Según
la
definición que da en su diccionario el ilustre personaje Cipriano Telera
Zambullo, natural de Villapana del Belloto (pequeño pueblo de una
provincia que no existe), “Olvido”
es
«Fallo de memoria grasias al cual siguen funsionando las fábricas de
paraguas y continúa multiplicándose la espesie» [sic]; luego, si
aceptamos a
José Antonio Garmendia Gil, humorista gráfico sevillano
nacido en 1932, creador del Diccionario de Cipriano Telera y
colaborador de La Codorniz o de
El
Correo de Andalucía,
como un
humorista olvidado,
concluiremos irremisiblemente que dicho humorista es un
paraguas o un preservativo (vulgo, condón). Claro que, si amén de que
resulta imposible imaginarse a un tipo de la seriedad de Garmendia,
aguantando que nadie se refugie de la lluvia bajo sus nobles sobacos o,
que es absolutamente descabellado pensar tan sólo en la posibilidad de
que alguien con esas nobles trazas de asceta pueda colaborar preservando
en “acto” ajeno, a fin de evitar la fecundación o el posible contagio de
enfermedades; y si además nos atenemos a la ubicuidad actual de
Garmendia en la radio, la prensa local o en los libros que publica
constante y pertinazmente,
el
último apelativo que podría dársele con cierta verosimilitud sería el de
“olvidado”.
Sin
embargo, este polifacético hombre renacentista, trasunto sevillano de
Leonardo Da Vinci, hace tiempo que dejó de dibujar. El Garmendia
escritor y el Garmendia radiofónico son muy conocidos en Sevilla, pero
el Garmendia dibujante hace años que bebió las aguas del infernal Leteo
y se olvidó de esta faceta suya que hoy, como “Orfeos” del humor,
intentamos rescatar tañendo no la dulce lira órfica sino la rústica
zambomba, por ser más apropiada y acorde con el trapalón Cipriano
Telera. A este personaje lo creó hace ya más de treinta y cinco años y
ahora, de la mano de la editorial andaluza Signatura Ediciones, ve
reeditado su famoso Diccionario de Cipriano Telera (y siete cartas a
opá), donde, transcribiendo fonéticamente el habla andaluza, se
inventa las definiciones de
«dos mil trescientos
bocablos, en riguroso horden fabético»
[sic].
José
Antonio Garmendia nació en Sevilla el 15 de junio de 1932. Se licenció
en ciencias químicas por la universidad de Sevilla y trabajó en un
negocio de maderas finas, oficio que alternó con el de dibujante. Se
inició en el humorismo gráfico en los años cincuenta en la Hoja del
Lunes de Sevilla. En los sesenta entró a formar parte de La
Codorniz.
Es
escritor de periódicos y libros, de los que lleva publicados más de
veinte, entre ellos: Poemas de pulpa y cascabel, los
recopilatorios La fauna ibera (1971) y El locamerón
(1975), ambos con dibujos publicados en El Correo de Andalucía,
donde comenzó a firmar en junio de 1970 un chiste diario, Florilegio
de chorradas, editado por Signatura Ediciones en 1999, donde recoge,
en tantas páginas como días tiene el año, acertijos, adivinanzas,
curiosidades, refranes, aforismos, recetas de cocina, horóscopos, partes
meteorológicos y detalles históricos, a la manera de los dorsos de las
hojas de los almanaques llamados de taco; La Taberna de El Traga
y La Pasión llena de Gracia, publicados en 2000 y 2001,
respectivamente, en la misma editorial, además del mencionado
Diccionario de Cipriano Telera (y siete cartas a opá), que ha visto
la luz en 2003.
Actualmente, Garmendia colabora en el programa de radio vespertino de
Carlos Herrera, en Onda Cero, Herrera y punto, y hace también
divertidas recetas culinarias en verso en el periódico sevillano
Casco antiguo. Sin embargo, sus “monos”, esos dibujos que según el
director de El Correo de Andalucía en los setenta, el cura José
María Javierre, estaban llenos de ternura, vagan por ahí, en
descatalogadas recopilaciones perdidos por rincones polvorientos de
librerías de viejo, como desamparados protagonistas de un film de Luis
Buñuel.
Los
dibujos de José Antonio Garmendia eran dibujos verticales de un
expresivo y limpio trazo con el que retrataba, con efectividad, los
tipos humanos de la sociedad española de su época. Su humor desenfadado
no estaba exento de una cierta crítica social que, con la pericia del
químico que es, rebajaba de vitriolo con unas gotas de esa ternura que
tanto gustaba al director de El Correo de Andalucía. Según reza
en las solapas de sus libros, «Su sentido del humor entronca con Valle
Inclán, con las greguerías vanguardistas de Ramón Gómez de la Serna y
con el absurdo de Mihura o de Tono». También nos dicen que «A pesar de
su apariencia, es un sentimental de lágrima fácil, pero sentida, que
vive a corazón abierto».
La
particular “fauna” que puebla los chistes de Garmendia está llena de
pobres que tienen parches hasta en el bocadillo del texto y que, lejos
de hacernos reír, nos hacen reflexionar con sus frases certeras: «A los
pobres nos resultará muy difícil hacernos oír, mientras las estadísticas
demuestren que no existimos»;
«Año
nuevo, muerte nueva»; y en una viñeta en la que un niño le dice al padre
que tiene hambre, éste le responde: «Niño, ¿cuántas veces quieres que te
diga que en España ya no hay de eso?». Hay cínicos ricos con sombrero de
copa y puro: «Perdón, Dios mío, pero llevo siempre tanto dinero en la
cartera que apenas me noto los golpes de pecho»; hay curas que oyen la
radio en el confesionario: «Este árbitro no tiene perdón de Dios»;
hipócritas damas caritativas que «hacen caridad porque no saben hacer
punto»; catetos filósofos con boina a rosca y un largo etcétera de
«bichos racionales» dibujados con economía de medios y colmados de
perspicacia y, en general, de fina ironía alejada de ese tópico tan
manoseado que se llama “gracia sevillana”.
Los
dibujos de Garmendia no retrataban la realidad sevillana o andaluza en
la que él vivía, a la que aludió de modo concreto sólo en contadas
ocasiones, sino que eran chistes de tipos y temas nacionales,
encuadrables en cualquier punto de la geografía de España. Podría
hablarse, tal vez, de unos chistes y un humor de tradición
carpetovetónica. En El Locamerón, demostraba su gusto por
ironizar sobre su país, combinando el humorismo escrito con el dibujado
con pluma “cervantina”, como así le identificó Antonio Burgos en el
prólogo que escribió para su libro La taberna de El Traga.
La
razón por la que José Antonio Garmendia ya no dibuja en los periódicos
es desconocida. Lo que sí conocemos un poco mejor, gracias a la
aportación de los chistes de Garmendia (dibujante olvidado por sí mismo,
que no por los interesados en la memoria humorística de este país), es a
esa sociedad que él retrató con tino y gracia; gracia que le llevó a
dibujarse a sí mismo en un original autorretrato en verso, con el que se
presentó a los lectores de El Correo de Andalucía en junio de
1970:
«Nací en Sevilla; mi apellido es
vasco.
Vasca mi sangre, vasca mi figura.
Temo a la gente, la cordial me apura.
La palmada en la espalda me da asco.
La hembra me enerva; le doy bien al frasco.
Soy tímido a la vez que caradura.
De cuanto di, jamás pasé factura.
Cuando me pica la ilusión me arrasco.
Creo en Dios. Uso barba, como Cristo.
Como Judas también, como el demonio.
Me gusta el mundo y me horroriza el mundo.
Soy uno más. Me canso, luego existo.
Adoro a mi mujer, me llamo Antonio,
y me muero segundo tras segundo.»
A modo de
estrambote para este ingenioso soneto, se podría añadir que José Antonio
Garmendia Gil contrapuso a la sociedad de los sindicatos verticales sus
particulares dibujos verticales. |