Thorgal y Aaricia viven, desde hace varios meses, en un pueblecito del sur de Escandinavia, en la costa del mar del Norte. La población local los ha aceptado. Aaricia, embarazada de Jolan, se ocupa de las labores domésticas mientras su marido se ha convertido en un «verdadero campesino». Al comienzo de la historia, lo vemos cargando heno y, poco después, hablando sobre su nueva vida, tan apacible como deseada. Sin duda, más de un lector se habrá sorprendido: el sedentarismo y la paternidad se avienen bastante mal con la vida tumultuosa del héroe y las peripecias habituales en la narrativa de aventuras. Evidentemente, esa situación no durará mucho. El encanto de Thorgal, y su galera, lo llevarán a la perdición. Los celos enfermizos de una joven romperán esa quietud idílica y traerán consigo la muerte y la destrucción. Con esto, los autores transmiten un mensaje claro: ni Thorgal ni su familia podrán tomarse un respiro —al final del episodio, Aaricia llega a ser dada por muerta—. Y no es para menos, pues La galera negra marca el inicio de un ciclo trepidante que concluirá con La caída de Brek Zarith