que gracias
al espléndido guión se les puede valorar al alza. Queda como una
simple especulación el suponer cuál sería el destino de la obra
con una figuración más académica, o si se quiere más luminosa,
firmada por talentos como Sprouse, Shanower, McGuinness, Allred,
Hester o Cho. Autores que probablemente hubieran tenido pocos
inconvenientes en ilustrar a un Moore dueño de su mejor capacidad
narrativa. Un guionista que, pese a llevar el lastre que suponen
sus obras pasadas, y magistrales (son cientos las páginas de
comentarios escritas sobre ellas) continúa en progresión. LEG
saca el oficio de un Moore casi olvidado. El de contar historias
divertidas.
Disquisiciones finales.
La liga de los caballeros extraordinarios
es un cómic de “mestizaje”, una especie de tercera vía,
consecuencia directa de la hibridación del “espíritu de obra de
autor” que siempre ha latido en Moore, con un producto ligero,
apto para casi cualquier
tipo de público y lo suficientemente comercial como para su
distribución en el mainstream. Pero ese mestizaje
no solo alude al carácter creativo de la obra, además se expande
hasta su comercialización. Siguiendo este razonamiento America´s
Best Comics, casi responde a un concepto de mecenazgo, en el que
una entidad comercial solvente (Wildstorm, o DC) subvenciona la
creatividad de un autor.
A diferencia de sellos como LEGend o
Bravura, ABC, manifiesta un vínculo económico hacia una editora
dependiendo de ella para su canalización en el circuito
mayoritario. El mecenazgo se salda, cuando su producto estrella,
LEG, adquiere tal éxito de crítica y público que avala la
realización de nuevas historias, miniseries que difícilmente se
podrían clasificar como secuelas. Y no solo eso. Su potencial
prestigio valida la obra para hacerla merecedora de una adaptación
cinematográfica, que afianza su completo éxito de ventas. Pese a
que la cinta resulta vacua, plena de insoportable corrección
política, aniquiladora del espíritu del cómic, y ominosamente
virtual. Una completa desdicha como trabajo y una brillante
promoción mediática para la historieta.
Gracias a
La liga de los caballeros extraordinarios, Moore consigue
prestigiar ABC (por otra parte sello con más continente que
contenido) se reubica en la industria del cómic, y se descarga de
una traba, que si bien lo situó como uno de los autores más
prestigiosos del medio, también inhibió su maduración. Con esta
obra vuelve a lustrar su oficio de narrador, permitiéndole una
progresión largo tiempo retenida. Y aunque pierde buena parte de
su aureola mítica, resulta rejuvenecido, permitiendo a sus
lectores disfrutar de un Moore que vuelve a ser el mejor. |