El epílogo a la larga epopeya que conforma el ciclo del país Qa reserva todavía un buen número de sorpresas, algunas poco agradables pero no por ello menos trepidantes. Las primeras viñetas muestran a Thorgal y Aaricia a la orilla del agua, de vuelta en la ciudad de los xinjins, como si, una vez terminada la misión y ya sin Ogotai, todo volviese a la calma. Pero —¿es preciso repetirlo de nuevo?— la tranquilidad dura poco en el mundo del hijo de las estrellas. Tras darle una tunda a Jolan —demasiado caprichoso tras convertirse en el ídolo de todo el pueblo—, Thorgal es enviado a la Boca del Sol en compañía de su esposa, Pie-de-Árbol y Variay, a quien ha destituido su segundo, Uébac, el cual se ha convertido en un aprendiz de dictador bastante inquietante. Mientras los prisioneros se disponen a asarse en un agujero relleno de cristales, Kriss de Valnor, a quien Ogotai había transformado en una horrenda arpía, busca una solución... ¡Vaya panorama! Sin embargo, tal como suele ocurrir en las aventuras de Thorgal, bien está lo que bien acaba. Kriss recupera ese aspecto encantadoramente malévolo que tanto gusta, Jolan se arrepiente de su comportamiento y la pequeña familia abandona el país Qa para dirigirse hacia otros horizontes no menos tormentosos.