El contundente grabado de Goya El sueño de la razón
produce monstruos podría ilustrar casi a la perfección la
situación de España en el año 1936, cuando el sueño de la República
produjo unos insidiosos monstruos que la destruyeron porque la razón
de ese esperanzador proyecto estaba dormida, soñando un hermoso
sueño de regeneración ética del país. Un sueño de limpieza mental
recuperando un necesario laicismo o creando escuelas, intentando
alfabetizar a la España profunda en una imposible y generosa misión
pedagógica, mientras que los monstruos acechaban como perros
rabiosos en la oscuridad de siniestros cuarteles y lúgubres
sacristías, fieles guardianes de su coronado amo, esperando el
momento para dormirla definitivamente en un sueño eterno. Años más
tarde, parafraseando el cuento de Augusto Monterroso, cuando España
despertó a la democracia, el dinosaurio de la monarquía todavía
estaba allí.
El trágala que supuso la santa transición vino a demostrar,
con la imposición de una nueva restauración monárquica, que Franco,
ese hombre, a pesar de no haber podido ingresar en la Marina,
dominaba el arte de hacer nudos: el gordiano con que dejó atada y
bien atada la monarquía sucesoria continúa intacto.
La Segunda República
no fue perfecta y ya desde sus comienzos hubo errores contra los que
se alzó Ortega y Gasset con su famoso «¡No es esto, no es esto!».
Hoy no caben críticas como la del filósofo madrileño por la sencilla
razón de que aquella república que triunfó en las urnas, la que fue
aniquilada por un vil golpe militar y una sangrienta guerra civil,
no sólo no ha sido repuesta sino que se le ha relegado en aras de
una cobarde sumisión a esa dinastía por la que tanta sangre española
ha sido derramada. Hoy, apenas se alzan voces para reivindicar
aquella forma de gobierno, y las pocas que lo hacen son anuladas por
el estentóreo sonido que provocan la cómoda estupidez intelectual y
la alegre estulticia con sus gritos y aplausos al paso de reales
cortejos. Una de esas voces, la del veterano periodista, pintor y
humorista gráfico de Cádiz, Andrés Vázquez de Sola, como contestando
a Ortega, nos somete a una contundente, interesante y necesaria
disyuntiva: República o “esto”.
Este irreverente autor, que cuenta ya con más de veinte
libros publicados, entre los que se encuentran el corrosivo Me
cago en el Quinto Centenario, aparecido en 1988 y Letras
bastardillas. ¡Mamá Constitución cumple 25 años!, con el que en
2003 celebró, a su manera, el aniversario de la «constitucioncilla»,
alza ahora su voz en forma de magnífico libro de caricaturas para
reivindicar, «por dignidad», la Segunda República española.
República o “esto”
es un testimonio satírico de aquella época con el que, a través de
ciento tres excelentes caricaturas de estilo personalísimo y
acompañadas de un pequeño texto, retrata los antecedentes,
surgimiento y caída de la República española. Como un dios Jano de
papel, este delicioso libro presenta dos caras: una, donde están
muchos de los personajes que lucharon por el advenimiento de la
República y su continuidad; otra, los que lo hicieron por su
destrucción. Así, con un estilo minimalista, a ratos expresionista,
ora fauvista, ora solanesco o cubista, vemos pasar por esta
colorista galería de retratos al rey Alfonso XIII, con caballito
infantil portando una espada más grande que su decencia; a Franco,
pequeño hombre, gran dictador, convertido en una ridícula tortuga
boca arriba; vemos al dipsómano Primo de Rivera, dictador anterior,
a lomos de una enorme botella de jerez y al no menos ebrio Queipo de
Llano, verdugo de Andalucía; Millán Astray; Sanjurjo; Cabanellas;
Mola; el cardenal Segura… Azaña, a quien motejaban con malicia “El
Verrugas”, es retratado por Vázquez de Sola limpio de ellas, como
para dignificar la figura del político más representativo de la
república; Dolores Ibárruri; Federica Montseny; Victoria Kent; Clara
Campoamor…
Vemos escritores, filósofos y artistas comprometidos, como
Rafael Alberti, de blanco marinero galopando, de pie, sobre un
hermoso caballo naïf de color rojo; Federico García Lorca,
resucitado victorioso saliendo del ominoso cañón de una pistola;
Américo Castro; Eugenio D’Ors; Salvador de Madariaga; Antonio
Machado; Juan Rejano; Picasso; Miró; Maruja Mallo; Miguel de Molina;
María Zambrano; Ortega y Gasset…
El acercamiento a este retablo de personajes, un
acercamiento subjetivo, responde al cumplimiento de la misión de
periodista que para Vázquez de Sola consiste en «analizar el
presente bajo el prisma de la historia para educar hacia el futuro». El autor se
encarga también del prólogo y de un epílogo que es, según reza en la
contraportada, «un grito de rebeldía contra el poder del más fuerte,
siendo su opinión, aquí y ahora, que el inicio de la solución, en
España, comienza con la instauración de la III República».
República
o “esto”
es, en definitiva, un viaje a través del tiempo en el que Vázquez de
Sola nos pasea por una de las páginas más importantes de nuestra
historia reciente utilizando, como infalible vehículo, su humor de
clara militancia izquierdista. No es Vázquez de Sola un autor
imparcial y esto confiere a su obra una sinceridad
que aúna todos sus trabajos bajo un mismo signo de coherencia
ideológica. Esta coherencia, esta implicación doctrinal, corrobora
una biografía preñada de lucha por las libertades (en 1959 se exilió
a Francia y allí publicó, en 1971, su famosa obra antifranquista
El General Franquísimo).
Cuando un autor consagra de manera radical, sin medias
tintas, su obra al servicio de una ideología, es justo que obtenga
por ello un rédito extra de aceptación. El aplauso será mayor por
cuanto la obra deja de ser un mero objeto artístico, más o menos
afortunado en su realización, para pasar a ser algo más: un
instrumento de combate; un catalizador de conciencias. En el caso de
Andrés Vázquez de Sola, aunque la calidad indiscutible de sus
caricaturas en este libro y la maestría humorística que destila toda
su obra, serían elementos suficientes para hacerle entrar, en vida,
en el Olimpo del humor gráfico español, el compromiso político de
este autor que se confiesa “anarcomunista”, le ha añadido un valor
especial con el que se ha granjeado la aclamación unánime de una
determinada izquierda. Y es justo. Como justo será también señalar
las contradicciones y criticarlas.
Si una obra se beneficia de la militancia para obtener el
favor del público, de igual manera, en aras de una justa valoración, habrá de verse criticada si cae en absurdas
incoherencias fruto de ciegos sectarismos. Si la biografía de Andrés
Vázquez de Sola es inseparable de su obra; si su obra es inherente a
su adscripción política, entonces, no podrá pasarse por alto, si se
quiere hacer una estimación honesta de la misma, aspectos oscuros,
puntos negros e injustificables de su actividad política.
En 2001, Vázquez de Sola participó en Cádiz en un homenaje
póstumo a José María Sánchez Casas, asesino convicto y confeso de
los GRAPO, donde dijo que éste siempre había actuado en defensa de
la clase obrera. Los trabajadores de la cafetería madrileña
California 47, lugar donde el terrorista puso una bomba en 1979 que
mató a ocho personas e hirió a cuarenta, seguramente no opinarían lo
mismo. Toda la legitimidad de un discurso artístico coherente con
ideas políticas de izquierda, se pierde ante manifestaciones como
ésta. En la página 44 de República o “esto”, en la glosa que
acompaña la magnífica caricatura de Federico García Lorca, Vázquez
de Sola dice: «...algunos pseudo-biógrafos tratan de
justificar el crimen achacándolo a motivos de índole sexual,
obviando el derecho de todo ser humano a vivir su vida». ¿No
contrasta esta declaración con el ideario terrorista del GRAPO? ¿Qué
anteojera ideológica puede cegar de esa manera para que se simpatice
con posturas tan radicalmente represoras como las que se pretende
combatir?
Otro aspecto
que enturbia la imagen del autor como símbolo de las libertades; que
hace perder credibilidad a su discurso artístico-político, es su
adhesión al régimen cubano donde, entre otras conductas privadas, la
homosexualidad, ese derecho «de todo ser humano a vivir su vida» que
Vázquez de Sola reivindica en el retrato escrito de Lorca, es
duramente reprimida por la dictadura castrista. Quizás, entre tanta
literatura “revolucionaria”, no haya tenido tiempo de leer la
autobiografía de Reinaldo Arenas: Antes que anochezca. |