Ningún lector recordará un episodio de la vida de los Aegirsson que comience de una manera tan brutal: «Me llamo Jolan. Tengo doce años y voy a morir». Con estas palabras termina la primera plancha de La peste azul. El hijo de Thorgal aparece atado, amordazado, aterrorizado y su piel está cubierta de manchas azules. Apenas puede imaginarse qué le sucederá, ni tampoco al resto de su familia. A menos, claro, que se pase esta página introductoria. Sin embargo, y ahí radica el talento de los autores, la cohesión narrativa de este episodio nace de ese suspense. Jolan se convierte en el hilo conductor de la historia y, a través de un flashback de 43 páginas, se une el momento en que está a punto de morir con el que lo ha llevado a esa situación, y con los esfuerzos de Thorgal por salvarlo junto con el resto de la familia. Como viene siendo habitual, el guion juega con el tiempo y muestra los esfuerzos del héroe por encontrar una cura para esta plaga azul. Y lo consigue. Una vez más, Thorgal vence a la muerte. Los Aegirsson han dejado «Nuestra Tierra», con Darek, Lehla y Muff allí. Según el propio guionista, su odisea prosigue en una «suerte de África del Norte imaginaria». Ha llegado el momento de cambiar de aires y alejarse un poco de los consabidos parajes nórdicos.