Golden Age...
¡La Edad Dorada! Todos éramos más jóvenes por entonces; y el
mundo también lo era. Más que un tiempo, un lugar. Un lugar adonde
ir. O adonde regresar. Uno de esos sitios (igual al barrio, que
decía el Gordo inmortal) adonde siempre se está llegando.
Lo
he diferido un poco, es cierto. Pero sólo por considerar que para
un grande entre los grandes, como él, era natural, debido a sus
méritos incontestables, su presencia en esta galería. Sin duda no
podía faltar en esta serie de evocaciones reverentes de los
maestros de la Historieta con “H” mayúscula.
Con él fue que este medio ascendió en la escala de la apreciación
pública, hasta situarse varios peldaños más cerca de lo
aceptablemente “artístico” y pasar a estructurarse como medio
expresivo por derecho propio, con sus códigos y valores ad hoc,
al servicio de un modo de narrar historias único y excepcional,
junto —y al mismo tiempo en su espacio específico— a los otros dos
grandes convocantes de la pasión pública del primer tercio de
siglo: el cine y el radioteatro.
Me refiero, por supuesto, a Alex Raymond (1909 - 1956), un
nombre con resonancias de leyenda en la historia del cómic en la
prensa. Alguien tan marcado por el destino, que hasta su mismo
fallecimiento, prematuro e inopinado, se inscribe en la categoría
de lo inusual. Pero éste es un tema que se tratará en su momento.
Volvamos a la excelencia de Raymond. Es cierto que lo precedió
otro coloso, del cual ya nos hemos ocupado en estas charlas:
Harold R. Foster, pionero en jerarquizar el dibujo de figura y los
refinamientos de la ilustración dentro el grafismo de los cómics
en la prensa. Pero Foster aún estaba en la frontera del
medio. El proveía de imágenes a los bloques narrativos, sin
integrar unas con otros cohesivamente, por medio de los recursos
propios de un lenguaje sinérgico en proceso de creación, como en
forma paulatina y progresiva lo fueron haciendo los historietistas
fundadores, de los cuales Raymond puede considerarse un prototipo.
Con él se fusionó lo mejor de dos mundos: la dinámica de la
historieta y el refinamiento de la ilustración.
Si bien en sus comienzos arraigaba fuertemente en las tradiciones
del pulp (narrativa popular ilustrada, accesible a las
masas por su bajo costo y atractiva propuesta de aventura,
fantasía y misterio, manjar apetecible para el público de los años
de la Depresión), como lo atestigua su Agente Secreto X-9,
posteriormente iría volcándose más y más hacia otras formas
expresivas.
Consciente de estar sirviéndose de un lenguaje virtualmente
inédito, comenzó a compenetrarse de las posibilidades de una nueva
gramática, exclusiva de la modalidad que cultivaba. Como
Orson Welles lo hiciera con el éter y el celuloide, Raymond
explotó los recursos propios de la combinación tinta china /
papel. Su narrativa fue depurándose al ritmo de su avance en las
técnicas del oficio, hasta dar a luz a un microcosmos de
sorprendente vitalidad, sobre la base de claroscuros, “tomas” de
corte cinematográfico y bellas composiciones. No tardó en
conquistar el aplauso de público y pares.
En su caso particular, por desgracia (y entiéndase literalmente
esta palabra) hemos de prescindir de la declaración personal que
reprodujimos, por ejemplo, en las notas dedicadas a Foster y a
Caniff. Raymond ya no estaba físicamente entre nosotros en ocasión
de compilarse el anuario de la National Cartoonist Society,
fuente de la que provienen las citas mencionadas. Hay, no
obstante, un apartado a su nombre, con la aclaración final “Deceased”
(fallecido), donde se reproducen algunas manifestaciones suyas.
Entre otros conceptos, el artista expresaba:
«Debo afirmar que fue el estímulo que me brindó mi padre la
principal motivación para decidirme a iniciar una carrera
artística. Por cierto, se enorgullecía de mis progresos, y colgaba
mis láminas en las paredes de su oficina del edificio Woolworth.
»Lo curioso, y admirable, del caso, es que él era ingeniero civil
de profesión, por lo que poseía una mente decididamente
científica, que no parece conciliarse muy bien con la tendencia
artística que yo demostraba. Pero era también de criterio amplio,
de manera que supo ver más allá de su oficio, los valores y
gratificaciones del arte como medio y razón de vida.»
Por tal motivo, su entusiasmo sufrió un rudo golpe al fallecer su
progenitor. Librado a sí mismo, el joven Alex comenzó a alentar
serias dudas sobre su futuro en la difícil senda que había
escogido. Decidió entonces completar su segunda enseñanza, para lo
que usufructuó una beca de atletismo en el colegio Iona, de New
Rochelle (estado de Nueva York), su ciudad natal. En lo deportivo
actuó con cierto destaque, como pitcher del equipo de
béisbol y también en la posición de halfback del “team” de
fútbol americano. Rechazó, sin embargo, una segunda beca
futbolística que le ofrecía la famosa universidad de Notre Dame, y
se aventuró en el mundo de las finanzas, en una nueva tentativa de
asegurarse el porvenir.
Aunque no había abandonado del todo la práctica del dibujo, fue en
Wall Street (la calle de los negocios de Manhattan) donde halló su
primer empleo. Tenía por entonces 18 años y, según confesión
propia,
«no creí que llegaría a ser un verdadero artista; por eso opté por
ese trabajo con un comisionista de la Bolsa. Pero perdí la
colocación a causa de la crisis de 1929. Luego lo intenté con
renovaciones de hipotecas, pero eran negocios muy malos en esos
tiempos... Por otro lado, yo resulté un pésimo vendedor: aceptaba
invariablemente el primer ‘no’ de los clientes, sin discutírselo
gran cosa...»
Terminó por convencerse de que su camino era otro, así que volvió
sobre sus pasos. Recordó que había sido vecino de Russ Westover
(un dibujante ya consagrado
por su satírica tira Tillie the Toiler, llamada Cuquita,
la mecanógrafa en Argentina ); se decidió a
llevarle sus muestras, y éste encontró en ellas mérito suficiente
como para aconsejarle que se dejara de hipotecas y trabajara en lo
que realmente sabía hacer. Casi de inmediato le consiguió un
puesto de “artista aprendiz” en la agencia King Features Syndicate,
y le brindó toda la ayuda de su veteranía en el medio.
Raymond empezó a trabajar
en la historieta de Lyman
Young, Tim Tyler’s Luck, conocida entre
nosotros como Aguilucho, una serie de aventuras en la
selva, con dos jóvenes protagonistas, uno rubio y el otro
pelinegro, miembros de la “Patrulla de la Jungla”. Su estilo
comenzó a fraguarse, al tiempo que se iba interiorizando en la
mecánica de la historieta.
En 1934, Joe Connolly, presidente del KFS, alarmado ante la
creciente popularidad de Buck Rogers, una tira de ciencia
ficción distribuida por una empresa rival, decidió contraatacar,
lanzando a su vez no una, sino tres historietas encaminadas
a conquistar amplios sectores de la audiencia: una de fantasía del
futuro, otra policíaca (que sería la respuesta del KFS a la
exitosa Dick Tracy, de Chester Gould), y una tercera, de
ambiente de jungla, que haría lo posible por competir con la
célebre Tarzán, de Hal Foster.
Para encontrar el dibujante de Agente Secreto X-9 se llamó
a concurso abierto; y fue Raymond, por entonces de 22 años, quien
obtuvo el puesto. Casi simultáneamente, confirmada su idoneidad
para estas labores, Connolly lo puso a cargo de Flash Gordon,
la tira de fantasía, culminando con otra de complemento, Jungle
Jim, de aventuras selváticas, a la que el emprendedor novato
consagraría asimismo sus afanes.
El volumen de trabajo se hizo excesivo, incluso para un Raymond ya
“fogueado” en el oficio, de modo que al cabo de año y medio se vio
obligado a dejar a X-9 en otras manos. Estas fueron las del
competente Austin Briggs, quien supo ser digno continuador de su
colega, con un diseño elegante y sumamente eficaz para la
narración secuencial.
Como lo anunciara el KFS con bombos y platillos, X-9
contaba, además, con la participación de Dashiell Hammett,
novelista policial que saltara a la fama con El halcón maltés,
prototipo de la “novela negra”, sobre la que se basarían
innumerables seguidores. Sin embargo, el renombrado autor libretó
únicamente el primer episodio de la serie, quedando a partir de
ahí todo bajo la responsabilidad de Raymond, que, como se
consignara, debió abandonar la realización de la tira por
resultarle imposible cumplir con sus compromisos sin dejar de
mantener el nivel de calidad que se esperaba de él.
Se dedicó entonces con fervor vocacional a sus otras dos
producciones, aunque no dudó en confesar su predilección por
Flash Gordon.
«Me
toma unos cuatro días y cuatro noches el acabado de la página
dominical -manifestó en una entrevista.- El delineado a lápiz es
lo que consume más tiempo; la segunda etapa es pasar a tinta los
dibujos, para lo cual uso el pincel. En la oficina del Sindicato
le aplico los colores, sobre papel transparente».
Se cuenta que en cierta ocasión, una tormenta de verano provocó
súbito corte de luz. Como el apagón se prolongaba, y los plazos de
entrega apremiaban, Raymond trabajó con luz de velas durante una
larga noche. Pero cumplió con la entrega, sin apearse de su
habitual afán perfeccionista.
Amante confeso de su trabajo, no solía tomarse vacaciones ni días
libres; pero esta laboriosa rutina fue abruptamente interrumpida
por el advenimiento de la guerra. En 1944 se comisionó a Raymond
como capitán de la Marina, y aunque su arma fue el lápiz y no el
fusil, ya que sirvió en el departamento de Publicidad, de todos
modos debió abandonar a sus queridos personajes de papel y tinta,
quedando Flash Gordon a cargo de Austin Briggs, en tanto
Jim de la Jungla fue continuada por Paul Norris, quien tiempo
después se vería largamente asociado a otro famoso personaje
fantástico: Brick Bradford, mismo que con seguridad
será tema de alguna de estas charlas en el futuro.
Al finalizar la contienda, Raymond, desmovilizado, no tardó en
retornar al KFS. Allí comenzaría el capítulo más importante de su
trayectoria, que desafortunadamente habría de ser tronchado por la
muerte. 1945 fue el año de la aparición de Rip Kirby, el
elegante detective “intelectual”, cuyo envidiable continente sería
incansablemente reproducido, imitado y calcado por innúmeros “historieteros”,
durante un par de décadas, al menos.
Raymond se consagró por
completo a la realización de la tira, la cual, curiosamente, nunca
tuvo página dominical. Rehusó la tentadora oferta de 35.000
dólares anuales que le hizo el Syndicate, por considerar
que el trabajo extra afectaría a la calidad del producto,
privándole, además, del tiempo que necesitaba para dedicarse a
otra de sus pasiones: los autos de carrera... No estaba en
posición de prever que esa misma debilidad acabaría por resultarle
fatal.
En el próximo ch@t, todo sobre Rip Kirby, una de las
historietas “clave” del siglo XX, más la verdad sobre la muerte de
Alex Raymond. ¡Nos vemos, amigos!
Fiat Lux! |