Como bien sabrá el lector, ya hemos perdido la cuenta de las aventuras e, incluso, los ciclos en los que asistimos a la separación de los miembros de la familia Aegirsson. Los autores parecen divertirse con estos caprichos: con ese devenir implacable y repetitivo, construyen una suerte de folletín en el que se mezclan los géneros narrativos y se recuperan elementos o personajes que quedaron al margen durante un tiempo. Así sucede en este ciclo que narra el fracaso de Thorgal en su propósito de ofrecer una vida mejor a su familia. En esta ocasión, el arquero, tras dárselo por muerto, queda abandonado en la isla de Syrenia mientras que su mujer y sus hijos, en manos del príncipe heredero del Imperio de Oriente, son condenados a trabajar en las minas de plata, lo que supone una muerte segura. Una vez más, este episodio de la saga de los Aegirsson discurre sin un referente masculino y realza la figura de dos mujeres, Aaricia y Kriss de Valnor, quienes ajustan cuentas demanera pacífica sin la ayuda de Thorgal. De hecho, Kriss llegará a sacrificarse de una manera excepcional, haciendo gala de un arrepentimiento casi cristiano.